Como es de costumbre ya, cada año en Bogotá, una semana de octubre se roba la atención del círculo artístico, su público y -más recientemente- los medios. La semana más esperada no sólo por artistas, galeristas y coleccionistas, sino también por un público ansioso por socializar en los pasillos de las ferias que tienen lugar en esa semana o, mejor, fin de semana. Bogotá cambia, pareciera que empezara a respirar arte con una feria central (Artbo) y otras periféricas que la interrogan, que imponen discursos diferentes y transforman el concepto de feria de arte fancy en uno más alternativo, igualmente ostentoso pero dado al riesgo.
Este año, la feria central, la grande, decidió dar continuidad a las secciones –curadas- que se han venido dando durante los últimos años como Proyectos, Referentes y Sitio, además de Artecámara, la cual suele captar la atención de los asistentes por encima de la sección principal. También decidió reforzar los foros gratuitos, especializando las conversaciones hacia temas de coyuntura y con un enfoque educativo que abordaron la censura en el ámbito internacional, la curaduría, la crítica y las redes sociales, junto con un intento de interdisciplinariedad, donde la arquitectura empieza a ganarse un espacio de discusión digno de una feria internacional de arte.
A pesar de ser la feria de arte con mayor legitimidad y consolidación en el país, realizando este año su versión número 13, queda la duda de cómo Artbo se proyecta hacia un futuro, pues, pareciera que buscara apuntar a dos objetivos que, si bien no son opuestos, tampoco son complementarios en el caso colombiano: el fomento de un coleccionismo de arte en el país que se lleve a cabo con rigor y que permita el desarrollo de un mercado de arte estable y, por otro lado, la búsqueda de la democratización del modelo de feria, donde se continúen implementando secciones curadas y espacios de discusión para que un público general pueda tener mayor incidencia, renunciando un poco al fin último de la feria: el comercial.
No es descabellado, en absoluto, que la feria capitalina intente llevar a cabo ambas tareas de forma paralela, especialmente con el fenómeno de bienalización y democratización de la feria que se reproduce con celeridad en el ámbito internacional (Basel, Fiac, Frieze). Pero hay que tener en cuenta que estas tendencias de des-feriar la feria se han llevado a cabo en lugares donde el mercado y la practica coleccionista tienen una trayectoria tal que han permitido un desarrollo importante del ámbito artístico, cosa que difícilmente sucederá en el país en los próximos años. Para poder reformular el concepto de feria sería necesario antes tener una feria consolidada con cierta legitimidad y notabilidad en el mercado, donde los cambios de forma tengan congruencia y aporten al crecimiento del evento en vez de ralentizarlo.
Por supuesto que la decisión no debe tomarse de inmediato, pero indudablemente llegará el punto donde Artbo deberá priorizar un objetivo sobre el otro, teniendo en cuenta que todavía se necesita en el país un organismo que ayude a consolidar el coleccionismo y que tenga los recursos para hacerlo, como evidentemente sucede con la Cámara de Comercio. Hay que sumarle a esto que, al menos en los últimos años, la semana de las artes en Bogotá se ha popularizado y diversificado al punto en el que más ferias emergen con propuestas nuevas y completamente alternas a la de Artbo como es el caso de la Feria Odeón, Barcú, la Feria del Millón y su más reciente modelo, Voltaje. Por lo que podría pensarse que el área que busca reconfigurar el modelo tradicional de la feria de arte ya está bastante bien cubierta en la ciudad y que, de hecho, la oferta es bastante amplia y capaz de atender hasta los gustos más extraños del coleccionismo o público general.
