Adjunto dos artículos publicados en El Tiempo. El primero intenta un análisis sobre la restrospectiva de los salones que actualmente se presenta en el Museo Nacional. Contrapone el valor de una obra o un premio al de la fama que se puede tener actualmente. Es decir, hoy en día se puede “ser famoso” y tener “una obra consolidada” sin necesidad de haberse ganado un premio en el salón. Para la muestra artistas como Rodrogo Arenas, Dario Morales y Carlos Jacanamijoy.
Es más, para no ir más lejos, la sola realización de una encuesta a 2000 personas donde se les pregunte por “los artistas que más les llama la atención” o consideran “más importantes”, va a medir cuales son los “más famosos” y de paso demostrar con cifras e indices de venta de obra que los salones no son necesarios para dar fama y vender la obra. Qué enfoque tan interesante e inédito.
En los ochentas artistas como Arcadio, Montoya Romanosky y Penágos eran superfamosos y vendían toda su obra. ¿Donde está esa obra? ¿En las bodegas de la DIAN o la Fiscalía?
¿Y qué pasó con Román Roncancio, el artista primitivista que los medios de comunicación y los políticos de turno catapultaron a la fama en la década de los setentas?
El segundo artículo es el editorial del mismo diario, que sí hace análisis: El robo de obras de gran valor artístico y patrimonial, como el caso del Goya robado la semana pasada, va incidir radicalmente en la producción de exposiciones que itineren internacionalmente. Mejor dicho, si antes llegaban dos o tres al año….
Camilo Atuesta
Anexos >
“Galería de famosos que no tuvieron su reconocimiento, marca historia del Salón Nacional de Artistas”
Las pinturas de Luis Caballero nunca recibieron un premio en el Salón Nacional de Artistas, a pesar de que hoy se les reconoce su valor. Personajes con obras vigentes y consolidadads no consiguieron el primer puesto de ese certamen, cuya retrospectiva de 40 versiones, en 66 años, llamada ‘Marca registrada’, está en el Museo Nacional. Uno de ellos es Fernando Botero, hoy el pintor latinoamericano vivo que más caro vende sus obras. Él tuvo que obtener dos segundos puestos en el Salón Nacional de Artistas, antes de probar el premio mayor. Uno de los cuadros más importantes de la historia de Colombia, ‘Los suicidas del Sisga’, solo alcanzó un segundo premio especial en el Salón XVII. Es más, Beatriz González, su autora, nunca ganó una de esas convocatorias, aunque este año el Ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional Vida y Obra.
En cambio, hay ganadores del premio que hoy son casi anónimos. Uno es Moisés Vargas, que ganó el VIII Salón en la categoría Escultura. De él no se conoce prácticamente nada, e incluso el busto de Laureano Gómez, por el que fue premiado, desapareció. “Es algo normal porque ganarse un premio depende de muchas cosas: lo que pensaban los jurados que debía ser una buena obra, el concepto de arte del momento, si los jurados eran nacionales o de afuera del país”, comenta la curadora del Museo, Cristina Lleras. Agrega que, para el momento, una pieza pudo haber sido considerada buena, pero que su autor simplemente no volvió a concursar o a lograr niveles tan altos y se ‘esfumó’. “Para que una obra sea revolucionaria tienen que pasar muchas cosas más: que sea expuesta, que cree discusión y que tenga crítica”, explica.
Y tal vez ni así. Porque Rodrigo Arenas Betancourt, el autor del Bolívar desnudo, que está en Pereira, del monumento ubicado en el pantano de Vargas, para nombrar algunas de sus varias esculturas monumentales en Colombia, apenas logró una mención en el Segundo Salón. A él le fue bien, comparado con la pintora Débora Arango. No solo no la premiaban, sino que la insultaban y vetaban sus cuadros. “Ella no se ganó el Salón, pero sí la discusión porque marcó un hito como artista y mujer en los años 40″, dice Juan Darío Restrepo, investigador de la retrospectiva del Museo. A veces hasta el azar contaba. Pedro Nel Gómez fue maestro de Débora y, según Restrepo, debió ganarse el premio. Pero la suerte lo traicionó: “Pedro Nel perdió en 1950 con Luis Alberto Acuña por el método de la papeleta”, dice Lleras. Lo que significa que como hubo empate metieron dos boletas en un sombrero y la suerte eligió. Tal vez lo más raro es por qué el fallecido Luis Caballero nunca ganó. Una sala de la Biblioteca Luis Ángel Arango lleva su nombre, lo mismo que uno de los premios más importantes de arte joven en Colombia. Pero Caballero no obtuvo nunca, ni siquiera, una mención. Ni Restrepo atina a decir cómo sucedió eso: “Él participó varias veces, pero no le dieron el premio. ¿Por qué? Eso sí es un misterio”.
