Reclamos anticapitalistas en el vortex especulativo (con humedad). La pared es de un cafesito-con-librería.
El triunfo está garantizado. En otras palabras, esta Bienal de (la ciudad amurallada de) Cartagena se convertirá en LA bienal de Colombia. Si miramos el panorama, todo juega a su favor: no parte de la iniciativa de curadores conectados (y pobres), no depende de un museo de arte moderno dinámico (y mendicante), no teme a la inclusión de artistas internacionales o de obras con seguros impagables (y vigentes), no se acompleja –bueno, no tanto- con el rol de lugar turístico que cumple la ciudad anfitriona y lo mejor –bueno, no tanto- cuenta con el apoyo de la Fundación con el nombre de uno de los hombres más ricos del país y varias empresas cercanas a su oligopolio. Esto es lo más importante: esa bienal tiene dinero. De lo demuestra. Por ejemplo, se oyó decir a alguien con absoluta mala leche que la próxima versión tendrá un texto de introducción firmado por Claudia Gurisatti (esta vez le tocó a Belisario Betancur).
Y en ella se pusieron en juego varias cosas. Por ejemplo, la humildad curatorial. En esta versión, Berta Sichel, la curadora encargada de coordinar la selección de #1 Cartagena, trató de vender la idea de que su trabajo evitaba la ilustración de hipótesis teóricas con obras de arte. No. Por cercanía, las obras terminaban creando repeticiones. Y por repetición, se terminaba organizando un discurso. Como en la música experimental. Al incrementar un elemento significante tras otro elemento significante entre varios trabajos podría verse que, por ejemplo, 1.- en el Museo de Arte Naval proliferaron las obras en madera o textiles en clave reivindicativa; 2.- en la Casa 1537, las obras más antiesclavistas y anti-institucionales (inclusive literalmente, como en el video de Eduardo Abaroa); 3.- en el Palacio de la Inquisición, las revisiones de la diáspora. Así, las cuentas no daban: ¿post-colonialidad + post-colonialidad + post-colonialidad = cero tesis curatorial? Difícil de creer. De hecho, más difícil si todo ello se explica en una visita guiada dictada en perfecto inglés. Siempre es bueno que alguien se tome el trabajo de recordarnos cuál es el idioma del Imperio.
Ahora, bien. ¿Qué valía la pena ver de esta muestra? Lo local. La mayoría de artistas colombianos participantes resultó ser infinitamente mejor. Incluso, a pesar de que algunos de ellos fallaron en parte de sus montajes (Miguel Ángel Rojas con el video que acompañaba su intervención, por ejemplo). En realidad se veía en el conjunto menos afán por mostrar obras repletas de post-colonialismo prêt-à-porter o extremadamente fotogénicas o aburridísimas. Además de ello, se pudieron notar algunas de las tensiones que caracterizan a este particular campo artístico. Por ejemplo, la de figurar a cualquier costo. La pieza de Juan Manuel Echavarría, iba tan bien orientada por este camino que su audio se imponía en todo el edifico del Museo de Arte Moderno y su obvio tema quería ser más comprometido que el mejor arte comprometido pero quedaba como una muestra más del canon que sigue todo artista colombiano en proceso de internacionalización.
Por otro lado, fue tan amplio el espectro ideológico de esta bienal que funcionó como exitoso experimento incluso hasta en su crisis. De hecho, la queja elevada por los firmantes del Manifiesto Emputao reforzaba el enfoque. A la pregunta sobre la pertinencia de una bienal más en el mundo, se unieron demandas por la representación, la inclusión, el centralismo, el abuso de poder o el paternalismo, que fueron evidenciadas como síntomas de un proyecto que buscaba integrar comunidad a su alrededor. En este sentido, los organizadores de la bienal lograron cosas. Cultivaron detractores y defensores. A eso habría que añadir que vale mucho la pena ver qué tipo de hegemonía visual podrían terminar imponiendo los integrantes de la Comunidad de Artistas Visuales de Cartagena y Bolívar o cómo dialogarían con los de la Comunidad de Artistas Visuales de Barranquilla y Atlántico, o los de la Comunidad de Artistas Visuales de Montería y Córdoba o etc, si las hubiera.
Agradecimiento:
Como este artículo empezó hablando de patrocinios, lo mejor es que termine igual. Fui a (la ciudad amurallada de) Cartagena, invitado a un encuentro de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Independiente (entidad financiada por la Fundación Ardila Lulle también). No lo esperaba. Era puente y esa ciudad es básicamente impagable –en esta temporada, y durante casi todo el año. Yo les prometí que iría si hacían los trámites de vuelo y hospedaje. «Trata de no pagar tú ese viaje -me dijo alguien. Diles que busquen en tal hotel y tal aerolínea. Estoy segura de que te van a gustar muchas cosas de la Bienal.» Hice caso: traté de que me gustaran muchas cosas de esa bienal. Además me bebí mi Colombiana, endulcé un tinto con azúcar del Ingenio Incauca S. A., traté de asegurar algo con Sura, sufrí en silencio por el destino de los ahorradores de Bancolombia. Me fue excelente.
–Guillermo Vanegas