Siguiendo el ejemplo de Jacques Derrida, que inicio su ensayo sobre los expectros de Marx citando la afirmación shakespeareana de que «el tiempo está desquiciado», quiero empezar estos comentarios sobre la edición de la bienal de arte que se abrió al público el 7 de junio, afirmando que es una bienal desquiciada. En la edicion anterior – dirigida por Robert Storr – era todavía posible advertir un cierto ordo, una cierta jerarquía: en el centro, el Pabellon Italia, ocupado por los artistas consagrados por la main stream internacional; en el círculo siguiente el Arsenal sirviendo de antesala o si se prefiere de plataforma de lanzamiento a los mas serios aspirantes a ingresar en el circulo de los elegidos y en la periferia – o sea en muchos de los pabellones de los Giardini y en casi todos los situados en diversos puntos de ese dédalo interminable que es la ciudad de Venecia – los periféricos con escasas o nulas posibilidades de dejar de serlo. Esa geometría era ciertamente la proyeccion espacial de la estructura del poder que gobierna actualmente la escena artística internacional pero era en cualquier una geometría, un principio de orden como ya dije. En cambio esta edición esa geometría falta o se ha desdibujado tanto que resulta dificilmente reconocible. Y esta ausencia o dilucion no se si atribuirla a una explosión o a una implosion o a la mezcla ciertamente monstruosa de la explosion y la implosion, equiparable en algún sentido con esa forma quimerica del funcionamiento económico que es la estanflación: estancamiento con un inflacion, que es a lo que se está exponiendo ahora de nuevo la economia americana, según los expertos. La explosion es evidente: nunca antes en la historia de la bienal habia habido tantos pabellones nacionales y eventos colaterales situados fuera del circuito Giardini- Arsenal como en esta ocasion. Son tantos, que la tarea de visitarlos a todos es muy dificil de cumplir y más si se tiene en cuenta los pocos dias de los que habitualmente se dispone para recorrer la bienal y sus múltiples recovecos. Pero no es solo una cuestion aritmetica, tal y como lo demuestran unos cuantos hechos notorios. El primero que Bruce Nauman, elegido como representante de América en esta edicion de la bienal, no sólo ocupó con sus obras el pabellón de arquitectura jeffersoniana del que su pais dispone desde hace décadas en los Giardini sino que realizó intervenciones in situ en dos otras sedes de la bienal, muy alejadas de esos jardines. Y algo parecido hizo su compatriota John Baldesarri que por un lado pinto la fachada del Pabellon Italia, convirtiendola en un ilusorio paisaje playero y, por el otro, desplegó en la fachada de uno de los palacios vecinos a la plaza de San Marcos una enorme pancarta en la que podia leerse que la expresion de su deseo de apartarse definitivamente del arte aburrido, del ´bored art´. Otro hecho notorio fue la irrupcion de los pabellones de lo que antes se llamaban las naciones o los pueblos irredentos, o sea aquellos que carecen de un Estado propio y aspiran a conseguirlo. En esta bienal la presencia de pabellones como los de Palestina, Gales o Cataluña, para no mencionar la anomalia de Murcia, era un claro sintoma de cuán demoledora ha resultado la onda expansiva que, desencadenada por el primer Aperto – el de 1998, sino recuerdo mal – ha desquiciado el orden original de la bienal, articulado durante décadas por los pabellones nacionales emplazados en los Giardini. Y junto a estos inesperados pabellones otros no menos insólitos como los de Chile y Costa Rica – que nunca antes habian tenido una representacion estatal en la bienal. O el de Abu Dhabi, ese emirato del golfo pérsico empeñado en convertirse no solo en un centro financiero internacional sino tambien en el referente de la cultura globalizada de la llamada Gran Cuenca Islamica.
Pero si no admite dudas la explosion que ha desquiciado hasta puntos absolutamente inesperados los confienes históricos de la bienal, tampoco lo admite la implosion de la misma, el desplome de sus dispositivos jerarquicos. Cuando Daniel Birbaum, el director de esta edicion, planteo como lema de la misma la expresión Making Worlds, haciendo o fabricando mundos, quizas no fuera del todo consciente de que esa expresión podría interpretarse, en el contexto de la actual crísis sistémica del capitalismo, como un llamamiento no tanto a construir sino a re-construir un mundo que literalmente se está viniendo abajo por mucho que sus arquitectos se nieguen todavia a reconocerlo. Y la bienal misma, la calidad y la disposicion de los pabellones, la seleccion de obras y de artistas vistas en conjunto, la falta en definitiva de un dispositivo claro de legibibilidad, transmiten la impresion de algo que – como las cárceles de Piranesi – no se sabe bien si estan en ruinas o sometido al caos y la confusion caracteristicos de todo proceso de construcción. A mi, en realidad, no me sorprendió que el jurado concediera el León de Plata a la artista joven de esta edicion de la bienal a la artista sueca Nathalie Djurberg. Su obra, desplegada en un espacio enorme en el Arsenal, es un amontonamiento heterogéneo de piezas, materiales, técnicas, estimulos y propuestas que bien puede servir de emblema de la explosion de la bienal y de su simultánea implosión.
Carlos Jiménez