Continuamos con nuestra serie de entrevistas en torno a temas de debate en esferapública*. En esta ocasión la invitada es Claudia Díaz, ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional de Crítica y quien ha enfocado su reflexión, entre otros temas, en torno al arte político.
En la crítica al arte político se han dado distintas aproximaciones obras de artistas como Doris Salcedo, José Alejandro Restrepo y Juan Manuel Echavarría ¿De qué forma cree que estas críticas han incidido en los procesos de recepción de obras recientes de estos artistas? ¿Qué casos u obras podría resaltar para tener una idea de un arte político que no presenta los problemas que se suelen dar con las obras de los artistas mencionados?
Tanto las críticas referidas a esas obras como las obras en mención hacen parte de esa política, se inscriben en esa política. Tendríamos que apuntar hacia una crítica que pudiera salir de toda dialéctica de las ideologías. Que contemplara esas obras como casos de algo que se llama arte político, como una tipificación más del arte. Presentar los antecedentes de ese arte. Las pruebas con que se cuenta sobre el devenir de esos artistas y sus obras. Esa crítica llevaría al tribunal de la crítica precisamente al arte político. Condenándolo de hacer interferir esa fuerza política del arte con políticas a las cuales contribuye servilmente, con lo que corroe precisamente la fuerza política del arte. Estoy hablando de la idea de un juicio hipotético al arte político y a la crítica que lo sustenta, estoy hablando de la posibilidad de una recuperación de la crítica como espacio de diálogo pero en un espacio que no esté agendado y que recupere su valor crítico. Su probidad crítica.
La crítica al arte político que se ha dado en nuestro contexto en torno al modo en que los artistas toman la voz de las víctimas, tuvo el año pasado casos similares en la Bienal del Whitney con la discusión en torno a la obra de Dana Shutz y las críticas a la curaduría de Documenta 14 en Alemania. ¿Qué piensa de estos procesos?
Parte de los discursos culturales de los últimos años, el multiculturalismo concretamente, atiborró a la opinión pública con esa idea de la simpatía ética y la compasión como eje de ese llamado a una sociedad en que todos pudieran convivir, una suerte de nuevo cosmopolitismo en que todos los humanos entrarían a ser ciudadanos del mundo. Esa idea era el pilar de otra que servía a la nueva medición de los ingresos per cápita de los habitantes del planeta que en adelante se haría desde la medición de sus capacidades (C.F. Martha Nussbaum, Amartya K.Sen), el índice de desarrollo humano (IDH) que reemplazaría al (PIB), producto interno bruto o producto nacional bruto. Así que la cultura, el arte y la educación, recibieron ese imperativo mundial (por la vía del Banco Mundial) de implementar la capacidad humana, en este caso sus posibilidades altruistas y compasivas. Es un discurso cínico, reductor y manipulador, sustentado en sentimientos del que sería portador un artefacto de arte para paliar con la desigualdad y con las catástrofes de la violencia, el desarraigo y las masacres. El poder político (y económico) encontró en esa posibilidad simbólica del arte, un mecanismo espectacular para contrarrestar esas exigencias sin tener que responder ni atender por los daños causados. En cualquier caso se trata de soluciones blandas que los familiares y afectados reciben como burlas a la memoria de sus seres queridos. Y claro, como una constatación de la ausencia total de justicia, que saben supeditada al poder político, así como el arte.
¿Cómo percibe la crítica al arte político a nivel local? ¿Cree que la escena ha cambiado con la firma de los acuerdos de paz?
En apariencia sí, pero en realidad lo que se ha descorrido es el velo de supuesta inocencia que cubría al arte político. Produciendo un desenmascaramiento de ese arte y de los artistas que dicen inscribirse en él. En ese terreno.
Es grave la responsabilidad política tanto de estos artistas como de las políticas culturales que los subvencionan para promocionar políticas de estado que enmascaran atentados contra la vida y la verdadera paz de las comunidades en Colombia. Es un hecho ya constatado el que la firma de los diálogos de paz, esa política de la paz del gobierno Santos, contó con el acompañamiento de las políticas del duelo a las víctimas, programado desde el Ministerio de Cultura, que tuvieron su pantalla en la imponente instalación de la artista política Doris Salcedo en la plaza pública. Además del año Colombia-Francia que sirvió como telón para enmarcar cultural e históricamente esos acuerdos. Todo el presupuesto cultural del país en este último tiempo se enfocó en dar vitalidad simbólica al proyecto de la paz de Santos. Sus ejes fueron, la instalación Sumando Ausencias, la gestión del Premio Nobel a otorgarse a Santos por su compromiso con la paz y el diálogo y el año Colombia-Francia.
