Comentarios a la destrucción de la escultura de un conquistador desde las disciplinas artísticas y de conservación
Por Gustavo Rico Navarro*
El breve comentario con el que se comenta la destrucción de la escultura de Sebastián de Belalcázar exige el manejo de ciertos términos sencillos que aclaran perfectamente algunos puntos que pueden prestarse a confusión entre los legos.
Del significado de las obras de arte
El arte consiste en seleccionar y organizar formas para afectar sensiblemente al espectador; y el fruto de ese proceso son obras de arte que siempre tienen un desarrollo formal que puede ser irrepetible y cuyo contenido puede estar tanto en las formas como en las interpretaciones. Es decir, el estilo es un fenómeno de contenido cuya existencia siempre está en la obra y ese estilo suele entrar en diálogo con las interpretaciones del objeto particular del que se habla.
Por otro lado, las interpretaciones de una obra no son unívocas y una misma obra puede tener varias miradas. Al respecto, Erwin Panofsky hace muchas precisiones al indicar que la iconografía hace la descripción de las imágenes dentro de su significado primario; por ejemplo, el David de Buonarotti significa para la iconografía sólo aquello que está contenido dentro de la historia bíblica del judío David contra el filisteo Goliat.
Panofsky señala que la Iconología estudia el cambio del significado de las obras para las diferentes agrupaciones humanas en las distintas épocas. Así, el estudio iconológico señala la mutación de las sociedades y el enriquecimiento con el que las personas empiezan a nutrir su visión de un objeto artístico en particular. Por ejemplo, el David de Buonarotti representa un símbolo patriota de la Florencia del renacimiento que resistiría el asedio de potenciales goliats como Venecia, Pisa, Génova o El Imperio Otomano; a la vez esa misma escultura ha pasado a convertirse en símbolo de la belleza masculina con lo cual ha ido ganando pertenencia por parte de diversos grupos homosexuales.
Según lo anterior, si se destruye la escultura del David, (por ejemplo, con la disculpa de reivindicar a los pueblos agredidos por Israel) se estarían eliminando todas las lecturas simultáneas derivadas de una sola pieza artística.
Por lo tanto, una escultura es susceptible de ver ampliadas sus lecturas por parte de las diferentes generaciones o grupos humanos y la destrucción de esa escultura en nombre de una sola de las miradas equivale a cercenar todas las posibilidades interpretativas; por ello puede ser calificada dicha destrucción como deforestación cultural según se explicará más adelante.
De la obra de arte como objeto de estudio
La historia del arte comprende, entre otros muchos campos, el estudio de los aspectos materiales de la obra. El análisis del objeto artístico permite registrar particularidades técnicas y estilísticas de la pieza artística, así como la evolución del oficio creador con sus aplicaciones y posibles innovaciones a partir de las evidencias que da la obra realizada.
Fruto de esas indagaciones académicas es posible reconstruir aspectos de un oficio artístico que constituye patrimonio cultural y simultáneamente es posible acumular datos que pueden ser útiles en el evento de reconstruir oficios en desuso o planes de restauración en el caso eventual de que se presente un daño sobre piezas del mismo artista o de piezas de esa misma tendencia artística.
Para el artista, la obra de arte también es fuente de información toda vez que su disposición dentro de un espacio determinado y los aspectos compositivos y estilísticos sólo pueden ser estudiados in situ, dado que muchas obras monumentales son desarrolladas para espacios específicos para los cuales se han hecho estudios de perspectiva y eurítmica que son mejor apreciados a partir de la disposición inicial de la obra. Así que aun removiendo la obra de su sitio original, el conocimiento de la ubicación para la cual fue concebida ofrece muchas luces en torno a las decisiones formales y técnicas del artista.
Por todo lo anterior, puede afirmarse que la obra de arte es prueba documental del historiador del arte, pues resulta muy complejo obtener datos tan particulares como los señalados a partir de otro tipo de fuentes. Destruir una obra de arte suele ser exactamente igual a destruir el ejemplar único de un libro incunable, pues los datos que allí reposan suelen desaparecer con dicha destrucción.
De la conservación de las obras de arte superpuestas
La superposición de obras de arte puede darse deliberadamente como el caso de la conversión de la Catedral de Santa Sofía por una mezquita en Estambul; puede darse como reemplazo luego de una guerra o un desastre natural; o puede darse por simple olvido, de modo que la simple distancia temporal entre dos grupos humanos determina el uso indebido y carente de dolo de zonas en las cuales no hay claridad en torno a la presencia de rastros arqueológicos o artísticos.
En cualquiera de los anteriores casos, las actuales normas de conservación es que ambas obras (la expuesta y la subyacente) deben ser protegidas y, en el caso de decidirse la remoción de una de ellas, deben atenderse dos criterios:
- La pertinencia social de la remoción. De modo que sean consultadas las partes implicadas y no sólo una hasta lograr un pacto generoso y dignificante para ambas partes
- La conservación de ambas piezas artísticas de modo que el rescate de una no implique la destrucción de la otra. Si no es posible técnicamente garantizar la conservación en la remoción de alguna de las obras se recomienda evitar cualquier medida hasta tanto la plena garantía técnica no sea posible.
