Arte y parte

Mientras algunos políticos usan las exposiciones de arte para hacer política, algunos artistas usan la política para hacer exposiciones de arte; el problema es que cuando las cosas no logran trascender el terreno infértil de la politiquería, lo único que queda es una serie de documentos que con pretensiones moralizantes muestran el falso heroísmo de un artista que se “atrevió” a cuestionar la autoridad.

En Cali, en el Instituto Departamental de Bellas Artes, se exhibe “El Salón de Los Relegados. La belleza, la Cultura y la Elegancia de la Especulación Crítica”. Una exposición curada por Iván Tovar y Mónica Restrepo, que alterna obras con correspondencia legal: hay una carta oficial de expulsión de dos estudiantes por “actos vandálicos” junto a la tutela que obliga y protege “el derecho a la educación”; hay una mesa patas arriba sostenida al techo y una carta donde el encargado de mantenimiento de la institución pide que quiten la obra de un lugar público porque “atenta contra la seguridad de los transeúntes”; está el retrato de un ominoso narcotraficante grafiteado sobre un gran collage hecho a partir de vallas de políticos en campaña por el Valle (esta obra fue retirada de la fachada de Bellas Artes a petición de un funcionario de la Gobernación que adujo que si seguía montada “el Instituto se podía quedar sin la papita” en la repartición del presupuesto).

En una carta, la Directora de Arte informa al Rector de Bellas Artes que los estudiantes ven un pénsum amplio donde crítica y pintura son cursos paralelos. Y entre otras piezas hay una carta en braille con la palabra “corrupción” dirigida al pasado alcalde de Cali, un funcionario invidente…

La muestra va de las leguleyadas a la ley alternando entre un activismo político naïf y una estetización irónica y aguda sobre la política. Alan Riding, un periodista, dice que “la cultura puede y debe siempre retar al poder”; en la exposición “El Salón…” esto se cumple a cabalidad: el conjunto —no sé si a pesar de sí— es una puesta en escena bastante realista del tinglado politiquero (artistas incluidos) que rodea los eventos del arte.

Pero aunque el arte sea hijo de su tiempo tiene el deber de distanciarse y trascenderlo, su significado no puede ser resuelto en una ecuación unívoca. Es por eso que la obra en la que un artista, con fuerza y determinación, hizo 21 variaciones sobre su propio retrato, es pieza fundamental de esta curaduría: muestra que una de la formas más efectivas de hacer política desde el arte es ser indiferente a la politiquería.

Lucas Ospina
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