“Y ser poeta significa ser presa de su propia impotencia.”
Giorgio Agamben, El fuego y el relato
Todo arte de nuestra época es un Arte de Capital. Nada lo exime de ser un arte de un cierto tipo. Impregnado por todas las consideraciones que puedan tenerse acerca del Capital.
El arte es un tipo específico de mercancía. Con una historia sobre las diferentes posiciones que ha ido ocupando en esa historia general del capitalismo.
El artista de ese arte es un cierto tipo de artista que encarna un rol específico.
Bajo la rúbrica del capitalismo, arte y artista se encuentran redefinidos. Lo mismo que el público y todas las nociones estéticas.
Esto significa que existe una estética específica. Una estética de la era del Capital.
No existe por tanto un arte no capitalista. A menos que el artista mute su punto de vista y adopte la conversión. Es decir, abandone la pretensión de pensarse desde la teoría del valor y se instaure como otro tipo de artista y cree otro tipo de artefactos, con otra función.
Las pretensiones que se deben abandonar, son todas las relacionadas con un tipo de posición en la sociedad. Con un tipo de posicionamiento social. Lo que el artista esperaría ocupar en esa sociedad. El tipo de valor que vendría a encarnar. También una cierta forma de pensar.
Abandonar esta pretensión, supone pues, no sólo adoptar un cierto punto de vista, sino además, un lenguaje, otra forma de pensar.
Abandonar la estética del Capital requiere de un progresivo esfuerzo en la dirección de una conversión hacia otro estado de cosas.
El Capital coopta el valor simbólico del arte para su poder y su beneficio político, estableciendo sobre la libertad del artista, el máximo grado de explotación y de aniquilación. Estableciendo una plusvalía absoluta sobre el trabajo del artista. Una cárcel perpetua de la que nunca podrá escapar. Porque perpetuamente todo el horizonte del artista, su campo de acción, pertenecerá al Capital, en aras de no perder su valor de arte.
Fuera del Capital el artista estaría condenado a no ser un artista.
Es decir, se lo consideraría un artista al que se le cercenaría cualquier posibilidad de encarnar el valor arte. Señalándolo como un paria del arte. Un don nadie. Un proscrito.
Alguien que ha perdido toda consistencia en la escena del arte.
Lo simbólico del arte es explotado como plusvalía por el Capital. En el arte, la explotación adquiere un valor en el sentido en que el usufructo del valor simbólico, supone para el artista, un valor como valor de reconocimiento. El establecimiento intercambia el valor simbólico del arte por la valía que el artista habría de tener como pago a su valor de arte. Valía que corresponde a la capacidad de éxito y de reconocimiento del artista en el Estado de Capital.
Lo simbólico del arte viene entonces a tener un doble valor. El valor de reparación de cualquier acción anómala en el Estado que ocasione unas víctimas, y el valor de reproducción de la ideología de Estado.
Productos del arte que procuran resultados en cuanto a la efectividad simbólica de una reparación instantánea a bajo coste, por parte del Estado. Pero que no traen en realidad alivios significativos a la devastación y al dolor de las víctimas.
Mientras, por otro lado, se va minando y cercenando el valor libertad del artista como símbolo de emancipación. Por la vía de la sujeción de esa libertad de arte al aparato de Estado y a la ideología que lo sustenta.
Al instaurar la necesidad de sujeción del artista por parte del Estado, es el artista y no el objeto de arte, la mercancía, lo que se hace circular, en tanto el valor simbólico que encarna su nombre y que toda reparación utiliza, se vale de la garantía del valor de encarnación de ese nombre, en el objeto de arte que se consigna como prenda de reparación.
Se trata de un valor simbólico encaminado a disuadir sobre los beneficios de la productividad del Capital.
Falsamente empática, la productividad comunica los favores que supone vivir en el sistema de Capital. Los valores altruistas y filantrópicos que brinda la oportunidad de desarrollo.
El artista libre, sólo recuperará su valor simbólico, que encarna su libertad, declarándose abiertamente en cese de cualquier posibilidad que busque institucionalizarlo en ese Arte de Estado.
Se declara en huelga definitiva de la posibilidad de ser empeñado su patrimonio simbólico. Se declara en cesación de su dependencia del valor.
Desde la impotencia del artista libre, el Arte Político es un contrasentido. Un exabrupto.
El Arte Político no encarna la reivindicación del artista, ni del pueblo, reivindicación que se cifraría en la conquista del poder de su arte. Del poder de su libertad de arte y de creación. Que ha venido siendo capturado incesantemente por el Derecho y por las instituciones del Estado. A manos del Capital.
Claudia Díaz, 13 de junio del 2018