“Hay dos procesos contemporáneos que hacen que el ciudadano bien informado demande del intelectual de hoy probablemente mucho más de lo que de él se demandó en el pasado: la democratización de la cultura y la profesionalización del saber. Estos dos procesos sitúan en un primer momento al intelectual y al ciudadano bien informado en un plano de igualdad formal: el manejo diestro de los bienes de la cultura no es más un privilegio virtual de aquel y, de contera, la autoridad del discurso intelectual tiene por fuerza que fundarse sobre bases diferentes de la experticia. Ni privilegio ni experticia sirven, pues, más para otorgar legitimidad a la palabra.”
Fernando Uricoechea.(1)
En su escrito “Los intelectuales colombianos: pasado y presente”, el sociólogo Fernando Uricoechea traza un perfil tentativo del rol que ha venido adquiriendo el intelectual –o “la categoría del intelectual”, como él mismo la llama-, a lo largo de la historia del proceso socio-político conocido hoy en día como República de Colombia. En este texto sigue a grandes rasgos la trayectoria de aquellos pensadores que en el pasado del país estuvieron más alineados del lado de la iglesia y de la protección ideológica del naciente Estado, sirviendo institucionalmente a la tradición al velar por su fortalecimiento político. Luego indica que hacia comienzos del siglo XX se mantiene esta situación a consecuencia de la implementación de un poderoso y amplio imaginario, conformado por incontables dirigentes sociales, los cuales fundaron en su momento las bases de la nación colombiana explotando tanto el prestigio propio como el odio hacia el oponente, más que conformando una tradición identitaria colectiva.
Del mismo modo, Uricoechea reconoce que esta tarea se ha venido cumpliendo con mayor efectividad en la esfera de los medios de difusión de la información. Atendiendo a las transformaciones que ha impuesto el credo económico del neoliberalismo sobre el carácter del Estado de bienestar, observa que la tarea del intelectual se halla gravemente amenazada por otros factores. Uno de ellos sería la multiplicación y atomización de las estrategias de control gracias a la proliferación de organismos privados, administrados por cabezas visiblemente alejadas de la regulación que impone el panorama político. A consecuencia del crecimiento acelerado de múltiples entidades dedicadas a normalizar la vida cotidiana, este sociólogo denuncia la creciente aparición de un “considerable número de asociaciones de intereses”, limitadas a áreas específicas de acción y obligadas a reconocer su incapacidad de intervenir en el tejido social. Desde esta perspectiva, coincide con el señalamiento hecho por William López en este foro, al acusar a la creciente monopolización de los medios informativos como uno de los factores neurálgicos de este progresivo desplazamiento desde la arena pública hacia núcleos más reducidos, casi siempre de orden académico. De esta forma, opciones como la crítica o la disensión le han sido arrebatadas al intelectual de hoy a cambio de que cumpla efectivamente con los mandatos del espacio institucional a que esté vinculado, y a los que sólo muy débilmente podrá impugnar puesto que según él “la institucionalización de las prácticas corporativistas que sitúan la negociación y la concertación antes que el enfrentamiento en el primer plano [ha determinado que] la función ideológica convencional del intelectual [haya] ido perdiendo vigencia.” Para muy pocos es un secreto que estar vinculado a un aparato institucional es una condición obligatoria para la supervivencia material. El desempleado que dedicaba su tiempo al ocio productivo o al incremento exclusivo de sus facultades, es una figura extraña (o sospechosa). Aquel aristócrata del pensamiento, pobre pero altamente estimado por nuestros intelectuales del siglo pasado, ha pasado a ser hoy en día la caricatura de un dandy, inconformista sí, pero también inoperante, que no cuenta con los medios suficientes para expandir el campo de acción de sus reflexiones. Como sucedía antes de implantarse el modelo del Estado benefactor, que a pesar de todo daba algún tipo de apoyo a esta actividad, la necesidad de garantizarse un sustento material distrae en gran medida al sujeto interesado en “dedicar sus fuerzas” a la reflexión crítica.
