Los Angeles, julio 6, 2014
Queridos amigos y no tan amigos:
Como algunos, no todos y no sé cuántos, sabrán, hace ya casi un año salí de Colombia rumbo a los Estados Unidos, con el fin de adelantar estudios de posgrado, gracias a una beca Fulbright-Ministerio de Cultura. Pues bien, el año ha ido pasando en medio de situaciones diversas, buenas unas y duras bastantes, por cuenta de innumerables problemas, todos ajenos a los buenos oficios de Fulbright Colombia, pero todos debidos a un problema básico: No tengo plata.
El asunto es simple: Aunque Fulbright y el Ministerio cubren mis gastos básicos de sostenimiento, salud, tiquetes y etcétera, la parte de la matrícula que tengo que pagar al año, es decir 17,000 dólares, no está cubierta. Eso lo sabía desde antes de venir y es una decisión que es de mi entera responsabilidad. Creo que todos habrán escuchado algo sobre el enorme problema en que se ha convertido, en los Estados Unidos, los costos de la educación superior. Pues bien, aunque tengo una beca de mi universidad por dos terceras partes del total de la matrícula, el tercio que debo yo asumir sube hasta los 17,000.
El año pasado, esos 17,000 dólares los saqué, haciendo maromas y pidiendo plazos, del dinero que el Ministerio me daba, muy cumplida y generosamente, para sostenimiento. Así pues, para vivir, me quedaba con casi nada. Entre chisguitas, frilanceo y caridad logré pasar el año en medio de enormes limitaciones. Dormir por ahí, caminar por horas para ir de un lado al otro, comer bastante mal, pedir prestado a los profes, a los compañeros y a los amigos en Colombia, usar la estrategia tan colombiana de pedir comida y monedas en los semáforos, etcétera. No todo el tiempo, pero mucho más que lo deseable.
Pues bien, ustedes dirán que soy el único al que eso le pasa, y posiblemente lo sea. Quizás cometí errores al aceptar venir sabiendo que no iba a estar totalmente cubierto, quizás debí buscar otras opciones en otros países, quizás debí ________ (ponga lo que se le ocurra), y con seguridad usted tendrá razón. Pero no lo hice.
El hecho es que estoy aquí, con un año bastante exigente por delante y en una situación bastante precaria. Este año, para no ir muy lejos, he estado enfrentando constantemente la inminencia de ser deportado, con requerimientos de abandonar el país y de renunciar a mi condición de becario, que solo de milagro y gracias a la intermediación de mi universidad y de la comisión Fulbright en Colombia he podido posponer de a poquitos. Sin embargo, si no aseguro el presupuesto para el siguiente año, voy a ser devuelto a Colombia y voy a tener que enfrentar posibles sanciones económicas por no terminar el programa de estudios. Es un tema largo y tortuoso con el que no les quiero arruinar el ánimo post-mundialista.
Les estoy escribiendo todo este tango por algo muy simple: la semana pasada quedé seleccionado como candidato al programa de crédito-beca de Colfuturo, crédito que la gran mayoría de becarios Fulbright tienen desde el inicio de sus programas, como complemento a la beca. Pues bien, en este momento debo legalizar mis documentos para empezar a recibir el crédito y normalizar así mi situación legal y mis condiciones de vida aquí.
Es entonces donde comienza el otro problema: viniendo, como vengo, de una familia humilde, sin propiedades, ni rentas ni pensiones, he visto reducidas al mínimo mis oportunidades de conseguir los fiadores que Colfuturo requiere para otorgar el crédito-beca. He agotado las instancias de consulta y, sencillamente, no hay nada que hacer. Aunque en Colfuturo son concientes de los problemas que un sistema de garantías por fianza acarrea (empezando porque implica la imposibilidad de acceso a oportunidades académicas para las personas provenientes de lo que se llama «clases menos favorecidas»), a la fecha, no hay opciones diferentes.
