Calle

El curador de la exposición, Alex Rodríguez, señalaba que las obras presentes en la sala giraban en torno a la calle como tema (… ah, la calle uno de los más queridos leitmotiv de los productores jóvenes -antes de su inserción comercial, luego cada vez menos… aunque, cuando el mercado lo exige, y son un poco maduros vuelven a ella con mayor interés-).

De izquierda a derecha: Édgar Jimenez, Blackexploitation (2012) Adrián Gaitán, Querido Diario (2012), Eduardo Motato, Los Culebros, (2012). Cali es Cali, Centro Colomboamericano de Bogotá (sede Av. 19). 8 de marzo- 6 de abril, 2012. Fotografía: Alex Rodríguez.

El curador de la exposición, Alex Rodríguez, señalaba que las obras presentes en la sala giraban en torno a la calle como tema (… ah, la calle uno de los más queridos leitmotiv de los productores jóvenes -antes de su inserción comercial, luego cada vez menos… aunque, cuando el mercado lo exige, y son un poco maduros vuelven a ella con mayor interés-). Para demostrarlo, reunió piezas que eran variaciones alrededor de géneros: cuadros de costumbres, retrato, paisaje. Lo importante en esta selección era esa idea. Entonces, los temas trabajados por este grupo se presentaban como una revisión de esas manifestaciones pensadas más para una época en que las primeras aglomeraciones urbanas asumían con mayor claridad su dependencia del entorno rural. Si se intenta, un recorrido a través de la historia del arte permitirá notar el efecto de esos remanentes de vida rural en las técnicas y temáticas que abordan los artistas en cada época. (¿Recuerda, estimada audiencia, que la representación pictórica de los territorios fue uno de los  primeros acercamientos hacia la interpretación de los lugares que habita -y destruye- nuestra especie? ¿Aun no sonríen, apreciadas espectadoras, al pensar en la manera que se conjuraba la muerte por hambre con una pintura de viandas dentro de una alacena? ¿Han visto, queridos lectores, las acuarelas que terminaron haciendo sobre las costumbres neogranadinas aquellos viajeros franceses e ingleses, mediocres pero sinceros artistas en su mirada neocolonial, curiosos expoliadores de esta tierra recién la liberada de un yugo para aceptar otro? ¿Ven cómo siempre encontramos un paisaje, un bodegón o un retrato de grupo?).

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Con la calle sucede lo mismo que con el paisaje: es un tema privilegiado, por todos, artistas y estadistas. Los vanguardistas exigían salir a ella y tomársela; los pequeño-burgueses, visitarla; los conceptuales, abstraerla; los hippies evadirla; los punk y los viejos, sufrirla. Se la desea. Allí se dan encuentros altamente jerarquizados. Algún sector de quienes hacen obra se interesa por jugar allí al turismo de aventura, otros por el contemplativo. Cali es Cali le juega a éste último. Artistas que la usaron como repertorio y lugar sobre el que hay que dar una opinión: económica, lúdica o funeraria.

Una obra: Adrián Gaitán reúne fragmentos de carteles, tomados de paredes curtidas por capas de información en celulosa. Los configura para que adquieran solidez y pasen a representar una figura geométrica. La idea es representar un tornado. Decide montar la estructura desde el techo de una galería y debajo instala una lámina de acero con un corte curvo que vaya desde uno de sus bordes hacia el centro.  Antes de esto, montó la lámina sobre algo que proyecta una línea de luz. Si se mira con cuidado (y si el aparato funciona mientras se mira), la luz se moverá como si el tornado de carteles recogidos estuviera cortando el metal. Efectos. Luces que salen de un plano, como cuando el Mal es encarnado en una película pésima por un actor promedio, éste usa un arma con filo, corre hacia el héroe arrastrándola con fuerza para que salgan chispas. Aquí el villano es un tornado fotogénico.

Otra obra: La artista decide representar imágenes que ve en la calle pero utilizando el mismo punto de vista de quien mira desde arriba, que no puede -o no quiere o no lo dejan, o teme o le fastidia, o no le da la gana-, bajar y aprovecha para dibujar. Desgraciadamente, la calle es uno de esos sitios donde ciertos actos propios de la retórica artística (de los artistas, mejor) son vistos con altísima suspicacia: si alguien es descubierto dibujando a alguien en un espacio densamente poblado, quizá tenga problemas. En muchos casos es mejor no dejar que el modelo se sepa observado, que siga haciendo lo suyo sin modificar su comportamiento a causa del interés del documentalista. Algunos encuentran en esta una de las virtudes de la etnografía, otros, de la hipocresía. Da igual. El hecho es que Lisseth Balcázar se dedicó a dibujar desde un punto de vista que puede percibirse como adecuado para la vigilancia (o el espionaje, mejor), pero que cuando es realizado por un ciudadano no vinculado con la policía política adquiere otro registro. No solamente hace paisajes con figuras, también plantea la enumeración de aquello imposible de conocer. ¿Lectores, alguno de ustedes ha dibujado un atraco visto desde la ventana de su apartamento (sin denunciar el hecho)?

Una anécdota: Cuando visitó Lagos, a Rem Koolhas le tocó negociar con el gobierno de Nigeria, para que le prestaran a su equipo un helicóptero desde el cual otear la ciudad y tomar fotografías. En el libro donde aparece parte de esta documentación, hay dos imágenes con perspectiva horizontal: son de lo que parece ser un restaurante, y fueron tomadas desde lo que parece ser la parte inferior de una mesa: quien las sacó lo hizo a escondidas. ¿Estimada audiencia, alguno de ustedes ha visto a un arquitecto famoso sacando fotografías con escolta?

Una suposición: Los dibujos de Balcázar no muestran divas en trance de sufrir una pérdida material.

Una obra más: Un pedazo de mueble sobre el que se tensa un soporte donde está pintada una pipa de bazuco, el retrato de un joven tomado de un periódico con diseño gráfico estridente, muchas pipas pegadas a la pared. Como se trataba de representar la calle, el obvio correlato que no demoraría en aparecer era el de nuestra queridísima pornomiseria, concepto nacional por excelencia. Aquí la obra de Eduardo Motato trata de funcionar como un interruptor entre la lectura que proviene de la práctica artística y sus espacios de validación. ¿Recuerdan la pregunta por el atraco visto desde el apartamento? ¿Ahora formúlensela en clave de consumo de drogas baratas? Quizá hayan visto eso, y quizá sus miles de prejuicios hayan encontrado asidero. La cuestión aquí no es tanto la de señalar con el dedo de buena conciencia que el artista “utiliza la actuación civil prohibida” en su propio beneficio. Si vende la obra, lo hará; si la vende a muy buen precio, lo hará muchísimo más. Eso está claro. El asunto tiene que ver más con el sujeto que se decidiría a adquirirla. En breve, para que un relato de pornomiseria exista como tal, se necesita la presencia de un interlocutor consciente de lo que está adquiriendo. Como en un crimen, sin cómplices la cuestión se dificulta.

Más arriba se decía que la calle es un lugar de encuentros jerarquizados. En el caso de las representaciones que dan cuenta de eso, quienes observamos completamos la historia: si compramos una obra de pipas de bazuco personalizadas y la exhibimos en nuestra sala-comedor-pretensiosa, estamos ejerciendo un juicio de valor, quizá tramitado vía visita guiada: “miren, compré esto… ¿saben de qué se trata? Vean, hay gente que…” Ahí, otra vez, el gesto de dominación. No es tan simple ser espectador.

 

–Guillermo Vanegas