El presente ensayo tiene como objeto hacer una reflexión crítica acerca del ejercicio de la curaduría artística y sus ambigüedades tanto en su carácter como en su sentido.
Surgen de inmediato varias preguntas, lo sé, pero entre ellas me parece conveniente comenzar con la siguiente, ya que se dirige al centro de un problema estructural: ¿cuando una curaduría deja de ser un proceso de selección para convertirse en censura?
Antes es preciso realizar varias consideraciones con la intención de contextualizarnos. En el proceso de selección de obras efectuado por los diferentes equipos del país de cara a configurar las investigaciones pertenecientes a los salones regionales del Ministerio de Cultura de Colombia, la curaduría “inversiones” de la zona centro occidente se destaca por la intermediación económica como mecánica y laboratorio de creación. Al leer las bases, los artistas por ella convocados entendimos que no existía una pregunta gruesa de investigación por la cual la curaduría respondiera eficazmente en esa búsqueda de líneas de pensamiento capaces de generar proyectos no solo plásticos sino discursivos y hasta filosóficos pertinentes con las necesidades e intuiciones del arte de hoy en la región.
Se diría que exigir de un proyecto curatorial tamañas responsabilidades podría tomarse como un desacierto sobredimensionado. Sin embargo la provocación de encontrarnos con una vitrina que exhiba sin reparo la participación de la estrategia del capital en la producción del arte directamente, incita, por lo menos, a replantear verticalmente el ¿para qué? de esta investigación curatorial y con ella hacer visible problemas centrales entre la relación gestión-arte.
La injerencia del capital en la cultura es una evidencia, de acuerdo, de allí su vaciamiento y perdida de valores, incluso los humanos. Si es así, entonces qué busca la curaduría “inversiones”, ¿cual es su tesis? No ha quedado claro.
El grupo de investigación L’H presentó a la convocatoria “inversiones” el proyecto “Agencia ACIACI”, una empresa de agenciamiento de artistas que busca directamente “quitar del medio” la figura del curador y cuanta política estética interfiriera en la participación del artista en cualquier escenario de promoción de la institución arte y sus sistemas. La Agencia cobraría a cada interesado la suma de 400 mil pesos por el derecho de exhibir, sin procesos curatoriales o de selección, su producción plástica. En este contrato no se tocaba aquellos significados (subjetivos, académicos, profesionales, otros) del ser artista, ni mucho menos la calidad o característica de la obra a exhibir, lo único que importaba, y era requisito de ingreso, sería el pago de los portes antes mencionados.
En otras palabras quien pudiera pagar los cuatrocientos mil pesitos ingresaría al selecto grupo de artistas pertenecientes a la curaduría “inversiones” y por ella al 41 Salón Nacional de Artistas del Ministerio de Cultura de Colombia.
Por razones que no deberían ser tan obvias la propuesta no fue seleccionada.
Nuestro grupo pregunta la razón de la determinación del grupo respeto a la obra de arte “Agencia ACIACI”. ¿Cuáles fueron los criterios finales de selección? ¿Qué interfirió en su decisión? ¿Existe mitos y tabues difíciles de asumirse, a pesar de supuestos y aperturas pretendidas de pensamiento en el acontecimiento arte? Y por último ¿se llevó a cabo una selección o una censura?
La obra “Agencia ACIACI” no encontró el nicho ideal para insertarse en la mecánica del arte oficial como requería su naturaleza al ser rechazada, pero sí ha generado, por lo menos en nuestro grupo y entorno, preguntas trascendentales sobre la curaduría, la gestión cultural, y los desgastados sistemas que la oficialidad del arte impone como política estética.
En Colombia no estamos preparados para vender cupos a los salones regionales y nacionales y eso que esto sí sería una tesis.
Oscar Salamanca