Cae un conquistador y renace un sitio sagrado: descolonizar del patrimonio nacional a través del compromiso por la memoria colectiva.
Como señala Verónica Zárate Toscano [2005], si bien no existe una versión única sobre el pasado, el Estado-Nación moderno ha tomado como suya la labor de institucionalizar la memoria a través de la elección de eventos que quiere que sean recordados, y en este propósito los lugares de memoria juegan un papel relevante. Los lugares de la memoria como los llama Pierre Nora, sirven para entender la forma en que se produce la construcción de la nación, y muestran las disputas por el poder que se dan dentro del mismo. Para Humberto Bonomo [2019] el “monumento como hecho singular, es muy relevante en nuestra sociedad por su capacidad de catalizar la historia, de activar la memoria y por su posibilidad de vincularse con las dinámicas sociales e identitarias de una comunidad”.
Solo hasta el siglo XX, los estados latinoamericanos en una aparente reconciliación con el pasado Español, comienzan a erigir monumentos a los primeros españoles que arribaron a América; según Rodrigo Gutiérrez Viñuales [2004], esto se da principalmente en los años del franquismo, cuando las iniciativas hispanistas del “Caudillo”, y de su gobierno potenciaron esos homenajes.
La estatua de Sebastián de Belalcázar fue encargada a finales de los años 30 al escultor español Victorio Macho durante el gobierno de Guillermo Valencia, en conmemoración por los 400 años de la fundación de en Popayán.[1] Según Andrés Óliver Ucrós y Licht [4], el caballo del Belalcázar de Popayán, representa con su pata alzada, que el adelantado fue herido en combate; en su mano lleva un pergamino, que representa su título de adelantado de la ciudad.
De manera bastante estratégica, la administración ubicó la estatua ecuestre del conquistador en la cima del morro del Túlcan a pesar de que dicho lugar se consideró en principio instalar un monumento del ‘Cacique Pubén’. Según el sociólogo Pedro José Velasco Tumiña en entrevista realizada al portal Semana: “los dirigentes de la época estaban dentro de la política de la apología a la hispanidad. Esa apología demuestra cómo la cultura payanés está arraigada al catolicismo desde el mismo sentido de la expresión ‘la ciudad blanca de Colombia’” (Revista semana, 02 de noviembre de 2020)
La apología a la hispanidad (religión, idioma, cultura) puede evidenciarse, en las propias palabras del poeta Rafael Maya quien fuera encargado de pronunciar el discurso de inauguración la estatua de Belalcázar el 26 de diciembre de 1940:
…el nombre del conquistador despierta profundas resonancias en nuestra conciencia, y su recuerdo nos vincula en torno de unos mismos ideales. Es que, en su portentosa obra de creación, si pereció la parte consagrada al estruendo militar y a las necesidades materiales de la conquista, perdura la otra, la más noble y eficaz, la que sigue actuando como razón espiritual de nuestra existencia histórica, como nervio de la raza, como aliento creador de las generaciones. Es la preeminencia de una cultura excelsa; es la posesión de un lenguaje incomparable; es la comunión espiritual de los vivos y de los muertos, significada en la teología católica, lo que todavía nos enlaza entrañablemente a la figura del conquistador.” [Maya, 1940]
La construcción de estos monumentos en honor a los referentes coloniales, en sus respectivos territorios, no se realizan al azar; responden a una intencionalidad clara y definida en la consolidación de un relato específico, y su visión de ese mundo que empezó a constituirse con la llegada de los europeos a finales del siglo XV a los territorios de lo que hoy se conoce como América Latina, pues es con este encuentro, que posteriormente surge la raza, como categoría diferenciadora, que empieza a ordenar esta visión del mundo naciente como lo dice Quijano (2007), y que determina la manera en que se tejen las relaciones de poder en todos los campos sociales, como puede ser la cultura y la memoria, siendo los monumentos un elemento cargado de un simbolismo muy fuerte que responde a ese relato.
