¿Es posible comprender desde el pensamiento crítico del arte los fenómenos de la política real?
¿Se puede entender esa experiencia que transmite la política real, a partir de la teoría crítica del arte, con la misma perspectiva desde la que se analizan los fenómenos de la obra de arte, del artista y los diferentes contextos que la producen y lo producen y que igualmente el artista y la obra de arte, ayudan a producir?
La respuesta es negativa en la medida que la crítica de arte, el arte y los artistas no pasan de ser un mero recoveco entre público y privado desprovisto de cualquier poder, comparados con la escultura social de la política; incluso la soberanía de la palabra -el último y único poder del crítico- hoy en día no es más que una autopista de letras inútiles alabando los gustos de las camarillas que pagan sus anuncios o publican sus lamentos, en una babilonia de piropos disfrazados de ideas que circulan por catálogos y revistas de arte, emanados de la pluma de curators apurados en deleitar a sus audiencias. Ese poder simbólico del arte que los artistas intentan trasgredir para llevarlo al espacio de lo político y provocar su representación está en crisis. En el capitalismo la distinción entre arte y política es una condición. En el nacional-socialismo la fusión de arte y política se dio mediante la estetización de la política y en el comunismo, la politización del arte buscaba integrar a este último como un apéndice de la revolución para provocar la emancipación simbólica del obrero.
Ese artista capitalista pinta en las noches cuadros descuidados que no tienen nada que ver con sus posturas políticas. El artista del nacional-socialismo funde la vida con el arte en la obra de arte total de inspiración wagneriana, de la cual Beuys fue su mejor heredero y bajo el marxismo, el artista como productor benjaminiano empuja a las fuerzas sociales interactuando directamente con ellas.
Lo político desde el arte se puede entender como una conversión en un teatro de representación pública de los deseos que corren por entre los diferentes sectores del poder establecido y el poder anhelante. Se configura todo un teatro de representación de lo político, mediado por la ley, en donde ésta última parece convertirse en el mecanismo que legitima el poder y las decisiones no de las mayorías públicas, sino de las minorías privadas. Es el arte de lo social como expresión de las tensiones dominantes que se expresan sobre el escenario de la historia contemporánea.
Tenemos a un Alcalde destituido, un Procurador destituyente, unos medios de comunicación tomando partido antes que estar haciendo lo que deben hacer, informar, y una serie de personajes, con la ley bajo el brazo o lo que entienden por ella, opinando a favor y en contra; y frente a este decorado a la gente, que es lo mismo que decir al pueblo, sumergido en un auditorio al que poco le hace falta para que empiecen a cobrarle por su entrada a la función.
Y así como aparecen unos actores personificados de manera clara y evidente, circulan rostros inaprensibles, como titiriteros de sombras chinas que se sienten por doquier, en la manera en que hablan unos y otros, en el parloteo que recitan las discretas minorías ilustradas, reproduciendo el discurso del poder económico de los privados que no son otros que quienes detentan no sólo el poder económico, sino lo que se desprende de ello en las sociedades democráticas contemporáneas, en las que la acción política del capital permea el aire que se puede cortar en rebanadas dispuestas en la estantería del imperio de la ley al servicio de quien pague mejor por ello.
En una sección del periódico El Tiempo, creada para analizar este fenómeno, aparecen los sectores que representan eso que eufemísticamente llaman el establecimiento. Dice el periódico que con la determinación del procurador Alejandro Ordóñez de destituir al alcalde Gustavo Petro se ha generado en la capital del país un clima de confrontación entre dos corrientes ideológicas, y por eso extiende la invitación a estos personajes del establecimiento para que opinen al respecto.
Ya en los años 60 Joseph Beuys había hecho un gesto en Berlín Occidental de barrer las calles después de las manifestaciones del 1 de mayo, con la idea de afirmar que para que las cosas marcharan mejor en este mundo, había que barrer con las ideologías. Es decir, desideologizar el espectro de la política real. Con la fusión entre arte y vida, entre la política y el arte, Beuys intentaba volver a erigir el sueño mil veces perdido para Alemania de crear la obra de arte total.
En ese momento, los alemanes pagaban caro con su división la lucha que dos ideologías llevaban adelante bajo el disfraz de la guerra fría. Pienso –a veces- que la II Guerra Mundial solo terminó cuando se derrumbó el muro de Berlín y los fantasmas del comunismo parecían desaparecer de la faz de la tierra, para consuelo de los capitalistas del mundo.