Creo que este tema debe ser planteado públicamente. Por un lado, sí, necesito que la buena voluntad de alguno de ustedes, lectores de esta carta, se manifieste con su apoyo a mi causa en calidad de fiadores. Por otro lado, más allá, creo que se debe abordar el tema de la proveniencia social en el marco de la producción de capital cultural. ¿Cuándo va a superar el país esa concepción clasista y discriminatoria a la hora de implementar programas de becas y de crédito educativo? ¿Cuándo la producción cultural va a poder tener lugar independientemente de la clase social de la que proviene? ¿Qué significa equidad? ¿Cuánto vale el capital a secas frente a ese capital cultural que, al final, siempre se convierte en capital monetario, reintroduciéndose y circulando solo en las clases altas y dejando las bases de su producción por fuera de toda oportunidad? ¿Se debe declarar entonces una lucha abierta de clases y generar un proceso de desinstitucionalización?
Creo que no. Creo que, en el marco de las coyunturas políticas actuales, es un buen momento para plantear el tema, para poner las cartas sobre la mesa e intentar generar espacios de discusión y de nueva legislación que, de verdad, ayuden a reducir la brecha de la inequidad. Y no hablo de mí. Mi problema puntual es de dos fiadores que debo conseguir pronto. Hablo del problema de quienes ni siquiera tienen acceso a los canales públicos de comunicación para dar a conocer su situación.
Parecería que en Colombia no tener plata es un pecado que llevamos tan adentro que nadie se atreve a hablar del tema. Da pena pedir un fiador, da miedo ser considerado pobre, da pánico confiar en el otro si ese otro no tiene tradición, familia y propiedad. Pero todos confiamos y fiamos ciegamente en y a quien se ve próspero. A los Nule les dan crédito, los cubren pólizas, los cobijan exenciones y otrosís; a Tomás y a Jerónimo, los indígenas les dan manillas y mochilas en consignación y a precios irrisorios, y a Luis Carlos Sarmiento le subsidiamos sus bancos, etcétera.
Pero hay poco o ningún crédito para quienes están abajo, o incluso como yo, no tan abajo.
Posiblemente ustedes me conocen, y si no, supongo que pueden «googlearme». Desde hace más de quince años he estado vinculado al campo de la educación y de la producción cultural en Bogotá. He sido parte de colectivos que han gestionado espacios de exhibición y cohesionado la comunidad de artistas locales, he mantenido en público posiciones críticas que han terminado por ayudar a la transformación del campo del arte en la ciudad, he sido profesor, escritor y otro arrume desordenado de cosas, quizás sin mucho mérito pero sí con bastante pasión, buscando plantear siempre discusiones que ayuden a consolidar eso que, sabiendo lo conflictivo que resulta, llamaré «escena artística bogotana».
Pero no tengo plata. El capital cultural que he ayudado a producir me sirve de poco, y a pocos otros ha beneficiado en términos económicos. Como decía Ricardo Toledo en una conferencia sobre autoconstrucción, hace unos meses, me encuentro en esa posición de no ser «suficientemente pobre para un subsidio, ni suficientemente rico para un crédito».
En mi caso, si esta situación se resuelve, gracias a la generosidad de alguno de ustedes, terminaré aquí y volveré a Colombia a intentar seguir haciendo lo que he hecho todos estos años, de una manera más organizada y, quizás, con las enseñanzas de la adversidad y de las pocas dichas muy bien aprendidas, buscaré la manera de seguir enseñando, de articular procesos colectivos, de sentar posiciones y de resistir frente a las dinámicas homogenizadoras de la «producción cultural local». Si no lo logro, volveré e intentaré hacer lo mismo, sin títulos y con la deuda encima por no haber cumplido satisfactoriamente mi plan de estudios aquí.
Sea una cosa o la otra, supongo, el problema general no se resolverá, y las oportunidades, sin demeritar la calidad de los proyectos e intereses de sus beneficiarios, seguirán siendo para los pocos con sus credenciales sociales al día.
Ayúdenme, y ayúdenme a poner esta conversación en un espacio de mayor resonancia, porque solo hablando abiertamente del problema se puede generar una discusión capaz de empezar a hacer menos discriminatorio el acceso a las oportunidades de crédito para educación y producción cultural en el país.
