Esta exposición se puede ver como un hecho curatorial que conserva su neutralidad al exhibir reliquias documentales de Beuys y sus alumnos, contrastadas con unas obras de artistas colombianos que no establecen ninguna relación con la anterior, aunque contengan afirmaciones autónomas que llegan a ser interesantes.
Una lectura más profunda se torna difícil porque los principios curatoriales naufragan en un mar de proposiciones que llevan su ideario en otra dirección, como cuando se intenta atar estas dos salas mediante un hilo conceptual que se rompe apenas se tensa: el aspecto político, como una creación de la imaginación del artista para elaborar un sueño colectivo que llega a transformar la sociedad mediante la fuerza creativa del arte.
La primera lectura se convierte en un dispositivo blando que incorpora el gancho publicitario del tome una y lleve dos. Aun así, estos binomios expositivos no tienen nada en común, excepto el lugar de exposición.
En el primer piso, diferentes piezas de una colección que mantiene su fuerza más por el carácter histórico de algunas de ellas, que por sus valores directos en lo que a la obra de Beuys respecta.
No se puede olvidar que Beuys apuntó a una desobjetivización de la actividad artística, y en ese sentido, sus piezas conservan más un tono referencial antes que expositivo. En el caso de sus alumnos, la lectura resulta más cómoda gracias a que estas piezas mantienen un acento que se vincula a los medios utilizados y en esta medida, permiten adentrarse en equivalencias como línea, color, composición, representación antropológica, códigos de registro fotográfico y desafíos propios de las vanguardias de la época.
En el segundo piso, con una breve antesala bibliográfica pobremente iluminada, el grupo de artistas colombianos despliega sus estrategias en un espacio que juega con las tensiones del desequilibrio, en la medida que las salas no mantienen una unidad arquitectónica. Si la descomunal obra de Danilo Dueñas parece querer robarse el show, las otras piezas logran crear una resistencia oportuna que aligera bastante el recorrido.
Se siente una tensión extraña, mediada por la obra de Danilo, la franja amarilla del piso, el recorrido incoherente que plantea el lugar y las propuestas que cada uno de los artistas desarrolla como partes de un engranaje colectivo. Existen en cada uno de ellos, pequeños trofeos que permiten anclar la mirada en ese espacio íntimo de gratificación que el juego del arte provoca, en términos de valores plásticos a la vieja usanza, en algunos casos; o como desafíos de interrogación a partir de dramaturgias urbanas empleando nuevos medios, en otros.
Mientras la curaduría alemana es cuidadosa de mostrar las piezas sin sobresaltos en la estructura lineal que guía el recorrido, la colombiana hace énfasis en introducir una modulación inestable, perdiendo la oportunidad de crear una estructura fragmentada que no lograr entender la anarquía positiva del círculo central que plantea la instalación de Danilo Dueñas y que desemboca hacia dos salas completamente desafectadas entre sí. Ahí se sufre la discontinuidad del desplazamiento, al no permitir que el ritmo sobresaltado en que están ubicadas las diferentes obras se integre a esta idea en apariencia generosa y arriesgada.
De otra parte, surgen muy fuertes razones para cuestionar el entrecruzamiento de perspectivas en términos ideológicos y la revolución que planteó Beuys a la estructura educativa de su época. Basta con recordar que el sistema reaccionó expulsándolo aquel 10 de octubre de 1972 para entender que, los alcances de la propuesta de Beuys, iban más allá de la simple reingeniería educativa con el objetivo de sacudir los cimientos anquilosados del régimen de admisiones en una universidad pública alemana.
Una actitud revolucionaria de este tipo, en nuestro medio, sería simplemente descalificada por inviable. En las raíces del concepto ampliado del arte se observan perspectivas que fueron aplicadas en nuestro medio en un tono formal, mas nunca traspasaron las fronteras de lo público, menos si se piensa que estas pudieran provenir desde la universidad privada colombiana.
Los ecos del idealismo alemán alcanzaron un renovado status en la figura de Beuys en un momento en que esta nación se recuperaba del desastre Nacionalsocialista.
Sin embargo, es curioso que mientras el artista alemán desafió al propio sistema educativo, este tipo de exposiciones pretenden ofrecer una versión aligerada del pensamiento Beuysiano, neutralizando su carácter revolucionario con una simple receta sobre las bondades de la enseñanza en un marco general que no es cuestionado. Pareciera por momentos que la intención de este tipo de muestras fuera la de blanquiar el pensamiento de Beuys haciéndolo digerible para el domesticado público latino.
Guillermo Villamizar