Hace ya dos meses se publicó en Esfera Pública una carta abierta, describiendo las difíciles circunstancias financieras —como estudiante colombiano de postgrado, en el exterior— de Víctor Albarracín. Artista plástico contemporáneo quien, como él mismo lo describe, ha incursionado en múltiples actividades yendo desde la pedagogía en universidades como los Andes, ASAB, Javeriana, Nacional, Tadeo; hasta la creación de performáticas y disonantes bandas de rock, entre otros tantos proyectos colectivos.
Sin embargo, podríamos decir que dentro del medio se ha caracterizado como uno de los más notables líderes de opinión; galardonado por el Premio Nacional de Crítica de Arte y columnista despedido de la Revista Arcadia, al haber tanteado una fibra sensible de su comité editorial (¿o gerencia comercial?). También, entre un amplio etcétera se le reconoce como la cabeza visible de El Bodegón, el vital y prolífico espacio artístico autogestionado que ha marcado una época importante —aún después de su cierre— dinamizando este tipo de iniciativas, las mismas que hoy describen parte importante de la práctica artística a nivel local.
Para el momento, su caso fue difundido con gran interés entre las redes sociales de aquellos cercanos a las micro-polémicas del arte. En tal oportunidad, este artista tan difícilmente perfilable, se identifica como un estudiante extranjero en ciernes de ser deportado por padecer ciertas condiciones económicas que vulneran la progresión misma de la que ha sido una significativa carrera, poniendo en peligro la continuidad de su postgrado en la Ciudad de Los Ángeles (EE.UU), en cuyas calles, incluso, él ha tenido hasta que pedir comida y dinero.
Pese a sufrir circunstancias tan particulares pero que curiosamente logran generar una fuerte empatía, su caso con seguridad llamará la atención de cualquiera que esté interesado en los álgidos temas de la educación en Colombia.
De hecho, debería despabilar a más de uno, también desvelado por las deudas educativas; porque, el cuestionamiento que hace Víctor de su propia condición, controvierte la actitud resignada a ese tipo de frustración perpetua que determina tanto a aquellos marcados por el compás de espera que imponen las obligaciones monetarias, como a quienes ya ni se lamentan ante sus pobres perspectivas disminuidas por falta de recursos para costear educación superior alguna, aún con la oferta de créditos y becas parciales.
“El asunto es simple: Aunque Fulbright y el Ministerio cubren mis gastos básicos de sostenimiento, salud, tiquetes y etcétera, la parte de la matrícula que tengo que pagar al año, es decir 17,000 dólares, no está cubierta. Eso lo sabía desde antes de venir y es una decisión que es de mi entera responsabilidad. Creo que todos habrán escuchado algo sobre el enorme problema en que se ha convertido, en los Estados Unidos, los costos de la educación superior. Pues bien, aunque tengo una beca de mi universidad por dos terceras partes del total de la matrícula, el tercio que debo yo asumir sube hasta los 17,000.
El año pasado, esos 17,000 dólares los saqué, haciendo maromas y pidiendo plazos, del dinero que el Ministerio me daba, muy cumplida y generosamente, para sostenimiento. Así pues, para vivir, me quedaba con casi nada. Entre chisguitas, frilanceo y caridad logré pasar el año en medio de enormes limitaciones. Dormir por ahí, caminar por horas para ir de un lado al otro, comer bastante mal, pedir prestado a los profes, a los compañeros y a los amigos en Colombia, usar la estrategia tan colombiana de pedir comida y monedas en los semáforos, etcétera. No todo el tiempo, pero mucho más que lo deseable.” Carta Abierta. Víctor Albarracín.
Formación para el Trabajo
Y es que ampliando lo dicho en el importante pero fulminante debate, abierto —y al parecer ya definitivamente clausurado— por este caso. Es bien sabido que acceder a la educación superior, para el 99% de los colombianos, muchas veces significa asumir trabajos forzados de por vida, cumpliendo con el pago eterno de unas cuotas pactadas como con el diablo y todo, para terminar engrosando la fila express hacia el castigo de lo que realmente puede suponer, precipitarse a un trabajo infernal.