Muchas gracias por su atención.
Víctor Albarracín Llanos
12 comentarios
Soy profesora, como sabrás, no puedo servirte de fiadora, mi sueldo nisiquiera se acerca a la mitad de lo que Colfuturo pide a sus fiadores…me gustaría poder servirte, por lo menos en eso. Sirve de algo que piense igual a vos? Sirve que haga bien mi trabajo diario para ver si algo en el universo social y político inmediato cambia?
Si puedo servirte en algo, vos dirás.
Es triste seguir escuchando historias como las de Victor, pero lo mejor que tiene es que se arriesgo a trasmitirlo, puesto que para mi su historia no es propia, sino también parte de los miles de becarios de Colciencias, Colfuturo o Fullbright que existimos alrededor del mundo… Mi mayor apoyo para ti Victor, lamentablemente no te puedo ser fiadora, puesto que no tengo propiedad y actualmente, al igual que tu, soy beneficiaría de Colfuturo y estoy buscando otras posibilidades para sustentar mis años de doctorado….
Me uno a esta carta abierta, primero por que soy uno de los tantos colombianos que debemos hacer esfuerzos muy grandes por tener estudios superiores, para los que creemos que preparandonos mejor podemos aportar un tris mas en donde estamos y asi como Víctor Albarracín Llanos, no somos hijos de politicos, ni banqueros, ni de gente de grandes empresas, la cuestion es simple y es no tener plata, buscar por todo lado de donde sacar y tener trabajos como por ejemplo el de docente, que requiere este tipo de estudios para conseguir una cierta estabilidad, dentro de un mundo que no ofrece muchas mas alternativas que el endeudamiento.
El gran problema de esto es el pensamiento de que la cultura no genera dinero como si lo hacen otros tipos de inversiones y por ello confiamos ciegamente en los «buenos apellidos» del país, lastimosamente no tenemos forma de apoyarte pero de seguro algún amigo de los que conoces en la escena artística bogotana tiene manera de llegar a la directora de algún museo que esta allí por su buen apellido y sus contactos, por ejemplo, a la misma ministra quizá, así que este mensaje deberías enviarlo directamente a sus buzones….
Viendo la urgencia de la situación, y a menos de conseguir un banquero filántropo (que puede existir…) para que sirva de fiador o done la suma faltante, yo diría intentar un crowdfunding ya, para costear lo que falta, sin pasar por Colfuturo.
Víctor:
¡Ánimo hermano! ya metido en el gasto que ha hecho, es un error más grande desistir y dejar a medias [aunque no ha llegado a sugerirlo] sus estudios. No soy amigo de ventilar los trapos íntimos, pero le comprendo, e imagino que la situación por la que pasa le ha llevado a este punto. Porque no cuento con más [las becas no son ni eternas ni exceden las necesidades]; que si no, fuera más que moral mi aporte a su causa.
Detesto ver la situación en que nos pone el mundo financiero de la cultura a los que nos dedicamos a generar otras riquezas distintas al capital monetario; por ello es necesario que las personas con talento gritemos al mundo que nuestra forma de verlo también es válida, y que desde nuestro lugar social de nacimiento, también contribuimos a generar conocimiento; es decir: también generamos riqueza, que se puede traducir en dinero; que comprendan que el trabajo intelectual que no ofrece utilidades técnicas es necesario para tener una vida con cierto nivel de sentido; hay que hacer entender a las instituciones que los países avanzados lo son en la medida en que reconocen que el saber humanístico [incluido el arte] es subsidiado más allá de una consideración de que a él se dedican gentes animadas a decorar nuestra sociedad.
Más allá de que yo estime las maneras decorosas, por encima de todo está la realidad a que nos hallamos abocados, y tras reflexionarlo, creo que Ud. ha hecho algo valiente dejando ver su situación.
