“Yo me considero sacerdote hasta la eternidad”. Camilo Torres
“Las exigencias de conformismo pueden crear, en un país subdesarrollado, una movilidad social material, pero no sociocultural. En otras palabras, puede ser que un individuo de clase media baja, llegue a ser arzobispo o cardenal. Sin embargo, es fácil que solamente se le tolere en ese cargo a costa de conformismo absoluto con los valores de la minoría dominante. Es entonces cuando el canal eclesiástico de ascenso social resulta ser más material que sociocultural. Esto se agrava en aquellos países en los cuales tiene una injerencia formal e informal el poder político sobre el nombramiento de los obispos y sobre la Pastoral general de la iglesia”. Camilo Torres, Sociología rural, 1964, p. 18.
“El hombre es la vida. ¿Qué es la vida? El amor de Dios entre los hombres, el ejercicio de amor entre ellos mismos. El ejercicio de amor, es decir, VIDA, que va tomando entre los hombres diferentes modalidades. Ese amor a los hombres dentro de nosotros mismos se modaliza de acuerdo con la técnica, con la coyuntura histórica, con la sociedad en que vivimos.” Camilo Torres, C.N.P. Reporter, N.10, septiembre 1965, p 16.
“En las comunidades afectadas por la violencia, las interacciones sociales comienzan a basarse más en las funciones de las personas que en la persona misma. La solidaridad de grupo comienza a ser más orgánica que mecánica, es decir, más basada en la complementariedad de los roles diversos que en la homogeneidad de éstos. Las relaciones sociales comienzan a basarse más en la razón que en la tradición y el sentimiento. La conducta deja de ser tradicional y espontánea y pasa a ser crítica e impersonal. La “comunidad” se transforma en “sociedad”. Podríamos decir que nuestra sociedad rural afectada por la violencia comienza a urbanizarse en sentido sociológico, en el sentido de que comienza adquirir un comportamiento urbano.
Este proceso de urbanización se realiza exclusivamente por la aparición de actividades terciarias (servicios personales, comercio, transporte, servicios bélicos, etc.) Sin ninguna conexión con la actividad secundaria de industrialización.
Los efectos socioeconómicos son evidentes. El modo de vida urbano implica una actitud racional, antitradicional respecto del cambio social, sin embargo en este caso esta actividad no va acompañada de una industrialización que permita elevar los niveles de vida, en una palabra podemos decir que en la sociedad afectada por la violencia tenemos las actitudes urbanas sin los instrumentos propios de una sociedad urbana.» Camilo Torres, La violencia y los cambios sociales, 1963, Archivo Chile, Ceme, Centros de estudios Miguel Enríquez
Encontrar el cuerpo de Camilo
¿Podremos recuperar su cuerpo? ¿Podremos acaso algún día poner fin a ese vacío, a esa nada? Tanta desposesión. Necesito tomar distancia para escribir sobre estas palabras. Sobre ese silencio de sí en que se ha dejado a Camilo. Sobre este vacío que se ha suspendido sobre su memoria, sobre la posibilidad de conmemorar de manera cierta su memoria. Sin su memoria tampoco me será dado hablar sobre nada. Entonces tomo distancia. La distancia de esta separación en el tiempo y en el espacio, a punto de conmemorarse otro año de su desaparición. De su desaparición forzada. Su duelo interminablemente pospuesto.
Camilo Torres ha desaparecido.
Has desaparecido a nosotros. A ese espacio del nosotros que yo ocupo, que yo intento ocupar con estas palabras. En espera de alguna noticia. Tu partida, tan inesperada como verdadera. Porque no podría haber sido de otro modo.
Te subiste a un taxi.
Y desapareciste.
Quizá saliste muy de mañana. Ningún equipaje, tan sólo el ansia. La certeza de que nada diferente podría haberse hecho.
También yo he salido temprano rumbo a Chiquinquirá. Estamos equidistantes en el tiempo y en el espacio. Cerca Lejos. De la muerte inminente. De la desaparición.
Veintiséis años han pasado desde que vi por última vez a Álvaro Rodríguez. Me son inciertas las circunstancias de nuestro último encuentro. En ese entonces yo estudiaba Literatura en la Universidad Javeriana.
El cielo está despejado. Unos cuantos ciclistas a través de mi ventana. Y la carretera. De domingo. Y la música. Música por radio por los caminos de Colombia. Reconozco las letras. Viejas canciones que me remontan en el tiempo. Allá lejos en la tierra caliente de mi infancia, cuando la distancia de una carretera me separaba de mis padres. De mi saberme hija. En la lejanía de la tierra de la orfandad.
