cantar de los cantares


Proyección de El mundo no escuchará. Cinemateca La Tertulia – Cali. Noviembre 20 de 2008. Registro hecho por Andrés Matute

Cantar de los cantares

“ To imagine a language is to imagine a form of life. It’s what we do and who we are what gives meaning to our words. I can’t understand a lion’s language because I don’t know what his world is like. How can I know a world a lion inhabits?”

Dicho por (el personaje de) Wittgenstein en la película con el mismo nombre dirigida por Derek Jarman.

Pensando en cuestiones neurálgicas del 41 Salón Nacional de Artistas como: ¿qué significa nacional, qué rol juega y cómo se justifica la presencia de la obra de cada invitado internacional (y nacional) en este contexto, cómo se articulan los trabajos de participantes foráneos con los de artistas locales, cómo quedan representadas las regiones?… se me ocurre que la pieza El mundo no escuchará, de Phil Collins, puede ser un caso para mirar con detenimiento.

La presencia de esta pieza hecha en 2004 en Bogotá por un artista inglés, hace pocos días invitado a presentarla públicamente en la cinemateca del Museo La Tertulia en el marco del 7mo Festival de Performance (evento en alianza con el salón), se justifica claramente por la sutileza de los detalles que pueden leerse en ella en torno a cuestiones de identidad, localidad, globalidad y primacía.

El mundo no escuchará es un compendio de dieciséis videos en los que ciudadanos colombianos interpretan canciones de los Smiths. Collins, residente por aquel entonces en el espacio La Rebeca, convocó a personas por diversos medios para cantar canciones de la banda inglesa y ser grabados en video. Previamente Collins había conseguido, a partir de relaciones desarrolladas durante su estadía en Bogotá, que varios músicos locales interpretaran –con hilarante perfección- todas las pistas del disco The world won’t listen, un compilado de éxitos de la banda que alcanzó segundo lugar en listas en Inglaterra en 1987, año de separación de los Smiths.

Lo primero que impacta cuando empiezan a proyectarse las canciones de la pieza de Collins es la diáfana calidad visual y sonora de videos hechos con una iluminación simple, donde el o la cantante aparecen en primer plano delante de un fondo, unas veces con un afiche gigante de un paisaje mediterráneo y otras con palmeras en un atardecer anaranjado.

Las personas tienen distintas actitudes frente a la cámara. En algunas es más claro un ánimo exhibicionista que en otras, pero el conjunto de gente es atravesado por el denominador común de haber querido tomar parte en tal empresa, por motivación propia. Todas esas personas sin excepción se ven preciosas, en la potencia de la sencilla nitidez de la imagen y de la candidez de querer pararse en plan de aficionado frente a una cámara a cantar algo salido del alma. Preciosas por la delicadeza de ser humanos regalando de sí a una audiencia desconocida, en la conturbada espontaneidad de un momento más o menos “televisivo”. Vale recordar que mucho del trabajo de Collins está vinculado con la televisión como fenómeno social.

Los fondos de los videos, no se si lo habrá planeado así el artista, remiten a espacios divinos, en el sentido literal de la palabra. Por un lado, el paisaje mediterráneo podría corresponder perfectamente a Grecia. Cerca al pie del Olimpo crecen cipreses así, espigados, símbolos de la inmortalidad. Por otro lado, la palmera en el atardecer es una imagen cliché de paraíso tropical. Así, cuando algún o alguna intérprete enajenado de su conciencia cantaba y gesticulaba en una especie de éxtasis, podía pensarse que lo que se veía en la pantalla desde una silla en la oscuridad, no era la imagen de un conocido o de un humano cualquiera, sino la de alguien que en su trance por un instante era, en la realización de su dicha, algo así como una diosa o un dios en un ámbito exento de tiempo y espacio real. Esta sensación de preciosidad se magnificaba, cuando en contraste, la humanidad de los cantantes se revelaba en un desentono, en el escape de un acento, en una mueca, en una risa, en la asimetría con ciertos cánones de perfección corporal.

Un conjunto de personas predominantemente blancas (con respecto a cánones de este país) y bogotanas, cantando los Smiths con sentimiento, evidencia el alcance de los aparatos de difusión de ese tipo de producto cultural, al punto de haberse vuelto significativo en procesos de constitución de sujetos en coordenadas lejanas a Inglaterra. Desarrollar un gusto por los Smiths en el contexto local es un mecanismo de distinción, bastante comprensible como dispositivo de independencia. A más de uno pudo haberle servido para autoexiliarse del paseo familiar con cuarteto aficionado de cuerdas incluido, y trocar el tarareo en grupo de El camino de la vida por una tarde urbana con The queen is dead a todo volumen.