Pienso que la idea de algunas personas que han opinado es sensata: buscar alternativas por fuera de las instituciones bancarias [Colfuturo es una forma de banca a mi juicio], tal vez allí esté su salida hermano; pero no veo chévere endeudarse más con tales cabronadas.
Bien dijo un escritor, que «un editor, es alguien que te presta dinero a condición de que puedas demostrarle que no lo necesitas»; no recuerdo ahora quién fue, pero lo acompaña la razón del mundo.
Busca a alguien que no pertenezca al mundo editorial.
Victor:
Lo felicito por la osadía en contar esta situación y se que va a salir triunfante. He leído detenidamente su comunicación pero hay algo que no entiendo…. los documentos de Colfuturo exigen un codeudor. En mi caso personal, soy la madre de un joven artista plástico de la U.Nacional que aplicó a una beca por Colfuturo para una maestría en la ciudad de Weimar, en Alemania. Soy de escasos recursos, sólo cuento con mi vivienda y trabajo como contratista en el SENA.
LA REFERENCIA DE MI CONTRATO DE TRABAJO Y EL CERTIFICADO DE TRADICIÓN Y LIBERTAD DE MI CASA FUERON LOS SOPORTES PARA ESTE CRÉDITO Y FUI SU CODEUDORA. Y ASI LE APROBARON, ESTE CRÉDITO CUBRE TODO. MATRICULA Y SOSTENIMIENTO.
No sé… un pariente cercano, una persona de gran corazón que desee que Victor continúe sus estudios pude ayudar con estos soportes porque hay un plazo limitado…
Queridos todos,
Quiero escribirles un par de cosas más tras la avalancha de mensajes, comentarios en los incontables hilos que se tejieron esta semana entre las personas que compartieron mi carta en redes, ofrecimientos de ayuda y opiniones todas, o muchas al menos, bastante alineadas con el espíritu de la publicación, etcétera.
Para mí fue sorpresivo ver que el número de lectores de mi carta parece haber superado los 2,500, que la línea de republicaciones se hizo imposible de seguir y que, más allá de todo, muchas personas se hicieron solidarias con mi situación, ofreciéndome su ayuda de muy distintas maneras que iban desde donaciones hasta gestiones específicas pasando, de nuevo mil gracias, por algunos, incluyendo a varios generosos desconocidos, quienes aceptaban ser mis fiadores ante Colfuturo.
Así pues, quiero contarles a todos que los fiadores ya están y, en esa medida, podré seguir adelante con el trámite para, muy posiblemente, conseguir el préstamo beca, resolviendo mi situación económica durante el tiempo que me queda aquí.
Por ese lado, en lo que toca a lo particular de mi caso, parece que la cosa se solucionó bastante pronto y sin mucho sufrimiento pues, como les digo, las manifestaciones de solidaridad y las propuestas de apoyo llegaron bastante pronto, teniendo el lujo de poder escoger un par de fiadores que sé, van a pasar sin problemas el chequeo de Colfuturo.
También recibí una cantidad impresionante de mensajes de solidaridad, consejos, contactos y varios ofrecimientos de donaciones, provenientes de personas a quienes, en su mayoría, no conozco personalmente. A todos les agradezco de corazón, conmovido y movido hasta las lágrimas por todo ese apoyo que no esperaba. Sin embargo, tentado como estoy, y necesitado hasta cierto punto, creo que lo correcto es no recibir esas donaciones. En este preciso instante, gracias a un par de trabajitos de verano que me ofreció la universidad, a dormir en los sofás de amigos y a quedarme algunas noches en el pequeño taller que la universidad me asignó para producir mi trabajo, salvándome así de pagar arriendo por este par de meses, siento que puedo sobrevivir de aquí a que las cosas se resuelvan de buen modo. Sé que, para muchas de las personas que me ofrecieron algo de dinero, donar cien o doscientos mil pesos a mi causa es un esfuerzo considerable y, en esa medida, no quisiera aprovecharme a menos que la situación se torne insoportable. Creo que los peores meses ya pasaron, creo que el tiempo de «perder la dignidad» (como parecía referirse a mi situación un ilustre galerista bogotano) pidiendo dinero y comida en la calle, quedó atrás y confiando en eso, les digo que, agradecido como estoy, no me siento en posición de aceptar sus donaciones ahora.