Encadenarse a una organización de crédito educativo, es el sacrificio que debe aceptar quien reconoce para sí mismo el derecho a la educación. Su vida pasa a ser propiedad intransable de la deuda sin merecer por lo menos la etiqueta de producto, ya que a este “proletario” tan particular, en principio, ni siquiera se le dará el chance de venderse al mercado laboral para así obtener los réditos de su ventaja académica, pues le serán cobrados con creces y durante un largo periodo, por la institución acreedora. En conclusión, podría decirse que la deuda misma es adquirida prioritariamente para conseguir cómo pagarla.
De tal manera, la auto-precarización es obligatoria para el ciudadano de la deudocracia mundial. Y por donde uno lo vea, su condición es prototípica para fijar las características de la esclavitud contemporánea como proceso generalizado hacia la profesionalización.
A lo largo de estas complejas vías para el acceso a la educación, hoy cercadas por el andamiaje avasallante del sistema neoliberal que impera desde lo alto de los tronos de sus instituciones formativas, dirigidas inescrupulosatemente como empresas privadas para el brutal negocio de la cualificación humana y casi de manera exclusiva en base al capital que posee cada cliente; se asegura que el graduado dedique su vida entera a alimentar al sistema laboral mientras difícilmente supera la situación de déficit, dejándole cada vez menos esperanzas de aspirar a algo más o diferente, que ser un trabajador ejemplar: conforme, obediente, sumiso, servicial, etc. De manera tal, que las virtudes e ideales de emancipación prometidas por el ideal de un sistema educativo, actualmente se han transfigurado hasta definirse por sus características opuestas, trazando una ancha senda hacia la servidumbre “voluntaria”.
Adiestramiento
Por su parte, en este Estado Anti-Social de Derechas, los más “afortunados” entre tales deudores, no vislumbran opción al ciclo “natural” —biopolítico— de progresar para pagar la deuda y con ello planificar una familia, hacer patria triunfando en el exterior; posteriormente comprar casa, carro y en una palabra, encontrar la felicidad en la sumisión a las formas de vida estereotípicas del rampante neo-fascismo capitalista.
En tales casos no sólo es relevante la programación que impone la sin salida al laberinto de las obligaciones financieras, aquí se hace muy evidente cómo operan los condicionamientos sociales más tradicionales, arraigados particularmente entre las clases altas y adoptados a ultranza por quienes buscan pertenecer a ellas, en base a las máximas totalitarias: Dios, Raza, Nación, Familia, Tradición, Propiedad. Como también lo advierte el mismo Víctor: por regla, aquel que no demuestra una conducta siguiendo al pié de la letra semejantes tablas de valores, no demorará en tropezarse con los primeros peldaños de la escala social y recibir, de cualquiera, un empujón que lo lance cuesta abajo de la misma.
Y es que contrario a lo que podría creerse, es grave notar que la generalidad de aquellos colombianos en el exterior, beneficiados por el apoyo educativo a nivel de especializaciones, maestrías, doctorados, etc. no son precisamente huérfanos, diversos, desplazados o desposeídos (las minorías vulnerables que abundan en este país). Al contrario, aquí aquellos caudales “altruistas” y “filantrópicos” que en principio deberían encauzarse a favor de quienes por necesidad los requieren, son mayormente aprovechados por hijos de empresarios, políticos, altos ejecutivos, hacendados; o en una palabra, herederos, que estudian en el exterior, viviendo a sus anchas pero a costa del tesoro “público”.
Aunque a este nivel es lo usual, difícilmente se confiesa de manera abierta pertenecer al sistema de crédito educativo, pues aquí el poder estudiar es un lujo y por ende, signo de distinción. Detentar tal privilegio, como lo hacen ellos y sus familias, tradicionalmente es una manera de preservar el status, pero admitir tal subvención tiene efectos contrarios, incluso es degradante.
E.I.S. Educación Ingreso Seguro
De tal manera, hay que señalar cómo se oculta una fraudulenta pero eficaz estructura de reproducción social que culmina y comienza una nueva etapa con cada periodo educativo, presentando en sociedad a sus mejores sucesores, disfrazados de nerds, aunque en la etapa colegial hayan demostrado, incluso, características contrarias, probablemente acercándolos a estereotipos más comunes; pues tal como diría alguien con motivo de las pruebas internacionales PISA, en las que nuestro país ocupó el último lugar: “Colombia es como el bruto de la clase que solo le va bien en Deportes y Religión”.