En ese sentido, la memoria, siendo cimiento de la historia, como relato, se constituye desde un punto inicial de una única historia, vista de manera lineal, en donde las otras visiones y/o historias que modifiquen ese inicio se desconocen, y de esta manera posicionar esta única historia, ese relato como verdadero que alimenta esa definición del mundo naciente, de su jerarquía y su clasificación, desde unos parámetros dados por lo que Mignolo llamaría la ego política y la teopolítica. (2007)
Según el historiador Julio César Cubillos Chaparro (1959), el Morro del Tulcán o Pirámide de Tucán, donde se ubicó el monumento de Sebastián de Belalcázar, es el principal sitio arqueológico de Popayán. Este consiste en una pequeña loma en forma de pirámide, en la que se encontraron elementos de la época precolombina, aproximadamente entre los años 500-1600 a. C., período que se conoce como de las Sociedades Cacicales Tardías. Por lo tanto, la pirámide es anterior a los pubenenses, no fue obra de ellos. Ha sido datado aproximadamente entre el año 800 d.C y el siglo XIII d.C.
En marzo de 1957, después de una tormenta hubo una avalancha que dejó al descubierto en el Morro del Tulcán una abertura en la cual se reveló una pared de 3 metros de alto con mosaicos de adobe. Allí fueron hallados caminos de piedra, tapizado de piedra en la parte superior de la pirámide, escalones y tumbas. También encontraron conchas marinas y piedras preciosas de otros sitios de Colombia y de otras regiones del continente. Los arqueólogos afirman que hubo un lago que rodeaba la pirámide. (Cubillos Chaparro 1959)
Tulcán, el Cerro de las Tres Cruces y el Cerro de La Teta son algunos de los puntos de geo referenciación que representan, desde el sentido espiritual y administrativo, a la comunidad Misak desde antes de la llegada de los españoles. Sin embargo, durante los últimos 200 años la ciudad de Popayán ha sido transformada sobre muchos sitios sagrados de estas comunidades.
Es en este contexto conceptual en donde se puede ubicar claramente lo que significa el monumento de Sebastián de Belalcázar en el cerro del Tulcán, pues el lugar donde este se erige, como se menciona, no es elegido al azar, sino que tiene claramente la finalidad de simbolizar esa jerarquía que emerge, esa clasificación que pasa por encima de lo preexistente, pues en el caso del monumento construido en Popayán, o Yautu según el pueblo Misak, es la forma de simbolizar unas relaciones de poder que se constituyen a partir desde el relato occidental, que tiene dos sentidos, el primero, consiste en desconocer los imaginarios, las costumbres y la mitificación alrededor del lugar donde se construye el monumento que tienen los pueblos originarios, en este caso Misak , y en un segundo, al ser un cerro, se encuentra por encima del resto del territorio, y ejemplifica esa posición vertical, de autoridad y superioridad de un pueblo sobre el otro.
El 16 de septiembre de 2020, un grupo de indígenas de la etnia Misak derribó la estatua del conquistador Sebastián de Belalcázar, ubicada en el morro de Tulcán en Popayán, Cauca. En Rueda de prensa del 25 de junio del 2020, la comunidad hizo público un comunicado indicando que habían realizado un juicio histórico al fundador de la ciudad en el marco del compromiso de dicho pueblo con la memoria colectiva, estando convocados a reescribir la historia liberándose de toda huella producto de la colonialidad del saber. [Pueblo Misak, 2020]
La acción en principio motivó un desafortunado comunicado de la Ministra de Cultura en la cuenta de @mincultra[2], indicando que los monumentos públicos son un museo abierto que pertenecen a toda la comunidad y hacen parte del patrimonio cultural de la nación, rechazando el acto y amenazando con la restauración del mismo. En el mismo sentido, la Academia Colombiana de Historia[3] en su comunicado señaló:
… los monumentos representan un testimonio de los tiempos y así hay que aceptarla. En nada contribuye a la evolutiva formación de la nacionalidad el negarlo, ni suma para comprensión de la historia el anacronismo, es decir, la aplicación de percepciones actuales a los comportamientos de gentes de hace 500 años, sobre todo ante el cataclismo de un choque de civilizaciones como lo fue la Conquista.” [ELTIEMPO.COM 19 de septiembre 2020]
En la necesidad de posicionar un relato como único, y su institucionalización, como se mostró anteriormente, surge el papel de cómo y desde dónde se concibe la historia, en este sentido, como lo dice Mignolo, bajo la estructura de poder del mundo moderno/colonial [Mignolo,2007] se pueden permitir diferentes interpretaciones de un hecho concreto, es decir; que este es innegable en un lugar determinado de esa línea histórica, con un inicio determinado, por lo cual, lo que no cabe dentro de esta historia es una perspectiva, es decir; que este hecho histórico se relativiza, es aquí donde se configura el negar un pasado histórico que sale de esa línea planteada por la historia, donde todo el sentido, cultural, religioso e histórico, en sí mismo, es ninguneado, en la necesidad de posicionar un relato único; una única historia.
