Puesto que en principio pienso que, salvo algún hecho excepcional, un artista no debe responder a las críticas que se hagan a su trabajo, me he limitado a leer con mucho interés lo que en Esfera Pública se ha planteado sobre mi proyecto Ámbitos.
Sin embargo, a estas alturas me parece necesario hacer una aclaración, que en todo caso no se refiere a la exposición misma ni a lo que se ha dicho sobre ella, sino sobre un aspecto que derivó y que –evidentemente- merece el más profundo de los debates. Me refiero al planteado por Dimo García acerca de lo político.
No voy a terciar en la discusión (al menos por ahora, en este momento en que las luchas políticas del año lo han llevado a uno al mayor estado de desgaste), solamente voy a aclarar algunos elementos sobre la cita en referencia:
1. Dimo García se refiere a una declaración mía que dice: “¿A qué va un artista a la universidad? A conformar un proyecto político”. Es, evidentemente, una opinión y habrá muchas otras posibles.
2. Llego a esta conclusión cuando trato de comprender cuál es el papel de la universidad en su formación, dado que no es de ninguna manera obligatorio que un artista vaya a ella. Si se trata de aprender a hacer obras de arte (suponiendo que eso sea posible), eso se podría hacer en mil partes y de mil formas, y lo mismo vale para opciones como aprender técnicas, legitimar su trabajo, establecer alianzas estratégicas o insertarse en una comunidad específica.
3. Sigo creyendo –y es, claro, también una opinión debatible- que una meta esencial de la educación es la de contribuir a construir un pensamiento crítico.
4. En mi opinión, eso quiere decir tener una conciencia del tiempo y el espacio que le tocó vivir a uno, de la red de relaciones que vincula las acciones individuales con la esfera de lo público y de las consecuencias de las decisiones que uno tome en el ámbito de su trabajo (puesto que el sentido de la universidad está profundamente vinculado al mundo del trabajo).
5. En ese sentido me refiero al proyecto político. Cada quien debe definir qué quiere decir eso para sí. Lo que no creo que pueda pasar es que un artista que ha pasado por la universidad pudiera pensar que su trabajo es neutro o apolítico, que la elección de un material u otro es indiferente, que el desarrollo de uno u otro género da igual o que la ideología o la política transcurren por unos canales que –por alguna razón mágica- no tocan a la práctica artística.
6. También me parece grave que un artista que pasó por la universidad pudiera confundir la condición política con los temas políticos, la intención política o con la política como tema. O creer que la primera solamente pueda relacionarse con los “temas sociales” (cualquier cosa que eso signifique) o plantear que desarrollar un proyecto político se refiera a que los estudiantes deban afiliarse a algún partido o tendencia.
7. Finalmente, abogaría porque no volvamos a instalar el cliché (a todas luces falso) de que la Universidad Nacional tenga algún sello partidista específico como en otras épocas se aseguraba. Afortunadamente, aún quedan algunos lugares en los que mal que bien con un esfuerzo se puede construir un pensamiento autónomo. Con todas la dificultades que atraviesa esa posibilidad en los tiempos que corren, en la Nacional todavía es una opción pensable y cualquiera puede confirmar que en la Escuela de Artes Plásticas hay muchas tendencias ideológicas, estéticas, políticas y partidistas que conviven, debaten y no responden a la voluntad institucional de alinear el pensamiento de nadie.
Miguel Huertas