Porque en ese momento en que Beuys barría las calles desoladas y sucias, después de la manifestación, en pleno corazón de Europa dos ideologías se disputaban la hegemonía de conquistar el mundo y dictarle a este, sus modelos de gobernabilidad, es decir, sus leyes sobre las que debía marchar el nuevo orden internacional, porque antes de que exista la ley, existe la política, es decir, las ideologías. Aún no hemos sido capaces de descubrir una forma de gobernar el mundo, sin que exista una política atada a las ideologías.
Para no ir muy lejos y evitar los enredos, me limitaré a pensar la ideología como la expresión de un sistema político determinado para concebir el Estado y la manera de gobernarlo, con el fin de arrogarse una soberanía ficticia, ya sea de pocos o de muchos. Por ejemplo, en plena II Guerra Mundial se dio el encuentro de tres ideologías, enemigas todas ellas, buscando imponer su criterio político, es decir, su manera de entender el manejo del Estado: el capitalismo con EE.UU. a la cabeza, el Nacional-Socialismo de Alemania y el Comunismo de Rusia. Por eso me atrevo a decir que la segunda guerra mundial no acabó en el 45 sino en 1989, cuando cayó el muro de Berlín, y aún pienso que el cadáver de la II Guerra Mundial nos persigue, en la medida en que el capitalismo triunfante aún no ve la hora de poder afirmar con plena seguridad, que todo el planeta es capitalista, haciendo suya una verdad que creemos es asunto del pasado.
Y una vez terminada esa otra etapa de la II Guerra Mundial, cual fue la caída del muro de Berlín, el capitalismo se vistió de gala para registrar su triunfo convertido en una ironía que lleva por nombre neoliberalismo, que no es otra cosa que el capitalismo de siempre, pero oficialmente globalizado, y dispuesto a despedazar cualquier concepto público del Estado en el altar sagrado del individualismo ramplón, ávido de concentrar las riquezas en unos cuantos pocos amos bajo el santo imperio de la ley, en donde cualquier forma de resistir la opresión pueda ser etiquetada como ilegal, como terrorista.
Y decía uno de los columnistas invitado, el maestro “Resalustiano” Néstor Humberto Martínez, el hijo del señor que nos hacía reír interpretando a un modesto obrero de la construcción, a un “ruso” como se les llama, es decir, a un hombre del pueblo.
Contrario a ese 1% que tiene y ha tenido la sartén por el mango de este país en términos políticos, económicos y militares, y del cual él hace parte ya no por “ruso” sino por “lagarto” en unos círculos más abajo con respecto a esa pequeña masa que todo lo controla, y que encuentra en este señor y en los Jaime Castro las guardias pretorianas que con una ley mentirosa quiere imponer sus órdenes.
Ese Jaime Castro que como buen profesor de escuela boyacense nos da clases de “leguleyismo” fue el mismo que se escondió debajo de las enaguas del poder militar, junto con su jefe de turno –un poeta delirante incapaz de levantar su voz para frenar los sables que esos días supieron rugir-, para que la ley de los militares se impusiera a sangre y fuego sobre la ley que representaban los magistrados del Palacio de Justicia, y ese Jaime Castro es el mismo que hoy sale a dar lecciones jurisprudenciales. Allá estuvo en Washington, cumpliendo órdenes de sus amos, esgrimiendo una suerte de ley que viene siendo la misma ley que no se atrevió a defender, o al menos eso también nos quiere hacer creer.
Y el columnista decía que el problema de la destitución de Petro era algo estrictamente jurídico, de eso que llaman la institucionalidad del país, un asunto rigurosamente jurídico y que así había que verlo. Por lo tanto, como Petro violó la ley es culpable y punto.
Ya el delfín, con sus dientes de leche recién estrenados y elevado a presidente del sainete de la política barata del Consejo de Bogotá dice que Bogotá se encuentra en la crisis institucional más grande de la historia. Vaya!! al parecer la historia devino cuando esta criatura nació.