Al respecto del comunicado del Ministerio de Cultura el comunicador social Andrés G Chaur (2020), en el portar Esfera Pública, respondió la Ministra indicando que:
NO ministra. Los monumentos NO son un museo abierto y en este caso la estatua NO le pertenecía a toda la comunidad. Primero, un monumento des-contextualizado, autoritario y silenciador de otras identidades en conflicto, es un sitio de memoria impuesto, una exaltación a un discurso reinante y un querer convertir la Memoria en Historia: un monólogo cultural. El museo dialoga, la estatua de Belalcázar no. Dejando a un lado su valor meramente estético dentro de la historia del arte latinoamericano, la estatua impone, da un portazo al debate con “el otro”, discrimina. [1]
En efecto, en pueblo Misak en su comunicado señaló que:
Los pueblos ancestrales, no hacemos parte de la historia colonial, estamos vigentes desde nuestro DEBER Y DERECHO Mayor y primigenio sobre estos territorios, aún más en este territorio hoy llamado Popayán, por nosotros denominado YAUTU, centro político de la Confederación del Valle de Pubenza. Bien celebran algunos payaneses el día de la supuesta Fundación de Popayán, sin conocer la historia que antecedió a este suceso. El día de la fundación de Popayán, es un día de duelo, de invasión y saqueo territorial, porque la grandeza de lo que en algún tiempo fueron nuestros pueblos antes de la llegada del conquistador, se desdibujó con la sevicia de las tropas comandadas por Juan de Ampudia y Pedro de Añasco, militares encargados del hoy juzgado.” [Comunicado del pueblo Misak]
Es decir, que el pueblo Misak que hace parte del contenido y la identidad de Nación, no reconoce el monumento de Sebastián de Belalcázar y sobre todo lo que este simboliza como lugar de memoria, que como lo reconoció el poeta Rafael Maya, más allá del significado subjetivo de la obra de arte, es claro homenaje la herencia Española y conmemora un punto de partida (“la fundación”) de la ciudad de Popayán dejando de lado no solo el paso prehispánico sino la tragedia que significó la llegada de los españoles para las comunidades originarias, situación que los puso hasta los tiempos actuales en constante riesgo de desaparecer. Pero el cerro del Tulcán si es no solo un lugar de memoria, sino incluso un lugar sagrado para dicha comunidad, y que sobre dicho lugar se haga un homenaje a la hispanidad, no deja de ser un hecho violento que recuerda a la forma en que la iglesia católica durante la colonia erigió iglesias sobre los lugares sagrados de las comunidades prehispánicas.
Según el historiador Felipe Arias Escobar (2020) en entrevista dada al Canal Institucional, los Misak también conocidos como guámbianos, son descendientes de algunas de las sociedades indígenas a las que Belalcázar se enfrentó, en el momento de establecer en su territorio la Gobernación de Popayán. Se trata un pueblo cuya historia ha estado marcada por la resistencia, debido a los conflictos permanentes con las autoridades coloniales, su papel en la Guerra de Independencia y muy especialmente su liderazgo en los movimientos agrarios del siglo XX. Por lo que no es novedoso el compromiso de dicho pueblo con la memoria colectiva.