La generosidad de todos ustedes me ha alegrado los días pero, a gran escala, mi problema no es un problema que debería depender de la solidaridad de particulares.
Porque, insisto: el asunto no se queda ahí, en mi situación entendida como un hecho aislado. Creo que mi caso no es más que un ejemplo, ejemplar como cualquier otro entre los muchos que conocí esta semana, de un problema estructural que debería debatirse abiertamente y al que debería buscársele solución real. No para mí, ni para algunos. Solución real para todos los que están y para los que vienen.
Como comenté en alguna publicación de Facebook, creo que el problema del crédito educativo en Colombia será estratégico para generar espacios de reinserción social, si es que las negociaciones dentro del proceso de paz llevan a algún lado. ¿Qué va a pasar con los desmovilizados de la guerrilla? ¿qué va a pasar con los campesinos desplazados y con los habitantes de las enormes «zonas marginales» en las ciudades, víctimas de los abusos de todos los sectores armados? ¿A todas esas víctimas, incluidos los combatientes rasos, les van a dar un taxi o una hectárea no muy fértil en alguna zona perdida del Vichada aún no secuestrada por petroleras, ganaderos latifundistas o ingenios? ¿Bajo qué condiciones se van a generar espacios de formación para ellos? ¿La solución a todo va a correr por cuenta de los cursos de tres semanas que el SENA puede ofrecer? ¿El futuro de todas estas personas es convertirse en empacadores del Éxito, en vigilantes de asaderos de la Calera o en celadores mal pagados de edificios en la Cabrera? ¿Qué va a pasar con las posibles zonas de reserva campesina? ¿Se va a resolver el asunto enviándoles jóvenes emprendedores de las universidades privadas para que, con sus jugosos contratos, les digan qué hacer y les entreguen en la mano brillantes planes de desarrollo? ¿Quién va a contar la historia de las violencias recientes del país? ¿No tendrían ellos, las víctimas, el derecho y el deber de articular su propio relato y no uno impuesto desde la conveniencia de unas instituciones sociales –públicas y privadas– que han co-optado la academia para neutralizar su potencial político?
Esas son apenas preguntas al azar entre decenas de otras dudas que me asaltan y que me gustaría realmente compartir y discutir con alguien o, en últimas, al menos ver que se están discutiendo de manera pública.
¿Dónde están los fiadores de desmovilizados y víctimas que garanticen que quienes quieran y tengan la actitud (más que la mera aptitud) podrán ir a la universidad y formarse con el fin de incidir en el desarrollo y la producción de narrativas propias en sus comunidades? ¿Tienen ellos a quién acudir para pedir dos fiadores con finca raíz? ¿Qué estudio de crédito les van a hacer a miles de personas que jamás en su vida han tenido una cuenta bancaria, por no decir salud, ni pensiones y, en algunos casos, ni siquiera cédula de ciudadanía? ¿Va a poner el futuro congresista Luciano Marín, alias «Iván Márquez», los papeles de sus Harley para apoyar a sus antiguos subalternos en proceso de aplicación a estudios superiores? Y no me digan que para eso están las universidades públicas, ninguna gratuita ya. Porque, precisamente, creo que el país necesita enfrentar la necesidad de apertura educativa, y apertura educativa significa que la educación de los sin tierra, sin capital, sin familia y sin tradición puede y debe coincidir con los espacios de formación de las clases medias, medias-altas y altas. Un proceso de paz real exige la descompartimentación (perdón por esa palabra tan espantosa) de la sociedad y, aún más, de sus espacios educativos.