Debiste subirte al taxi con esa certeza. La de la partida. Afuera estás detrás del vidrio despidiendo al amigo. Tras el vidrio él te ve alejándote. Ve la mano en el vidrio diciendo Adios. Certeza de la separación definitiva. El taxi. La despedida.
La sotana reposa en el armario. Esta sotana de domingo para el ofertorio de las almas.
¿Se puede escribir de otra manera? Podría retraerme hasta el desierto de la escritura y describir escuetamente tu deceso. La consabida historia que año tras año llega impregnada de tinta periodística.
Abandonas la sotana, el vestido sacrificial, un domingo. Este domingo. Imagino que tu partida fue un domingo. Necesito que así sea para conmemorar ese rito. Esa ceremonia incompleta de tu partida.
Sin cuerpo.
Sin sotana.
Necesito esta distancia hacia Chiquinquirá. Para poder decirlo. Decirlo en mi libreta de anotaciones. Afuera el paisaje haciendo distancia. Precipitándose a la nada.
Y te adentraste en el monte. Hacia la clandestinidad. Lo demás son conjeturas.
Algún día emprendiste un viaje semejante. Casi una huida hacia lo que llamamos Dios.
Apenas pronunciable para no generar un escándalo. Maleta en mano escapaste a la Estación de La Sabana. También de mañana.
Fue en un viaje a Los Llanos cuando te descubriste converso. Esa vastedad de horizonte. Te llamó la urgencia. A tu vocación de partir.
¿Cómo llamarla?
Amor completo.
Después la llamarías Amor eficaz.
También otro amigo te acompañó para verte partir en el tren hacia Chiquinquirá. El viaje hacia el Monasterio. Regalaste tus libros. Los objetos. Tu vida toda era ahora una pequeña maleta. Y el ansia de otra vida. Esta vez te retuvo tu madre. Pero sólo momentáneamente.
Finalmente pudiste partir.
Esta distancia me trae la certeza de tu desaparición. Hoy domingo. Mañana será otra vez la conmemoración, de esa otra partida, cuando anunciaron tu muerte.
Necesito esta distancia de la Poesía.
En la radio del bus, Jorge Velosa. (Vaya coincidencia). Acabo de hacer el transbordo hacia Zipaquirá. Entonces escucho esa voz inconfundible, esa voz que intenta una voz campesina hoy extinta, a pesar del esfuerzo de inflexión. Ha desaparecido también, el campo, su voz ancestral. El bus arranca y pierdo el hilo del relato. Me llega apenas la cadencia. La carranga se ha hecho historia. Se ha hecho entrevista. Este programa de radio de domingo. Cuando ahora se realiza toda esta rememoración de lo que debió ser un acontecimiento. El radio, el estertor entrecortado de una anécdota. Y esta voz entusiasta. De la celebración. De lo que se cree el reconocimiento del mundo campesino. Apenas un calco de una voz que intenta ser ella misma.
Necesitar esta distancia para volver sobre tus pasos. Pienso en Althusser separándose para poder contemplar la Obra. Para hacerse al acontecimiento que la obra significa como develación en esa distancia. Pienso en Brecht y su idea del distanciamiento impidiendo cualquier ilusión de identificación del público. También hablabas de esa distancia, de encontrar el mensaje de una Pastoral no enajenada por una emocionalidad enceguecedora y parcial.
Acabamos de hacer una parada en Susa, Cundinamarca. Recién dejamos las tierras de Boyacá. Por estas rutas el viaje a Zipaquirá es más directo. Chiquinquirá, Arcabuco, Susa. Pueblos que van metamorfoseándose en barriadas urbanas. Y la radio con el suceso cultural de la Carranga. Me llega el pensamiento irremediable, todo Arte Vivo tarde o temprano está destinado a la liquidación. Destinado a servir. Acaban de apagar la radio. Se extingue la noticia. Ahora suena otra emisora. Fugaz pasar.
Atravesamos Ubaté y me dirijo hacia tus palabras, Álvaro. Necesitados de Poesía.
Se van confundiendo las voces. Las alusiones a esa segunda persona. Cada vez más imposible en la conversación. ¿Me escuchas? Por la ventana diviso un barrio multicolor. Casas de colores para pintar la miseria; en Villa de Leyva en cambio, el blanco uniformado señorial. Un eco de la Colonia. Una necesidad de preservar ese estilo colonial. De preservar la memoria de estos muros blanqueados a perpetuidad.
Estoy cerca de Zipaquirá. Cerca de encontrar alivio en el Poema.