Como nos recuerda Natalia Prieto en un artículo de la revista Semana (2020), el pueblo Misak siempre ha trabajado por la reconstrucción de su memoria, con la lucha por recuperar su territorio movilizando las comunidades indígenas del suroccidente colombiano, con peticiones al gobierno, manteniendo su cultura por medio de sus autoridades; por lo que al contrario de lo indicado por la Academia Colombia de Historia, no se trata de una nueva sensibilidad frente al arte, sino que la política de descolonización del pensamiento siempre ha estado en la agenda de los Misak, los cuales siempre han vivido en resistencia frente a formas de violencia simbólica como física que se dirigen a su eliminación y olvido.
Para finalizar, partiendo de ese papel que ha tomado el Estado-Nación, en la institucionalización y construcción de la historia, que se mencionó al inicio de este documento, la finalidad siempre ha sido la constitución de la identidad en ese proceso de consolidación de una memoria colectiva, y la necesidad de homogenizar las posibles interpretaciones de un hecho determinado, para lograr su objetivo se diseñan una serie de políticas en cuanto a la cultura y la memoria que responden a tal fin, un ejemplo claro de esto es la edificación de un monumento que enaltece la acción de un personaje en la historia, que representa toda una carga histórica y política de un sujeto social en un hecho histórico determinado.
Sin embargo, en el caso particular colombiano, esta constitución de la identidad ha sido un proceso muy accidentado dadas las características tan diversas del territorio en cuanto a lo que sus habitantes se refiere y a las particularidades que existieron en sus gérmenes republicanos cargados de unos lastres coloniales que retrasaron torpedearon, a su vez, el engranaje institucional como lo puede explicar el historiador Melo en muchos de sus textos, que aún hoy impiden que ese objetivo inicial no se finiquite.
Es en ese sentido que se puede explicar, primero la construcción de un monumento de un personaje específico, en un lugar específico, de un momento específico, pero también, puede explicar su posterior destrucción también por una comunidad en específico, en ese mismo lugar en específico con una perspectiva diferente de ese momento en específico, así pues, queda en evidencia la incapacidad de ese aparataje institucional de consolidar esa identidad, por un interés en general de posicionar un relato como hecho propiamente por la naturaleza misma Estado- Nación que es contradictoria de su contexto mismo, amplificado asimismo, por sus múltiples tropiezos que siguen incidiendo en las decisiones que se toman en la actualidad.
Es en este punto de la incapacidad institucional donde se evidencian las pocas herramientas que se utilizan para abordar la complejidad que significa la construcción de memoria colectiva en Colombia, pues aun con los desafíos de la multiplicidad de relatos en la actualidad frente a sucesos del pasado, y las particularidades de la estructura del Estado y su contexto, mencionadas anteriormente, existen las alternativas que le apuestan a generar encuentros frente a dichos sucesos, pues su pretensión de la construcción de un valor patrimonial, analizan que el fin es re- significar una herencia patrimonial, la cual es un proceso que se constituye en el marco de una serie de cambios socio-culturales y de un empoderamiento de las comunidades (Caraballo, 2011) que si bien no subsana las contradicciones y las pretensiones institucionales por homogenizar la historia, con la relación dialéctica entre identidades plurales y patrimonio común que plantea Mounir Bouchenaki, si permite un transitar diferente en las consolidación de la identidad que es tan problemática en un escenario como el Colombiano.
Mayra Alejandra Sánchez
Andrés Eduardo Sanabria
BIBLIOGRAFÍA
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[1] Victorio Macho dejó en Colombia varias obras tales como el Belalcázar de Popayán, el Rafael Uribe Uribe del parque Nacional en Bogotá y el Sebastian de Belalcázar de Cali.
[2] Pueden escuchar el comunicado completo: https://twitter.com/mincultura/status/1306423026884448284
[3] Puede consultar el comunicado del Académica Colombia de historia: https://www.eltiempo.com/colombia/cali/academia-colombiana-de-historia-lamenta-derribo-de-estatua-de-sebastian-de-belalcazar-en-popayan-538737