“El hecho de saber que estos cuadros están ahora aquí, en mi país, al alcance de todos, me proporciona un placer muy superior a esa nostalgia y la justifica con creces.”
—Fernando Botero
«Botero no se ha dado cuenta de que ya no es pobre”
—La llama y el hielo, Plinio Apuleyo Mendoza
En el año 2000 Fernando Botero donó 123 obras de Fernando Botero a la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá y 137 obras de Fernando Botero al Museo de Antioquia. En total, 260 obras de Fernando Botero fueron donadas a esas dos instituciones y como lo avalan los contratos de donación y los discursos de las donaciones, ambas entregas fueron para siempre, es decir, las obras siempre deberán ser exhibidas en las salas que Fernando Botero aprobó para ese propósito y ambas donaciones no pueden ser modificadas o sus piezas prestadas sin la autorización de Fernando Botero.
Oferta y demanda: si salen 230 piezas de Fernando Botero de circulación ¿qué pasa con el precio de las obras de Fernando Botero que continúan circulando en el mercado del arte?
En su columna Pintores colombianos: valor y precio (El Espectador, febrero 29, 2004) el economista Armando Montenegro hace mención a un estudio hecho por el economista Sebastián Edwards. Se trata de análisis que surge luego de cotejar “una base de datos de más de 12600 transacciones de obras latinoamericanas realizadas en los últimos 25 años en las principales casas de subastas”. Con esos datos Edwards construyó “una lista de 117 artistas que han vendido, cada uno, por lo menos 35 cuadros en dichas subastas”. En ella solo figuran “cinco pintores colombianos: Botero, Grau, Ana Mercedes Hoyos y Darío Morales”.
Edwards se sirve de su estudio para señalar patrones entre valor y precio, y en casi todos los artistas detecta una constante: las obras de juventud y madurez de los artistas tienen más valor que sus obras tardías, y es lógico, las obras iniciales en que un artista logra encausar un proceso de experimentación es donde mejor se expresa su singularidad, esto las hace novedosas, únicas, más valiosas. Luego, con el tiempo, es natural que el estilo devenga en marca, el gesto en logo. Dicho lo que hay que decir, puede que la producción del artista no sufra un declive en cantidad o en su predecible calidad, pero sí genera obras repetidas y repetibles, porque son frutos del trabajo y no de la invención, son piezas de regular valor y precio módico, creaciones menores en cuanto a su “riqueza artística” en relación a las obras epigonales de los periodos “experimentales” como los define Edwars.
Pero solo el necio confunde valor y precio y Montenegro es suspicaz ante el análisis de Edwards: “En cuanto a la valoración de la obra de Botero los datos de Edwards muestran que el precio promedio de sus obras en las subastas ha sido de US$138.508 y que sus cuadros recientes son más costosos que los que realizó en su juventud […] al observar este fenómeno, Edwards concluye que Botero es un pintor experimental […] que esta en un proceso de continuo de mejoría, de aprendizaje y de búsqueda.” Y añade Montenegro: “De acuerdo con la metodología de Edwards, el mayor valor monetario de la obra más reciente de Botero sería, única e inevitablemente, consecuencia de una mayor riqueza artística en su producción actual que en la más temprana, una conclusión que podría ser, por supuesto, motivo de controversia (¿el mayor precio de esos cuadros no será, más bien, el resultado de otros aspectos de la oferta y la demanda del mercado del arte?). Al respecto, vale la pena recordar que varios críticos de la obra de Botero insisten en que sus primeras pinturas, aquellas de los años sesenta, burlonas, sarcásticas e irreverentes, tan emparentados con el nadaísmo, tienen mayor valor artístico que las más recientes. Aquí el mercado y la crítica irían en contravía.”
Vale la pena parafrasear la pregunta que el economista hace entre paréntesis: ¿el mayor precio de los cuadros recientes de Botero no será, más bien, el resultado de otros aspectos de la oferta y la demanda del mercado del arte? Oferta y demanda: año 2000, 260 obras de Fernando Botero son donadas, salen del mercado del arte, ¿qué pasa con el precio de las obras de Fernando Botero que continúan circulando?
Algunas respuestas se pueden encontrar en ArtPrice, una de las firmas líderes a nivel mundial en información sobre el mercado del arte con una base de datos que incluye más de 21 millones de entradas de precios de subastas e índices y precios detallados sobre la venta de obras en subastas de más de 309.000 artistas. Al ver la estadística sobre Fernando Botero entre el periodo 1998-2011 es claro que el “índice de precio” de sus obras repunta sustancialmente luego del año en que se concretan las donaciones.