De la deforestación cultural
Se entiende por deforestación cultural la destrucción o vandalismo sistemático contra las obras de arte. Lo anterior incluye el daño deliberado a las obras de arte por razones ideológicas o religiosas y la ausencia de estímulo para la conservación de oficios artísticos bajo cualquier tipo de pretextos incluidos los de naturaleza política, judicial o estética.
La propaganda a favor de la deforestación cultural (Que bajo la actual normativa es apología al delito pero que no por ello deja de campear en universidades con doctores semiletrados que oyen el llamado de Atila y las recomendaciones de Savonarola) suele nacer desde los partidos políticos o desde cátedras universitarias que atienden más al cultivo de una emocionalidad malsana que a las razones de índole académico que se han presentado en estas páginas. Quiere juzgar esta propaganda que una obra de arte es arte genuina siempre y cuando cumpla con criterios de validez moral; ello, por supuesto es un absurdo.
Comentarios
Desde el punto de vista artístico, las obras de arte tienen un valor intrínseco ya por los valores formales y estilísticos, ya por los elementos de oficio que subyacen en la obra o porque pueden ser eslabones dentro de la cadena creativa de algún artista en particular o de una tendencia artística. De modo que reducir una obra artística a uno solo de sus significados demuestra una cortedad de miras en especial cuando el único significado que se percibe está lleno de tergiversaciones históricas o de simples miradas puritanas.
La aplicación de patrones moralistas para la interpretación de las obras condenaría no sólo a la destrucción y al aislamiento a la gran mayoría obras de arte, sino que además desembocaría en la abolición total de la historiografía de la civilización la cual se ahogaría en todo tipo de juicios anacrónicos e ideologías moralistas que desconocen el desenvolvimiento verdadero del ser humano en la tierra y el tiempo, para ofrecer simplemente una caricatura maniquea, carente de grises y profundamente anacrónica.
De acuerdo a la mirada moralista (hoy llamada “decolonial”) los europeos deben destruir la Columna de Trajano por celebrar la conquista a los dacios por parte del Imperio Romano; también deben ser destruidas todas las imágenes de Tzompantlis que reposan en el Museo Templo Mayor de la Ciudad de México por representar los sacrificios humanos precolombinos y debe destruirse todo el legado artístico del mundo musulmán por representar a la opresión a la mujer; deben desmontarse las exposiciones de cabezas reducidas por reforzar la mirada peyorativa eurocéntrica hacia los nativos del Ecuador, etc
Así las cosas, es obvia la limitación teórica de los promotores de la deforestación cultural pues suponen que su lectura del mundo es la única genuina y conveniente por estar repleta de un buenismo puritano que nos condenaría a todos borrando la muy rica herencia artística que nos ha sido legada y suponiendo que las lecturas de la historia deben estar hechas a la medida de la susceptibilidad de un adolescente universitario deconstruido.
La destrucción de la escultura ecuestre del fundador de Popayán se inserta dentro de la miopía moralista de la que ya se ha hablado e invita a pensar si acaso la escultura ecuestre de Sebastián de Belalcázar no debió simplemente modificarse añadiendo 4 o 5 comandantes indígenas para sacar a la población actual de la idea malsana y antihistórica que supone que el proceso de conquista fue algo español y no algo predominantemente indígena como demuestran todos los registros históricos.
Según los documentos de época estudiados por Susana Matallana, Belalcázar llega a la zona de Popayán con 200 españoles y 4800 indígenas provenientes de Quito. Así las cosas, lo que se verifica en la historia derrumba la hispanofobia racista que está cultivándose con intereses políticos que no tienen importancia en esta discusión pero que explican el impulso que anima la destrucción de esta estatua.
La lectura univoca que se realiza para la destrucción de la estatua parte de presupuestos débiles desde el punto de vista de las disciplinas artísticas, la historia, la equidad participativa y por supuesto desde el punto de vista del derecho.
Desde el punto de vista del derecho hubo insuficiencias porque Sebastián de Belalcázar fue juzgado en vida y fallece en el viaje hacia la España peninsular para buscar impugnar la sentencia. (Ello habla muy bien del imperio español porque es el primero y prácticamente único imperio de la historia que juzga sistemáticamente a sus conquistadores en favor de sus conquistados.)
El juicio a Belalcázar obliga a recordar que ninguna persona puede ser legalmente sentenciada dos veces por el mismo caso. Por otro lado, admitiendo que se trata de un juicio de otra naturaleza, también se incurre en prevaricato y habría nulidad del juicio indígena contemporáneo porque la figura de Sebastián de Belalcázar careció de abogado defensor y estuvo sentenciado bajo un sistema que ejerce como juez y parte. Por ello, ese juicio no tiene ningún rigor jurídico y muy posiblemente ningún rigor histórico. No se considera la figura de Sebastián de Belalcázar como el combatiente que enfrenta a los encomenderos gonzalistas que buscan desconocer la autoridad del Rey que ha ordenado medidas legales específicas para la protección de los indios. La lectura maniquea sólo opta por satanizar al comandante de los indígenas conquistadores llegados a Popayán, haciendo que su condena sea de más fácil consumo para un observador acrítico.