Sin embargo, es gracias a la financiación educativa que estos pocos afortunados logran distinguirse a un nivel académico, posando en ceremonias de grado como estudiantes premiados con créditos-becas y otros programas de subsidio, por gozar de presuntas “aptitudes académicas superiores” para la farsa de orgullosas y honorables familias, planificadas como castas para concebir generaciones enteras de pequeños déspotas “ilustrados”.
Mientras a los despojados de todo beneficio educativo —independientemente de sus capacidades, aptitudes o vocaciones—, quienes no merecen créditos financieros pero cuando forzosamente los obtienen, a la larga les son más adversos que lucrativos; al grueso del pueblo de este país explotado, rico en recursos naturales y “humanos”, se les trafica como activos de las grandes empresas.
Requeridos en masa como fuerza bruta o mejor dicho, mano de obra calificada, son atraídos a sus amos ofertándoles cual oportunidad única, ganar una vida de peonazgo al servicio de respetados y temidos terratenientes locales, en alianza con “prestigiosas” transnacionales; terminan engranados como operarios de una maquinaria importada, pesada y voraz, ya firmemente instalada en lo profundo del socavón tercermundista en que se ha convertido este país:
«Uribe se estrenará como profesor con la cátedra de Liderazgo […] algunos de los pensums han contado con el apoyo de Fenalco en cabeza de Guillermo Botero Nieto y del Grupo Éxito a través de su presidente Carlos Mario Giraldo, quienes colaboraron con el diseño de la carrera de Ingeniería comercial, mientras que Jesús Guerrero de Servientrega, estuvo al frente de la construcción del programa de ingeniería industrial. En el tema de petróleos, la empresa Pacific Rubiales fue la gran aliada; además de haber dado un apoyo económico y asumir el costo de la primera oficina de la Universidad en el edificio World Trade Center, prestó su asesoría en la estructuración de la carrera de Ingeniería de Petróleos.» Elite: la universidad de Álvaro Uribe y Darío Montoya. Gustavo Rugeles.
Volviendo al caso contrario en este sistema perverso, dominio de aquellos solapados y oportunistas becarios de las entidades de crédito; puede decirse que entre ellos, son pocos los que realmente se destacan en el medio de las artes plásticas. Si bien, son distinguidos en círculos sociales cerrados es debido únicamente a su procedencia de clase y éxitos profesionales relativos, por demás, distantes de la práctica artística que de ejercerla, ocurre en aquel tiempo libre restringido, tipificado, de las vacaciones y los fines de semana. Por obvias razones, aquí mencionadas, su producción difusa es bastante limitada al cubo blanco de los espacios comerciales, cuyo modelo de negocio está tan en auge hoy en día.
Se entiende que al ser privilegiados por el status quo, permanezcan ausentes de toda perspectiva de cambio. Tienden a caer fácilmente en la endogamia y autorreferencialidad, pues la excepción en su currículum vítae son proyectos realmente contemporáneos de alcance público, con intereses políticos, sociales, etc. Y así mismo, su participación crítica, discursiva o académica es escasa o nula; convenientemente ante la deliberación por lo general su actitud es más bien reservada, privada, silenciosa, políticamente correcta y de cualquier otra forma, reaccionaria.
Gracias a la falacia meritocrática, los más visibles entre los privilegiados del régimen edu-mercantilista, ocupan las contadas plazas laborales que hay en el medio. Cuando optan por la administración cultural, dentro del sector público, devienen en patéticos burócratas con obvias tendencias hacia la derecha política; mientras que en el sector privado, se le apuesta a una próspera formación de mercachifles, al mando de dudosas Empresas Creativas, etc.
Es peor aún cuando encarnando una de las máximas ironías que describen un modelo educativo tan aberrante, varios de ellos logran encontrarse enquistados al interior de plantas de profesores en aquellas universidades locales con programas en Artes Plásticas. No por nada, la reciente bonanza económica de este medio es impulsada de manera sumaria por jóvenes réplicas de estos perfiles. Pero, este es otro tema, que de hecho merecería un análisis propio.