Cómo se ve esa pieza en Cali? Es extraño y obviamente depende de quien la vea. Para empezar, puede inferirse en la mayoría de casos de los intérpretes, a partir de su fenotipo, que son colombianos (o latinos). Incluso el equívoco de que uno o dos de los intérpretes parezcan anglosajones, aumenta la dimensión del trabajo, porque indirectamente se señalan procesos de mestizaje. Por otro lado, para quien no conozca los Smiths, habrá un proceso de exclusión, pues se destaja la posibilidad de empatía o apatía con un grupo icónico post punk inglés de los 80s, con el vibrante contenido de las letras. Igualmente, si el espectador no habla inglés, no podrá hacer asociaciones entre el intérprete elegido para cada canción y el contenido de la misma, es decir, no habrá reverberación por ejemplo, cuando se cruza la nostalgia de volver a oír A light that never goes out mientras se ve a un bebé sostenido en brazos por dos mujeres jóvenes sonrientes. En fin, queda sobre el tapete el hecho de que posiblemente el gusto por los Smiths en el contexto local, correspondería únicamente a un segmento dentro una clase social (y económica?) con algunos rasgos en común, que es nada más una parte minúscula del panorama socio económico cultural colombiano y, obviamente, solo representa a ese segmento.

Cómo se verá esa pieza en Manchester o en Londres? Será que algún ciudadano inglés sentirá orgullo por ver a gente de otras coordenadas culturales cantar al son de una música producida en el Reino Unido? Debe ser raro… El mundo no escuchará podrá apreciarse como una evidencia del éxito de procesos de colonización? O ese pensamiento es una simplificación tosca y más bien debería hablarse de pluriculturalidad (o la hibridación de Canclini) en sujetos pertenecientes a contextos con múltiples influencias culturales? La palabra colonización resulta escasa porque no provee matices. Mejor hablar de primacía. Supuestamente vivimos en un mundo sin fronteras para muchas cosas (propongo hacer una encuesta de visas para Inglaterra entre los lectores), en el que las identidades de grupos humanos no necesariamente obedecen a espacios físicos y con el Internet de ahora se redondea la noción aldea global; pero habría que pensar acerca de cuáles productos culturales tienen primacía sobre otros y a qué obedece la primacía de esos productos. Qué es lo apetecible, lo respetable, lo chévere, lo cool, lo que manda la parada, según quien y dónde? La afiliación a qué productos culturales le permite al sujeto circular con mayor o menor facilidad en un mundo globalizado (o en pequeñas esferas del mundo)?

Es precario abogar por una supuesta pureza cultural que está siendo colonizada, como si existiera una colombianeidad estática, que pierde a favor de la primacía de productos culturales surgidos de coordenadas ajenas. No, ese no es el problema. El problema es de negociación. Siempre estamos negociando, especialmente en los procesos de constitución de identidad. Unas cosas tienen alto valor y otras bajo, pero todas están inscritas en coordenadas determinadas. Qué regula el valor, tanto simbólico como económico, de los productos culturales? Burdamente, se puede decir que la regulación del valor es dada por la demanda por el producto y por la noción general dentro de un grupo de que tal producto es valioso. La demanda se regula a partir de las nociones dominantes de lo que es mejor, más chévere, de lo que puede representar al sujeto como mayor poseedor de poder, de potencia, de gracia, inclusive si el sujeto quiere ser rebelde o alternativo.

Hasta hace poco, había un programa de televisión en cable que mostraba a gente del común en Estados Unidos practicándose cirugías faciales para parecerse a celebridades, por decir algo, a Britney Spears. Verse como Britney, en algún momento, para alguna gente pudo ser importante y posiblemente se hacía en busca de una presentación física que sirva para facilitar las cosas. Con un físico atractivo según cánones dominantes, con una gesticulación atractiva, muchas puertas se abren para trabajos, para relaciones personales. Para obtener un trabajo en muchas altas compañías colombianas es más útil parecerse a Beckham que a Higuita (con cambio extremo y todo). Pero esto no implica una satanización de quien quiera parecerse a Bechkam, ni mucho menos que se pueda hacer un juicio sobre si un colombiano canta o no los Smiths. Todos sin excepción –unos más mamertos y otros con más malicia- regulamos nuestros procesos de construcción de sujeto, conciente o inconscientemente, para negociar con el resto del mundo con una estrategia propia.

A propósito de valores, por qué no analizar a qué se debe que un lote de obras de Damien Hirst llegue a valer 470.000’000.000 millones de pesos, o un cuadro de Lucian Freud 70.500’000.000 millones? Ese valor en parte, se define por la significación que tiene el artista en la historia del arte (hegemónica). Pero significación para quien? Por qué nadie nacido en Colombia llega siquiera a pisar los talones de esa gente? Fácil, porque lo que sale de estas coordenadas tiene poco valor simbólico para contextos “dominantes”. El caso de Hirst es sintomático: Occidente (y uno que otro jeque árabe ostentando ante los blancos) paga precios inconcebibles por una obra cuyo trasfondo general es un lamento del ser humano occidental ante la imposibilidad de ser inmortal. Da risa nerviosa lo patético de la adoración explícita al becerro de oro: Occidente, expiando su imposibilidad de pensar en la muerte y asimilarla, produce más dinero y sigue edificando.

