Sergio Zapata. Datos para contemplar la historia natural (2012) (detalle). Obra presente en ¿Qué cosa es la verdad?, exposición integrante de Desde el malestar, proyecto curatorial de Érika Flórez y Juan Sebastián Ramírez. 14 Salones Regionales de Artistas, Zona Pácífico. Museo La Tertulia, junio 1 – agosto 5.
En Bogotá, algunos lectores de clase media-baja de comienzos de los noventa del siglo pasado, integramos una comunidad formada bajo el excelente sistema de educación publica de este país. Entre otras cosas, tuvimos contadísimas ocasiones de conocer un libro, y menos oportunidades para entender que “leerlo” no era contentarse con repasar sólo un capítulo. Lo mismo nos sucedió con la televisión que consumíamos. Aunque en este caso no por contar con profesores interesadísimos en graduar bachilleres de hondas aspiraciones profesionales en las áreas de Servicios Generales, sino porque se nos enseñó que los guiones más sofisticados a que podíamos aspirar eran los de MacGyver (personaje brillante como pocos).
Se dirá que el lector se hace, no nace. Eso está bien, aunque a veces su aparición sea resultado de la fortuna. Por ejemplo, los sábados en la tarde de la misma época en que éramos inutilizados para la literatura, comenzamos a ver una serie dedicada a los contactos paranormales y el FBI. Quienes decidimos seguirla encontramos que entre la segunda y la tercera temporada fue introducida una irregularidad narrativa que nos fascinó. Al final de Anasazi, el héroe parece quedar encerrado en un container repleto de cadáveres (todos alienígenas, no se preocupen) que, al parecer, es incendiado y luego sale vivo (como siempre), y continúa hasta que termina destruyendo la serie completa (se mete a productor de la misma), y de paso su carrera. La pregunta era ¿por qué simplemente no sucedió todo eso en un mismo capítulo?
Lo mismo nos pasaba con las curadurías. Cuando empezamos a ir a exposiciones, nos enfrentamos al planteamiento constante de relaciones infrecuentes, producidas sin la intención de crear continuidad. O había chistes. O había One Hit Wonders (aunque no el de esta foto, sino el de la Galería Santa Fe). O había destellos. Y cuando nos encontrábamos con proyectos ambiciosos, que de cierta manera pudieran percibirse como una forma de reducir la incertidumbre entre muestras, estos no concluían. ¿Recuerdan el Proyecto Pentágono? Vuelvan a su catálogo. Algo de eso hubo ahí. De ambición e incompletud.
Volviendo a la serie de televisión. Cuando íbamos a la Feria del Libro y nos quedábamos horas y horas junto a nerds similares que consumían lo mismo, entendimos aquello de la formación lectora. Allí fue donde escuchamos por primera vez la expresión Arco argumental, para referirse a lo que pasó entre Anasazi, The Blessing Way y Paper Clip. Según creo recordar, la mujer que nos lo explicó decía que se trataba de una historia que se extiende a lo largo de pocos capítulos dentro de una misma producción. Como no éramos muy amigos de leer libros completos, al principio nos costó entender que el secreto estaba en mantener la concentración (como en casi todo). Luego pudimos. Lo mismo nos sucedió con los proyectos curatoriales: decidimos seguir las carreras de curadores y gestores, para ver qué hacían en cada oportunidad. Allí, lo de concentrarse era más difícil. Pero todo cambia alguna vez.
Para mí fue durante este año, donde me encontré con Desde el Malestar, de los 14 Salones Regionales de Artistas (Zona Pacífico). Viendo cada una de sus exposiciones, pensando en tanto Salón Regional trans-generacional y demo-curatorial, volví a sentir la epifanía del Arco argumental. ¿Cómo? Veamos.
Si se toma en su conjunto, la propuesta trata de resolver varias preocupaciones del equipo curatorial, como por ejemplo el asunto aquel de que en esa región la falta de autocompasión, la tristeza, el dolor y el cinismo son comunes, valiosos y no requieren de grandes despliegues técnicos o ideológicos. Pero no sólo es eso, ése es el argumento principal. También hay narraciones intercaladas. Es decir, uno podría no querer superar los Ciervos de bronce, de Camilo Aguirre, básicamente porque establece algún tipo de identificación de clase con lo que cuenta el artista y los personajes que muestra. Incluso, uno podría intercambiar el título de la “Antigua reunión de sindicalistas”, por uno como “Otra reunión de pensionados”, simplemente porque le da la gana de recordar los momentos en que debió superar ese aburrido trance en compañía de sus padres. En el modelo clásico de “un-solo-artista-por-curaduría”, la cuestión terminaría aquí. Pero no.
Miren la invitación de Qué cosa es la verdad. Allí un pie aplasta un pescado que abre la boca para morir pronto. Ése es de Jorge Núñez. Luego miren el de Camilo Aguirre, que está dentro de la exposición. Después, lean lo que dice el equipo curatorial: “Camilo Aguirre (…) hace un pescado que mientras muere magullado se pregunta en latín “¿Qué cosa es la verdad?”. En los cuadernos de otro artista, encontramos otro pescado, y nos pareció muy pertinente poner el mismo punto en el recorrido a los dos peces, juntos (…) animales frágiles haciendo equilibrio o ya aplastados, que son el origen y la fuga del saber.” Puestas así las obras, ¿quién no aprende a concentrar su atención? Ver arte sirve de algo. Entre el folleto que repartían a la entrada y el encuentro con las piezas quedaron cosas. ¿Cuáles? Mejor que lo diga cada uno: ¿qué es la verdad?
¿Algo más? Bueno. El trabajo de Mónica Restrepo. Amigas y amigos curadores ¿para qué andar buscando versiones inéditas de cada cosa sabiendo que una misma artista puede ilustrar los chismes de un campo artístico, a la vez que puede insertar una selección de pinturas realizadas en un contexto institucional, para lograr lo mismo: hacer sonreír?
Y la cosa no termina aquí. Es decir, si visitan el blog de la curaduría seguramente podrán encontrar sus hilos narrativos. Úsen, por favor, Desde el malestar como un horóscopo, si les apetece. Trátenlo como un relato. Vayan y vean que “celebrar con gracia la decadencia de la ciudad y el fracaso del proyecto moderno” no es tan difícil. Es decir, podemos ponernos a ver transmisiones deportivas -o cine- y llorar en los momentos más apabullantes, pero ¿por qué no hacerlo en una exposición de arte? De pronto, cuando lo hagamos, entendamos que la sutileza no está en los trazos delicados o el amaneramiento conceptual, sino en aprender a leer objetos reunidos. Así pues, la curaduría también puede servir para otras cosas, más que para odiar a los curadores. Si se quiere.
–Guillermo Vanegas