Este debate necesita dolientes. En una coyuntura en la que el presupuesto de Colciencias va a ser mutilado sin compasión por el gobierno nacional, afectando con seguridad las partidas de Colfuturo; en un momento como este en el que Icetex no ofrece un plan real y generoso de crédito educativo; viendo cómo proliferan las universidades de garaje del uribismo, del de(s)carismo, y etcétera, que es a donde van a recibir deformación ideológica, ya que es imposible decir formación profesional, los estratos dos y tres en Colombia, me pregunto por qué nadie está hablando de eso. Me pregunto por qué el movimiento estudiantil se desarticula con tanta facilidad en el país, me pregunto por qué la Ministra de Educación sigue en su cartera y, de forma sorprendente, por qué parece recibir el apoyo de los rectores de las universidades públicas. Me pregunto muchas cosas que son apenas obvias de preguntarse y que no parecen tener eco en ninguna parte.
¿Hay alguien ahí? ¿Se puede hacer algo? ¿Donde están las propuestas de los sectores progresistas en las instituciones políticas en Colombia?
Perdonarán el garciamarquismo de pacotilla, pero creo, mucho más allá de mi «dignidad» personal, que este puede ser un momento de tener que comer mierda, pero no puede seguir siendo un ritual interminable de hacerlo en silencio, cada quien poniendo a cocinar piedras por su cuenta para aparentar que la estamos pasando muy bien. Si Colombia va a seguir pretendiendo que es un país y no un enorme yacimiento de lo que ustedes quieran, o una maquila, o un gran nicho de suscriptores de canales deportivos, habría que empezar a reclamar a esas instituciones sociales que nos definen como un Estado-Nación el diseño de políticas básicas para que esa ilusión de nacionalidad no se termine de disolver en medio de la nada.
De nuevo, no me canso de agradecer a todos su generosidad, y los invito a alimentarla y ejercerla compartiendo, del modo en que les sea más propicio, este u otros debates en esta misma dirección.
Víctor, me alegran las buenas noticias que nos transmites, pero quisiera aclararte que mi comentario se refería tanto al recorte de presupuesto a Colciencias, como a la situación de desespero a la que tienen que llegar varios profesionales, que como tu, quieren continuar sus estudios en el exterior. Son varios y no es el primer caso, pues creo, muchos de nosotros sabemos o conocemos de alguien que ha pasado por situaciones y sacrificios similares, y esto es inaceptable en un país donde nuestros «padres de la patria» se roban miles de millones cada año, y se gastan 28 BILLONES DE PESOS en la guerra en que nos tienen hace ya 60 años. Lo que pasa es que tu fuiste valiente y lo diste a conocer en un medio masivo, como esfera pública, pero sucede muy a menudo en nuestro país, pero esas cosas sólo se dicen en privado, pues da como «pena» hablar de las situaciones a las que hay que llegar para estudiar, si, como bien lo dices, no provienes de una familia adinerada con las palancas y dinero necesarios para evitar estas desgracias. Hasta para pagar un arriendo de 700.000 pesos, piden dos fiadores con finca raíz, lo que se torna casi imposible de conseguir por una suma que no ameritaría pedir estas garantías tan exageradas, pero así andamos.
En cuanto a lo de perder la «dignidad», me refería a los niveles que hay que llegar para lograr sostenerse, como bien lo dijiste: «(…) pidiendo dinero y comida en la calle (…)», y sé de personas que, después de hacer esto y otras cosas similares, no aguantaron y les tocó devolverse sin lograr el objetivo de acabar sus estudios! A eso me refería Víctor, de pronto me faltaron las («), pero te pido excusas si te pareció que aludía despectivamente a tu situación, la cual, reitero, no se debería dar en un país en donde el dinero y apoyos, tendrían por ley, que priorizarse para una educación de muy buen nivel. Más aún, soy conciente de lo que le has aportado al medio artístico y cultural del país, por eso, tal vez por la rabia que da oír casos como el tuyo, muy seguramente, no me supe expresar bien.
