Nadine Sykora tiene 22 años, es canadiense y no tiene problema. Llamar la atención como sea, desde donde sea y con los métodos que sea y reconocerlo, es para valientes.
Nadine no necesita redactar complicados textos sobre género, etnia e identidad para conseguir trabajo, subvenciones, becas y viajes gratis y sin embargo, tiene algo característico del artista contemporáneo: vive entre dos ciudades. Alguna en British Columbia y alguna en Nueva Zelanda. No obstante, Nadine no requiere de manosear Retóricas de Rebelión y Subversión recreativa Anti-Institucional para permitirse ese lujo, ni para que sus monerías sean vistas por la Monarquía Retórica.
Nadine no requiere de disfrazarse de Rosa Luxemburgo ni de «Libertad Guiando al Pueblo». Nadine, en su vida, ha ido a un barrio pobre y no es bilingüe en dos ortografías. La única noción que tiene de «víctima» está relacionada con la moda o el desaire de un jugador de Hockey, y sabe del Holocausto por Spielberg. Nadine lucha por ser un ícono mediático sin necesidad de embadurnar paredes enteras con litros de sangre de pollo, ni pararse, como los sapitos que no cantan duro, al lado de los que cantan estentóreamente para remorizar prestigio. Nadine ni siquiera hace alusión publicitaria a su logros en términos de etnia, ella es canadiense y punto, o a épicas batallas filantrópicas. Nadine no necesita de armas de fogueo para pretender un drama o vampirizar seres humanos en el Sahara, México o Ruanda. Nadine no tiene un manager que le aconseje tener una Fundación para acumular capital reputacional. Nadine no es un «Attention Whore Artist». Es, como lo afirma alegre y festivamente, un «Attention Whore» puro y duro. Nadine es de verdad y se vende porque se adora. No se vende, pretendiendo vender a los Otros mientras se adora en el clóset, a cualquier hora, en cualquier esquina de la Institución.
Carlos Salazar