Apuntes sobre el 15 Salón Regional Pacífico, Reuniendo Luciérnagas

Después de semanas de escándalos, acusaciones, declaraciones públicas subidas de tono, vestiduras rasgadas, oportunismos, llantos y malentendidos propiciados en gran medida por una lamentable cobertura de parte de los medios, es imposible opinar sobre el 15 Salón Regional Pacífico asumiendo un tono neutro, con pretensiones de objetividad. La cancha ya está embarrada, así que el crítico tiene que decidir si juega en esas condiciones o si es mejor abandonar el terreno. Yo he optado por quedarme, tomar posición y, antes de pasar a relatar mis impresiones sobre el Salón, hacer público mi apoyo a los curadores, Herlyng Ferla y Riccardo Giacconi, a quienes se ha sometido injustamente a un proceso de escarnio público que ha incluido hasta una demanda judicial…

Después de semanas de escándalos, acusaciones, declaraciones públicas subidas de tono, vestiduras rasgadas, oportunismos, llantos y malentendidos propiciados en gran medida por una lamentable cobertura de parte de los medios, es imposible opinar sobre el 15 Salón Regional Pacífico asumiendo un tono neutro, con pretensiones de objetividad. La cancha ya está embarrada, así que el crítico tiene que decidir si juega en esas condiciones o si es mejor abandonar el terreno. Yo he optado por quedarme, tomar posición y, antes de pasar a relatar mis impresiones sobre el Salón, hacer público mi apoyo a los curadores, Herlyng Ferla y Riccardo Giacconi, a quienes se ha sometido injustamente a un proceso de escarnio público que ha incluido hasta una demanda judicial. Lo primero que habría que aclarar es que, lejos de ser un fiasco, las exposiciones organizadas por Ferla y Giacconi en el Museo La Tertulia y La Sucursal son impecables desde el punto de vista técnico y además abren un campo de discusión sobre las relaciones entre las prácticas artísticas locales y las dinámicas históricas específicas de la región. Entiendo que eso debería bastar para aplacar la alharaca y resituar la conversación en otros términos, pero mejor vayamos por partes. En Las cosas en sí, que se exhibe en la primera planta del edificio de la colección permanente, el protagonismo lo tienen las vitrinas que aluden a los gabinetes de curiosidades de los albores de la modernidad. La disposición de las piezas en dichas vitrinas prescinde de fichas técnicas y esa elección, sin duda arriesgada, propone una relación entre los objetos que va más allá del sello autoral o del consabido diálogo intersubjetivo entre lenguajes predeterminados: las resonancias aquí se producen en un plano sensible, cromático, material y el resultado es muy sugerente. Como lo advierte el subtítulo de la muestra, se trata de “un sistema frágil”, donde unas cosas buscan la complicidad de otras cosas, no para ilustrar un discurso, sino para sugerir vínculos formales que van trazando una red en la que se aprecian las continuidades y discontinuidades, las elipsis y los nexos que hablan de los elementos fundamentales del trabajo y la economía locales (ladrillo, cemento, panela, café, papel, insectos secos, flor de caña). Allí se destacan las buenas vecindades entre las piezas de William Narváez, Natalia Pipicano, Iván Tovar, Julien Creuzet, Juan Guillermo Tamayo o Nicolás González. Estos micro-sistemas de las vitrinas aparecen enfrentados a piezas de mayor formato como la contundente instalación De Mala gana, obra de Mónica Restrepo, cuyo título alude con ironía a la hacienda Malagana, lugar de donde se saquearon los restos de una cultura indígena que habitó el valle hace dos mil años. La pieza consiste en trozos de arcilla fresca arrojados sobre la pared blanca del museo, un gesto a medio camino entre la escultura, la pintura de acción y la crítica institucional con el que Restrepo consigue hacer un cuestionamiento sobre nuestra incapacidad para apropiarnos de la historia de nuestro territorio, como si lo único que dejáramos a nuestro paso fueran las señales ilegibles del expolio, ni siquiera unas ruinas sobre las que proyectar libidinalmente el presente (la obra incluye también un texto de la artista que, por desgracia, ya no estaba disponible en la sala cuando fui a ver la exposición). El intento de establecer una constelación en la que los objetos contemporáneos abran una brecha hacia el pasado se vuelve aún más evidente en la obra de Fredy Quinayas, Férulas de epígonos, una silla y una mesa estilo Luis XVI hechos en fique, una fibra muy popular con innumerables usos industriales y artesanales en la región. Tampoco es caprichosa ni improvisada, como ha sugerido con mala leche Miguel González en un texto que le ha dado cuatro vueltas a las redes sociales, la inclusión de algunas piezas procedentes de la colección del museo. Las esculturas de Pablo Van Wong y Ramírez Villamizar o la talla de madera anónima de un Cristo junto a las obras de Bahos y Riascos rompen la superficie de lo contemporáneo para que otras temporalidades atraviesen el espacio y la resonancia warburgiana cobre más fuerza. Aquí hay que entender que la “fragilidad” del sistema no es necesariamente una debilidad, una falta de rigor conceptual. Al contrario, lo que denota esa fragilidad es el producto de unas tensiones intelectuales y la posibilidad permanente de que el caos del tiempo no nos permita atar cabos, unir unos fragmentos con otros. Como toda buena exposición que tiene en Warburg a su dios tutelar, Las cosas en sí intenta que los objetos (algunos de ellos generados en contextos muy específicos, dentro de campos semánticos propios) puedan sin embargo entablar una comunicación transversal mediante eso que el propio Warburg llamaba fórmulas expresivas (pathosformel): geometrías, arabescos, espirales, un retículo, un patrón, las materias primas y sus transmutaciones. Y es ahí, en esa posibilidad de comunicación que prescinde de los campos semánticos cerrados y el narcisismo identitario, más aún si tenemos en cuenta que esas nociones aparecen recortadas contra una idea bastante difusa y compleja de lo que es la región, es ahí, digo, donde quizás resulte pertinente hablar de mestizaje en los términos en los que lo hacía Glissant, es decir, en un sentido positivo, no como una imposición colonial, ni como una disolución chocoloca de todas las identidades y un incesante devenir de pollo sin cabeza, sino como un laboratorio de subjetividades a partir de las resonancias formales y rítmicas que se dan entre espacios culturales radicalmente distintos.