Y es así como podríamos seguir hasta extendernos aún más observando cómo, cuándo, dónde y porqué las instituciones de crédito educativo, ciertamente operan muy por debajo de los pretenciosos objetivos que en últimas justifican su obviada Misión, Visión y Principios, pero que en términos reales son poco más que letra muerta. De hecho, no es difícil comprobar cómo insólitamente, los resultados de sus programas parecen directamente contrarios al impacto social que en el papel manifiestan.
Las líneas trazadas por el desvío de los recursos educativos hacia ciertos sectores, corren paralelamente con las locomotoras del “progreso”, aceitando su maquinaria arrasante con el sudor de la mayoría explotada. Sus “inversiones educativas” devienen en patrimonio privado, circulan principalmente manteniendo el ascenso socio-económico de carreras personales y muy lejos están de beneficiar a quienes se perfilan públicamente, buscando incidir más allá del asegurar su propia comodidad, como fín último de vida.
¿Profesionalización Artística?
Para finalizar, llegando hasta lo más inaudito de casos como el de Víctor Albarracín. Aparece en lo peor del panorama de desgracias que describen este contexto y representando una situación aún más injusta que el promedio, quien honestamente solicita desarrollar su vocación artística, al recurrir a un préstamo educativo.
Primero, hay que decir que es por lo menos extraño para la informalidad del medio artístico local, que estas instituciones de crédito apliquen el rasero de todas las demás profesiones, como si con los títulos correspondientes a un artista se garantizara un sueldo fijo mensual o quincenal, a la manera de cualquier oficinista al servicio de una empresa. Por otro lado, no todos los artistas deben, por fuerza mayor, tener aptitudes pedagógicas, siendo prácticamente la única opción visible de estabilidad laboral en este contexto.
Ya que en el citado debate se ha propuesto la posibilidad de confluencia de los perjudicados. Mejor que continuar justificando una reforma, contando caso a caso, el cruel destino de la formación académica; los artistas aquí aludidos en su propiedad y condición de medio, estarían en deuda —hoy más que nunca, según la presente contingencia— de defender un reconocimiento fundamental de aquellas condiciones económicas específicas de su propio campo. Principalmente si se quiere inaugurar un diálogo con las instituciones mencionadas dado que —como bien sabemos, a diferencia de estas— la práctica artística simplemente no cuenta con un sistema laboral, formal, estable, menos aún en un país como Colombia y por ello es más que insensato, incluso resulta absurdo, igualarla a nivel económico con otras profesiones para así ejercer equívocamente una presión financiera infundada, bajo el supuesto ilusorio del fijar un alto cobro mensual a un artista plástico contemporáneo.
¿Será que este hecho ignorado puede tener alguna relevancia al momento de explicar la problemática actual y así hacerle frente?, ¿es inaudito pensar que establecerlo de esa manera, podría ser la base misma en el rediseño de tal tipo de programas de financiamiento, para esta área específica?, ¿es inconcebible comenzar a diferenciar a nivel económico, la singularidad de la actividad artística, frente a la realidad de las profesiones más comunes?
En un punto alto en el reconocimiento de la problemática como tal, también tendría que asumirse una actitud propositiva y consciente de la perspectiva institucional; si se quiere llegar efectivamente a acuerdos en estas instancias. Alternativas a la retribución económica a tales apoyos educativos, por ejemplo, pueden marcar uno de los ejes de tal reforma.
Aunque probablemente no sea lo ideal —lo que básicamente sería gratuidad educativa universal, condonación absoluta de deudas, apoyos totales para estudios y sostenimiento en el exterior, etc.— recuerdo que en una época era frecuente que diferentes instituciones asumieran, en la relación establecida con los artistas, su obra como capital de pago. Por supuesto, una propuesta así entre muchas otras, tendría que ser abordada mediante un proceso de reevaluación con miras a actualizarse; en absoluto podría ser reducida a que las instituciones directamente emprendan nuevas “colecciones de arte”, volviendo a aquella mirada restrictiva de la práctica a cierta elaboración de cuadros para las oficinas de los gerentes y directivas institucionales —aunque para algunos, también pueda ser una opción a debatir—.
