Por José Ruíz
Viajé a Cali el pasado 13 de junio para asistir a la inauguración de un monumento construido en Puerto Resistencia, ese lugar al oriente de la ciudad que se constituyó como un punto de referencia para todos los que nos hemos movilizado en el país durante este paro, un faro cuyo constructor y guardián es una comunidad con un reclamo legítimo. A pesar de venir a Cali con regularidad nunca había ido a la ahora denominada “zona de la resistencia”, decidí ir caminando desde el centro después de visitar el pedestal del que cayó Belalcázar el 28 de abril de este año. Pasado el mediodía llegué a la carrera 43 con calle 27, a pocas calles del lugar donde construyeron el monumento, lo primero que encuentro es la estructura de un carro incinerado rodeada por troncos y escombros que bloquean el paso a los carros que bajan por la calle 27. Este es el primer bloqueo de muchos, más adelante encuentro polisombras extendidas entre los árboles, canecas de basura, divisores viales, escombros amontonados, rejas y postes de luz caídos. En Bogotá, aún en los más álgidos momentos de este y del paro de 2019, la ciudad -omitiendo varias estaciones de transporte público- siempre amanecía organizada y funcional al día siguiente, inclusive en el Portal Américas ahora denominado Portal de la Resistencia, el transporte funciona con regularidad en las mañanas. No en vano Cali se ha ganado el apelativo de ciudad de la resistencia, el bloqueo sobre la calle 27 con carrera 43 es solo uno de los muchos que permanecen activos en la ciudad tras 47 días de paro.
Después de atravesar los bloqueos, en la intersección de varias avenidas encuentro dos barricadas construidas con sacos de arena, tablas y contenedores metálicos, el lugar parecía el escenario de una película de guerra, pensé en Roma ciudad abierta de Roberto Rossellini rodada sobre las ruinas de la guerra pocos meses después de que acabara la ocupación alemana en Italia. Me refiero al lugar como el escenario de una película porque frente a las barricadas pasaban personas cargando grandes estructuras metálicas, equipos de sonido, cables y otros elementos que podrían pertenecer a un rodaje cinematográfico; desde temprano un equipo en colaboración con la primera línea empezó a construir una tarima para el concierto con el que inaugurarían el monumento. Pero el escenario en el que estaba, al igual que en la película de Rosellini, no era la simulación de un campo de guerra, allí durante el último mes y medio se había librado un conflicto entre la fuerza pública y personas inermes que había dejado un alto número de muertos, heridos y desaparecidos. Puerto Resistencia como muchos otros lugares en el país había sido el escenario de una película que vimos en tiempo real a través de pequeñas pantallas, asesinatos y abusos que no pertenecían a un guión ficcionado sino a la cruda realidad de este país.
Poco a poco fue llegando gente que se congregó alrededor del escenario y frente al monumento aún en construcción, la primera línea cercó con cintas amarillas varios espacios para ubicar a los músicos y la prensa. Llegaban personas con pancartas, colectivos con intervenciones artísticas que colgaban entre los árboles, mujeres y hombres cargando cajas con libros para donar a la biblioteca comunitaria que se construyó en un CAI incendiado. También llegaron personas a montar puestos con pañoletas, camisetas y otros elementos alusivos al paro, la pañoleta negra que decía “Puerto Resistencia” alrededor de un puño levantado era uno de los souvenirs más comprados, pero también estaban disponibles la pañoleta verde con rojo de la guardia indígena y la pañoleta morada del movimiento feminista. Los grupos de manifestantes que iban llegando pronto se volvieron una multitud, todos con el celular en la mano tomaban y compartían fotos y videos. Yo no era el único turista que había caminado hasta el oriente de la ciudad, llegaron cientos de familias con niños alzados y otras familias que transportaban personas mayores en sillas de ruedas, turistas en su propia ciudad movidos por la inauguración del monumento a la resistencia.
Cuando empezó el concierto la primera línea descubrió el monumento, una mano de trece metros de alto construida en cemento que sostiene una pancarta con la palabra “resiste”, sobre la estructura están colocados varios escudos metálicos pintados con los rostros y nombres de las personas asesinadas durante el paro nacional. “Este monumento no tiene autor, es un monumento para y por el pueblo” dijo desde la tarima una de las personas que participó en su construcción. Mientras desmontaban los andamios alrededor de la estructura varias personas de la primera línea caminaban entre la multitud recogiendo firmas para presentar una petición formal a la alcaldía y que el monumento no sea desmontado en los próximos meses, la organización era impresionante.
