Cinco escenas recurrentes en los debates sobre políticas culturales

Las siguientes escenas abordan ciertos problemas de comunicación en contextos de debates sobre políticas culturales y han surgido de vivencias personales, conversaciones con amigos y lecturas varias. Cualquier parecido con alguna realidad es intencional.

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¿Por qué nos resulta tan difícil construir articulaciones que perduren en el tiempo? Esta es una pregunta constante en diversos espacios de discusión, la cual nos lleva a explorar nuestras formas de relacionarnos y comunicarnos. Las siguientes escenas abordan ciertos problemas de comunicación en contextos de debates sobre políticas culturales -y algunos espacios de debate sobre arte en Internet- y han surgido de vivencias personales, conversaciones con amigos y lecturas varias. Cualquier parecido con alguna realidad es intencional.

Escena #1: El concepto “correcto” de cultura

La conversación se acalora y surgen, por lo menos, dos puntos de vista divergentes. En ese instante alguien interviene con actitud correctiva: “El problema es que acá todos hablan y nadie sabe qué es cultura”. Luego el debate gira sobre el “concepto correcto” de cultura y se hace lo suficientemente pesado para que las personas menos interesadas en debates teóricos vayan abandonando la conversación evitando hacer ruido.

En esta escena el “concepto correcto de cultura” cumple los roles de autoridad y de aguafiestas. Autoridad porque impone una jerarquía entre los que “saben” y los “equivocados”. Aguafiestas porque frenan el ánimo de contrastar opiniones. Tener la definición correcta de cultura se vuelve la clave de una conversación seria sobre el tema y es la justificación para frenar el fluido cauce de la comunicación, aplicar la función de corrector/guía y elitizar el uso de la palabra.

¡Claro que son importantes los debates conceptuales! (1) Pero en esta escena la apelación al concepto “correcto” de la cultura se parece más al monumento de quien lo enuncia. Curiosamente, la mayoría de veces que se monta esta escena, y luego de un considerable éxodo, aparece la frase:“Ya ven, somos pocos, somos los mismos y siempre hablamos entre nosotros”.

Escena #2: No hay interlocutor válido

Una persona propone una política cultural. Otra le responde que su opinión es inválida porque proviene de alguien que trabaja en el Estado. Un tercero advierte que la segunda persona está equivocada porque su grupo es financiado por una ONG. La cuarta persona invalida todo lo dicho porque lo dicen personas que no cuentan con méritos personales ni colectivos. Una quinta persona, que ya había intervenido, clama con obvia angustia “mucho floro y poca acción”. La sexta intervención es una crítica a las viejas prácticas, un homenaje a las nuevas prácticas y un reproche a los egos (con cuidado de no contextualizar nada de lo dicho). La séptima intervención se dice a sí misma “por eso no vengo a estas reuniones”.

En esta segunda escena vemos la dificultad de asumir interlocutores válidos y, por ende, el resultado de no saber procesar las discrepancias. Inyectamos al discrepante una distancia moral que, finalmente, traza un abismo entre posiciones y un punto sin retorno que da cabida a los ataques personales. Esto no sólo expresa nuestros niveles de desconfianza (altos) y de autoestima (bajos), además es la principal traba para cultivar mínimos consensos que dinamicen iniciativas colectivas.

Escena #3: El relato de los dos bandos

Se abre una polémica sobre las formas en que debería implementarse una política cultural y al instante surge un relato para explicar la polémica:“Ocurre que hay dos bandos que están peleando por defender sus intereses”. Fuera de los espacios abiertos de debate, ese esquema de interpretación es reforzado con chistes, anécdotas y rumores. Ya constituido este relato hay una exigencia implícita en tomar posición por alguno de los bandos o distanciarse de dicha polémica para no ser “utilizado”. Una posición adicional, la del “árbitro”, busca construir una voz neutral en la dualidad.

Las consecuencias son graves. Primero, este relato simplifica conflictos que necesitan análisis complejos e integrales para ser resueltos. Segundo, reproduce los prejuicios a la política, en tanto renuncia a ciertas responsabilidades individuales de trascendencia social, alejándola de las mayorías y dejándosela a “los mismos de siempre” (2). Tercero, distorsiona nuestro sentido ético pues para actuar en la polémica nos condiciona a priorizar nuestros beneficios personales o vínculos amicales. En resumen, es el camino más corto y efectivo a la fragmentación.

Escena #4: El estigma del conflicto

Una persona sostiene una posición cerrada, ajena a incorporar ideas de otros. Al ser cuestionada esta persona se defiende señalando que detrás de esa crítica está la intención de promover el conflicto debido a intereses particulares que distorsionan el natural consenso. Así el debate democrático se valida, si y solo si, evita cuestionar consensos previos. Otras variantes de esta escena son, por ejemplo, la persona que pide evitar al máximo los debates con el fin de ser eficaces y prácticos en las soluciones. O aquella persona que asume como natural que todos pensemos igual y ve en cualquier matiz una sospechosa anomalía. Al fin y al cabo el resultado es la constitución de una voz de autoridad homogénea, basada en disminuir a la mínima expresión los conflictos, anular matices y fetichizar acuerdos. De esta escena nacen consensos débiles.

