1.
Ironía de situación (donde se señala la discrepancia entre lo que es y lo que debería ser): En la carretera de Montería hacia el mar hay ventas de mercancía playera: vestidos de baño, gorras, flotadores, gafas y, como parte del paisaje, una exposición permanente de toallas estampadas: perros jugando cartas, mujeres en bikini, palmeras, atardeceres, balones deportivos, figuras de Disney… entre la variopinta selección está la cabeza silueteada de una vaca que mira de reojo y que luce una firma estilizada: “Andy Warhol”. La imagen ha hecho un largo viaje para llegar hasta la “capital ganadera de Colombia”. Así como Warhol se apropió de imágenes mundanas para alimentar su Factory, otros mercaderes reciclan las imágenes de Warhol para su fábrica. Pero les ha llegado la hora para su gran lección de cultura, Warhol está aquí, ¡la exposición “Mr. America” ha llegado a Colombia! Y además de la cultura está la ley, que se preparen estos piratas de la imagen: la Andy Warhol Foundation tiene abogados ávidos por demandar. Los derechos del artista más influyente de los últimos tiempos se deben respetar, los artesanos y vendedores en sus calmas tierras cálidas no se pueden apropiar del Arte Pop y hacerlo popular. Warhol, que trabajó a partir de lo efímero e hizo producción de la producción en masa se la pone difícil a la cultura que exige obras maestras y permanencia; la imagen de la vaca en la toalla no es una viñeta vacuna para ganaderos: ¡Es Arte Contemporáneo!
2.
Ironía dramática (donde la espectador sabe que algo le sucede a un personaje pero éste lo ignora): Un objeto: la foto de una actriz infantil que a los 8 años de edad, en 1936, era la persona más fotografiada del planeta; estaba en todos los medios, empezando por el cine, sus películas eran un éxito. La foto estuvo en el hogar de un niño de esa misma edad que iba a todas sus películas, pertenecía a su club de admiradores, coleccionaba su memorabilia, sumaba cartas a las cuatro mil que la estrella recibía a la semana; el premio a su constancia fue esa foto autografiada; sus padres, orgullosos, la colgaron en la sala de la casa junto al crucifijo. La niña, con letra creíble de niña (la autenticidad del artificio), le escribió a su amigo desconocido: “Para Andrew Warhola de Shirley Temple”. El muchacho creció y atesoró el fetiche toda su vida, hoy reposa en los archivos de un museo. Pero la fama es pasajera y en 1948 el foco de atención del joven Warhola cambió, se centró en un escritor tres años mayor que él, un rubio aniñado con perfil de fauno griego que sumaba premios al éxito de su primera novela. Warhola le mandó cartas con ilustraciones de sus historias. Décadas más tarde, en 1982, Truman Capote dijo que él a sus 23 años se había convertido “en la Shirley Temple de Andy Warhol”. Warhol miraba a sus célebres contemporáneos con la fijación del narciso que necesita actualizar su imagen ante el espejo: Temple, Capote, Marilyn… Forbes, la publicación financiera, en la sección “Pieza de la semana” anuncia una subasta y le sopla al oído de los posibles compradores una frase repetitiva, banal, erudita: “La ironía de la obra “Marilyn” de Andy Warhol es que es un icono de un icono creado por un icono”. En sus dibujos de juventud, sus obras menos conocidas y valoradas, donde Warhol fijó con mayor candidez la fuerza de su mirada, hay una soledad que luego, para bien y para mal, se ha hecho demasiado ruidosa. Warhol mismo se encargó de convertir en fetiche su tímido y astuto silencio. Un silencio sospechoso que el tiempo ha travestido: no era tanto crítica como celebración.
3.
Ironía verbal (cuando se dice algo para significar lo contrario): “Cuando los imperios caen —el Romano, el Griego— lo único que queda es el arte”. La ampulosa frase la dijo un coleccionista que en mayo de 2007 pagó US$ 2.8 millones por un cuarteto de imágenes de Jacqueline Kennedy hechas por Warhol entre 1964 y 1966; un mes después, en otra subasta, el coleccionista pagó US$ 1.5 millones por una sola Jackie; seis meses después, el coleccionista vendió por US$ 6.5 millones otro cuarteto de Jackies que tenía en su inventario; así, en menos de un año, el coleccionista logró doblar el precio de todas las obras. Su nombre es José Mugrabi, nació en Palestina en 1936; a los 16 años llegó a Colombia, hizo fortuna importando textiles y en 1982 emigró a Estados Unidos, retomó su negocio de telas pero pronto lo abandonó: “el arte se convirtió en mi refugio”. Mugrabi tiene entre 3000 y 4000 obras de arte, pero su cantera de Warhol es la materia prima de su negocio, tiene más de 800 piezas, 10% del total de obras atribuidas a este artista. “Es la Mona Lisa de nuestra época” dice Mugrabi al referirse a una de las “Marilyn” que posee; en 1988 pagó por ella US$ 4 millones, un precio exorbitante para la época, justificó su compra diciendo que adquiría algo más que una pintura: “Compré un pedazo de la cultura americana”. Mugrabi afirma que si Warhol estuviera vivo, el artista cruzaría la calle para venir a saludarlo.