Y el columnista dice que para qué meterle ideología a esto, que para qué se desgasta el pueblo de este país hablando de fascismo, de golpe de estado y de fundamentalismo religioso. En un Estado de derecho la ley es la ley y ésta nunca se equivoca. Así de sencillamente reduce el conflicto este respetable miembro del pueblo (al final de su nota reivindica que él también es pueblo) que ha sido Ministro de Justicia y no sé cuántas cosas más, gracias a su capacidad para trepar en el cerrado círculo social de las dinastías que mandan en este país. Sean liberales o conservadores, se ha movido como buen pez del estanque en el que nadan los peces gordos que mandan en este país.
Y ahí reside precisamente el debate. Porque la democracia ha dejado hace rato – ¿lo ha sido alguna vez? – de ser eso que nos hacen creer a todos: que ella –la democracia- es la mejor manera de hacernos representar, que quienes están allá encarnan los intereses del ciudadano, que el porvenir y la libertad están garantizados por ella, que la perspectiva del poder representativo, efectivo e inmediato está contenido en su propia existencia, que la soberanía del pueblo y sus decisiones están y son respetadas; y así nos la pasamos, convencidos de que vivimos en una democracia.
Pero no tiene que ser el ciudadano un pertinaz investigador para darse cuenta de que sucede exactamente lo contrario. Que quienes nos representan, cada vez más, están allá buscando representar intereses privados antes que intereses públicos. Y por eso esta política es tan importante, tan lucrativa, tan buenos dividendos paga, que por ello vale la pena meterle plata y cifras a cualquier campaña política, por eso se contratan agencias de publicidad, nombran asesores de imagen, y una cantidad de cosas que hacen pensar, que lo que tenemos al frente son muñecos ventrílocuos vendiendo un diseño de sonrisa antes que políticos de verdad.
Y cuando aparece un político que se les sale del libreto, eso les incomoda inmediatamente, es una reacción alérgica casi que instintiva. Porque la política se volvió la mejor manera de hacer negocios en las democracias. Controle la política y controlará la ley y así podrá hacer lo que le venga en gana, porque la ley se encargará de toda contingencia, como cuando se viste de procurador y arrebatada sale en su caballo de fuego a perseguir necios.
Y así ésta política – como una técnica avanzada de dominación no pedida pero otorgada mediante el voto- hace las leyes con los huecos legales que después les permitirá a los interesados, utilizar esos mismos vacíos jurídicos para ejecutar sus andanzas y trapisondas. Remember el respetable embajador en Washington de Brigard & Urrutia.
La política es el lado legalista de los negocios y eso mejor que nadie lo saben los abogados. Y por eso todo se compra: se compran políticos, se compran jueces, se embolsillan periodistas, se echan al dril a los artistas, y copan casi todos los campos. Como el dinero está metido prácticamente en todo, todo es medible, mensurable en términos de dinero. En la época de Pablo Escobar – y Escobar sigue vivo en cada capo que sale a reemplazar al que cogieron la noche anterior- este lo hizo de frente, sin escrúpulos: O plata o plomo. Y así ha funcionado este país. Desde tiempos inmemoriales… o plata o plomo.
Una maquinaria de guerra permanente aceitada por una minoría económica bajo un espectro político sumergido en el vacío, del cual aparece como su representante legítimo.
Pero también el régimen ha descubierto que ya no es necesario el plomo desde que a los EE.UU. le dio por cambiar el libreto del gran garrote por los derechos humanos. Ahora no sólo los podemos matar físicamente sino que los matamos jurídicamente –reza el libreto. “Listo -señala el procurador izando el dedo en tono amenazante, con el código por fuete-, fuera y no me regresa en 15 años”. El santo varón que custodia el ordenamiento y la ley (es decir los intereses privados de sus amos), el señor procurador lo pide a gritos: usted se me va y no vuelve por acá, esto de la política es asunto nuestro.
Quitarle el negocio a los privados es un delito en las democracias contemporáneas. Que el Estado se dedique a administrar no sabemos qué, mientras ellos hacen los negocios. Y que nadie se atreva a metérseles en el camino. `O plata o plomo´ se ha visto que funciona en muchos casos cuando las irregularidades aparecen, y los políticos prefieren la plata por supuesto, para eso se hacen elegir.