La sotana de camilo como objeto mágico. Dimisión de la sotana, dimisión del cuerpo mágico, dimisión del cuerpo político
“La decisión del Padre Camilo Torres de retirarse del sacerdocio, a más de indicar un gran convencimiento ideológico y una máxima fidelidad a sus creencias, dará ocasión para auscultar la sicología popular en uno de los puntos más débiles de los colombianos. Es el referente a la capacidad de convicción y atracción que poseen los rasgos externos de las personas. Habrá que ver si las plataformas políticas, las entrevistas, las polémicas epistolares, la aparición en primera página de la prensa nacional, el tema de turno de debate, fueron un fenómeno provocado por el hábito, o por el monje”. El tiempo, junio 27 de 1965
Habría una diferencia entre magia y religión, dice Camilo. La magia se ocuparía del detalle, los sucesos nimios que acompañan el diario vivir y que buscan con premura ser atendidos de inmediato, buscando que alguna acción súbita logre alivianarlos; la religión, en cambio, se dirigiría a lo fundamental, a los grandes problemas de la vida humana, a las grandes preguntas que pueden responderse a lo largo de la existencia. Magia y religión, responderían a dos maneras de encuadrar esa pregunta, la pregunta por la vida, la pregunta por su sentido y destino. La una tendiente a interrogarse sobre la posibilidad de un ser superior, y la otra en procura de un hecho inmediato que venga en nuestro auxilio. Pero las dos convergen en una búsqueda incesante de una cierta eficacia que pueda llenar esa ansia de respuesta.
Y es esa eficacia en la que Camilo comienza a orientar su Pastoral y su evangelio, porque se trataría de encaminar esa iglesia en su sentido de verdadero amor y caridad, de ese ágape que llevaría al cristiano a querer esa eficacia de su amor, que significa la liberación de toda servidumbre y la completa realización de ese ser, no sólo como ser espiritual, sino como un ser todo, como un ser social.
La sotana, originalmente tenida como un sencillo vestido de calle en la edad media, devino paradójicamente en objeto de culto, en ese vestido especial que impregna al sacerdote de un halo de misticismo y de fervor, y que en cierto modo, lo aleja de sus fieles, para acercarlo desde una cierta inmaterialidad y sacralidad. Para Camilo era inquietante la influencia que ese vestido podría tener entre los fieles, en tanto en ellos, en el ámbito colombiano y latinoamericano había reconocido conjeturalmente una influencia muy grande de la magia en la religión, influencia que vendría en detrimento de la verdadera eficacia de la Pastoral. Y así se pregunta si el sacerdote no sería considerado como un brujo, esa es la expresión que usa, como una especie de prestidigitador.
El tema de la supresión de la sotana tendría un impacto en la cercanía o distancia con los fieles, reflexiona Camilo, pero en atención a ese elemento mágico presente en la iglesia colombiana, el impacto de la sotana sería un elemento a considerar en ese análisis científico de la realidad colombiana que era imperativo comenzar a realizar dentro de la iglesia misma, como parte de su magisterio y apostolado. Para Camilo este elemento mágico interfería con la religión y habría sido necesario someterlo a ese análisis científico radical. Con el tiempo la sotana de Camilo se transformaría en un objeto equívoco, susceptible de innumerables lecturas e interpretaciones.
La dimisión de la sotana, en su caso, se convirtió más tarde en un asunto crucial en el sentido en que la sotana interfería con el tipo de acción que había decidido emprender. La acción revolucionaria. Por eso pide a la curia poder dimitir como sacerdote. Haciendo un sacrificio de algo muy valioso para su sacerdocio que era el culto externo de la iglesia. Camilo se da cuenta que la iglesia católica colombiana debe pasar a una fase científica para vivir un verdadero cristianismo, en rechazo de esa consuetudinaria creación de ídolos en que ve convertida la iglesia y que considera como un factor determinante en la atomización del verdadero mensaje cristiano, al que ve transformarse únicamente en un culto a la divinidad, sostenido casi siempre en factores sacratistas o materialistas divinizados , haciendo de la caridad y del amor, no un verdadero amor al prójimo, un amor eficaz, sino un sentimiento, una actitud puramente emocional y ritual sin ninguna repercusión en la vida social. Dejar el hábito era necesario quizá, en aras de la construcción de ese hombre total que persigue el verdadero cristianismo.
