algunos comentarios (sobre los rebeldes del sur)

Desde lejos, he estado siguiendo la discusión acerca de la censura del trabajo de Wilson Díaz y me gustaría agregar algunos comentarios.

El problema fundamental no es aquí la censura, sino el tipo de curaduría burocrática/oficialista de la cual es ejemplo esta muestra, en la que se ha reducido un grupo diverso de practicas artísticas a una serie de clichés homogenizadores (la violencia, el conflicto, el desplazamiento) con el fin de empacar de modo eficiente el ‘arte colombiano’ como objeto de consumo global. En consecuencia, es lógico que la embajada colombiana se preocupara por el tipo de producto que quiere promover a través de su apoyo. Obviamente, un trabajo que gira en torno a representaciones de la guerrilla en términos que pueden ser percibidos como remotamente humanitarios, interfiere con el propósito de una embajada que debe rendir cuentas y corresponderse con la visión de un presidente cuyas simpatías, afinidades y colaboraciones a la causa de las autodefensas sobra recordar.

Más problemático aún es asumir que ésta es una exposición que resulta de una investigación de largo aliento, cuando simplemente sigue una fórmula anacrónica del multiculturalismo noventero a través de una selección de artistas y trabajos que no corre ningún riesgo y que, además, se presenta en un lugar marginal a un amplio circuito internacional, desembocando en una ficción de heroísmo a partir de la injusticia de un burócrata que no aprecia el valor del arte contemporáneo.

Por cierto, yo también estoy implicada en todo esto ya que escribí un breve texto sobre Los Rebeldes del Sur por petición de Wilson Díaz. Al mes descubrí que mi texto había sido ‘corregido’ por las curadoras sin que yo supiera o diera mi aprobación (una grave violación de la práctica profesional e incluso del sentido común) pero me enteré a tiempo y pude deshacer la mayoría de los cambios antes de que el catálogo se imprimiera. No puedo hacer ningún comentario con respeto al contenido del catálogo ya que no lo he visto impreso, aunque se supone que quienes contribuyen a una publicación deben recibir una copia del producto resultante, especialmente cuando el trabajo se ha hecho sin remuneración.

Michèle Faguet

6 comentarios

Adjunto un artículo publicado en El Tiempo del domingo. Creo que aporta al tema de la propaganda del Estado (exposiciones, congresos de escritores, participación en ferias internacionales) como método de manipulación.

De Karl Popper a Karl Rove

Hay señales de que los métodos de propaganda descritos por Orwell en su novela ‘1984’ han echado raíces en Estados Unidos. Pero es posible vacunar al público contra los falsos argumentos.

En su novela 1984, George Orwell describió de manera escalofriante un régimen totalitario en el que todas las comunicaciones son controladas por un Ministerio de la Verdad y los disidentes son perseguidos por la policía política. Estados Unidos sigue siendo una democracia regida por una constitución y el imperio de la ley, con medios de comunicación pluralistas, y sin embargo hay señales perturbadoras de que los métodos de propaganda descritos por Orwell han echado raíz aquí.

De hecho, las técnicas para engañar han mejorado enormemente desde los tiempos de Orwell. Muchas de ellas fueron desarrolladas en relación con la publicidad y el mercadeo de productos y servicios comerciales, y luego se adaptaron a la política. Su característica distintiva es que se pueden comprar con dinero. En tiempos más recientes, la ciencia cognitiva ha ayudado a hacer estas técnicas más eficaces, lo que dio origen a profesionales de la política que se concentran solo en «lograr resultados».

Estos profesionales se enorgullecen de sus logros y hasta pueden llegar a disfrutar del respeto de un público estadounidense que admira el éxito sin importar cómo se consiga. Ese hecho tiende una sombra de duda sobre el concepto de Karl Popper de una sociedad abierta basado en el reconocimiento de que, si bien no es posible lograr un conocimiento perfecto, podemos llegar a una mejor comprensión de la sociedad a través del pensamiento crítico.