Y eso es lo que pienso que está en juego, además de muchas cosas que representa el procurador. Pero lo más importante es un problema de negocios maestro “Resalustiano”, es decir de neoliberalismo o para hablar más claro, de capitalismo salvaje, el mismo capitalismo de siempre y eso es pura ideología y ahí la ley es apenas un apéndice que oscila en mitad de esa ideología, de acuerdo a los intereses que muevan a los peces gordos –siempre privados y casi nunca públicos- y que usted parece no ver, o mejor, que parece no querer ver para hacernos creer que esto en un asunto jurídico y nada más.
Los orangutanes con sacoleva del poder, ya sea económico, militar o político, empiezan a ver en Petro a un Chavez II versión colombiana, y esa es la mejor manera de desprestigiarlo con el fin de acabarlo. La democracia colombiana está lejos de permitir que un ensayo auténtico de izquierda se pueda dar. Por un lado porque la misma izquierda no ha sido capaz de elevar un discurso que supere la cantinela en que se debaten sus propias contradicciones –hay demasiada memoria reprimida- y por otro lado, el establecimiento no es capaz de dejar que la izquierda se piense y se entrene en un ejercicio alternativo del poder dominante, es decir, los intereses privados de los nuevos ricos y de los viejos ricos. Tiemblan cuando se imaginan siquiera por un segundo que sus intereses se pueden ver reducidos un poco. Y la idea es esa, que simplemente entiendan que pueden seguir con su orgía de acumulación, pero teniendo en cuenta que deben ser regulados por el beneficio público.
Hay que ver el discurso de los dirigentes del Polo Democrático, frente a lo que significó la administración de los nietos del general Rojas Pinilla, para entender que han aprendido muy bien la dosis de cinismo que se necesita para saber gobernar, es decir, no asumir responsabilidades políticas. Ni el senador Robledo ni Clara Rojas dijeron esta boca es mía para acabar ese enredo de militancias desavenidas llamada Polo Democrático, una vez se destapó la olla maloliente de los hermanos Moreno. Siguieron como si nada, con sus banderas amarillas, como lo hacen sus amigos con los trapos azules y rojos. Si la gobernanza del ex sindicalista o la de los nietos del general se le llama gobierno de izquierda, por quitarles el hambre a unos cuantos bogotanos, eso no puede tener una etiqueta ideológica, sino simple sentido común que a sus amigos de bancada conservadora o liberal les parece sinvergüencería asistencialista.
Ya es hora de que la medición de la pobreza a punta de PIB y paja macroeconómica deje de ser un mal chiste en boca de los ministros de hacienda, y se logre que la economía real, la que se traduce en un subsidio de transporte, en un comedor comunitario o en un mercado para una madre desempleada y cabeza de familia, ubicada en la base de la pirámide social, que son la mayoría de colombianos, empiece a funcionar. Y para eso no se necesita ser de izquierda o de derecha. A eso si no hay que meterle tanta ideología. Se llama sentido común pretender pensar en un país menos injusto.
La desigualdad y la pobreza también deben regresar a unas justas proporciones si es que alguna vez la ha tenido, en un país tan desmesurado a la hora de ofrecer una alternativa diferente al plomo o la plata, es decir, la muerte o la corrupción.
Porque esto es lo que pasa.
Petro y Ordoñez son dos países enfrentados, y qué bueno que este pugilato político haya puesto esta situación sobre la mesa. Un país que discrimina, que asesina a los que no piensan como ellos, un país que hasta hace poco se gobernaba desde los púlpitos invocando el sectarismo religioso por doquier y que ahora quiere volver a meternos a su Dios para seguir haciendo las guerras de este país en su nombre, como le gustó a la iglesia manejar a este país a su antojo durante casi 200 años de vida republicana, es decir casi toda la vida que tenemos como nación, y ahí tenemos a las nuevas iglesias mercadeando con el espíritu y haciendo política para defender sus intereses, y que la ley es para respetarla así se equivoque.
Si la ley es injusta sigue siendo la ley –repiten en coro los leguleyos de este país, lo cual si uno lo mira bien es un completo contrasentido, porque siguiendo al primer leguleyo de este país que fue Santander, parecería que la ley debe estar por encima de la gente, que lo que manda es el interés privado sobre el público, y así lo dice la ley que invoca y defiende el tirano de marras. La ley no nos libera sino que nos amarra a ese pasado que quieren algunos seguir obstinadamente en preservar, y no es sino ver al presidente amarrado, repitiendo el libreto de las instituciones y el ordenamiento jurídico, incapaz de ponerle coto a los desmanes que le cuelgan a la misma ley según sea los intereses privados de turno que haya que defender.
