El antropólogo Eduardo Serrano ha dedicado toda su vida a estudiar y a negociar los productos de las tribus del arte, su método principal: la propaganda. Carolina Ponce de León, en su ensayo “La crítica de arte en Colombia 1974-1994”, lo señala con claridad: “Serrano se apoya en los mecanismos de (auto)publicidad, como cuando otorga dimensión histórica a los eventos que él organiza. […] anuncia a priori, desde la presentación misma del catálogo, el carácter controvertido de lo que el público verá, y eso se cumple con una campaña de prensa proporcional que propaga “la controversia por la controversia” como criterio artístico y publicitario”.
Esta astucia ha hecho de Serrano un escribidor y opinador apetecido: su verborrea le permite emitir silogismos sobre casi cualquier tema, cualquier día y a cualquier hora, frases apropiadas para el repentismo informativo capaces de manchar con palabras perfumadas de “experticia” las zonas de relleno “teórico” que hay en exposiciones, catálogos y notas de prensa.
Se suma a sus infinitas (la cantera parece inagotable) labores de publireportero la difusión reciente que ha hecho para un concurso de arte popular donde actúa como jurado contratado por una compañía tabacalera interesada en pecar, rezar y empatar a punta de compromiso social. Serrano, para efectos publicitarios, ha creado un melodrama: el arte “acádemico” es el malo del paseo porque es excluyente, defensivo, falso, conceptual, poco espontáneo y cerrado; y el arte “popular” es lo contrario, el arte bueno. Un periodista embaucado en la falacia inductiva y babeante de polémica le preguntó por el carácter “controversial” de su propuesta, Serrano dijo: “Sí. Comprendo que los profesores de arte no van a estar contentos porque este punto de vista acaba con su ‘lonchera’, pues si no se necesita ir a una academia para ser artista… el arte está en todas partes… eso ‘marea’ un poco, pero el arte es todo lo que pueda ser pertinente para la sociedad.”
Y ciertamente produce mareo ver el oportunismo de Serrano, el gran generalizador que, ayudado (una vez más) por la falta de escepticismo y agudeza del periodista, responde como “crítico” en el vacío total de la autocrítica. Y como para Serrano la cuestión se reduce a “llenar loncheras”, las aristas del problema quedan irresueltas: ¿cuantos artistas “populares” son solo “populares” porque no tienen acceso a la educación?, ¿más que arte “popular” o arte “académico” el problema no estaría en el cliché, en la falta de imaginación?, ¿no hay arte “popular” en la academia?, ¿en lo “popular” no hay conceptos?…
Pero la perpetuación de Serrano va más allá de su talento como recreacionista intelectual y autor de infomerciales, es síntoma claro de falta de atención, concentración o siquiera interés. Y esto es solo explicable de una manera: las instituciones y espectadores que contratan a Serrano fungen de cultas pero son analfabetas, no escuchan ni leen, son público, no audiencia. ¿Qué culpa tiene la estaca si el sapo salta y se estaca? Los sucesores de Serrano están en fila listos para ofrecer sus publireportajes, siempre habrá clientes interesados en broncearse con el aura del “crítico de arte”: la comunicación de la comunicabilidad hará el resto. ¡Éxitos!
Lucas Ospina
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