Para Jed Martin, el protagonista de El Mapa y el territorio, la última novela del francés Michel Houellebecq, ser artista es, ante todo, ser sometido: “Sometido a mensajes misteriosos, imprevisibles, que a falta de algo mejor y en ausencia de toda creencia religiosa había que calificar de intuiciones; mensajes que no por ello ordenaban de manera menos imperiosa, categórica, sin dejarte la menor posibilidad de escabullirte, a no ser que perdieras toda noción de integridad y de respeto por ti mismo. Esos mensajes podían entrañar la destrucción de una obra, y hasta un conjunto entero de obras, para emprender una nueva dirección o incluso a veces sin un rumbo en absoluto, sin disponer de ningún proyecto, de la menor esperanza de continuación. En ese sentido, y sólo en ese sentido, la condición de artista podía calificarse de difícil.”
Para David, el protagonista de La luz difícil, la última novela del antioqueño Tomas González, ser artista es estar sometido a la condición difícil que le impone el misterio imprevisible de la imaginación: “Siempre he trabajado mis cosas con ahínco, con gran intensidad, con cierta vehemencia (a pesar de eso no ha faltado el crítico que llame frías a mis obras), pero en esta (obra) del ferry lo estaba haciendo como si de ella dependiera la vida de todos nosotros. Era una lucha contra la aniquilación, en la que, para vencer el caos, había que plasmarlo como agarrando un diablo por la cola y estrellándola contra una tapia (…) Pero únicamente la luz, siempre inasible, es eterna. Y la que había en el agua junto a los borbollones de la hélice del barco, por más que la miraba y retocaba, no lograba yo encontrar la manera de plasmarla completa, es decir, la luz que contiene las tinieblas, a la muerte, y también es contenida por ellas.»
Al final, David termina el cuadro y González acaba su retrato, así como Houellebecq da cuenta de la historia de Jed Martin. Es extraño, en este par de “novelas de artista” dos escritores de registro y latitudes distintas tienden más a las semejanzas que a las diferencias, incluso la obra final de Martin —una inmensa videoinstalación— versa sobre lo mismo que la modesta serie de pinturas de David: “el tenebroso abismo del tiempo”.
David, el colombiano, es un pintor ya viejo que rememora la muerte asistida de uno de sus hijos y la contrapuntea con su actualidad: se está quedando ciego, ha dejado de pintar, ahora escribe. Jed Martin, el francés, es un artista celebérrimo por accidente y es contemporáneo a su época porque ha logrado tomar distancia de ella. Estos dos artistas de novela están en las antípodas de los artistas noveleros que habitan el glamuroso mundillo cultural, son artistas que tienen la misma singularidad de sus creadores, de González que actúa lejos de la parroquia de la “literatura colombiana” y de Houellebecq que limita la franquicia del “arte contemporáneo” a un supermercado del estatus. Los dos retratos literarios destacan sobre los que provee una y otra vez la mísera vida: una galería de carreristas de la sensiblería que se agencian sin dificultad la condición de artista.
(Publicado en Revista Arcadia #76)