En ese momento hay que “trasgredir” esa ley y la gente, el pueblo, si lo queremos ver así, lo ha manifestado con su presencia en la plaza sin que se haya roto siquiera un palillo de dientes, es decir, sin violencia. Probablemente esto indigne más a los señores de la guerra. Pero incluso, la posibilidad de una nueva elección que dirima este pleito también la quieren impedir.
El estricto cumplimiento de la ley no puede convertirse en un muro para encerrar a la gente y sus derechos. Tanto virtuosismo legal asquea cuando se piensa que se está invocando para negar el voto a la gente ¿De dónde salió ese esperpento de decir esas estupideces, y pregonar que si eso no se cumple, se quiebra la institucionalidad, se rompe el ordenamiento jurídico del Estado de derecho?
La institucionalidad de ¿quiénes? ¿El ordenamiento jurídico de quién? ¿La institucionalidad de la propia justicia que no se atreve a pensarse a sí misma, sin que tenga que esperar una eternidad para que hable, para que esa ley se reconozca a sí misma como justicia? Es decir, ¿esa justicia que no es justa, porque cuando ve los errores no es capaz de actuar? O simplemente la queremos así, que vaya aplastando a su paso las posibilidades de tener un país más abierto, medio normal, en donde los políticos roben pero no tanto, en donde haya justicia así no sea tanta, y en donde tengamos un país más justo socialmente hablando, sin que le parezca a nuestros amos que estamos pidiendo demasiado y nos estamos volviendo comunistas.
Basta ver la pelea en los medios de comunicación. Caracol, RCN, CMI, El Tiempo, Semana, casi todos, en gavilla contra Petro. El alcalde se tira un pedo en el baño y eso ya es otra embarrada del comunista de Petro que se convierte en titular de primera página. Y ¿cuándo hemos visto un informe serio que haya investigado el tema a profundidad? Pocas veces se lee algo positivo del Alcalde Petro. Tal vez porque no les interesa mostrarlo, así de sencillo. El más escandaloso ha sido Yamid Amat y su CMI. Hasta hace poco respetaba a ese simpaticón periodista, pero en el cubrimiento de este tema peló el cobre con su saña. Y ahí es cuando me quedo mirando el techo preguntándome ¿qué clase de periodismo tenemos?
Y en el otro lado Holman Morris, con canal capital y su combo, dando una pelea por una información que no sea servil con los encumbrados amos que les pagan a los respetables periodistas que han mal cubierto esta noticia. Pero eso también es malo, señores!!
Cómo se le ocurre ofrecerle una alternativa a los bogotanos, que no sea la pedagógica televisión colombiana de Caracol y RCN con telenovelas, culebrones, noticias acomodadas y realities anestesiantes. ¿Dónde el periodismo investigativo que no sea la manera que le echaron ácido a una muchacha en Ocaña porque dejó al novio? O la presentadora que necesita un riñón y su conmovedora historia, pero ay de que se les ocurra investigar a sus amos, que son los mismos amos de todos los colombianos: son destituidos fulminantemente, como lo quieren hacer con Petro.
¿De dónde acá el cuento de que una maldita falta administrativa da para que lo saquen a uno de un puesto de elección popular, y de paso le apliquen una suerte de eutanasia política? ¿Es este el tipo de democracia que nos dicen que debemos respetar, porque si no quién sabe qué pasa? Y ¿qué pasaría? Buena pregunta.
A los colombianos les han dado tanto plomo sus propios compatriotas, que ya ni a pensar nos atrevemos, porque la ley está ahí para poner la raya y los límites de la mal llamada indignación. Al contrario de retroceder ante la barbarie –y ya sabemos quiénes son los bárbaros- la ley equivocada sigue adelante, sin interrogarse a sí misma, segura de que posee la verdad y para eso tiene a sus fundamentalistas de turno. La ley inmodesta es la ley que no reconoce límites para ejercer el autoritarismo. Por eso también hay que censurar a Canal Capital y a Holmann Morris, el mismo que estuvo entre los palos gracias a la administración pasada y pagando escondederos por culpa de la intolerancia que caracteriza a los nobles de este país.