La dimisión de la función sacerdotal requerida por Camilo para poder llevar a cabo las condiciones que harían posible en un futuro, si se cumplía la revolución, hacer más auténtico ese culto, fueron precedidas por una constante desaprobación de parte de la curia y del gobierno, quienes buscaban su dimisión y habían encontrado paradójicamente en el hábito de Camilo un poderoso símbolo de cohesión de sus seguidores que era necesario menoscabar.
“Las actividades del padre Camilo Torres son incompatibles con su carácter sacerdotal y con el mismo hábito eclesiástico que viste. Puede suceder que estas dos circunstancias induzcan a algunos católicos a seguir las erróneas y perniciosas doctrinas que el padre Torres propone en sus programas.” L. Cardenal Concha, Arzobispo de Bogotá, junio 18 de 1965
El cuerpo de camilo como desaparición del cuerpo político de Colombia
Tendrían el cuerpo, tendrían el espacio político, tendrían la posibilidad del encuentro en ese espacio, en esa promesa de lugar, de nación, de Frente unido. Sin su cuerpo, no habría siquiera reunión, sino desconcierto ante un vacío real. Orfandad. Desposeimiento.
Habría que preguntarse qué es el espacio de lo político. Para darse cuenta, para entender que el espacio político es el espacio en que es posible la vida social, una vida que se hace manifiesta en la historia, que se encarna como hecho real. (Cf. “Khora, Jacques Derrida)
Podríamos pensar que el espacio político se ha encarnado en la figura de un hombre, se ha encarnado en su cuerpo, y que en ausencia de ese cuerpo, en la absoluta desaparición de ese cuerpo tendríamos un espacio que hace imposible siquiera, la posibilidad de representar ese espacio político.
Pero también sería necesario recordar esas marchas y manifestaciones que involucraron a Camilo, para darse cuenta, no sólo de ese espacio, de la posibilidad de ese espacio encarnado, sino además entrever cómo a su paso, al paso de sus ideas, de su acción y de su representación, de lo que se trataba era de la cristalización en un nombre y en un cuerpo, de esa esperanza de nación, que dadas las circunstancias, había quedado en espera, postergada de generación en generación, buscando un cumplimiento, buscando un darse, un momento de realización. Y el momento parecía darse ahora, parecía que el momento llegaba con Camilo en esa promesa de un tiempo de afirmación nacional, encarnado en ese amor eficaz, corroborado en esa promesa del frente unido.
No es inaudito pensar que dadas las condiciones sociales de un pueblo, la coyuntura social de un momento se haya encarnado en ese cuerpo, y que en adelante esa historia de un país haya quedado enajenada en una suerte de receso, en un vacío y en una orfandad.
Primero fue su sotana, el vestido sacerdotal que rápidamente se transformaría en símbolo. El hombre Camilo, quien a pesar de todo seguiría considerándose sacerdote hasta el final, pensó en los obstáculos que la figura sacerdotal podría imponer al paso necesario de la revolución, y decidió dimitir de esas funciones sacerdotales. En ausencia de esa investidura muchos pensaron que finalmente la reducción al estado laical lograría la neutralización de su discurso. Pero para el pueblo en cambio, significó la consolidación de un hecho honesto en que el hombre Camilo seguía siendo su sacerdote y su mártir, encarnando la idea de su salvación como cristianos en el reino de este mundo.
El cuerpo de camilo, no cualquier cuerpo, se ha transformado en esa espera de esa realización de ese reino del que tanto predicó Camilo en sus servicios litúrgicos.
La iglesia, la sala de exposición y el museo
Si La iglesia cristiana atendiera a la radicalidad de su mensaje cristiano debiera transformarse en un espacio social, dirigido a la totalidad de ese hombre, dirigido al hombre social, y cuya redención buscaría también la redención material de los hombres. Tal es la radical puesta en escena del mensaje Pastoral de Camilo Torres, y que a su muerte catapultaría la Teología de la liberación, que daría comienzo a raíz de la Conferencia episcopal celebrada en Medellín en 1967, a un año de la muerte de Camilo.
No es un lugar la iglesia, como la sala de exposición no es un lugar cualquiera.
Sería en cambio el encuentro, la posibilidad de realizar ese encuentro, del otro, del estado del Arte, de la vida social, en su devenir realización.
Cuando la vida de ese ser social es posible, se ha hecho posible, podemos decir que esa iglesia, es el espacio político. La vida se hace posible en esa iglesia porque es el espacio político. Así como el arte comenzaría a manifestarse en ese no lugar. En esa política del Arte.
El espacio político, la nación, no es el lugar físico semejante a una cripta de creencias y dogmas agenciada por un sumo sacerdote. Tampoco la sala de exposición, reducida en su posibilidad de agenciar vida y creación, regentada por comisarios y curadores en procura del estado de un Arte, es el Arte. La creación.