Las ferias de arte independientes cada año parecen tener un mayor protagonismo y una mayor acogida, ya no sólo por una audiencia con ganas de socializar sino también por una que desea ver propuestas diferentes, que dinamicen el discurso de la feria de arte y que ofrezcan un encuentro con obras que una feria de arte internacional y consagrada no podría presentar por razones que van desde las preferencias del mercado hasta el mismo espacio. La Feria Odeón, que este año cumplía su sexta edición, aprovecha la estructura y estética del lugar para proponer un recorrido atípico, desde el sótano hasta el tercer piso del lugar, donde las divisiones entre galerías las indica un letrero apenas visible que sobresale de las paredes, por lo que, las obras y su relación con el espacio son lo que verdaderamente llaman la atención. Odeón ofrece una feria donde uno no quiere quedarse tomando Chandon con una tabla de quesos, más bien, es una consecución de obras, muchas veces extrañas, que invitan a ser recorridas y si uno tiene suerte, contadas por el artista y no por el galerista. Una feria que curiosamente le quita el carácter impersonal que funciona como común denominador de las ferias tradicionales. Democratización de la feria: check.
Otro factor de resistencia ante el modelo acostumbrado de feria lo ilustra perfectamente la Feria del Millón y su reciente propuesta: Voltaje. Ambas tienen lugar en el Centro Creativo Textura, una antigua fábrica textil que se adaptó para eventos y, en este caso, se divide entre el parqueadero donde se expuso Voltaje y la sección principal en el segundo piso donde estuvo la Feria del Millón. Voltaje, aunque no es una feria de arte per se, se enmarca en los espacios alternos a Artbo, donde la selección de obras maneja mucha más frescura, no sólo porque todas hacen uso de la tecnología como el factor clave para el funcionamiento de la obra, sino porque se toman riesgos al presentar formatos enormes, proyectos ambiciosos y obras que no le tienen miedo a entrar en contacto con el público, un miedo infundado que se ha expandido y normalizado dentro del arte.
El concepto Feria del Millón – Voltaje resulta atractivo pues, por un lado, el enfoque hacia un coleccionismo nuevo y temprano al que apunta la Feria del Millón cada año toma mayor fuerza y permite que el artista joven venda a un nivel significativo, cosa que difícilmente sucedería en una feria como Artbo donde la presencia de intermediarios impide que el artista emergente se beneficie. Por otro lado, el agregarle a la ecuación el salón de arte y tecnología Voltaje, transgrede la tradición de la feria de arte para enfocarse en la obra de arte misma. Es refrescante para el panorama artístico pues cumple con la tarea de recordar que puede haber espacios donde se busque vender obra, no sólo por su capacidad de adornar la sala del comedor, sino también por el proceso de elaboración y su aproximación al arte desde una postura que entra en diálogo con los desarrollos e intereses de la actualidad, es decir, modifica y complejiza la feria en términos curatoriales y de mercado para darle paso, tal vez, a un proceso de análisis y admiración de las piezas. Bienalización de la feria: check.
Entonces, vale la pena hacerle la pregunta a Artbo sobre su futuro, pues cada año se agudiza la tendencia en las ferias de arte independientes de Bogotá de cuestionar y transformar el modelo de feria hacia uno más irreverente o, mejor, menos complaciente con el coleccionismo aún intermitente en el país. ¿No debería alguien continuar, insistir, no abandonar la difícil tarea de hacer de ese coleccionismo algo menos extraño para el arte en el país o quiere Artbo reproducir esa tendencia que parece pertenecer a los espacios independientes? ¿debería apuntar a fortalecer la práctica coleccionista al interior del país por medio de un mayor énfasis en la sección principal de galeristas, ojalá diversificando y nutriendo año tras año la oferta? ¿Qué hacer con secciones como Proyectos y Referentes que bienalizan la feria? ¿Qué público busca complacer y cómo quiere hacerlo?
Muchas preguntas surgen alrededor de Artbo y su desarrollo a través de los años, tal vez, estas se respondan en una próxima versión o, muy probablemente, queden en el olvido. De una u otra forma, parece importante cuestionar su forma de proceder y cómo su proyección a un futuro podría contribuir o no al crecimiento del arte en el país.
Lina Useche