El dinero para la inversión, para lo social, siempre debe ir a cuenta gotas, siempre debe privilegiar primero al político y su camarilla de intereses privados, al que hace el negocio, al interventor, al concejal de turno, al contralor para que deje robar, y finalmente al pueblo que le llegan las cosas de a poquitos, bien caras y muy tarde.
No creo que volver a la idea de fortalecer el Estado sea tan malo, especialmente después de que los tiburones neoliberales arrasaron con todo, dando muestras que eran peores administradores que el mismo Estado. Y no solo malos administradores, sino criminales, como los señores de Interbolsa, que hicieron fiestas con la plata de sus ingenuos clientes, mientras la ley, laxa como ella y según se la interprete, permitía que todo ello pasara. Y ¿dónde estaba el Estado, dónde estaba la institucionalidad que parece romperse según la necesidad? Ahh pero claro, eran los sacrosantos intereses de los privados, los mismos que el arrogante de Petro se ha atrevido a pellizcar con el cambio del modelo de la recolección de las basuras en Bogotá.
Porque no me digan, que después de todo, de eso se trata: administrar los servicios públicos –para poner un ejemplo- por parte de operadores privados es seguir administrando una parte del Estado. Es decir, lo público queda en manos de los privados, pero sigue siendo un bien público.
Y esa flamante idea que nos vendieron a todos, hace muchos años, antes de que se pusiera de moda la ola neoliberal; decían que el Estado era muy mal administrador, y por eso era mejor vender todo, para que el mundo quedara en manos de los privados, porque la clase política no dejaba robar a los privados, y ellos solitos no debían ni podían quedarse con el pastel. Por eso en la economía neoliberal el ejercicio de la política se degradó aún más. Si antes los políticos se debían a sus propios intereses –igual de privados como siempre- ahora besan las botas de sus amos privados para que les dejen hacer política, es decir, los financien.
Y así nos demostraron que los privados, al fin y al cabo, eran más eficientes a la hora de administrar el robo, y si no, miremos el caso de Saludcoop y su gerente propietario, el Sr. Palacino. Se embolsillaron no sabemos cuánto dinero, no de ellos, sino recursos de todos los colombianos, y el señor, gracias a la ley sigue ahí orondo, mientras muchos hospitales no tienen con qué atender a sus enfermos. Esa es la responsabilidad que nos prometieron cuando los medios, todos al unísono, les repitieron hasta el cansancio a todos los colombianos, que había que vender, TODO!!
Y en efecto TODO SE VENDIÓ. Dentro de poco irán por Ecopetrol, para que los Rockefeller y los Abramovich manejen mejor eso.
En la época de Gaviria y su periodista político, pusieron en venta a TELECOM para que años después apareciera un Carlos Slim y él sí, se llevara toda la platica que los colombianos gastan en llamadas a celulares, o al menos la gran mayoría. En ese momento se demonizó al sindicato y se nos dijo que a ese ritmo íbamos a quedar atrás en tecnología, y que el país perdería la promesa de tecnificarse. Basta con mirar la clase de servicios que nos ofrecen y la pésima cobertura que brindan en cuanto a la calidad del servicio, junto a unas tasas vergonzosamente altas, para pensar que ese negocio sería mejor que volviera a manos del Estado, operado por un agente externo pero asociado con el Estado y bajo la ley del Estado, es decir, de todos, y no de unos pocos.
Pero las cosas funcionan al contrario. Aquí el amo no es el Estado como un concepto de lo público, el Estado son los privados y ellos ponen las reglas, es decir la ley, mientras seguimos pensando, convencidos, que vivimos en una democracia.
En una de las últimas ediciones de SEMANA el periodista salió a decirle a la gente lo que debía hacer: No más balcón Sr. Alcalde, es decir, todas aquellas y todos aquellos que habían ido libremente a la plaza estaban notificados: NO MÁS, la gente de bien de este país ya está cansada de ver a la propia gente gritar consignas a favor de su Alcalde. Que es mejor que ese esperpento de justicia que nos gobierna siga su curso, mansamente, y que ojalá la maquinaria política de la Alcaldía no se imponga en las urnas de darse esa posibilidad. Al parecer, todos los que hemos llenado la plaza de Bolívar hacemos parte de esa maquinaria política.
