Calaveradas

 

La imagen de Zona Maco, la gran feria de arte que se inaugura en México, es el diseño simplificado de una calavera, toda una paradoja: aun cuando el enemigo del arte es el cliché, un cliché es la imagen de este evento de arte. A primera vista es lo que hay, una calavera que está en todas partes, en afiches, pendones y puntos de recepción, un toque “muy mexicano” que le da a la feria sentido local. A la vez, al tratarse de un cliché, la calavera hace que el visitante pise sobre seguro en este lugar foráneo: venga de donde venga el comprador, bien sea nativo o extranjero a lo estético, gracias a la calavera, al cliché, sentirá confianza y familiaridad para dar el primer bocado a la carnada visual, atractiva y digerible. Ya con el anzuelo en el gaznate todos pueden entrar tranquilos al desconcertante interior del supermercado del arte.

Sin embargo, en México la calavera no es solo un cliché, ni un símbolo neutralizado por la cultura o una edulcorada marca de país, más allá del terreno que colinda con la feria,  es un hecho que se actualiza día a día y que está trenzado con la realidad. Solo basta cambiar el escenario, pasar de la representación a la presentación, de las ferias del arte a la calle: en el pavimento reposan tres calaveras sobre una bolsa de plástico negra, los victimarios no solo han decapitado a sus víctimas sino que han desollado cuidadosamente cada cabeza, se han ido los labios y los párpados pero quedan los dientes y los ojos en un efecto macabro que jala la imbecilidad a lo sublime: las calaveras parecen vivas, dan la impresión de que sonríen y miran a la cámara. La escena va acompañada de una cartulina con un breve narcomensaje: “esto les va pasar los que apoyen la familia michoacana”. Hay un sitio de Internet, el Blog del Narco, que da cuenta de estos hechos día a día y, además de tener espacio para publicitar descargas de celular que prometen dar al adminículo visión de rayos x (“desnuda a la chica que quieras!”), deja abierto un foro que en el caso de estas calaveras registra más de 1600 comentarios. En algunas ocasiones los comentaristas inician efímeras escaramuzas donde la presentación de las calaveras expuestas permite que los usuarios representen un rol virtual, un foro ciclotímico de avatares que conjuga el matoneo con la piedad, la brutalidad con la religión:

Verito00187: estoy embarazada y esto me hizo lorar demaciado como puede haber tanta maldad k dios los perdone y k dios bendiga ha todo el mundo de estos monstruos k se van ha quemar en el infierno vivos”

As: y k haces en esta pagina tu estando embarazada? buscando al papa de tu criatura? aguas, no vallas a aventar a tu bebe al escusado”

Lexuss: As!!! jajajajaja te la abentastes buena !!!!! jajajajajaja…”

En México hay todo tipo de calaveras, de ahí el cliché. Las hay de papel maché, amaranto, azúcar, chocolate, cartón, semillas, frutas, pan, papel picado y madera, las hay antiguas, talladas en frisos de piedra sobre pirámides o en piedras de jade, las hay misteriosas y publicitadas como las calaveras de cristal (protagonistas en una de las películas de Indiana Jones). Existen también las calaveras literarias, un género de escritura que hace epitafios humorísticos de un vivo conocido o reconocido y prueban que así como “no hay muerto malo”, tampoco hay bueno vivo —las rimas las hacen los más vivos y se multiplican en la celebración del Día de los Muertos—.

El uso ferial de la calavera no es solo tangencial a la feria de arte, la calavera tiene un evento propio, el Festival de Calaveras de Aguascalientes, una fiesta variada que incluye un recordatorio anual en el que la población homenajea a uno de sus muertos más ilustres: José Guadalupe Posada. Este artista siempre actuó por fuera de la academia y de la galería: dibujó para la prensa y de forma prolífica, por décadas le dio forma a las convulsiones políticas de la sociedad mexicana, respondió al espíritu apocalíptico propio del final del siglo XIX y al espíritu emancipador de la revolución mexicana. Su arte, atado a los vaivenes de la actualidad, tuvo amplio reconocimiento y difusión, recibió elogios, persecuciones y censuras, y además sirvió de inspiración a los muralistas mexicanos. Diego Rivera en su monumental Sueño de una tarde dominical en La Alameda se retrata como joven imberbe al lado de Posada, como si fueran padre e hijo, y entre entre ellos dos puso de madre a la La Calavera Garbancera, un esqueleto creado por Posada que hace mofa de una dama arribista y trepadora: «en los huesos pero con sombrero francés con sus plumas de avestruz».

Pero volviendo a las calaveras y a las ferias, Posada tiene un grabado de 1909 llamado El purgatorio artístico: una parranda de esqueletos donde hay pintores, músicos y zapateros, artistas y artesanos que aún estando cerca a Dios como creadores, están lejos de obtener la gracia divina por llevar una vida disoluta, el único camino que les queda para alcanzar la gloria es pasar una temporada entre el fuego purificador. Posada acompañó esta estampa, que incluye a un artista como él, con la siguiente calavera: “El purgatorio artístico en el que yacen las calaveras de los artistas y los artesanos. ¡En este purgatorio sin segundo, los artistas se ven de todo el mundo! He aquí el cuadro que nos representa palpablemente lo que es el principio de la vida y lo que es su inexorable fin. Hoy por ti, mañana por mí”.

El purgatorio artístico representa lo que es una feria de arte, ese purgatorio donde los artistas deben pasar la pena de saber venderse para ganar tiempo libre que los lleve a la gloria singular de la creación, un buen recordatorio del lugar social que ocupa esta élite de la servidumbre. Pero más allá de toda la carga alegórica con el mundo del arte, Posada en su calavera recuerda que el cuadro “representa palpablemente”, no presenta, es un ejercicio de representación, una violencia gráfica mediada por la quimera del lenguaje que le ayuda a parir muertos imaginarios.

Las calaveras del arte son un contraste beatífico para las narcocalaveras mexicanas que aparecen día a día en las calles, mientras unas solo representan, las otras presentan una amenaza viva, subhumana, infrahumana. Lo único que representan esas meticulosas escenas es la vida bruta de sus autores que incapaces de usar el vudú del arte responden a la imbecilidad del mundo con más imbecilidad, con unas esculturas de hueso y carne que están muy por encima o muy por debajo de la ley, que no se detienen ante el dolor no consensuado del otro y hacen de él un motivo más de su brutal exposición.

Las narcocalaveras nos hacen volver a las típicas calaveras mexicanas, así sean un cliché; pareciera que el arte —así sea el más malo, el más tonto, el más lelo, el más decorativo, el más mercantil, el más nacionalista, el más programático— nos puede salvar de perecer ante la brutalidad: un artista más podría ser un asesino menos. Uno hasta creería que el  quehacer artístico, por más mediocre que sea, nos puede perder por los vericuetos de la estética, lejos, al lado opuesto, de la atrocidad ética. Y no: basta con pensar que tal vez los autores de estas narcocalaveras oyen narcocorridos, montan en narcotoyotas, viven en mansiones narcodeco, hacen comentarios en narcoblogs y están rodeados de todo un ajuar de representación que los hace sentir completos en su labor simple y atroz de presentación.

Ojalá todo se quedara solo en el cliché, en unas cancioncillas delictuosas y el pavoneo de una estética ostentosa, es preferible el cliché de la representación y el purgatorio de la representación a una presentación tan crasa de la muerte, después de todo, el verdadero cliché, el lugar común más grande, es la muerte misma, ahí el trabajo está ya hecho, no hay medicina ni arte, ni cultura que valgan. Como decía Posada: “La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”.