A pesar de lo preocupante que esto pueda parecer, la posibilidad que se les ofrece a quienes asumen su vínculo con algún tipo de institución introduce una tendencia hacia el disciplinamiento. Si el intelectual habla demasiado fuerte es obligado –respetuosamente- a bajar la voz, para que medite sobre su molestia y encuentre soluciones que resulten de beneficio para sus iguales. Creo que este es el blanco a que apunta Uricoechea cuando habla del status privilegiado que hoy en día poseen en el campo profesional -y, de hecho, en la vida cotidiana-, la negociación y la concertación. Es mejor recibida una invitación a concertar que otra a debatir; y esta última, de ser aceptada, generalmente es de mala recordación.
Una recia intención de acertar
En medio de este panorama, y localizando la reflexión dentro del espacio de conformación de un pensamiento crítico relacionado con las artes visuales en el país, es posible pensar que el reclamo compulsivo por la “ausencia de una crítica seria”, no es tan importante como el hecho mismo de su formulación. El problema a que apunta esta queja no es el de la falta de “verdaderos” críticos, sino más bien la invocación del retorno de una figura que sea capaz de orientar el rumbo de la opinión sobre la actividad artística en nuestro país –a semejanza de los críticos más reconocidos del siglo pasado(2). Pareciera como si se estuviera esperando el retorno de un mesías trabista, dotado de convicción, capacidad para la oratoria, encanto hacia las elites, paternalismo hacia los demás y displicencia y furia contra sus detractores, que venga a poner en orden la casa en plena resaca posmoderna. Si observamos los lugares desde donde suele alimentarse este reclamo, podemos encontrar que son los mismos donde se consolidó en el pasado aquella misma figura: la prensa escrita. El problema que hay en todo ello es que la de nuestros días es más una prensa rezagada de la velocidad impuesta por la televisión, dispuesta por ello a entregar lo poco que la hacía de valor en la época dorada de la crítica de arte en el país: espacio para el análisis en letra impresa. Por supuesto que esta queja también demuestra una falta de reflexión sobre las condiciones que enfrenta el pensamiento crítico en nuestros días, descuido que ha resultado de utilidad para la instauración del mencionado disciplinamiento por parte de quienes emiten ese reclamo. Quienes exigen la vuelta a ese estado de cosas, no sólo en los medios impresos sino en espacios como esferapublica, parecieran desear el retorno de un pater al cual seguir, en vez de despertar una mayor confianza hacia las propias ideas –sin importar por ahora si están equivocadas o no, pues para ellos existe el debate.
Ahora bien, observemos la forma como se da el proceso comunicativo dentro de esferapublica, para matizar la extensa introducción anterior. En un principio podríamos recordar la afirmación de Iuri Lotman al indicar que los procesos de construcción de pensamiento no estriban en la elaboración mental, sino en la discusión de ideas entre dos sujetos que se consideren a sí mismos como pares (esto es, con intereses más o menos homogéneos y con un cierto nivel de desacuerdo). En esferapublica se da la coincidencia de estos dos factores en acciones como la de formular una opinión y obtener algún tipo de réplica en igualdad de condiciones; y, en realidad, hay que decirlo, esa es la ficción que mantiene cohesionada a esta comunidad. Ahora bien, con base en esta misma ficción podemos notar la aparición de cierta estratificación entre sus polemistas. Aunque esferapublica está orientada por una aspiración democrática, su estructura ha permitido la aparición de una jerarquización sobre las opiniones que se difunden allí. Por ejemplo, es posible observar que cuando no hay un debate que concite toda la atención generalmente se envía los abonados una serie de enlaces a otros sites donde se procesa más o menos el mismo tipo de información. En este sentido, sujetos como José Luis Brea o, anteriormente, Hakim Bey, se han convertido en los más atractivos referentes de lectura de este foro. Igualmente, y dependiendo del tono de la discusión, no dejan tampoco de emitirse comunicados relacionados con eventos organizados dentro del circuito artístico local, que el moderador considere pertinente anunciar. Este hecho demuestra entonces que no sólo en nuestro campo se piensa en las mismas cosas, sino que también existen otros interlocutores en el exterior, algunos de ellos bastante respetados.
