Hasta el 14 de marzo se exhibe en el segundo piso del Museo de Arte del Banco de la República la exposición curada por Deborah Cullen “Arte≠Vida: acciones por artistas de las Américas, 1960-2000”. La investigación realizada por Cullen, directora de los programas curatoriales del Museo del Barrio de Nueva York, recoge un panorama amplio –aunque no representativo- de prácticas artísticas realizadas en “Las Américas” distribuidas, más o menos, del siguiente modo: gran concentración de la muestra en Argentina y Brasil, seguida por México, Chile, Cuba, Estados Unidos, Puerto Rico y, en menor medida, Venezuela, Perú, Colombia y Guatemala (tal vez se escapen de esta lista otros países, en todo caso marginales en la muestra). Esta distribución no sorprende sino que indica y confirma el desequilibrio del circuito artístico regional extendido igualmente a otros sectores creativos como el cinematográfico, el fonográfico y el editorial. La exposición nos muestra, sin quererlo, una geopolítica de la producción y distribución cultural en América Latina, el Caribe y Estados Unidos.
Desde luego, esto no le resta importancia o interés a la exposición; antes bien, los 117 trabajos recogidos muestran un cuidadoso trabajo de archivo que amplía nuestra mirada y contribuye a la elaboración de un estado del arte del arte contemporáneo en América Latina. En este sentido, el visitante de la exposición encontrará, más que una experiencia artística, una base documental de nombres y procedencias que exige, si el interés es informarse, varias visitas, que más que placenteras de seguro resultarán instructivas. La ausencia de placer no importa, pues lejos estamos del imperativo prodesse et delectare, mucho más acorde al infoentertainment de las industrias culturales que al arte contemporáneo o, para ser más precisos, a los archivos del arte contemporáneo: fríos y aburridos como los datos de cualquier archivo (de esta dificultad expositiva parece ser consciente la curadora).
Ahora bien, a esos datos se les da un ritmo expositivo sujeto a una idea transversal: “arte no es vida”. El guión curatorial propuesto por Cullen recurre no tanto al orden cronológico como a la lógica manifiesta de las acciones artísticas: destructivismo, neoconcretismo, cuestiones candentes, el medio es el mensaje, happenings, tierra/cuerpo, franqueando fronteras, Junta no y diversiones. Este modo de exhibición organiza sin duda el abigarrado conjunto de referencias y ayuda a ver de mejor manera. Sin embargo, la indicación que da la bienvenida a la exposición no resulta clara: “arte no es vida”. Cullen señala que la exposición “problematiza el lugar común de que el arte es equivalente a la vida y la vida es arte […pues…] las acciones de arte que abordan la desigualdad y los conflictos no equivalen a la vida real vivida bajo circunstancias de represión”. Evidentemente la conjunción “arte y vida” puede parecer un lugar común cuando se convierte en doctrina creativa, cuyo resultado es, con frecuencia, el panfleto artístico o el tufillo hippie, del que no escapan algunas de la propuestas exhibidas; valga mencionar, por ejemplo, “La esperanza es lo último que se está perdiendo” de Ángel Delgado (Cuba) o “Fuente desviada, para Marcel Duchamp” de Rafael Ferrer (Puerto Rico).
Pero independientemente de casos poco afortunados, es claro que muchas de las acciones artísticas de la muestra pretenden superar la separación entre arte y vida con estrategias utilizadas décadas atrás por dadaístas, surrealistas y situacionistas, mediante la consigna de que la obra no se produce con el fin de ser interpretada sino con la finalidad de producir un impacto, que al realizarse, desaparece: convertir la vida en arte o suprimir el arte en la vida, v. gr., Alberto Greco (Argentina) o “Divisor” de Lygia Pape (Brasil). En ese sentido, el contenido de la exposición confirma la premisa “arte =vida”, antes que negarla. La negación sólo está en el título de la exposición y en verdad sólo crea desconcierto. Tal vez el título sólo busca ser provocador, un anzuelo para el público.
En conjunto resulta claro que una gran cantidad de las acciones expuestas tienen una fuerte carga política, y aunque el guión curatorial se fragmente en aspectos formales o nominales la línea de continuidad se establece en clave de conflicto, un indicador significativo para entender el arte en América Latina. Particularmente llaman la atención aquellas propuestas que actúan en los intersticios que deja el poder y en los que se manifiesta la potencia creativa en forma de perturbación: La cruces trazadas por Lotty Rosensfeld (Chile), “El Partenón de libros” de Marta Minujín (Argentina), “Caracas” de Jacobo Borges (Venezuela), “Arte Rembolso” de E. Sisco, L Hock y D. Avalos (Estados Unidos), son una buena muestra de ello. Por último, vale la pena insistir de nuevo que la investigación llevada a cabo para esta exposición contribuye a la elaboración de un estado del arte del arte contemporáneo en América Latina, una tarea que sólo podrá completarse con un trabajo de tipo colaborativo entre instituciones, investigadores y artistas de la región.
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Elkin Rubiano