Con todas las iniciativas que se han dado en el último año para denunciar el acoso y el abuso, muchas mujeres han asumido una posición política tanto por la forma de hacer públicas sus denuncias, como por el efecto devastador que ha tenido como sanción social. ¿Qué piensa de este tipo de movimientos y qué impacto cree que ha tenido -o tendrá- en nuestro contexto?
Podríamos estar viviendo un cinismo sin precedentes a través de estas políticas de supuesta reivindicación de la igualdad de la mujer. Me refiero a la política en red # MeToo, Yo también. El caso Weinstein, aparecida en octubre del 2017. También es el caso de las demás reivindicaciones que la precedieron. De los grupos étnicos, religiosos, de las minorías. De todo lo que está fuera del centro de poder.
Es un efecto perturbador y desestabilizador de toda la sociedad pero sin efectos reales. Sin acciones concretas que se reviertan en una atención a las víctimas de los sectores más vulnerables de la sociedad que es donde esos casos se viven en la crudeza de una violencia sin atenuantes. Niños, mujeres, que padecen esas violencias y maltratos y que apenas son estadísticas que nunca suben a la red. También lo referente a los grupos étnicos, a los desplazados, a los sin tierra y sin recursos. A los campesinos.
El movimiento #MeToo, es un mecanismo que hace visible sólo una pequeña capa de la sociedad, aquella que puede participar de una red social y que está en capacidad de escribir su narrativa sobre el abuso. En cambio los abusos perpetrados a capas vulnerables de la sociedad se quedan fuera de esa visibilidad, bien porque no cuentan con ese acceso a la red, o bien porque jamás considerarían ese poder hacer visible su caso. Cómo podrían referir esas narrativas personas de escasos recursos y sin acceso a educación alguna que les conciencie y les de el poder de atreverse a referirlas? Se necesitaría un salto cultural! Así que la narrativa cobijará siempre sólo aquellas pequeñas capas que puedan y tengan las condiciones de dar el paso y sean capaces de contar sus experiencias.
De nuevo es un mecanismo de disuación que opera exaltando el valor de la espectacularidad de los reclamos, exacerbando la individualidad. Debe entenderse como un pequeño reducto de incomunicación a que se reduce la opinión de cada cual y que jamás llegará a ser ni a tener la fuerza de una opinión pública verdaderamente consolidada en y por la unión de todas las voces reclamantes.
Al final el problema se reduce a una visibilización que termina saturando a la opinión en ráfagas de momento, en burbujas, sin producir efectos. A cambio tenemos un tremendo enrarecimiento social. Cada vez habrá de fragmentarse más la sociedad de tal manera que la sospecha sobre el otro terminará en una sospecha mayor, de todos contra todos.
Debilitado, el poder de la opinión pública será disfuncional e insignificante, porque cada persona estará enfrascada en sus particularismos y éstos actuarán como cercos que impedirán volver a consolidar alguna cohesión social que pueda asegurar una lucha común contra el poder total.
También esto es visible en el lenguaje. El lenguaje, parcelando artificialmente lo que antes nominaba como totalidad, termina por excluir en grupos que van segmentando la comunidad humana total. El todos y todas divide y fragmenta cualquier intento de comunidad y de verdadera solidaridad. Porque genera la sospecha y la separación sobre el otro. Del que se separa y se diferencia. Se van creando así microcomunidades artificialmente constituidas desde la enunciación, comunidades que se excluyen y se repelen.
Los hombres dejará de referirse al conglomerado humano para referir en cambio un grupo en abierta oposición de los otros, y estos a su vez, también terminarán por fragmentarse creando un hiato insalvable. Impidiendo lo que alguna vez pudo nombrar una sola palabra. Una sola idea. Un sólo propósito.
Sin darnos cuenta cedemos a unos efectos de retórica del poder que desde afuera modelan nuestra manera de mirar el mundo, condicionándolo y haciéndolo ver desde una única perspectiva. Mientras tanto, avanza una desmedida acumulación de capital en manos de un pequeño núcleo que es el que detenta ese poder y el que fija la perspectiva. De la precarización social. De la reducción.
*La política editorial de [esferapública] está enfocada para 2018 en propiciar la reflexión en torno a temas de discusión de este foro a través de entrevistas, lecturas en voz alta y análisis de debates.
1 comentario
Claudia Díaz es certera cuando afirma que la víctimas de acoso sexual que se dan en sectores marginales, no forman parte de esas redes, ni de los noticieros. Nadie está con ellas, permanecen solas, mudas y violadas.