En el año 2003 la línea del “índice de precio” decae pero según ArtPrice “el 2003 fue un mal año para el medio favorito del mercado del arte (la pintura)”. Sin embargo, para el año 2004 el “índice de precio” de las obras de Fernando Botero repunta y logra un pico alto en el año 2008, fecha en que una burbuja especulativa elevó todos los precios del arte. Cuando el fenómeno bursátil hizo implosión, el “índice de precio” mostró una leve caída, pero aun así se mantuvo estable y a la alza.
Otras tablas de ArtPrice como la de “evolución de la facturación” y la del “número de transacciones” muestran resultados igual de positivos y en ambas el repunte es notorio luego del año 2000. A esto se suma la tabla “evolución de la tasa de no-vendidos”, que tiene altos picos luego del año 2000, una caída notoria en el año 2003 y un claro repunte en los últimos años. Esta tabla es importante para los coleccionistas y para cualquiera que quiera hacer transacciones económicas con obras de arte. El porcentaje de esta tabla indica el porcentaje de éxito que puede tener una obra que sale a la venta en una subasta. La obra se vende y para hacerlo supera el precio base de la oferta. Es importante aclarar, como lo dice Tobias Meyer de la Casa Sotheby’s, el principal martillo de subastas de arte moderno y contemporáneo, que si un “si un objeto [de arte] “pasa” [no se vende] en una subasta, la casa queda como propietaria de un trabajo estigmatizado bajo la consigna de una no-venta.” Y este estigma, por supuesto, se extiende a la franquicia que lleva el nombre del artista.
El comportamiento de la obra de Fernando Botero en subastas es errático, pero lo mismo sucede con la obra de la mayoría de los artistas vivos y célebres, después de todo, saber de antemano lo que va a pasar en una subasta es imposible, tal vez por eso muchos agiotistas —e incluso artistas— usan testaferros para que en caso de que una obra tenga problemas cuando está siendo subastada, reciba una “ayuda” misteriosa que puja para que su precio suba y se venda. Por ese mismo carácter aleatorio cualquier cifra que indique una tendencia positiva es altamente apetecida, es como si la ruleta de un casino tuviera un letrero donde a base de estadística se confirma que hay ciertos números donde la bolita cae con mayor frecuencia. Así las cosas, resulta sustancial lo que pasó en el año 2006 en que Fernando Boteró marcó un “+189%” en la “tasa de no-vendidos”, y en 2008 llegó a “+92”. En el año 2007 el indice bajó a “+7” y en el año 2009 cayó a un “-40”, pero el repunte que puede alcanzar en ciertas temporadas hace de su obra un bien apetecido al momento de especular con los precios de sus obras y la liquidez de los productos de su franquicia. No sobra consultar la definición comercial de “liquidez”: “cualidad del activo de un banco que puede transformarse fácilmente en dinero efectivo”.
«Uno no se beneficia en una subasta, ni quiere estar en una. Es una ruleta rusa, en vez de cotizar su trabajo puede suceder todo lo contrario», declaró Fernando Botero, en 2005, a raíz del éxito de ventas por cinco millones de dólares que tuvo en dos sesiones, en menos de 48 horas, en las casas de subastas Christie’s y Sotheby’s, de Nueva York. Fernando Botero añadió: «Todas las obras se vendieron por encima de lo estimado. Pienso que todo esto tiene el impulso de la muestra que acabo de abrir en Alemania, una retrospectiva de 150 obras. Eso le gusta a los coleccionistas».
A la luz de las cifras de ArtPrice uno podría añadir que a los coleccionistas no solo les gustó la exposición de 150 obras en Alemania, sino también la salida de 260 obras del mercado, es decir, puede que un artista no se beneficie directamente de las subastas, pero las subastas sí se benefician de las donaciones de los artistas; sobre todo si se trata de artistas prolíficos, como lo es Botero, que no para de trabajar, trabajar y trabajar, algo encomiable en términos vitales, pero poco práctico en términos mercantiles, el mercado se satura, de ahí la importancia de disminuir la oferta y la vía expedita para ello son las donaciones. En este caso, el artista que se metía en una “ruleta rusa” terminó matando dos pájaros de un tiro: la donación es también una autodonación, la cotización de sus obras tras el acto benéfico así lo confirma. Pero a otros les salió el tiro por la culata: a la Biblioteca Luis Ángel Arango y a su programa de exposiciones de arte, porque a la luz de los hechos resulta difícil interpretar la donación de Botero, o su autodonación, como algo enteramente positivo para el desarrollo de esa institución y de la escena artística local.