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Las cosas en sí (detalle) Museo La Tertulia

Dicho todo esto, resulta vergonzoso que algunos de los artistas presentes en la exposición hayan alegado que el montaje vulneraba la integridad de sus piezas y atentaba contra sus procesos individuales de investigación, razones que adujeron en la demanda que presentaron contra los curadores del salón. Si no estuviera al tanto de las virtudes de la facultad de artes de la Universidad del Cauca, de donde son egresados estos artistas, pensaría que en mi ciudad natal nos saltamos ciento y pico de años de debates estéticos sobre los límites de la autoría, las reapropiaciones o las relecturas en las prácticas del arte moderno. En ese sentido, un dato tragicómico es que, durante la conciliación que tuvo lugar entre las partes la semana pasada, los artistas pidieron ser indemnizados económicamente por daños y perjuicios contra la originalidad o la virginidad de sus trabajos. No obstante, como decía, conozco la calidad de la enseñanza de esa facultad, donde se han formado algunos de los artistas más interesantes del país, y quiero creer que esta reacción tan poco elegante no pasa de ser una anécdota protagonizada por unos muchachos mal aconsejados. El hecho de que hayan optado por reemplazar la discusión intelectual por un proceso judicial, el hecho de que hayan preferido desprestigiar personas antes que persuadir en el terreno de las ideas, sienta un grave precedente y, por desgracia, anula cualquier horizonte crítico para favorecer la rancia subcultura kafkiana de abogados y burócratas que viene carcomiendo desde hace dos siglos los asuntos públicos del país. Si no paramos esta estupidez a partir de ahora los curadores van a tener que sentarse a negociar con los artistas ante un notario, cada uno con su tinterillo, debajo de la foto de Alejandro Ordóñez. Cualquier hijo de vecino que lea periódicos en este país sabe que la judicialización compulsiva y el victimismo paranoico son una variante contemporánea de las vías de hecho empleadas históricamente por la extrema derecha. Así que más ideas y menos tribunales, muchachos.

