Se acerca la temporada expositiva, y para cubrir las nuevas plazas del arte emergente que ya ha quedado desgastado, se hace uso del sistema de la convocatoria mediante un dossier realizado, generalmente, con Indesing.
No hace falta decir que el método de la convocatoria para el arte joven en forma de dossier, es mas que nefasto. Primero porque todos hemos aprendido a vendernos, ya que somos una generación educada mediante la publicidad, y hemos aprendido trucos para hacernos valer. Segundo, porque la salud del arte actual proviene del moldear ceniceros para los padres en la asignatura de educación artística. Tercero porque los statements de las obras presentadas, contienen palabras como “proyecto” o “investigación”, tan solo con la finalidad de profesionalizar un trabajo. Cuarto porque las facultades de un grupo de personas a la que denominamos jurado, son dudosas, y éste solo sirve como filtro para trazar la línea artística de una generación (anterior a la que se presenta), interesada tan solo por unos aspectos culturales. Y quinto porque la idea sobre la existencia de una pieza legitimada por el espacio artístico, a la que los concursantes acceden, no acaba de convencerme…
No obstante, el motivo de este texto no es una revisión del sistema de la convocatoria para ponerlo en cuestión. Esta es la excusa para intentar responder a la pregunta sobre el nacimiento de una obra. ¿Cuando empieza una obra? ¿cuando se expone? ¿cuando tomamos conciencia de ella?
La respuesta no puede ser clara ni concisa, porque no hay solo una… Solo podemos acercarnos a una idea concreta bajo el prisma de la mirada entorno a un personaje que observa un trabajo. Si la obra es vista desde el ojo del espectador, una obra empieza a serlo, desde el primer momento en que se sabe que existe. Desde el punto de vista del curador, el trabajo artístico empieza a serlo en el momento en que la obra es visualizada desde una mirada interesante. Y desde el punto de vista del artista (y es aquí donde quiero centrarme), desde el primer momento en que acepta que un trabajo puede ser expositivo. Esta última afirmación desde el artista, viene dada por un imaginario desarrollado durante sus visitas a exposiciones, en que ha adquirido ideas para sus nuevos trabajos, por los que ha sentido un interés. A este interés se le suma el aditivo del reconocimiento social en un grupo de jóvenes artistas que a menudo se comportan como en una teleserie de EUA, donde los populares se burlan de los nerds… En resumen, una obra empieza a ser obra desde el primer momento en que el artista toma conciencia de la necesidad de exhibir su trabajo para que su obra y él mismo, empiecen a existir. Una obra se considera obra desde que cruza el umbral de una sala de exposiciones. Un artista empieza a serlo, desde el momento en que su obra es catalogada como trabajo artístico, antes era un personaje haciendo algo parecido a las manualidades…
Y con la toma de conciencia de esta afirmación, han nacido espacios expositivos que por un módico precio, convierten a artistas emergentes en “profesionales”…o eso les hacen creer. Son espacios a los que un artista tiene un lugar en una exposición colectiva unas dos semanas por 50 euros. Este dinero es cobrado con la excusa de los gastos de alquiler del espacio expositivo. Los artistas que acceden al pago, normalmente se ocultan bajo la idea de que exponer la obra pagando es lo mejor que pueden hacer, ya que es complicado encontrar espacios que acepten artistas jóvenes de forma gratuita. Sin embargo, ahí detrás se oculta un velo vanidoso: quiero ser artista a toda costa, aunque tenga que pagar para serlo.
Pero también he de reconocer la valentía de esas personas auto-patrocinadas, porque ya sea pagando o cobrando, abren una fisura en el concepto “dependencia” hacia la institución para que un creador sea exhibido, así como en eliminar la necesidad del curador para construir una “buena” lectura de las pieza.
Los artistas que por varias razones (quiero pensar que normalmente son éticas, y no por la tipología de público que visita estos espacios auto-patrocinados), desean exponer en otros lugares gratuitos o subvencionados con dinero público, intentan acceder a los espacios de exhibición mediante el formato de la convocatoria. Como ya he dicho, el jurado legitimador (y a menudo todopoderoso), pertenece a una generación anterior, y son los que deciden cual es el proyecto u obra que es digna de exponerse. La elección no debe ser fácil, muchos artistas pretenden empezar a existir como tales mediante los Centros Cívicos, y si observamos en un gráfico el índice de participación a las convocatorias de los Centros mas populares en Barcelona (Can Felipa, Sant Andreu y Sala d’art Jove), desde el año 2006, han aumentado considerablemente. ¿A que se debe este fenómeno si estos Centros parecen ser un American Idol en versión artística?. Y cuando me refiero a que estos concursos y exposiciones de amateurs (paradoja por donde se vea, ya que amateur significa “hacer algo porque se ama”, o sea, sin esperar nada a cambio), me refiero a obras que en muchos sentidos son cuestionables. Pero aquí hay varios temas que se fusionan.