Espíritus indignados, ¡cálmense!!, grita la revista; vayan a ver la televisión de RCN y Caracol, no malgasten su tiempo en la plaza, porque ya aparecerá el baculazo jurídico condenando el derecho a la protesta y a poner unas cuantas carpas alrededor de la estatua de Bolívar.
Entonces esta ley no es la ley, y no es tan definitiva, si pasa por encima de la gente, es decir, del pueblo. Porque esa misma ley no puede ir en contravía de los intereses generales, porque cuando aquello pasa se llama dictadura, que es la ley que socarronamente le gusta practicar al procurador, persiguiendo maricas, negros, ateos, comunistas y mujeres a los que prometen volver a silenciar, simplemente por el hecho de que quieren ejercer la autonomía y el derecho a existir, sin pedirle permiso a nadie, y mucho menos a los fanáticos de camándula y misa en latín disfrazados de procuradores (Y perdón por los que ejercen su religión sin joderle la vida a los demás).
Por eso, maestro “Resalustiano”, cuando sale un tipo como Petro a llevarle la contraria a sus amos, tipos como usted salen a escribir las columnas que escribe, y resucitan los Jaime Castros con el código en la mano, pontificando el camino de la verdad y los derechos.
Y a todas estas, ¿en qué andarán los artistas políticos? ¿Alguno ha oído hablar, musitar, dibujar o decir algo al respecto? ¿Ya habrán producido un video, una fotografía, con las marchas de la plaza de Bolívar, para enviarlo – con el oportunismo que los caracteriza- a la próxima bienal alternativa y política que esté licitando el disenso?
La Coalición de Trabajadores Artistas ha aprovechado las marchas de respaldo a Petro, para presentar una serie de reivindicaciones, tanto en su condición de productores como en su relación con las instituciones académicas, donde hay mucha tela para cortar. Basta leer lo que dice la pancarta para entender un poco de lo que va todo esto: por la dignidad del artista trabajador, no regales tu trabajo; porque la hora docente sea más de $20.000.oo.
Tema importante y coyuntural al debate sobre el Alcalde, en la medida que se pregunta sobre las relaciones económicas del productor con la ciudad. Sería interesante adelantar una investigación sobre estas dinámicas económicas, tanto en su relación como productores, es decir, los subsidios que ofrecen el Estado y la ciudad para estimular la creación artística, como las relaciones contractuales entre los artistas y las instituciones en su condición de empleados.
Guillermo Villamizar
La Candelaria, febrero de 2014
1 comentario
Al leer el artículo de Guillermo Villamizar «Por qué me volví petrista gracias al procurador» queda clara una razón principal: cuando se trata de tomar partido en medio de un conflicto polarizado, en el que se enfrenta el interés público contra el privado que secuestra el Estado para servirse a sus anchas, no hay duda, la inmensa mayoría estamos con quien es perseguido por favorecer el interés general.
Y en este caso, Gustavo Petro representa el interés general, un político que busca equilibrar la asimetría social, aunque sea un poco, en el séptimo país más desigual del mundo y que se atrevió a mordisquear, aunque tímidamente, la renta que el emporio privado le saca al negocio de las basuras en Bogotá.
Porque no hay más. No hay delitos, Petro no ha sido condenado por ningún juez en este caso. La babosería jurídica y el leguleyismo al que se refiere Guillermo, no son más que armas «limpias» que hoy usan los detentadores del poder antes de utilizar las «sucias», que van desde la vigilancia electrónica, la interceptación, hasta el sicariato. Y como estrategia preventiva, usan el arma mediática, el desprestigio, la mentira, la invisibilización, la demonización con apellidos ilustres, como la cadena española de radio llamada Caracol y así, ustedes saben que casi todos los medios de comunicación en Colombia tienen precio.
¿Qué nos queda entonces, al pueblo-pueblo? Me da pena decirles, pero realmente muy poco, en un escenario en el que la paz no es sino el comienzo. !Y cómo será el resto! si en la última etapa llevamos buscando la paz 60 años. Según los planes de los dueños del poder, cuando encontremos la paz, vendrá una pausa corta mientras se apropian de lo queda y después vendrán decenios más de guerra, más brutal y genocida como sofisticada. Piénsenlo sin ingenuidad y verán que tengo razón. Entonces, no dejen de estudiar y pensar para la próxima guerra.