Taumatropía
Taumatropía, en el Museo La Tertulia

Antes de terminar quisiera hacer un breve repaso de las otras exposiciones que componen el salón. Por un lado está Taumatropía (en la Sala Subterránea del museo), donde se destacan las obras de Camila Rodríguez, Natalia Correa, el formidable trabajo de Alberto de Michele, I Lupi (Los lobos), un video sobre unos delincuentes del norte de Italia que salen a cometer sus robos solo en las noches de niebla, además de la instalación de Dash/Lab, El mutante del Venezuela, que documenta la evolución narrativa de un rumor acerca de una criatura entre los vecinos de un barrio caleño. De las tres muestras Taumatropía es quizás la menos lograda, no tanto en términos de montaje como por la disparidad en la calidad de las obras elegidas. Esto hace que por momentos se interrumpa el circuito que se pone en marcha con las ideas de engaño óptico, cine, criminalidad, ideología, monstruo; la experiencia queda supeditada a los efectos atmosféricos generales, más que a la potencia retórica de las piezas.

Teaser. La parte por el todo
Teaser. La parte por el todo (detalle) en La Sucursal

Por otro lado, en Teaser. La parte por el todo (en La Sucursal), la acertada elección de las obras compone algo así como un relato de los relatos posibles o imposibles. La historia y sus pliegues conjeturales. Aquí hay que destacar el teaser de una película de Víctor González Urrutia, un cineasta autodidacta de Villapaz, un pueblo del Norte del Cauca, y las piezas de Breyner Huertas, que hace unos montajes entre textos e imágenes de archivo que permiten al espectador asistir al preámbulo o al epílogo amputado de una narrativa desconocida.

Eduardo Motato, “Pathosformel: Elementos para una pintura” (detalle), instalación de objetos encontrados, 2015
Eduardo Motato, “Pathosformel: Elementos para una pintura” (detalle), instalación de objetos encontrados, 2015

Una de las mejores sorpresas de este salón es poder ver la exposición individual Pathosformel. Elementos para una pintura, de Eduardo Motato, en la Sala Alterna del Museo La Tertulia. Motato es capaz de reducir objetos a un plano bidimensional para mostrarlos como coloraciones, como degradaciones tonales de la materia expuesta al tiempo. Y un instante después sugiere volúmenes, arquitecturas: sus objetos encontrados parecen siempre al filo de revelar usos nuevos, aunque ese estado de suspensión en que se encuentran funciona más bien como la afirmación de un potencial de mediación entre las cosas cotidianas, dando rienda suelta al deseo íntimo de los objetos de volverse pintura.

Para terminar, quisiera advertir que mi mayor reparo con esta propuesta de Salón Regional es que los curadores pusieran tanto énfasis (uno diría tanta fe) en la noción de silencio. En los textos curatoriales se insiste en que, dada la saturación del discurso que obstruye la experiencia sensible de las obras, la solución más natural es la contemplación callada de la cosa. Esta ingenua creencia en la experiencia no mediada, que prescinde de todo relato, empuja al arte a las tautologías de la iluminación religiosa y pone a los objetos estéticos en una falsa posición de autonomía. En su libro Pueblos expuestos, pueblos figurantes, Georges Didi-Huberman cuenta cómo Walter Benjamin, “introdujo con maestría la cuestión de la legibilidad de las imágenes, sometiendo a estas a un desciframiento concebido no para dar a las palabras la última palabra sobre ellas sino, al contrario, para poner unas y otras en una relación de perturbación recíproca, de cuestionamiento por medio de un vaivén siempre reactivado.” Lo irónico del caso es que los curadores del salón hayan tenido que pasar por tan mal trago para aprender esta pequeña lección. En suma, no hay pathosformel sin una narrativa que recomponga la constelación. El Atlas Mnemosyne es la apertura de un juego, una invitación a encontrar el hilo, no la obra concluida que se basta a sí misma para hablar y decirlo todo. Sin apuesta narrativa lo que queda es un espacio pulverizado y confuso en el que campan a sus anchas los oportunistas, los posmodernos y los abogados.

 

Juan Cárdenas

 

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Debate sobre el Salón Regional en La Tertulia

¿El Salón Regional en La Tertulia es un fiasco?

Desde hace varios días se han venido publicando fuertes críticas al Salón Regional que se inauguró el pasado 3 de julio en el Museo La Tertulia: Miguel González, crítico y ex-curador del Museo La Tertulia, señala entre otras cosas que la curaduría “invisibiliza, despedaza y usa como rehenes obras para que obedezcan, como en este caso, a etiquetas fatuas” y reclama al Ministerio de Cultura que “debe de asesorarse mejor al escoger los curadores”. El crítico Carlos Quintero escribe que “El gran problema es la pésima museografía y el dudoso montaje. Al parecer, y siguiendo los “lineamientos” museales de la institución, a los “curadores” se les ocurrió “jugar” con las obras en el espacio… Pues, ¡perdieron!”

