Como ya es de conocimiento público, el Premio Botero fue entregado a trabajos de dos jóvenes artistas. LA obra ganadora era parte de un proyecto de tesis. El segundo puesto fue para una instalación de un estudiante. Eso habla muy bien de las universidades. El trabajo realizado por los estudiantes de arte tiene poco o nada que envidiaral realizado por ‘artistas con trayectoria’.
Por otra parte, con este premio la pintura toma cada vez más fuerza en nuestro país. Y hace contrapeso a la mirada de instituciones comoel IDCT y la Valenzuela, enclaves de la fotografía, la instalación y el video.
Anexo un artículo publicado hoy en El Tiempo. Inicia con una breve presentación de una crítica de los EE.UU. y sigue con un condensado e interesante texto de su autoría.
Isaac Gamo
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La crítica estadounidense Christine Temin ve con optimismo la plástica colombiana. Ella es experta de ‘The Boston Globe’ y acompañó al jurado del Premio Fernando Botero en sus deliberaciones. Estas son sus impresiones >
¿Hay algo que se pueda definir y reconocer como un arte colombiano contemporáneo?
Nada que yo, una crítica de arte norteamericana, pueda ver, a juzgar por los 207 jóvenes que enviaron su obra al premio Fernando Botero No hubo escuela o movimiento evidente ni un grupo cuyo trabajo pareciera lleno por una pasión o punto de vista común del mundo. Si bien las obras eran hechas por artistas colombianos menores de 35 años, se pudo ver una amplia gama en calidad, temas y estilos. Lo mejor de ese arte, sin embargo, es que está listo para ser visto globalmente.
ALGUNAS OBSERVACIONES / por CHRISTINE TEMIN*
Hubo mucho más obra bidimensional que escultura y el arte en dos dimensiones fue mejor. La escultura a menudo parecía irritante y dura, y la mayoría usaba materiales extravagantes, una estrategia cuya efectividad ha disminuido desde la era de Marcel Duchamp y su infame obra de 1917, Fountain, actualmente un ordinario orinal.
Hoy casi no hay nada que pueda causar un estremecimiento en el arte y por eso los artistas necesitan razones reales para utilizar materiales poco usuales, como los Post-It y el cartón corrugado de los trabajos presentados por un par de participantes.
Un ejemplo particularmente refinado y bien pensado del uso de sustancias raras fue el de Andrea Leitner Cuartas, cuyas esculturas de látex colgando de perchas, como si fueran piel humana lejos del resto del cuerpo.
En medio de los aristas bidimensionales, lo figurativo prevaleció mucho más que la abstracción, tal vez por la influencia de Botero. Hubo una gran cantidad de retratos.
Entre los más finos trabajos figurativos se encuentra la serie de 21 fotografías digitales tomadas bajo el agua a un nadador, por Mónica María Cardon Acosta. Ordenadas horizontalmente, incrementan en tamaño desde la izquierda hacia el centro, entonces decrecen gradualmente hacia la derecha. El efecto es como de una ola.
Los trabajos más flojos estuvieron en el video, el performance y la instalación, quizás porque en Colombia todavía no hay una fuerte tradición en esos medios expresivos.
El artista a quien yo hubiera entregado el premio, Rodrigo Echeverria Calero, realizó trabajos que son casi arquitectura. Su pintura un conjunto de bloques de color rojo oscuro apilados creó el efecto de misteriosos contenedores. Era imposible juzgar su propósito, pero, por medio de la textura y sombreado, captaron mi mirada. Él pinta sobre madera recortada, lo cual aumenta el efecto de su trabajo.
Algo que me sorprendió fue que no hubiera más trabajos políticos, dado el caos de Colombia. Hubo artistas que usaron imágenes de soldados, pero ellos tendían a ser más juguetones que amenazantes.
El trabajo con mayor efecto político fue también feminista. El pintor Ricardo Gómez Pindea ofreció el derriere de la amante de Simón Bolívar, enmarcado como un encantador camafeo, dando un nuevo significado a la frase «detrás de cada gran hombre está una gran mujer».
En 1900, París era el centro del arte en el mundo. En 1950, Nueva York. En el 2006 no hay un centro. Suráfrica, Australia y Brasil son todos focos de atención internacional. Colombia no lo es –por lo menos no todavía–. Un premio como el Botero, puede ayudar.
El perpetuamente controversial Premio Turner, entregado cada año a un artista británico, es un gran modelo. La prensa internacional pone una atención rigurosa en él. El Premio Botero está bajo el auspicio de la Fundación Jóvenes Artistas Colombianos, cuya directora, María Elvira Pardo, es seguramente la más devota campeona del arte de los jóvenes colombianos.
Si el Premio Botero es capaz de publicitarse a sí mismo más vigorosamente, el arte colombiano puede llegar a ser un actor significativo en el escenario mundial.
*Crítica de arte de The Boston Globe