Apreciado Elkin,
Recientemente escuché tu entrevista con Jaime Iregui en Esfera Pública sobre la Bienal de Bogotá, y quiero felicitarlos por permitir el regreso de las bienales, especialmente después de varias décadas de críticas en torno a la «bienalización«. Como bien sabes, este concepto ha señalado la proliferación de bienales en todo el mundo, considerándolas responsables de la estandarización y homogeneización del arte contemporáneo. Sin embargo, también es innegable que las bienales han tenido efectos positivos, y el desarrollo de metodologías curatoriales y de divulgación ha permitido mitigar algunos de los aspectos negativos que se asociaban a ese fenómeno.
Les deseo mucho éxito en la realización de esta nueva bienal en Bogotá.
Aunque no estoy al tanto del desarrollo reciente de las políticas culturales en la ciudad debido a mi tiempo fuera del país, sí sigo investigando los procesos de mercado y mercantilización del arte, tanto desde mi ejercicio profesional como desde mi actividad académica.
Durante la entrevista, escuché tu intención de concebir la bienal de Bogotá como un evento que se desvincula de las tendencias comerciales del mercado de arte, lo que mencionaste al referirte a cómo a los artistas colombianos se les comisionarán obra nueva, sin que esta pase por galerías o ferias, ni dependa de la lógica del mercado.
Entiendo que esto garantiza una «autonomía» para los artistas, permitiéndoles crear con más libertad y sin las presiones económicas que a menudo condicionan su trabajo en otros contextos.
Si no he entendido mal, la comisión de las obras estaría garantizando lo que algunos considerarían la autonomía del arte dentro del formato bienal. Sin embargo, me gustaría abrir un espacio para el diálogo y compartir algunas reflexiones. Creo que, aunque la bienal busca ofrecer esa libertad, también genera efectos sobre la lógica del mercado de arte, y que la comisión de obra, aunque fundamental para la realización del evento, tiene implicaciones más allá de la deseada «autonomía» del artista.
La sociología del arte y los estudios sobre el mercado del arte han señalado desde hace tiempo dos categorías que expresan el valor de una obra: el «valor simbólico» o «valor cultural», y el «valor comercial». Sabemos que el «valor simbólico» de una obra se incrementa en la medida en que el artista o su obra circula en contextos expositivos de alto perfil, como una bienal o una retrospectiva en un museo. De manera similar, en el cruce entre el mercado comercial del arte y sus otras esferas del arte, los artistas que participan en ferias de arte adquieren junto a su valor comercial un «valor cultural» al ser seleccionados en curadurías de las secciones especiales, recibir premios, o ser adquiridos por los comités de compras de los museos durante el evento.
Es cierto que la relación entre estos valores no siempre es directa. Piezas con alto valor simbólico no necesariamente se traducen en éxito comercial. Sin embargo, bienales como la de Venecia han demostrado ser motores poderosos para la comercialización de los artistas. Las galerías, los marchantes de arte y los consultores, reconocen las bienales como una oportunidad para hacer crecer su influencia, incluso cuando la obra comisionada no haya sido pensada para el mercado.
Por otro lado, las bienales nacientes, como la de Bogotá, pueden ser una gran oportunidad para coleccionistas locales que han logrado acceder a mercados internacionales. Si estos coleccionistas poseen obras de artistas invitados a la bienal, sus colecciones se valoran como «sofisticadas» o «de vanguardia», y la obra se revaloriza dentro del mercado regional. Artistas internacionales conocen bien las agendas que deben cumplir en diversas ciudades del mundo, cuando junto al programa oficial del evento, asisten a las casas de sus coleccionistas para las cenas o fiestas en su honor.
Durante tu entrevista no mencionaste si las obras de los artistas internacionales también serán comisionadas. Creo que es un punto clave. Algunos de los artistas invitados pertenecen a galerías con millonarios ingresos anuales, como David Zwirner, Perrotin, o Esther Schipper, entre otras. Para estas galerías, participar en una bienal no solo es una forma de apoyar a los artistas, sino también de hacerse conocer en un mercado regional al que quizás no habían accedido antes. En algunos casos, el costo de apoyar la producción de las obras para la bienal, incluso en términos de transporte y otros gastos, puede ser más económico y efectivo que invertir en un espacio en una feria local.
Entiendo que las comisiones son herramientas clave para incentivar la producción artística en una región, y en ese sentido, la bienal ofrece una gran oportunidad. Sin embargo, no creo que esa «autonomía» del artista se mantenga por completo, ya que las dinámicas del mercado de arte, aunque no siempre directas, siguen influyendo. El arte y el mercado no son dos sistemas separados; son relaciones complejas que se interrelacionan de diversas formas. En muchos casos, los mismos artistas buscan producir obras que tienen éxito en el mercado, y los galeristas, a veces, les piden que repitan obras con alto valor comercial. Otros galeristas pueden vender todo: incluso dos latas de cervezas vacías, parafraseando la historia de Jasper Johns sobre Leo Castelli.
No estoy completamente al tanto de cómo ha cambiado la escena del arte contemporáneo en Bogotá debido al auge comercial del arte colombiano en los últimos años. Sin embargo, soy consciente de que, a nivel global, el mercado de arte está experimentando una desaceleración en varias regiones, lo que ha alterado las dinámicas de presión comercial. Este cambio no significa que las condiciones económicas hayan desaparecido, por lo que el reto sigue siendo comprender cómo funcionan estas dinámicas dentro del sistema del arte, permitiendo que se hable abiertamente sobre ellas y fomentando mecanismos de transparencia.
En este sentido, el reto de una bienal no es simplemente desvincularse del mercado o del arte comercial, sino crear un evento que sea transparente con la comunidad artística local. Esta comunidad, como sabemos, está constantemente afectada por recortes presupuestales y precarización. ¿Qué pasará con las obras comisionadas una vez que termine la bienal? ¿Se agregarán a una colección pública de la Secretaría de Cultura? ¿Se compartirán los datos sobre las comisiones, salarios y costos asociados? Estoy seguro de que el equipo curatorial está pensando en estos temas, pero creo que es importante ponerlas sobre la mesa para fortalecer el proceso y contribuir al desarrollo de la escena artística de Colombia y Latinoamérica.
Te agradezco mucho por la oportunidad de compartir estas reflexiones, y espero que podamos continuar el diálogo en torno a estos temas. Sin duda, hay una gran oportunidad para fomentar nuevas aproximaciones al sistema del arte si entendemos de manera crítica cómo funciona el mercado del arte y cómo estos procesos de creación de valor se reflejan en eventos como la Bienal de Bogotá.
Un cordial saludo,
Jorge Sanguino