Popper no vio que, en la política democrática, obtener el apoyo público cobra mayor importancia que la búsqueda de la verdad. En otras áreas, como la ciencia y la industria, el impulso de imponer las visiones propias sobre el mundo encuentra la resistencia de la realidad externa. Pero en política la percepción del electorado acerca de la realidad se puede manipular fácilmente. Como resultado, el discurso político, incluso en las sociedades democráticas, no necesariamente lleva a una mejor comprensión de la realidad.

La razón de que la política democrática genere manipulación es que los políticos no aspiran a decir la verdad. Quieren ganar elecciones, y la mejor manera de hacerlo es distorsionar la realidad en su propio beneficio.

Descubrir esto no debería hacernos abandonar el concepto de una sociedad abierta, sino revisar y reafirmar su necesidad. Debemos abandonar el supuesto tácito de Popper de que el discurso político aspira a una mejor comprensión de la realidad y reintroducirlo como un requisito explícito. La separación de poderes, la libertad de expresión y las elecciones libres por sí solos no pueden asegurar una sociedad abierta; también se necesita un fuerte compromiso con la búsqueda de la verdad.

Necesitamos introducir nuevas reglas básicas para el discurso político. No pueden ser idénticas al método científico, pero deben ser similares en naturaleza y consagrar la búsqueda de la verdad como el criterio sobre el que se han de juzgar las visiones políticas. Los políticos respetarán la realidad, en lugar de manipularla, solo si al público le importa la verdad y castiga a los políticos a los que sorprenda en maniobras engañosas deliberadas. Y al público le debería importar la verdad porque el engaño confunde a la gente en la elección de sus representantes, distorsiona las opciones políticas, socava la rendición de cuentas ante el pueblo y destruye la confianza en la democracia.

La historia reciente ofrece evidencias convincentes de que las políticas basadas en una realidad tergiversada tienen efectos contraproducentes. La respuesta de la administración Bush a los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 -declarar una guerra al terrorismo y tratar las críticas como antipatrióticas- tuvo éxito en generar apoyo en el público, pero los resultados fueron exactamente lo opuesto a lo que deseaba, tanto para ella misma como para los Estados Unidos.

La dificultad práctica está en reconocer cuándo los profesionales de la política están distorsionando la realidad. Aquí tienen un papel importante los medios de comunicación, la élite política y el sistema educacional, todos los cuales deben actuar como instancias de vigilancia. Además, el público necesita ‘vacunarse’ contra las variadas técnicas de engaño. Las más eficaces funcionan a nivel subconsciente. Cuando se pueden generar emociones con métodos que soslayan la conciencia, el público queda en gran medida indefenso. Sin embargo, si se logra que esté al tanto de estas distintas técnicas, es probable que las rechace.

Una técnica influyente, que el encuestador republicano Frank Lutz dice haber aprendido de 1984, simplemente invierte los significados y da vuelta a la realidad. Así, Fox News se llama a sí misma «justa y equilibrada», y Karl Rove y sus acólitos convierten los rasgos más sólidos de sus oponentes en sus talones de Aquiles, mediante insinuaciones y mentiras para mostrar los logros de sus adversarios como falsos y mal ganados. Así es como las insinuaciones de cobardía y juego sucio ayudaron a derrotar a dos veteranos de Vietnam con altas condecoraciones, el senador Max Cleland en el 2002 y John Kerry en el 2004, mientras que Bush y el vicepresidente Dick Cheney -que evitaron el servicio militar- fueron presentados como verdaderos patriotas.

Otra técnica es la transferencia: acusar a los oponentes de tener motivos o usar métodos que caracterizan al acusador mismo. Por ejemplo, David Horowitz, que me acusa de ser «el Lenin de la conspiración antiestadounidense», es un ex trotskista para quien los oponentes nunca son adversarios con los que debatir, sino enemigos que hay que aplastar.

