La guerra ha sido motivo de denuncia a lo largo de la Historia del Arte, pero ¿es posible que el cubismo se hubiera probado en los campos de batalla y encima funcionara con éxito? Sí, gracias al camuflaje.La Primera Guerra Mundial fue el momento en el que las técnicas de camuflaje bélico experimentaron su primer desarrollo. En aquellos días, británicos y americanos comprendieron la amenaza que suponían los nuevos submarinos alemanes, los U-Boot.
Sin defensas efectivas y desmoralizados, los aliados encontraron una solución: los exploradores aéreos y la fotografía. Estos posibilitaron la creación de divisiones especiales para evolucionar el arte del camuflaje en los días en que no existía el radar. Los franceses fueron los pioneros al contratar a artistas para crear métodos que disimulasen la presencia y acción de sus tropas, así como de equipos y otros objetos de destrucción. La mayoría de los intentos fracasó, pero la idea se perfeccionó y durante años pasar desapercibido ante el enemigo fue el objetivo de pintores, ingenieros, artesanos y escultores.
Engaño cubista
Según relata Maite Méndez Baiges en su libro Camuflaje (Editorial Siruela), el arte del disfraz, de lo irreconocible y lo imperceptible, de la ocultación y del maquillaje, encontró su máxima expresión en el Dazzle Painting o Razzle Dazzle, una técnica pictórica aplicada desde los diseños cubistas -el arte del momento- para romper las líneas de los barcos en el mar.
Detrás de todo se encontraba el oficial, artista e inventor de la pintura Dazzle, Norman Wilkinson. Según escribió en su diario del 27 de abril de 1917, tuvo la idea de camuflar los barcos poniéndose en el lugar del observador, imaginándose al enemigo delante del camuflaje: «Cuando volvía a Davenport temprano por la mañana, tuve de repente la idea de que, como era imposible pintar un barco de forma que no lo avistara un submarino, había que hacer precisamente lo contrario, es decir, pintarlo no para lograr su baja visibilidad, sino de modo que rompiera su forma y confundiese al oficial del submarino enemigo».
El fondo contra el que se ve un objeto es lo que dicta el tipo de camuflaje que se requiere. Así lo pensó Wilkinson, que ante la imposibilidad de lograr la invisibilidad de los barcos, su objetivo fue disfrazarlos. Camuflaje por confusión, no por mimetismo.
Un mar de dudas
¿Cómo funcionaba el engaño? En las batallas, los barcos viran en diferentes direcciones y el enemigo necesita saber en qué posición y a qué velocidad se mueve la nave en el momento de disparar. La pintura dazzle consiguió disimular mediante efecto óptico dónde se encontraba la cabecera del barco, impidiendo reconocer el ángulo de dirección y su velocidad exacta gracias a las figuras que lo adornan. Cuestión de perspectiva.
¿Era eficaz? Los ejércitos británicos y americanos nunca lo tuvieron claro. Los estadounidenses disentían de la opinión de que el dazzle fuera efectivo, pero aún así fue habitual ver a estos barcos hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Wilkinson decía que el objetivo era ganar tiempo para lograr una posición mejor. Además, el colorido animaba la moral de las tropas.
En su libro, Méndez también analiza la presencia del camuflaje en el Arte Pop, en los vehículos y la moda. A parte de los barcos, el camuflaje también impregnó a uniformes y aviones, que darían paso al conocido diseño del traje militarizado, con franjas de formas irregulares y colores verdes, castaños, amarillo ocre y negro, aunque les costó aceptar tanta creatividad.