5 comentarios

No hemos querido estar en ese protagonismo e interpretaciones en las que se ha movido todo el mundo entre lo bueno lo malo y lo feo del Salón Regional Pacifico, como tampoco estuvimos presentes en reuniones ni debates porque nuestro tiempo es oro y no tenemos porque correr sólo cuando los curadores, el Ministerio y sus agentes mediadores lo encontraron conveniente para ellos, cuando lo importante eran las reuniones previas al montaje de la exposición, estas al parecer no tuvieron ningún efecto en lo acordado, llámese mesa, vidrios, o material de soporte impreso de nuestro proyecto.

Es la primera vez que venimos a manifestarnos por este medio (ya los curadores conocían nuestro descontento respecto a la manera en que iba a ser tratado el montaje en los días previos a la inauguración), porque también es la primera vez que mencionan el proyecto directamente. Algo que ya sabíamos ocurriría y que evidentemente pone de manifiesto la negligencia de los curadores de seguir las recomendaciones del colectivo, y el desconocimiento a fondo de la investigación. Cabe resaltar que El Mutante del Venezuela no tiene nada que ver con el edificio Venezolano (Edificio Unidad Residencial República de Venezuela) como lo anota Juan Cárdenas en el presente articulo, de dónde saca esta afirmación?. La situación fue montada en un barrio al sur de la ciudad de Cali. Para terminar, los invitamos a que conozcan un poco más del proyecto aquí: https://dashlab.wordpress.com/projects-2/mitologia-de-la-electricidad/el-mutante-del-venezuela/

Lamento el equívoco. Es muy difícil comentar tantísimas obras, tantísimo material y a veces se incurre en imprecisiones. De todas maneras, lo que vi del proyecto me pareció muy interesante; tengan por seguro que me informaré más sobre el proceso y los resultados. Gracias. Los felicito.

Ya era hora de ponerle freno a quienes vieron el juicioso trabajo de Herlyng Ferla y Riccardo Giacconi como un vehículo para canalizar disputas políticas, pugnas de poder dentro del campo artístico local, envidias, peleas y frustraciones personales, y posiciones retardatarias o la descarnada incomprensión de las prácticas artísticas contemporáneas.

Sin embargo, entre tantas otras madejas que aun deben desenredarse, está pendiente que el Ministerio de Cultura responda, ¿por qué en vez de apoyar a los curadores claramente les dio la espalda, a sabiendas que, dentro de los estándares del programa de los Salones Regionales de Artistas, los productos de Reuniendo Luciérnagas eran más que satisfactorios? ¿No veníamos oyendo durante años que uno de los orgullos del Ministerio de Cultura era que era uno de los estamentos menos politizados del estado? Parece que en esta ocasión la cercanía de las elecciones locales y regionales tuvo más peso que sus propios programas institucionales y ni hablar de sus obligaciones con el campo artístico nacional. Como resultado el Área de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura nos dejó un bonito regalo y es el precedente que de ahora en adelante las diferencias artísticas se resuelven no con argumentos sino con demandas judiciales.

Lo que he leído hasta ahora del Salón me parece un tanto nublado por la pasión. Pero lo que he podido notar en la intervención de Ericka Florez y Sebastian Ramirez, curadores del anterior Salon Regional, es algo que definiría como la intención de dividir esta discusión en bandos y reducirla a envidias, pugnas de poder, frustaraciones personales y en peleas callejeras.

Nos gustaría saber a todos, ya que tiene esa información Sr. Ramirez, ¿quienes son los que están interesados en canalizar disputas políticas a través de este Salon?

Igualmente, ¿cuales son las pugnas de poder que ha detectado usted en el campo artístico local y que buscan usar el salón como vehículo? ¿Quienes tienen envidia? ¿Cuales son esos que Usted llama frustrados, envidiosos y peleones?

Será que esos que han escrito o hablado en desfavor del montaje son unos retardarais o unos incapaces de comprender las practicas artísticas locales?

Me gustaría saber, y creo que a todos los que leemos este debate, porqué se expresan de ese modo Florez y Usted, como si con sus intervenciones pretendieran dar por finalizada este sano debate, como si su palabra fuera la ultima palabra?

Recuerde Usted que del salón pasado quedaron muchos cabos sueltos que fueron olvidados. Que siga la discusión y el debate y que no se vuelva personal.

Gracias