Desde el punto de vista de la participación no hay ninguna representación ni respeto hacia el pueblo que tiene a Don Sebastián como el fundador del sistema estatal que hace de Popayán una de las más preciosas ciudades virreinales del país. Ese pueblo mestizo, descendiente de los conquistadores hispanoamericanos llegados de Quito, orgullosos de su legado hispánico, su idioma y su religión católica, no fue consultado, ni se negoció con ellos la remoción de la figura de Belalcázar sino que se pisoteó su imaginario y, en respuesta, el gobierno central y el gobierno municipal, abrumados por la propaganda consideran que el pueblo payanés no tiene derecho a ostentar una obra de arte que hable de sus orígenes, sino que se hace una falsa dicotomía entre esa escultura ecuestre y un morro que, antes del acto vandálico, estaba bajo la jurisdicción legal payanesa.
Con el acto vandálico y el entreguismo del gobierno que no exigió ningún resarcimiento para el pueblo de Popayán, se impuso la vía de hecho y ahora los colombianos deben pagar con sus impuestos la restauración de una obra de arte que fue vandalizada por una minoría que sólo consultó su atropello consigo misma. Para el pueblo patojo afecto a la figura de Belalcázar, y que lo considera como un defensor que instaura el derecho regio para la estabilidad y protección de los pueblos, sólo queda un rosario de epítetos y la promesa de que su figura fundacional ya reposará escondida en alguna institución en donde no hiera las sensibilidades puritanas.
El pueblo payanés no tiene derecho a la representación de su historia sino dentro de las coordenadas vergonzantes ofrecidas por ideólogos interesados en el cultivo de una sociedad sin sentido de pertenencia.
Desde el punto de vista histórico, es insostenible la probidad académica del derribo porque no considera la alta participación indígena en la conquista y porque no llama a la comprensión del proceso histórico sino a actos fundacionales del resentimiento y el racismo. Tampoco se consideró que la estatua es colocada bastantes años antes de la detección del material arqueológico del morro por lo cual puede afirmarse que en la ubicación de la estatua no hubo dolo alguno. Aunque ese dolo si puede señalarse en su ilegal derribo.
Desde el punto de vista de la conservación del patrimonio tampoco hubo alguna medida profesional que permitiera el adecuado manejo obra y se procedió como si no existieran profesionales capaces de colaborar en esta situación.
Desde el punto de vista artístico hay una pérdida inmensa pues se trata de la más grande escultura hecha por el artista español Victorio Macho en territorio colombiano; de modo que un país que es mezquino en el patrocinio de obras monumentales y que ni siquiera tiene una sola escuela profesional de escultura, se da el lujo de celebrar la destrucción de una buena muestra de escultura conmemorativa ecuestre.
Medidas tibias y conciliacionistas del gobierno nacional permiten prever que la escasa infraestructura cultural del país va a seguir siendo deteriorada por grupos radicales y autorreferenciales y ello afectará no sólo al legado patrimonial y los estudios académicos que de allí se deriven, sino que también se afecta el crecimiento del sector turístico que suele alimentarse de la curiosidad que el objeto artístico suscita sobre el visitante. Ese sector turístico alimenta a todas las capas de la sociedad, desde las familias del vendedor de jugos y la familia del taxista, hasta la familia del empleado de hotel y la del piloto de avión.
De modo que la naturalización que el estado ofrece al vandalismo, le resulta políticamente correcta a un gobierno débil y es ideológicamente rentable a una oposición hambrienta de propaganda electoral. Pero esa cédula de ciudadanía que el gobierno extiende al vandalismo constituye un desprecio a lo más profesional del sector artístico y una profunda ignorancia de lo manifestado por conservadores y restauradores de arte.
En esa licencia que el estado ofrece al vandalismo se provoca detrimento patrimonial, deterioro del sector turístico, deforestación cultural y una cortina de humo genialmente dispuesta para ocultar los verdaderos problemas del país.
Pero aquí no impera la sensatez sino la ideología moralista presta a anatematizar a quienes la acusan, e impera un gobierno cobarde y blandengue en el cuidado de un patrimonio que debemos proteger para el bienestar de los ciudadanos del futuro.
PD:
Hay crecientes y siempre variables lecturas derivadas de una obra de arte. Por ello, la escultura de Don Sebastián de Belalcázar no sólo habla de una figura histórica sino que es un discreto florero de Llorente que avisa al pueblo que la deforestación cultural suele disfrazarse de buenas intenciones.
(Santa María de la Esperanza, 2020)
Gustavo Rico Navarro*
*Pintor e historiador del arte