El público estadounidense ha demostrado ser especialmente susceptible a la manipulación de la verdad, que domina cada vez más el discurso político del país. De hecho, toda una red de publicaciones, algunas de las cuales se las arreglan para pasar por medios de comunicación principales, está dedicada a la tarea. Aun así, creo que es posible vacunar al público contra los falsos argumentos, elevando el nivel de rechazo a la neolengua orwelliana. Lo que se necesita es un esfuerzo concertado para identificar las técnicas de manipulación, y señalar y poner en vergüenza a quienes las usan.

Ahora es un momento ideal para comenzar ese esfuerzo. Los estadounidenses están despertando, como si se tratara de un mal sueño. Lo que hemos aprendido de la experiencia de los últimos años -lo que deberíamos haber sabido todo el tiempo- es que no se puede dar por sentada la supremacía del pensamiento crítico en el discurso político. Se puede asegurar únicamente mediante un electorado que respeta la realidad y castiga a los políticos que mienten o practican otras formas de impostura.

* Presidente del Soros Fund Management y del Instituto Open Society
© Project Syndicate, 2007

Michele, me pareció precisa, aguda y muy clara su intervención por esfera.

Usted exhibió -desde adentro- el tipo de transacciones que se hicieron para domesticar Displaced y prácticamente aniquiló la curaduría, que intentaba todavía sostenerse en el silencio como una «variable incógnita» y que ahora quedó prácticamente resuelta y con nulo espacio de acción. A nadie se le ocurre pensar que sea lógico intervenir los textos para acomodarlos a un propósito. ¿Ese es el «rigor» que se aprende en la Academia?

En mi opinión, lo que Lucas quiso plantear al enfocar el asunto desde la «censura a una parte de una investigación» fué una versión de impacto político en donde se produjera como resultado un choque entre los poderes de los Andes y de la Cancillería. Parecería entonces que la «censura» aplicada a «Rebeldes…» fué tan solo el resultado -qué ironía- de una autocensura no suficientemente bien confeccionada, es decir, de una curaduría que fué ineficiente en lograr una correcta domesticación de Displaced (que era, desde el comienzo, su «labor oficial»).

La cuestión señala, sin duda a la curaduría y a los artistas, pero también, que es lo que a mi me interesa más en este momento, a las relaciones entre el Estado y los artistas, una relación mediada por una instancia curatorial: ¿Quién podría o querría ayudar a construir la ilusión de un espacio de democracia en Colombia, tal como están las cosas hoy? Muestras así sólo contribuyen a construir la ilusión de democracia, y no la democracia. Y la ilusión se construye siempre a favor de la concentración de poder en manos del poder dominante.

Bueno, un saludo, suerte,

Pablo

pd: seguramente ya habrá recibido algo parecido a est email por otras vías. En el año 2001 participé en un muestra en la Cancillería, con el gobierno de Pastrana (?!). Probablemente no hay decisión que me pese más haciendo una restrospectiva de la suma de mis desaciertos.

La indignación inicial por parte de muchos, vino seguida por varios intentos por señalar los verdaderos puntos del debate. Ya parecía cerrarse el polémico impasse cuando viene la intervención de Michele Faguet, que lo saca del ámbito académico-jurídico y con precisión quirúrgica, devela lo anacrónico de la curaduría y pone en duda toda la «investigación académica», pues en la manipulación de los textos las curadoras están actuando de la misma forma que lo hizo Carlos Medellín.

Eso es increíble.

Sobran los defensores de «investigación académica» y faltan voces como las de Michele Faguet.