Otra de las maneras en que se promueve esta especial forma de regulación pseudodemocrática entre los participantes de esferapublica puede encontrarse en los debates propiamente dichos, donde el intercambio de opiniones, las referencias hacia su contenido y el procedimiento abundantemente utilizado de descalificar a un ponente en razón de su visibilidad dentro del campo, funcionan como las rutas hacia las que suelen apuntar las polémicas. Sin embargo, esta lógica no se da de forma automática, siempre depende de un mecanismo de construcción de interés sobre un asunto específico. Sobre este aspecto es importante señalar la constante aparición de personajes como Pablo Batelli, Lucas Ospina, William López, el martirizado José Roca y los seudónimos Mery Boom, Catalina Vaughan o la desaparecida Paquita la del Barrio, al intervenir como ponentes iniciales de la mayoría de los debates ventilados en este foro. Generalmente, sus opiniones se basan en una sólida argumentación, enriquecida la mayor parte de las veces por una molestia repentina, causada por algún lapsus institucional. Sobre este aspecto, vale la pena destacar que existe una suerte de “formato de denuncia”, útil para identificar este tipo de formulaciones, consistente en una ilustración del tema a tratar, una identificación -abierta o soterrada- de sus protagonistas, seguida de una fuerte arremetida contra ellos y los destrozos que hayan causado, todo esto sazonado en dosis variables de cinismo o ironía. Así mismo, sus objetivos principales suelen ser algunas organizaciones de administración cultural con sede en Bogotá (el Ministerio de Cultura y su proyecto Salón Nacional de Artistas, el MamBo y su administradora, por ejemplo) o algunas iniciativas corporativas (Corazón Verde con sus eventos de decoración de esculturas en lámina de hierro, Caracol Radio, con su adquisición de la emisora HJCK, etc). Este grupo de personajes conforma lo que podría llamarse la vanguardia de esferapublica, siguiendo el espíritu del epígrafe que W. López tomaba de Pierre Bourdieu para introducir su texto “esferapublica: del margen a la legitimidad”, e incluso puede afirmarse que de la fortaleza de sus aportes dependerá en gran parte la altura o el interés que despierte el debate posterior. Aunque no exclusivamente.
En segundo lugar aparecen los participantes “derivativos” (entre los que se incluye el autor de este texto), quienes leen las opiniones del segmento arriba descrito para hacerles preguntas, discutir sus procedimientos de análisis, cuestionar el ámbito desde el que emiten sus opiniones o analizar sus modalidades discursivas. A primera vista existiría en este segundo grupo un interés por “dejar que el otro hable”, para caerle encima ipso facto. Por su abundancia y su aparente velocidad propia, es posible considerar que en la manera como son leídas, interpretadas o incluso tergiversadas las opiniones iniciales por parte de este segundo grupo es donde podría encontrarse la mayor riqueza de esferapublica, sobre todo porque es desde aquí de donde parten los acentos que modulan los principios formulados desde la posición inicial. En otras palabras, si en este grupo secundario se quiere discutir, el debate durará.
Fina capacidad de captación
Volviendo al tema de la jerarquización intelectual, en esferapublica, como en todo tipo de agrupación humana, existen modalidades de separación entre varios sectores para determinar quién debe discutir qué. Este hecho no se puede negar de plano esgrimiendo la bandera democrática y creyendo ingenuamente que la totalidad de quienes intervienen en este foro posee la suficiente “experticia” discursiva como para enfrentarse en igualdad de condiciones con actores mucho mejor [in]formados. A pesar de lo retardatario que esto pueda parecer, se puede pensar que esta separación permite darle alguna forma al paisaje que constituye el campo artístico local. En consonancia con Fernando Uricoechea, este sector sería el encargado de darle el “tono” pedagógico a las discusiones, aquel que permita extraer de ellas un provecho mayor que el de la tranquilidad que sigue a la venganza cumplida en diferido. No obstante, esto ha generado también una inclinación en cierto sector de participantes por apelar al juicio de alguno de los personajes ubicados en la vanguardia, para reducir de algún modo los efectos que acarrearía ser sorprendidos en una equivocación (una de las tareas favoritas del segundo sector de polemistas). Sabiendo que uno de los riesgos que hay que aceptar es el de ser observados por múltiples testigos, los participantes de esferapublica también han sabido construir sus propios mecanismos de defensa, entre los que sobresale el de hacer referencia a la voz de un autor legítimo dentro de este foro para salir menos afectado. De ahí que afirmemos que la transparencia supuesta de las aspiraciones participativas e incluso políticas de esferapublica es una ficción que nos permite a todos estar más tranquilos.