Te deseo mucha suerte en la continuación de tus estudios, y de nuevo, te reitero que me alegra mucho la consecución de los fiadores. Y créeme que soy solidario contigo, pues sacar adelante un espacio de arte que por 25 años ha ido a cotra-corriente de las mieles del mercantilismo, y no necesariamente políticamente correcto, ni servilista, me ha costado, varias veces, hasta perder la «dignidad» y otras cosas, y lo digo sin pudor, pues así toca cuando intentas cuestionar y cambiar muchas de las prácticas y poses del frívolo y pedante status quo de nuestras élites del medio artístico, que salvó unas pocas y honrrosas excepciones, sigue siendo patético; y lo vemos hoy, aún más, en el arribismo coctelero que vemos en la supuesta bonanza del AIS (Arte Ingreso Seguro) que Colombia, pareciese, empieza a vivir – ¿pero bonanza para qué tipo de arte y/o artistas? esa es una de las preguntas que debemos hacernos, pues este tipo de «fenomenologías» tiene que ver también, con que sucedan casos como el tuyo, pues el dinero estatal para apoyo del arte, y el de ciertos coleccionistas se da, al «estilo» Davivienda, muchas de las veces.
Pero no obstante, mi estimado Víctor, me ha tocado recuperar esa «dignidad» a veces perdida, y seguir adelante, pues quiero y me gusta -para que no se interprete mal- seguir aportando en lo que me sea posible, pero, eso sí, desde la «otra» orilla, como tu también, lo has hecho; y que ojalá, logre algo positivo en pro de un cambio de «tercio», para ahí sí, merecer, de pronto, el título que me endilgas, de «ilustre» galerista.
Odio el Icetex, odio a Colfuturo, odio a los bancos, y odio cualquier cosa que se parezca a un préstamo para poder estudiar. Esa es la idea más subdesarrollada que conozco. La gente se mostró dispuesta a donarle dinero a un desconocido que está haciendo un posgrado… como si fuera caridad… Odio que la educación de un país (así como otros derechos) sea pensada para depender de la caridad… Odio profundamente la idea de tener que endeudarse para poder ser científico, artista o deportista. Así deben sentirse los travestís, obligados a prostituirse para poder ser, SER.
Odio ese modelo gringo de pensar las cosas. La educación como servicio… no es posible. Dónde están los impuestos que deberían pagar las industrias/comerciantes? Maldito neoliberalismo, maldito Santos. Yo no quiero que me presten plata para estudiar, yo quiero poder estudiar sin tener que estar pensando en la deuda que tendré que pagar hasta que mis propios hijos entren al sistema educativo. Yo no quiero que la Universidad Pública sea «para los pobres» y que los que puedan pagar, pues que paguen, la Universidad Pública es para los que quieren dedicarse a hacer un trabajo intelectual. Es el espacio que dispone la sociedad para que sus miembros piensen, produzcan conocimiento. No es un campo de entrenamiento laboral.
Un posgrado es un trabajo, no un aumentador de estatus.
Un ciudadano es más que un potencial comprador, consumidor, usuario de servicios bancarios.
No quiero que NADIE tenga acceso a un crédito para poder estudiar, porque estudiar no es un servicio!!!! Pelear por tener más acceso a crédito educativo es una lucha errada, estúpida. Es como la mujer golpeada por su pareja que pide que le peguen más pasito la próxima vez, cuando lo que debería estar pidiendo es un castigo para él. No tenemos que pedir créditos educativos, tenemos que pedir educación de calidad, un sistema decente de ciencia y tecnología, recursos para las artes, para el deporte… no por caridad, sino porque pretendemos ser una sociedad de verdad… la educación no puede ser tratada como una industria, como una tienda de barrio!
Por esos motivos, odié su carta y odié su comentario/respuesta. Porque paradójicamente con eso de «facilitar los créditos educativos» usted está defendiendo una idea de educación antidemocrática, que aumenta las desigualdades, las inequidades, la pobreza.
Espero que un día tenga plata, y que no se le vaya en deudas ridículas.
Bueno, más allá de hacer diagnósticos o pensar en la educación ideal, o mejor, mientras se cristaliza la utopía, por qué no utilizar esta y otras plataformas para compartir experiencias, o proponer proyectos para buscar apoyos. Acaso lo de Victor Albarracin no fue un crowdfunding informal?