En el 2000, en su discurso de donación, Botero afirmó: “yo quisiera que ésta donación se interpretara como una demostración personal de mi fe en nuestro país, en su futuro y en un mañana en que todos los colombianos podamos transitar sin temor, gozando de la convivencia que nos ha resultado tan difícil y costosa.” En este punto resulta importante distinguir las dos partes en esa donación y señalar que Fernando Botero, además de donar 123 obras de su autoría, también donó 85 obras de otras artistas que él había coleccionado. Para un análisis de esa parte de la donación a la Luis Ángel Arango es altamente recomendable leer el texto Colección Botero: en primera persona del singular, de Antonio Caballero, una crítica que no está dentro de los enlaces que provee la página de internet del Museo Botero, y para leerla en red hay que buscarla en otra parte del sitio de la biblioteca; tal vez la lejanía se debe a que Caballero ha tomado su distancia y en algunos puntos el análisis de algunas de las obras no es el más favorable: “Veo que le estoy haciendo muchos reproches a Botero; y le haré más. Pero no pido disculpas. Quién le manda ponerse a regalar cosas. Al contrario de lo que dice el refrán popular, al caballo regalado hay que mirarle siempre con ojo crítico el diente.”
Pero más allá del balance de esas obras, el valor en términos generales de esta parte de la donación es meritorio y un acto legítimo de filantropía, hay pequeñas piezas emblemáticas que merecen el lugar que ocupan y que justifican la visita: una pintura de Giacometti, un grabado de Freud, un dibujo de Balthus, entre otros. Lo que definitivamente resulta extraño son los problemas de convivencia que genera el mantener expuestas las 123 obras de Botero en el Museo Botero de la Biblioteca Luis Ángel Arango, a todas luces una decisión difícil de sustentar en términos de calidad. La curaduría de la obra de Botero que está en el Museo Botero, hecha por el mismo Fernando Botero, es autoindulgente en lo formal e inconsistente en lo histórico: todas sus obras son posteriores a los años setenta, son de una Botero que Botero mismo podría repetir y seguir produciendo (“También yo pinto falsos Picassos”, dijo Picasso alguna vez). El recorrido por las salas es un deambular monótono sin ejes temáticos o cronológicos marcados, un inventario notarial y mercantil de obras que es más pintoresco que pictórico, más patriotero que artístico.
Las exhibición permanente de obras Botero en el museo que lleva su nombre es una muestra acomodada en el orden de lo simbólico, un mausoleo para el peregrinaje turístico levantado al artista colombiano más famoso. Es un tributo desmedido al arribismo, un monumento parroquial al narcisismo y, dada la alta posición que ocupa el “maestro” y el descuido y frivolidad con que el periodismo asume la actualidad cultural, este hecho ha contribuido a crear la falsa percepción de que los actos de Botero, por benéficos, están más allá de toda crítica. Al menos así lo expresa sin el menor desparpajo la Revista Semana, el medio periodístico en una edición reciente afirma que “todas” las opiniones adversas “quedan neutralizadas ante la realidad no discutible de que cada día aumenta la demanda por las obras de Botero, así como las invitaciones por parte de museos y ciudades que quieren exhibirlas.” Si el periodismo investigara la política con el mismo lente cándido con que observa la cultura, la prensa nunca reportaría escándalos o casos de corrupción.
Haría bien el periodismo investigativo en revisar los “carteles de contratación” que se forman cada vez que algún alcalde de alguna gran ciudad decide exponer las esculturas del colombiano, o al menos, contrapuntear su estrellato con los factores de oferta y demanda. Por ejemplo, basta recordar la frase que le habría dicho el jefe del Cartel de Cali a Fernando Botero Zea —jefe de una campaña presidencial e hijo de Fernando Botero— cuando le dio un cheque para apoyar a esa gesta política: “Es el Botero más chiquito y más caro que he pagado”. La frase cierta o no, resulta sintomática y muestra con claridad la incidencia del narcotráfico en el mercado del arte en los años ochentas y noventas, una burbuja donde la obra de Fernando Botero se convirtió en una acción bursátil protagónica, y este embale local, sumado a otras jugadas de oferta y demanda internacionales, son las operaciones que han convertido a los precios de la marca Botero en un indicador de referencia para la franquicia del “arte latinoamericano” (como lo es Warhol en el mercado agiotista del «arte contemporáneo»).
Las cifras lo dicen: esta donación y autodonación ha tenido un fuerte impacto en lo económico, ha subido los precios de la obra de Fernando Botero en el mercado, y bien por Botero y sus coleccionistas, pero ¿a qué precio lo han pagado otros?