Si la iglesia está viva en atención al mensaje de la que es su agente, la iglesia es el espacio social para la redención del hombre total. Así el poema. Así ese Arte por venir. Arte y poesía, poesía y Arte. En una carta de enero de 1799 citada por Heidegger, Hölderlin apuntaba que se trataba de “la más inocente de todas las ocupaciones”. Y más adelante, “Y por eso se le ha dado el albedrío y un poder superior para ordenar y realizar lo semejante a los dioses y se le ha dado al hombre el más peligroso de los bienes, el lenguaje, para que con él cree y destruya, se hunda y regrese a la eternamente viva, a la maestra y madre, para que muestre lo que es, que ha heredado y aprendido de ella lo que tiene de más divino, el amor que todo lo alcanza”. Arte y Poesía, pág 130, Fondo de cultura económica, México, 1978.
Entonces sobrevendrá el poema, la distancia que viene en procura del hombre,
Chagall
Vltebsk. Todo sucede allí en un espacio
de brusca perspectiva y compasiva ingravidez,
donde el aire no contradice la noción del cristal
y nadie parece saber de la muerte
y su imperturbable ortodoxia.
El ojo de la nostalgia vuelve a casa
y quiere llorar allí todavía.
Lo que el color también puede,
Déjaselo a él.
Álvaro Rodríguez, El color de lo blanco. Colección Alas Vivas, Secretaría de Cultura del estado de Michoacán, México, Morelia: diciembre de 2005.
Claudia Díaz, febrero 16, 2016
Notas
- Revisar la variante Honra-Ley Social como motor social en Colombia, inmune a cualquier idea de promoción social, cf., Ximénez, Andrés Ospina, Laguna, Colombia, 2015.
- Ley Social y Azar, El Frente Unido de Camilo Torres
(Transcripción de una conversación entre Claudia Díaz y Pablo Batelli)
C- ¿Puede hablarse de azar genético? ¿Cómo se ve de cara al default, a la programación? ¿Son antagónicos azar y programación?
P- La programación se modifica a través de un azar controlado, es una mutación, una afectación al default precedente y una alborada de un nuevo posible default.
C- ¿Pero la sociedad no sería un deseo de perpetuar el default haciendo que las fuerzas que trae el azar se rezaguen?
P- Creo que sí. Porque da demasiado valor a un precedente de estabilidad. Es inercial, tiende a conservar el momentum precedente. Hay un cierto apego a un modelo existente, si bien podría existir un modelo distinto, lo precedente tiene demasiado fuerza, demasiado peso en el promedio de los factores.
C- ¿El azar sería entonces revolucionario?
P- Sí, podría verse así. Pero si piensas que el resultado presente es el resultado del azar, entonces el azar también es conservador.
C- Pero de otra línea diferente al default, de otra bifurcación.
P- Sí, el azar introduce el cambio, pero somos el resultado de toda esa colección de cambios que nos precede.
C- El azar constituye el elemento imprevisto del default. ¿Cómo la Ley Social podría contrarrestar el elemento intempestivo? Por ejemplo, el duelo. La muerte, podría estar en ese orden intempestivo de desajuste continuo del default. Quiero decir, la trama social como estructura es demasiado leve, comparada con otras leyes, las biológicas, por ejemplo. Es un default liviano. Sujeto a lo imprevisto.
P- No estoy tan seguro, la trama social está construyendo la tecnología que será una piel inducida, montada sobre una piel natural o precedente.
C- O podría entreverse la muerte, no como un imprevisto sino como una parte necesaria del ajuste de Ley, de Ley social, de una inercia social. El default social no es un imprevisto. Un azar. Sino una verdadera estructura social que sigue una lógica social y cuyo desmonte no está sujeto a ese azar intempestivo, precisamente porque se ha consolidado como una estructura inmune a ese azar, transformándose en un hecho social. En el caso del Frente Unido propuesto por Camilo Torres, se trata de un colectivo de frentes de diversas procedencias que busca evitar la dispersión y la inercia de esas fuerzas si estas actúan separadamente, individualmente. El Frente Unido sería un elemento estructurante, no un azar. El default social se podría contrarrestar no desde lo imprevisto, el azar, la revolución, sino desde la idea de otro, un elemento estructurante, como en este caso, la idea del Frente Unido. Entonces lo definitivo no sería la revolución, porque este sería apenas un primer momento, sino la consolidación de ese Frente Unido como ese otro frente, que podría desprogramar el default social, la superestructura social.