El primero es el de la inmodestia por parte de los artistas en dejarse ver en un Centro público muy popular entre la gente joven. Inmodestia porque el Centro no es mas que un escaparate, no patrocina a nadie, simplemente les da visibilidad durante un tiempo. No les mueve la obra a otros espacios, solo “usan” al artista para rellenar su agenda cultural. ¿Entonces, porque tanta gente participa en estas convocatorias si no hay nada a cambio?. Algún erudito diría que desde hace un par de años se paga a los artistas por mostrar su trabajo, y aunque sea poco, algo es algo. Sin embargo, la cuestión de presentarse a una convocatoria de un Centro cívico se acerca mas a una cuestión social que a una cuestión económica. Si lo miramos desde el prisma del dinero, una persona que, por ejemplo, hace de camarero el fin de semana, gana 3 veces mas dinero en un día que un artista. Por tanto el tema no es meramente mercantil, la exposición en un centro de reconocimiento popular se acerca mas a una ilusión de ser artista famoso, que al de ganar dinero con el trabajo de artista.
El segundo tema va anclado a la reacción posterior en ver a los espectadores mirar un trabajo. Lo gratificante y reconfortante de ver a alguien que se interesa por lo que haces, parece ser la llamada de la codicia a continuar realizando un trabajo que seguirá presentándose a otras convocatorias de la misma “calaña”. El artista David Hammons lo expresó muy bien con estas palabras: “En esta situación lo que ocurre es que te tienta el diablo. Te enseñan todo lo que podrías tener. Lo único que hay que hacer es entregar tu alma. Yo me encontré sumido en esa agonía”. La frase de Hammonds describe perfectamente que es lo que quiero explicar. Llevado al terreno popular del éxito localista de Barcelona, un artista exhibiendo su obra en cualquiera de los tres Centros mencionados, será el chico o chica mas popular de la fiesta. Después se irá de cañas a un bar de carajilleros con otros artistas y comisarios, y empezará a sentirse popular, y con esta sensación tan reconfortante se creerá mas que nunca su trabajo. El artista emergente sigue en un áurea post adolescente que no debemos olvidar.
El tercer tema va unido al fenómeno de la popularización y estandarización del arte por una generación que tiene mal asumido el carácter juicioso de la creación. Podría poner muchos ejemplos, pero que vale la pena, porque día tras día podemos observar desde la crítica prudente, muchas obras y actitudes de artistas que verifican esta afirmación. Cuando en una clase de licenciados en Bellas artes realizando un master, ves que un proyecto sale de una noche en un bar, que un alumno intenta venderte un trabajo ya realizado que ni siquiera puede explicar, cuando ves trabajos que se saben que han sido bien asumidos por la comunidad artística y que alguien rehacer el resultado final con la expectativa de que va a ser asumido de la misma manera, o que alguien intenta hacernos creer que un folio lleno de rallas ha sido cautamente rellenado durante una jornada laboral, intuyes que algo va mal…
¿Esta en buena salud nuestro arte emergente?
Mi respuesta es NO, y con mayúsculas.
¿Entonces a que se debe la proliferación de artistas en las convocatorias de carácter público en solo tres Centros de la ciudad condal? Fama, glamour y satisfacción personal. Solo eso.
No olvidemos que el formato de American Idol ha calado muy fuerte en nuestras generaciones de jóvenes que aspiran a una gloria para obtener una autosatisfacción personal importante. Si con la postmodernidad hemos entendido que el mundo está lleno de baches que hemos de esquivar, si hemos asumido que siempre nos pondrán palos en las ruedas, pero que nosotros florecemos tarde o temprano. Cuando un concurso de arte emergente se transforma en una gala de los Óscar ¿que esperamos?. Este es el precio que estamos pagando por haber llegado a una información que ha sido filtrada y que solo hemos retenido la última idea. Hemos entendido que Hirst ha llegado alto, pero parece ser que no hemos entendido porque. Todo artista joven de la generación de los 80’ ha entendido el sistema actual de como triunfar: publicidad, marketing, actitud, una obra ingeniosa y muchas teleseries nos han dado las pistas. Solo hemos de trasladarlo a nuestra vida, y ya podemos empezar a presentarnos a las convocatorias para creernos nuestra obra y existir como artistas a través de ella.
Daniel Gasol
publicado pro salonKritik