Sin embargo, creo que al respecto lo interesante sería pensar cómo estos apoyos podrían revertirse públicamente, encontrando así formas de conciliar la práctica artística —pero también diferenciarla cuidadosamente— con aquellas ideas que rondan una retribución consecuente con los objetivos sociales, compartidos por este tipo de instituciones y que difícilmente descartarían. Podría abrirse la posibilidad de compensar el apoyo educativo, por ejemplo, mediante la propuesta autónoma y voluntaria, por parte del becario, de prácticas socializadoras, proyectos pedagógicos, investigaciones colectivas, realización de charlas y conferencias, intervenciones urbanas, performáticas, publicaciones, etc. Pero todo ello, sin que el requisito sea necesariamente estabilizar tal labor como una forma de servicio social, la idea sería comprenderla por su lado más amplio, estimando prácticas críticas aún de esta misma concepción y sobre todo, valorándolas desde el arte también como un campo autónomo.
Con seguridad de emprender algún proceso de reevaluación, a la larga, se encontrarán estrategias que sí logren vincular tales instituciones al nivel social que sólo en teoría pretenden, perfilándolas de una manera más apegada a las realidades de esta comunidad específica, ganando eventualmente un reconocimiento mayor en la importancia de sus programas educativos.
De lo contrario, como todo problema que no es atendido a tiempo, se agudizará y de una forma u otra, la necesidad inminente de un cambio podría ser reclamada con daños colaterales y de manera radical. Antes, sería sensato observar las graves crisis del sistema educativo en otras latitudes y reconocer allí los síntomas que se padecen a nivel local. La atención a estas demandas entre otras, se hace urgente, porque el caso aquí presentado, refleja el de no pocos dentro del ámbito artístico sufriendo aún peores condiciones —debido a las que incluso se ven obligados a desaparecen del mismo para trabajar en ámbitos más productivos— y que en conjunto representan una población con dificultades particulares de acceso a estudios superiores, ¿o es que acaso tales restricciones para su desarrollo no son la prueba misma de la ausencia y necesidad de una renovación en los planes mismos de las entidades requeridas?
En fin, está todo por discutirse respecto a las posibilidades que efectivamente necesitaría contemplar una reforma del disfuncional sistema de crédito educativo, hoy aplicado a contramano, especialmente para la realidad del Profesional en Artes Plásticas. Quien, siendo definitivamente el caso más insólito, ¿resulta ser poco mejor para las carreras definitivamente precarizantes?
Ese último comentario hecho por Víctor Albarracín, en la citada controversia —con motivo del que temo es el desenlace excepcional, contingente y temporal de su crisis— de ninguna manera puede ser el motivo para el cierre del debate, tal como lo abrió brevemente. Pues ello, no sólo está lejos de fijar un final feliz para lo que será una larga y disfuncional relación con su deuda, sufriendo consecuencias tortuosas de por vida, si no acontece otro “milagro”, ¿logrando convocar la solidaridad del medio una segunda y tercera, cuarta, quinta vez, etc.?
Celebrar tal consecución pública de fiadores con la que al parecer muchos ya quedaron contentos —como si la aparente solución de un caso, entre muchos, diera la respuesta final de tal problemática—, ciertamente delata una rendición absoluta ante la opresión de regímenes económicos tan adversos como el que se ha impuesto para el sistema educativo.
Si bien el tema de la crisis educativa seguirá apareciendo de manera intermitente —conforme se negocie la agenda de las monopólicas Redes Informativas que dictan la “opinión” de este país— ¿Acaso no es obvio lo contraproducente que es abandonar el tema exclusivamente a los intereses privados de los grandes medios, a la corrupción del gobierno, sus entidades y funcionarios de turno, usados muchas veces como los chivos expiatorios para evitar las “culpas” del sistema mismo? ¿No es inminente que las problemáticas aquí planteadas continuarán agravándose, de no haber una participación activa y directa de los afectados? ¿Será que un tema tan definitivo en el destino social de tantos como la educación, no merecerá la oportunidad de ser desarrollado como un debate de iniciativa ciudadana?
* Versión completa del texto publicado inicialmente en el portal Las2Orillas.