Johan Samboní, un amigo que vive a pocas calles de Puerto Resistencia, me comentó que la mano está construida sobre un pequeño pedestal que sostenía tres astas para ubicar las banderas de la ciudad, el departamento y el país. Este gesto es uno de los muchos aciertos de este ejercicio colaborativo que fue creciendo en la medida que donaban más bultos de cemento. Una comunidad que tal vez nunca se sintió identificada con esos símbolos patrios que representan a una república extremadamente centralizada, utiliza la estructura que sostiene la bandera para estructurar un nuevo símbolo que permanecerá en el paisaje urbano indicando que allí ocurrió algo.
En nuestro país son pocos los monumentos que están ubicados en los lugares donde se desarrollaron los hechos que conmemoran, en parte por la imprecisión geográfica de muchos relatos, pero también porque el carácter simbólico de estos objetos permite jugar con su ubicación. El monumento a la resistencia opera bajo otra lógica, su ubicación consolida un ejercicio de resignificación que inició con el renombramiento del lugar al inicio del paro, este no es un monumento gestionado por el poder político o cultural, surge de un ejercicio político sí, pero de re-significación espacial. Aquí está una comunidad -como muchas otras- relegada en el relato oficial. Aquí está una comunidad capaz de mantenerse en la calle protestando por más de seis semanas. Aquí está una comunidad capaz de congregar multitudes alrededor de una estructura de cemento construida en 16 días. Aquí está una comunidad que exige sus derechos. Aquí está una comunidad que no es indiferente a las políticas públicas de represión.
El lugar donde se construyó el monumento a la resistencia no es fortuito y varios grafitis alrededor sustentan su emplazamiento: “Aquí corrió el ESMAD asesino y violador” escrito en una reja sobre una de las calles que desemboca en Puerto Resistencia o “Aquí corrió el ESMAD dos veces” escrito sobre el piso frente a las barricadas. El ‘aquí’ del monumento fortalece el ejercicio conmemorativo, contrario a lo que sucede con muchos otros monumentos en el país, que además de ser impuestos por una autoridad política o militar, son trasladados con frecuencia rompiendo cualquier vínculo que una comunidad pueda establecer alrededor del mismo. No debe sorprender que estén cayendo, trasladando y guardando los bronces que hace cien años se utilizaron para consolidar simbólicamente el modelo colonialista en la república. El mayor desacierto de quien impuso a nuestro actual presidente fue pasar por alto su apellido, leer, ver y escuchar a diario la palabra “duque”, ese título nobiliario que alude a estructuras monárquicas, enardece a un país democrático. “Fuera Duque” se lee sobre el pedestal donde estaba hasta el pasado 28 de mayo la escultura de Andrés López de Galarza fundador de Ibagué, que fue desprendida, arrastrada y mutilada por manifestantes, la expresión “fuera duque” escrita sobre el monumento de quien es encomendado para pacificar El Valle de las Lanzas nos demuestra que nunca abandonamos los modelos de distribución coloniales. Escribo esto mientras escucho varios helicópteros que sobrevuelan Cali por orden de un Duque que militarizó la región para “pacificar” la ciudad.
Cuando salía de Puerto Resistencia, sobre las ocho de la noche, me percaté que dos mujeres, una niña y un hombre de la primera línea estaban parados sobre el carro incinerado en la calle 27, frente a ellos una mujer, posiblemente la mamá de una de las personas sobre el carro, sacaba su celular para tomarles una foto. El monumento en Puerto Resistencia logró su cometido: consolidar el lugar en el mapa para que la ciudad y el país no sean indiferentes con lo que ocurre allí, y a la par se convirtió en un lugar de peregrinación para quienes apoyamos las movilizaciones. El paro nacional inició con la caída de un monumento a un conquistador ubicado en el acomodado oeste de la ciudad, 47 días después se inaugura un monumento en el oriente con la consigna: aquí está una comunidad que resiste.