En Medellín mataron a un señor, al parecer un abogado y el hijo del muerto, que era un escritor, dijo que alguna gente, ante el cuerpo de su padre, decía: “si lo mataron es porque algo malo habrá hecho”. En el caso de la exposición “Displaced”, las críticas al carácter académico de la exposición (se da dicho que es una curaduría “burocrática/oficialista” y “una fórmula anacrónica de multiculturalismo noventero”, etc.) no deben usarse como una forma de disculpar o justificar la acción de secuestro o censura del embajador Carlos Medellín: “Si la censuraron es porque algo malo habrá hecho” dirá todo aquel que antepone el facilismo vindicativo y el prejucio moral a los argumentos de razón. Pero, criticar con argumentos de razón a la exposición “Displaced” (una curaduría burocrática/oficialista” y “una fórmula anacrónica de multiculturalismo noventero”, etc.) es el mejor llamado de atención que se le puede hacer a lo académico, o a ese lugar, la universidad, que pretende conservar la memoria y a la vez generar oportunidades para el pensamiento: así como un funcionario del Estado no se puede arrojar la facultad de decir que es arte y que no es, no se puede cambiar la “ficción” del Estado por la “ficción” de la Academia y dejar “solo” a un curador o a un académico para que diga que es arte y que no es; es ahí donde la crítica, venga de donde venga, de adentro o de afuera de la universidad, se le pega como un parásito a las obras. Y así algunos curadores, académicos o artistas rechacen el juicio crítico, es inútil, al hacer las cosas públicas, es el derecho de la crítica hacer lo propio: criticar las cosas públicamente desde ese extraño, ubicuo y variado lugar llamado la “esfera pública”.

p.d.: por supuesto, algunos dirán “Si lo criticaron es porque algo malo habrá hecho”, pero los juicios de la crítica de arte nunca son juicios finales, asumirlos como tal es una falta de autocrítica, mientras que matar o censurar si son sentencias irrevocables. Las cosas nunca son tan simples.

—Lucas Ospina

Este pequeño extracto, puede aclararnos algo, que el artista se encuentra por encima del hombre político, siempre y cuando éste se halle realmente interesado en arte.

«… Pessoa, en aquella época andava muy político;político, bién entendido, en el campo doctrinario, porque él no tenía, en cuanto me fue posible averiguar, la menor propensión para el ejercicio práctico de esa arte, preocupándose, apenas, mas sí de veras, con el problema de las ideas. Consideraba subalternos a los hombres de la política, en la medida que se hallan impedidos del culto superior de las ideas puras, obligados por todos los oportunismos a negarse constantemente, cediendo la razón pura a la razón práctica y cayendo, de este modo, en el escepticismo utilitario y materialista que entorpece el desenvolvimiento normal de las grandes conclusiones del mundo espiritual e intelectual.»

Costa Brochado.

Es bueno recordar cuál es nuestra posición natural, y por ello dejar a los políticos de oficio, (lease hombres de la política y rémoras artísticas que se consideran falazmente artistas), moverse dentro de los límites de su pensamiento; eso sí, sin dejar de paso la severidad indispensable de un juicio bajo los parámetros de nuestra propia condición de artistas, donde los límites llegan a donde la imaginación propia lo permite.
Al parecer, siempre que se entrelacen los oficios de estos dos bandos, establecimiento y artistas; inevitable la confrontación. Pero siempre se puede esperar que los políticos reciban lo que los artistas tenemos por enseñarles, porque nuestro mundo, es diferente al suyo, y esto implica cosas incómodas, entiéndase las imperfecciones de la sociedad (dentro de ello, las personas ajenas al orden oficial, que incluye a toda suerte de bandidos y artistas).

Me resulta difícil de entender por qué Michèle Faguet plantea que el problema no es la censura sino lo passé del modelo curatorial y luego critica precisamente el que su texto haya sido “ ‘corregido’ ” por las curadoras. Y resalto acá el entrecomillado que Faguet misma hace, casi como si de un eufemismo para la noción de censura se tratase. Es decir, la censura no es su problema, a menos que se trate de una censura/pseudo-corrección de su texto. Quizás por eso no encuentra ahí un problema fundamental y sí lo encuentra en la vigencia del modelo curatorial (¿la censura en cambio nunca pasa de moda?). No parece gratuito que remate su texto quejándose por no haber recibido su copia del catálogo, en el que colaboró sin mediar remuneración (es decir, habrá trabajado de gratis, pero igual se las cobra). La gran duda que me queda es, dado que para ella la censura no es el problema, sino más bien la caduca fórmula curatorial, ¿por qué aceptó escribir un texto que iba a ser incluido en tal propuesta que le parece aún más problemática que la censura misma? ¿O dirá acaso, casi en remedo de Carlos Medellín, que no sabía de qué se trataba la cosa?