Si algo podemos criticar al concepto de “gobernanza” es justamente lo que deriva de esta escena. La gobernanza parte de negar el conflicto y se sostiene en una cultura conservadora que hace de la democracia una cuartada para normalizar las injusticias, consolida una intolerancia al conflicto de intereses y, por ende, privatiza la política. Consolidar una democracia sin saber procesar los conflictos, es como ocultar el polvo debajo de la alfombra. En la actualidad el relato del «emprendedurismo» surgido en los recientes años de crecimiento económico peruano (ya en proceso de desaceleración) es el principal soporte ideológico para estigmatizar los conflictos sociales y a sus protagonistas menos posicionados.

Escena #5: Un problema de conciencia

Varios activistas se reúnen para diseñar intervenciones artísticas y culturales en la calle con el fin de protestar sobre una coyuntura específica. Su objetivo es hacer materiales (banderolas, carteles, etc.) y dinámicas (pintas, performance, arengas) para “generar conciencia en la gente” sobre las nefastas consecuencias de la coyuntura en cuestión. Materiales y dinámicas se colma de abstracciones de mínimo seis sílabas. En la calle logran interrumpir el tránsito habitual, la gente observa, no participa. Al cierre de la jornada un/a activista afirma: “la gente está adormecida con ESTO ES GUERRA y COMBATE, por eso no reaccionan”. Ser un “concienciador/a” deriva en una alcurnia moral que tiene la misión de “despertar a la gente”.

No digo que no debamos profundizar en los debates cotidianos con una clara posición política. Todo lo contrario. Sin embargo, al asumirnos guardianes de la conciencia nos aislamos de las contradicciones y complejidades del día a día, y reforzamos una forma de comunicación basada en la subestimación. Considero que la política habita en la cultura y viceversa pues ambas surgen de la vivencia e intensidad de las relaciones sociales, no de verdades reveladas. La conciencia no son lecciones de moralidad a terceras personas sino las formas en que encarnamos las contradicciones y complejidades de vivir en comunidad.

Colofón: Es lo único que te pido, al menos hoy

En estas cinco escenas encontramos tensiones culturales que dificultan nuestra comunicación al debatir y hacer política. Citando a Guillermo Nugent, sus causas se encuentran en lo débil las instituciones, «es decir, de las maneras formales de reunirnos y diferenciarnos» (3), así como de las desigualdades y jerarquías en dimensiones cotidianas como, por ejemplo, en el centro de trabajo o la escuela. Estas formas de comunicación provocan ataques, malestares, desconfianzas y un largo etcétera, alimentando sensaciones de maltrato y mella al amor propio que lleva a la deserción.

Evidentemente la política no es un jardín de rosas, pero la dificultad para procesar las discrepancias, validar interlocutores y resolver democráticamente los conflictos, nos llevan a un escenario duro:Preferimos exacerbar nuestras diferencias al debatir sobre temas comunes en vez de construir plataformas de consensos mínimos desde las cuales valorar nuestras diferencias y procesar nuestros conflictos.

Es un problema ecológico: no es que seamos belicosos por naturaleza, sino que pocos asumimos el cuidado de la atmósfera en la que desplegamos nuestras interacciones políticas. Hablo desde mis vivencias personales, sin generalizar, y creo que un buen primer paso para atender estas dificultades es identificar estas escenas, ubicarnos dentro de ellas y no dejarlas pasar por agua tibia.

 

Guillermo Valdizán Guerrero (aliasperú)

publicado en LaMula

 

NOTAS 

(1) Los debates sobre la idea de cultura son tan dinámicos como irresolubles en la medida que parte de una condición paradójica, como diría Bauman, conformada en la era moderna: «… la cultura resulta ser un agente de desorden tanto como un instrumento de orden, un elemento sometido a los rigores del envejecimiento y la obsolescencia, o como un ente atemporal. La obra de la cultura no consiste tanto en la propia perpetuación como en asegurar las condiciones de nuevas experimentaciones y cambios…» BAUMAN, Zygmunt. La cultura como praxis. 2° edición, Bacerlona, Paidós Studio, 2010.

(2) «Adherirse a un movimiento quiere decir asumir una parte de la responsabilidad de los acontecimientos que se preparan, convertirse en artífices directos de esos acontecimientos mismos.» GRAMSCI, Antonio 1917.

(3) NUGENT, Guillermo. Errados y errantes. Modos de comunicación en la cultura peruana. 1° edición, Lima, La Siniestra Ensayos, 2016.

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