Tras observar todo esto, se encuentra que el nivel de efectividad política (que, por ejemplo, López destaca como “lo que más llama la atención desde la perspectiva internacional”, en razón de la invitación que se le hiciera a este espacio desde D12), no resulta una tarea prioritaria para los integrantes de este espacio, en la medida que hasta ahora no ha llegado a incidir con propiedad en el perfil del campo. Una de las razones por las que sería posible considerar este fenómeno sería la procedencia educativa de quienes comparten este espacio. A la gran mayoría de quienes integran esa comunidad le repugna la idea de que conformar un cuerpo homogéneo de opinión permitiría incidir sobre las premisas que orientan el rumbo institucional del campo artístico. Desde esta perspectiva, puede sostenerse que aun sigue funcionando la imagen del artista que no cuestiona su ubicación dentro de un sector claramente demarcado y cuyo interés primordial consiste en defender su feudo particular. Así, este sector no es dado a la colectivización, e incluso ve ese modelo de participación con algún grado de sospecha, en parte gracias al aprendizaje vía medios de comunicación de que esa experiencia ha generado algunas de las peores y más traumáticas acciones dentro de nuestra sociedad. Percibir el clima de fragilidad institucional del campo artístico dentro del contexto de la sociedad colombiana es una cuestión que desalienta con rapidez a muchos de quienes se involucran en estas discusiones, por cuanto están obligados a contemplar con desasosiego que en algún momento será necesario abandonar la tarea para “volver a la vida real”. Para muchos de ellos es difícil eludir los reclamos del pragmatismo.
Es posible creer también que la poca resonancia externa de las opiniones que circulan en esferapublica obedece a cierto temor de sus integrantes por dejar que su impacto vaya un poco más allá de la crítica racionalista, para “transformarse -en palabras de Uricoechea-, en un instrumento de solidaridad y de creación de formas novedosas y saludables de asociación.” Pareciera que el mayor énfasis de este foro estaría puesto en convertirse en un “termómetro [más] del arte nacional”, simplemente gracias a la apertura que en él existe hacia un amplio abanico de opiniones. No obstante, es posible dejar de prestarle menos atención a las consecuencias producidas por un hecho de la actividad del campo artístico, para promover nuevas estrategias de acción. El esfuerzo de una comunidad de interlocutores construida a lo largo de casi seis años de actividad podría no restringirse a dar cuenta solamente de los efectos de una situación. Pero, en realidad, parece que finalmente habrá que aceptar en el caso de esferapublica que el modelo ético promovido por los medios de comunicación se ha impuesto allí sin mayores resistencias, por cuanto muchos de los aportes incluidos se ciñen juiciosamente entre otros, al rol del “cronista de investigación”, dedicado a alimentar intermitentemente cualquier tipo de escándalo según vaya encontrando asuntos que crea necesario hacer públicos, sin preocuparse por indagar sobre sus posibles soluciones. Para este tipo de profesional, qué mejor que siempre haya motivos de descontento. Para muchos de los polemistas de esferapublica, qué mejor que siempre haya eventos, exposiciones, encuentros académicos sobre los cuales comentar.
Guillermo Vanegas
(1) Tomado del ensayo “Los intelectuales colombianos: pasado y presente”, en Los intelectuales y la política, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales-Fundación para la Investigación y la Cultura, Bogotá, 2003, págs. 121-151. Todas las referencias al autor proceden de este texto.
(2) En una encuesta publicada en la revista Espiral, de febrero de 1957, Luis Alberto Acuña decía: “reconozco admirable independencia de criterio en Casimiro Eiger; sensibilidad de la mejor ley en Walter Engel; erudición vastísima y bondadoso juicio en Gabriel Giraldo Jaramillo; recia intención de acertar en Gil Tovar y, el más emotivo de todos, Clemente Airó, [quien] posee una fina capacidad de captación.” Véase, Álvaro Medina, Procesos del arte en Colombia, Colcultura, 1978, pág. 344.