Un contexto dominante tiene una economía de mucha (casi infinita) mayor envergadura a la local, por tanto, tal contexto tiene muchísimas más posibilidades de manejar medios de producción y por lo mismo, muchísimas más oportunidades de ejercer influencia a nivel mundial (por medio de producción de películas, música, conciertos, eventos, bienales, desarrollo de tecnologías, estudios científicos, pago a personas para que lleven a cabo amplia producción intelectual, para que vengan y vayan a encuentros de arte (así cobren precio de estrellas), para que se hagan publicaciones, por poner algunos ejemplos bobos). Ya lo dijo Javier Salazar en el conversatorio del Festival de Performance: “no hay manera de que este planeta aguante el desarrollo que sería necesario para que las economías de nuestros países (él es peruano), lleguen al nivel de las del primer mundo”. O sea, nunca vamos a poder negociar de igual a igual, al menos en términos de capital económico, lo cual repercute en la negociación con capital simbólico.

Finalmente, quien y cómo compite con quinientos mil millones de pesos, no quinientos, quinientos mil si señor, hechos por un solo tipo (inglés además) de un tacazo al subastar sus obras de arte en Londres? No logro imaginar ese mundo y aunque hablo inglés y podría cantar los Smiths con añoranza, no entiendo bien el mundo en el que ese hombre habita.

Andrés Matute

Dick my fuck you, en el FU 2008 (Festival Urbano de Artes Visuales y Vivas en Bogotá)

Registro hecho por Andrés Matute

 

4 comentarios

Saludos cordiales.

Sinceramente no comprendo la cuestión de The Smiths con Bogotá, con ese contexto… (bueno, a parte de que Bogotá se parece a Londres cuando llueve). Escuché a este grupo por primera vez como en 1987 mientras hacía tareas en la casa de una amiga después del colegio. Me encantaba y me aprendí las letras de memoria. Ahora hace unos años vi a Morrissey en concierto y estaba bastante pasado de kilos; su música afortunadamente igual de buena. Muchas rosas rojas en el escenario, todo un lamento queer sofisticado y nostálgico.

Si lo que se quiere es trazar una diferencia de clases y de género con el «performance», lo lograron. Una vez mas en la ruta hacia el pestigio es bueno darle en el gusto a los curadores, ¿o no? Lo que no alcanzo a ver es el sentido crítico de esto. Para mí es algo elitista. Una vez mas, el arte contemporáneo (si es que se puede llamar arte a esto) en su irreverencia contra el establishment hace lo que quiere y lo llama «arte»-.

No me parece divertido. Para mi esto no es humor.

Es mas bien una pose, un amaneramiento de la forma. Un simulacro.

Luisa en Bogotá.

Como Andrés Matute, me pregunto si las curadurías de arte no son un buen termómetro para estudiar la estructura psicológica de una sociedad que parece repetir, en su interior, formas antiguas de colonización cultural.

Ejemplo: “Vive in”.

No creo que sea productivo llegar desde una metrópoli a provincia buscando mostrar artistas internacionales (cuyo estrellato siempre está en duda) y además con la intención de definir quién en esa región se ajusta a los parámetros de lo que se considera como contemporáneo y quién no.

El estudio de la identidad cultural, de ese campo del negociaciones del que habla A. Matute, tal vez deba hacerse teniendo en cuenta cuáles son las posiciones que toman los pensadores en arte en búsqueda del desarrollo de la sociedad.

Que puede haber desarrollo claro que sí.

Hay que ser muy prudente en estos temas, pero no se puede pretender haber saldado cuestiones de identidad cultural sin revisar constantemente una historia que se nos escapa y que nos atraviesa a todos los que nacimos en un mismo territorio cultural.

El afán de contemporaneidad olvida que los que pertenecen a una misma cultura están marcados por imaginarios colectivos profundamente enraizados y muchas veces inconscientes. El análisis profundo de la psicología colectiva de nuestra cultura en relación con la producción artística debería tener en cuenta el carácter receptivo y dócil de la sociedad colombiana frente a lo extranjero desde la colonia hasta nuestros días.

Hace unas décadas había en el arte colombiano un interés por la identidad cultural y nacional. ¿retrocedimos al periodo feudal al desinteresarnos en ello?

La globalización homogeniza y a muchos de las clases favorecidas no les deja ver que sí existe una cultura colombiana. Y sobre ella sería importante revisar por ejemplo los alcances, las repercusiones y las modificaciones culturales implicadas en la enorme cantidad de grupos de rock colombiano que en Bogotá ahora les ha dado por cantar en inglés.

«No me parece divertido. Para mi esto no es humor.»

Para el artista tampoco. No se trata de eso. Ni de representar una globalización homogenizadora. Si el trabajo fuera tan simple, sería muy aburrido….