A una escala local, la exhibición permanente de las 123 obras de Fernando Botero ha sido un pesado lastre para la Biblioteca Luis Ángel Arango, ha generado grandes enormes limitaciones —tanto económicas como espaciales— para su programa de exposiciones de arte. Estas son algunas de las inquietudes que se pueden formular a partir de los efectos de esa donación:
¿Cuánto cuesta mantener un Museo Botero donde no hay uno solo de los cuadros que Botero pinto en la década de los cincuenta o sesenta o setenta, y que son los altamente valorados por críticos como Walter Engel, Marta Traba, o Álvaro Medina? Para ver dos Boteros de esa época, hay que salir del Museo Botero y verlos colgados en las inmutables salas de la colección permanente del banco.
¿Cuánto gasta el Banco de la República anualmente en los turnos de vigilancia de todas las salas donde están las obras de Botero? (¿O será que Botero continúa pagando por los servicios de «bodegaje», seguros y vigilancia que antes le tocaba costear para mantener en buen estado sus obras?)
¿Por qué un programa puntual y efectivo de promoción de exposiciones de artistas jóvenes como lo era Nuevos Nombres ha pasado de semestral a intemporal y ha cambiado su naturaleza desde que está la Donación Botero? Para poder sobrevivir, esta muestra su unió recientemente al salón de arte que patrocina un banco español, y lo que antes eran varias exposiciones bien curadas de cuatro o cinco artistas, ha pasado a ser un salón multitudinario que ha ganado en itinerancia lo que ha perdido en relevancia, en otras palabras, los Nuevos Nombres ya no son curatorialmente novedosos. Botero de alguna manera intentó ayudar a los artistas jóvenes colombianos con la creación de un premio anual de cien millones de pesos que llevó su nombre pero, ante el parrandeo que su directora le dio a ese programa y el disgusto del mecenas ante lo premiado, el evento pasó a mejor vida.
¿Por qué algunas exposiciones hechas en el Banco de la República sufren graves percances durante su exhibición? En una exposición se desplomó el techo de la esquina de una sala y por varias semanas la muestra estuvo incompleta sin que se le pudiera dar una pronta solución a este grave hecho. En una muestra temporal la sala fue cerrada por dos semanas porque el único encargado de vigilancia se tuvo que ir de vacaciones, además, algunas obras de otros artistas que reposaban en la bodega del banco y que eran relevantes para la curaduría no pudieron ser incluidas porque no había permisos para subirlas ni dinero para cubrir sus seguros, es decir, lo que se compra bajo el modelo de adquisiciones corre el riesgo de nunca ser visto. Y a falta de curaduría en el museo priman las relaciones sociales, y por ejemplo, en una curaduría un miembro prestante de la sociedad de amigos del museo exigió que un retrato de uno de sus familiares fuera incluido a la brava dentro del guión de una muestra de nuevas adquisiciones, como en efecto pasó. Estos percances no solo se ven en las exposiciones, sino en las salas mismas que ya muestran señales de deterioro y falta de mantenimiento. Y mientras las 123 obra de Botero se exhiben y otras piezas sin valor sí se muestran, ¿cuántas obras de cientos de otros artistas permanecen en bodega, sin exhibir? Por ejemplo, la amplia colección de arte hecho en latinoamérica.
¿Por qué una exposición retrospectiva de un artista tan relevante y actual como Miguel Ángel Rojas tuvo que verse perjudicada al quedar embutida en una sola sala del Museo de Arte de la Biblioteca Luis Ángel Arango?
¿Por qué Carmen María Jaramillo, la curadora que reemplazó a Jose Ignacio Roca en el área de exposiciones, renunció a los pocos meses de estar en el cargo, y en su reemplazo se nombró a un museógrafo capaz pero con un bajo perfil curatorial, debilitando lo construido por Roca y Carolina Ponce de León en el pasado? A la luz de estos hechos, resulta claro que el puesto de curador sobra, no hay recursos ni posibilidad real de usar la colección para generar nuevas exposiciones. En ciertos aspectos, la Biblioteca Luis Angel Arango y su área cultural parece ser secundarias ante las demandas y trámites administrativos y de seguridad, una burocracia cultural que al igual que la donación de las 123 piezas de Botero se autoperpetúa bajo sus gabelas y beneficios contractuales.
¿Son Botero y su autodonación intocables?
Estas y otras muchas preguntas pueden ser formuladas a la luz de los hechos que ha generado esta donación, esta “convivencia” con estas obras “que nos ha resultado tan difícil y costosa”, este acto que le proporciona a Fernando Botero “un placer muy superior” a la nostalgia y se “justifica con creces”. Y es cierto, el éxito de la donación y autodonación Botero son evidentes para algunos. ¡Bravo, Maestro!