El año pasado estando en Bogotá fui a una conferencia de una conocida crítica del medio artístico de la ciudad. Un apartado de la charla me llamó particularmente la atención: se trataba de un análisis por el cual, refiriéndose al trabajo pictórico figurativo, la conferencia terminaba derivando en una posible vinculación de Botero con grupos de delincuentes de extrema derecha.
Esta idea era encadenada -de alguna extraña forma- con la consideración de que la pintura de Botero es poco reflexiva, que no propone ninguna preocupación estética y demás ideas comunes que suelen tener incluso los especialistas locales «a-históricos» de hoy.
La curadora comentaba también que pronto iba a realizarse un programa de televisión donde, a manera de documental, se iba a mostrar pertinentemente la «negativa influencia de Botero en las nuevas generaciones de artistas».
Ya que el programa será interesante y seguramente va a ser ilustrativo sobre todos estos temas, me gustaría dejar de lado, en este articulo, el encadenamiento fácil que suele hacerse entre consideraciones extra-artísticas -sobre los posibles y/o supuestos amigos de Botero- con juicios de valor estético sobre las obras del pintor.
Ambas cuestiones ameritarían discusiones muy diferentes en espacios más amplios, pero sobretodo para nuestro campo sería más importante concentrarnos en lo artístico.
Por el momento, lo que deseo señalar en realidad, en torno a lo que resulta incomodo de la crítica constante contra Botero, es que las consideraciones usuales sobre la obra y la actuación pública del pintor, terminan muchas veces vinculadas a un rechazo generalizado hacia la pintura de caballete, hacia la disciplina y hacia la productividad en el arte.
Sabemos que, por lo general, actividades como la pintura o el grabado -si se realizan a conciencia- ameritan un oficio meticuloso, continuo, paciente y disciplinado.
Es allí donde el ejemplo de Botero es valido, si lo ligamos aun más con aquello que para las nuevas generaciones puede constituirse como una orientación hacia el éxito profesional e incluso empresarial.
Sin embargo, al no deslindar categorías, lo que podría ser visto como positivo sobre la productividad y el oficio del pintor, termina fácilmente convertido en algo aparentemente perjudicial para el arte y para la creación colombiana joven.
Esta situación da pie para que algunos sectores bien afianzados en el medio local, una vez más arremetan contra la pintura de caballete, contra la representación, contra lo institucional, contra la tradición, contra la historia del arte, etc.
Es apenas obvio que ir en contra de todas estas leyendas fantásticas es una práctica hoy muy común, que suele permitirle al artista «contemporáneo», el desarrollo de un arte cuyo valor único es precisamente la crítica constante a lo institucional o establecido.
Las anteriores consideraciones abren el camino a varias inquietudes hoy apremiantes:
-¿No se puede pensar actualmente en la creación de un arte prolífico que al mismo tiempo tenga como uno de sus objetivos su valoración no solo simbólica sino también económica?
-¿Cómo generar una política de desarrollo y generación de recursos para el medio artístico colombiano, cuando parece ser generalizada la idea de que el arte debe ir – de manera adolescente y sistemática – en contra del objeto, del museo, de lo institucional, de lo social, de las categorías, del juicio estético y de todo lo demás?
-¿A quien beneficia la expansión de este nihilismo constante que parece debe ir ligado obligatoriamente a la producción artística hoy?
-¿Es acaso valido -aun actualmente en 2007- pensar que un arte para que sea considerado «contemporáneo» necesariamente debe dedicarse a problematizar o a poner en juego constantemente la noción de arte?
-¿La imaginación humana debe entonces limitarse o ceñirse a ello?
Para las nuevas generaciones de artistas que salen hoy de la gran cantidad de facultades de arte en el país, tal vez una orientación que busque un desarrollo más pragmático en torno a la profesión, pueda permitir resultados de gran beneficio para el artista y para nuestra sociedad.
Beneficios que incluso bajo el condicionante económico no deberían verse ligados sistemáticamente a un detrimento en la calidad de la producción artística.
Habrá que ver si las políticas de la nueva institución gubernamental en Bogotá para el apoyo de las artes, van a buscar efectivamente una línea de trabajo de ese orden.
En efecto, las declaraciones recientes en Esfera Pública de Víctor Manuel Rodríguez sobre la continuidad de los programas estatales son de suma importancia, sobretodo en cuanto a lo que se refiere a la necesidad de un fortalecimiento de las políticas de producción, de difusión y de comercialización de bienes artísticos y servicios culturales.
Este fortalecimiento es hoy apremiante para el desarrollo de las artes en el país, sobretodo en vista de la difícil y precaria situación por la que muchas veces pasan los artistas en nuestra sociedad, frecuentemente por falta de posibilidades profesionales claras.
En ese sentido se podría pensar en ir propiciando otras vías de acercamiento de la producción del medio a todos los estamentos de la sociedad, en búsqueda de favorecer el consumo y la adquisición de bienes tangibles y servicios ligados a la producción artística.
Con la idea de bienes tangibles hago referencia, en nuestro campo, a la edición de libros y revistas, a la creación y edición musical, a la industria del comic y de la animación, al desarrollo de productos en medios audiovisuales, a la creación pictórica, en grabado y en fotografía y finalmente al progreso del turismo cultural.
Allí cabe anotar la importancia y la necesidad de impulsar institucionalmente procesos nítidamente comerciales de concepción y difusión de la producción local, sobretodo por fuera de posibles sesgos ideológicos.
Evidentemente el artista en nuestro país no debe dedicarse a esperar que las instituciones del estado colombiano vayan a solucionar ni mucho menos su situación, pero si al menos debería existir el acceso a formas claras y concretas de servicios que debería brindar el estado a todo profesional en artes que necesité hacer uso de ellas.
Algo para reflexionar: incluso los sectores de las artesanías, del teatro y de la danza están mucho más organizados que el medio de las artes plásticas en Colombia. Inclusive en el caso de las artesanías, existe hoy una expectativa creciente en relación a la firma de los tratados de libre comercio que están en curso en la actualidad, ya que, de otra parte, el sector artesanal, apoyado por el estado esta exportando de manera continua, desde hace algún tiempo, a diferentes países en Latinoamérica.
Ahora que Víctor Manuel Rodríguez afirma que con el cambio institucional «el sector cultural podrá sentarse en el consejo de gobierno con otros sectores como el sector económico, el sector social,…» la posibilidades en ese sentido parecen ser amplias y esperemos que lo sean para el beneficio de las artes no solo de Bogotá sino de todo el país.
En esa perspectiva, es importante organizarse para, poco a poco, ir consolidando líneas serias y claras de vinculación del trabajo artístico con la sociedad.
Se puede esperar por esto que la reestructuración institucional en curso, no sea una expansión totalizadora de políticas culturales en beneficio de ciertos grupos, sino que más bien sea este cambio en favor de todos los integrantes de la comunidad, sobretodo de aquellos que trabajan con dedicación, paciencia, oficio y calidad en el sector.
Dimo García