Colaboración

Siempre es reconfortante comprobar que la vida es dialéctica: un artista bebe sangre, la escupe, camina. Hace un camino en la plaza principal de una ciudad con el rastro de cada bocanada saboreada. Su objetivo es subir hasta la escultura ubicada en el centro del lugar. Lo logra. Para su fortuna, “un fotógrafo” plasma casualmente esta acción. Su gesto no queda en el olvido -o en la idealización superlativa del recuerdo o del maximalismo de la historia del arte. El documento se realizó y almacenó. Para fortuna de la crítica de arte existe ese conjunto de imágenes. Para fortuna de la Galería Casas Riegner, el material de esa acción está a la venta. La vida es dialéctica. Por fortuna.

Bolívar ahora, 1985. Performance con bolsas de sangre y papel (plaza de Bolívar, Bogotá). “Excavando Realidad, Dibujos–Performances 1981–2012”. Galería Casas Riegner, febrero 9-marzo 10. Imagen tomada de Conversación entre Hans-Michael Herzog y Rosemberg Sandoval

Siempre es reconfortante comprobar que la vida es dialéctica: un artista bebe sangre, la escupe, camina. Hace un camino en la plaza principal de una ciudad con el rastro de cada bocanada saboreada. Su objetivo es subir hasta la escultura ubicada en el centro del lugar. Lo logra. Para su fortuna, “un fotógrafo” plasma casualmente esta acción. Su gesto no queda en el olvido -o en la idealización superlativa del recuerdo o del maximalismo de la historia del arte. El documento se realizó y almacenó. Para fortuna de la crítica de arte existe ese conjunto de imágenes. Para fortuna de la Galería Casas Riegner, el material de esa acción está a la venta. La vida es dialéctica. Por fortuna.

Y reiterativa -la vida, no la fortuna-: lo que hay expuesto en la galería son los resultados de una recopilación de acciones, donde Rosemberg Sandoval se pone a ambos lados del intercambio de capital. Lo hace bien, instala una serie de trabajos y se lleva la contraria. Ya lo dijo –o  lo pensó- alguien, Paulo Coelho, creo, “la contradicción hace parte de esa nebulosa de nuestras decisiones cotidianas”. De hecho, nos recuerda que una obra como la suya no sólo está para subvertir, sino para acompañar (un loft, por ejemplo).

Hay una entrevista de enero de 2004, donde Sandoval comenta que su trabajo era el resultado de una estrategia de supervivencia. Aquí no hay que creerse tanto la idea-amenaza de que si él no se volvía artista terminaría de “líder guerrillero” o “delincuente lúcido” (interesante pensar por qué no se ponía en el papel de “guerrillero raso” o de “ladronzuelo estúpido”). En realidad, su trabajo está muy bien realizado en términos formales. Este autor estudia un tema, elige unos materiales que considera extraños a la práctica convencional del arte comercial y trata de ofrecer una solución elegante (es decir, bien acabada). Sus dibujos son una muestra de ese interés: resultaría valioso imaginar cuántos papeles inutilizó hasta terminar bien el primero de sus mapas trazados con puñal. Incluso habría que llevar la idea un poco más allá y pensar en la sistematización de su trabajo: corto un poquito por aquí, aprieto el filo un poco más allá; no desbarato la superficie completa y si lo hago guardo los pedazos que vayan saliendo para dárselos al marquetero y que los una otra vez con pegante (boxer, ojala); que el mapa de Norteamérica quede levantado, que al dibujo de El Niño de la casa se le vea bien el fondo sobre el que está pegado.

Lo otro que no hay que creer, pero que hay que seguir y estudiar –para refutar o no-, es su pretensión de que “hacer arte que no se vende es muy absurdo cuando uno es un miserable”. Sinceramente, creo que en la galería Casas Riegner se piensa algo ligeramente distinto. Incluso, reivindicador. Hay allí una mirada atenta a la frase aquella de Sandoval cuando decía que “la gente en los museos no te admite fácilmente. La gente de las galerías, mucho menos”. En este caso, estamos frente a un genero$o ejercicio de apertura curatorial.

$in embargo, ¿cómo habría que vender$e el texto a lápiz sobre pared, donde Sandoval narra su performance de 1985 en la e$tatua de $imón Bolívar en Bogotá? Conocer la respuesta a este enigma daría de qué hablar (dando por de$contado que una $olución ba$tante pueril $ería la de pagarle al artista para que raye la casa del feliz comprador de su obra con la delicada caligrafía de su texto). ¿Será que se destruye una parte de la Galería y $e tra$lada a la casa? ¿$e le tomará un buen regi$tro fotográfico que $e ampliará a e$cala? ¿$e contratará otro artista con buena letra para que vaya y escriba? Valioso trabajo de museografía. Deberían darse a conocer sus resultados.

El matrimonio tripartita entre arte, política y dinero ha sido bastante explorado en múltiples escritos anudados en torno a la instrumentalización de los lenguajes de resistencia que son apropiados por profesionales del arte contemporáneo de toda calaña. Volver sobre eso es redundar: los mamíferos que nos consideramos curadores y sentimos alguna atracción por ese tipo de propuestas tratamos de ejercer una débil y superficial vampirización del efecto moral presente en obras que orbitan alrededor de las lacras de la desigualdad social. Entonces, haciéndonos o no los pendejos ante esto, construimos andamiajes teóricos –que no se sabe en qué medida leen los compradores, o si sencillamente se leen-, los publicamos y aportamos en la producción de plusvalía. En este esquema, postulamos una mala conciencia personal de la investigación curatorial. Si aceptamos varios billetes por hacer eso, ganamos por partida doble: nos reafirmamos en nuestro papel de cínicos subsidiarios y hacemos un artista amigo. Si no cobramos honorarios –ése es problema de cada quien-, ganamos un amigo y vemos que otro humano se beneficiará de nuestra intermediación. Qué vida tan feliz (por el amigo) y tan amarga (por los recursos que no allegamos a nuestra billetera).

De hecho no es difícil entender que la situación tiene que ver con la circulación de la obra, con la asimilación de su crítica y la disminución de su furor. Frente a este tipo de trabajos bien podría preguntarse por la esquizofrenia inducida luego de que aparece el dinero entre la pretensión de rebeldía de un autor y su destino final como pieza decorativa. Volviendo a la obra de Sandoval, sería una variable que permitiría comprender la notoria presencia del blanco en las obras de Casas Reigner. Si se concede que ese tono, cuando es impoluto, posee una idea de sofisticación y que si se le añaden dramáticas manchas y chorriones, generalmente habrá resultados, la cuestión no resultará tan compleja. “La sangre es escandalosa” y rentable.

Y, bueno, por exhibir esto ya no dejan desempleado a ningún curador en ninguna parte. Qué vida tan feliz (porque hay trabajo para nosotros, los curadores), y tan amarga (porque cada vez significa menos).

 

–Guillermo Vanegas