Sin primer lugar Estos son algunos de los artistas que no ganaron el primer premio en el Salón Nacional de Artistas, aunque su obra hoy está vigente o consolidada. Luis Caballero. Representó al país en las bienales de París y San Pablo. Su obra estuvo en varios países de Europa. Débora Arango. Hoy se considera que como mujer y pintora rompió esquemas en el arte del país en la década de los 40. Pedro Nel Gómez. Maestro de Débora. Perdió porque el primer premio se echó a la suerte. Álvaro Barrios. Grabados suyos hacen parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Obtuvo un tercer puesto y lo rechazó por no estar de acuerdo con políticas de Colcultura. Beatriz González. Su trabajo sólido la hizo merecedora al Premio Nacional Vida y Obra. Obtuvo mención. Darío Morales. En vida, su obra fue expuesta en Europa y América. El Museo de Arte Moderno de Münich tiene obra suya. Rodrigo Arenas Betancourt. Su obra pública es muy conocida (’Bolívar desnudo’, entre otros). Apenas logró una mención. José Antonio Suárez Londoño. Mención en 1990. Sus dibujos configuran un trabajo consolidado. Carlos Jacanamijoy. Ha expuesto en América, Europa y China. Es un pintor vigente.
* LA EXPOSICIÓN ‘M
ARCA REGISTRADA’ ESTÁ ABIERTA EN EL MUSEO NACIONAL. CARRERA 7 ENTRE CALLES 28 Y 29. INFORMES EN EL TELÉFONO 3348366.
DIEGO GUERRERO REDACTOR DE EL TIEMPO
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Editorial >
“Exponiendo demasiado” Cualquiera diría que hablamos de cine: una empresa de seguridad transporta un cuadro famoso entre dos ciudades de Estados Unidos y, sin saber cómo ni por qué, en un punto del trayecto, la obra maestra desaparece. Lamentablemente, no se trata de una cinta policiaca, sino de una pasmosa noticia: la semana pasada, cuando viajaba entre los museos de Toledo (Ohio) y Guggenheim (Nueva York), fue robado el cuadro Los niños del carretón, de Francisco de Goya y Lucientes. Iba a formar parte de la más importante exposición programada este año en Estados Unidos, que reúne 138 obras que cubren cinco siglos de pintura española. Muchas proceden del Museo del Prado de Madrid, otras, de colecciones privadas y otras, de museos diversos, como el de Ohio.
¿Cómo puede ocurrir que en el país más desarrollado del mundo, camino a la principal exposición de uno de sus más ricos museos, roben en algún lugar de Pensilvania una obra irrepetible, avaluada en millones de dólares? El hermetismo de las autoridades -mitad precaución y mitad vergüenza- no permite responder esta pregunta. Solo se sabe que es la más reciente aventura de un cuadro que ha vivido muchas. Pintado por el gran artista español en 1779, fue robado del Palacio Real de Madrid en 1870. Años después aparece en una colección de Boston, donde lo adquiere con fines comerciales una empresa que lo vende luego al Museo de Ohio. Por unos meses de 1996, el cuadro volvió a Madrid: estuvo colgado en la gran exposición del Prado con motivo de los 250 años del natalicio del pintor.
Este robo se suma a todas las dificultades que en la era de las grandes comunicaciones obstaculizan, paradójicamente, la movilización y exposición de obras de arte. Los seguros son cada vez más costosos, el acecho de los delincuentes, cada vez mayor, y los temores de los propietarios de las obras, cada vez más agudos. Una larga lista de arte robado aviva esos temores. Entre otras obras capitales, han caído alguna vez en manos de delincuentes la Mona Lisa y La Virgen del huso, de Da Vinci; El columpio, de Goya; El grito, de Munch; una natividad de Caravaggio, ocho matisses, más de 20 van goghs y varios picassos, veermers, dalíes, braques, rembrandts, degas, cezannes, manets, vázquez ceballos…
Algunos riesgos han disminuido. Es difícil que se repita hoy un incendio como el que destruyó por completo en 1734 el Palacio Real de Madrid y convirtió en cenizas valiosísimos óleos de los más extraordinarios pintores de la época. No significa que no pueda ocurrir: el Museo de Río de Janeiro perdió hace 28 años 73 obras de autores como Van Gogh, Picasso, Dalí, Miró y Matisse. Pero ahora los lugares de exposición gozan de mayores garantías y protecciones. Sin embargo, han aparecido peligros mayores. La II Guerra Mundial produjo una debacle en los inventarios artísticos, y en el ataque terrorista de las Torres Gemelas se perdieron cerca de 1.500 obras de arte avaluadas en más de 100 millones de dólares. Los accidentes son otro elemento que conspira contra el tráfico de obras de arte. Un importante cuadro de Alejandro Obregón quedó arruinado por el agua en un traslado a São Paulo, y en septiembre de 1998, un avión de línea cayó en Canadá y, junto con la vida de 225 pasajeros, se cobró el cuadro de Picasso El pintor.
Además de guerras, robos, incendios y accidentes, hay que contar con la estupidez humana. La Pietá, de Miguel Ángel, fue atacada a martillazos por un demente y la madrileña estatua de Cibeles es reiterada víctima del vandalismo. La conquista de América arrasó con buena parte del arte precolombino, como ocurre con casi todas las conquistas: durante la invasión de Irak, las tropas aliadas permitieron, inexplicable e irresponsablemente, el saqueo del Museo de Bagdad; 7.000 piezas de una de las más antiguas civilizaciones del mundo fueron robadas o destruidas. Aún están frescas las imágenes de la demolición de los budas de Bamiyán, enormes estatuas del siglo IV que derribó el gobierno talibán en Afganistán en el 2001.
Todo sugiere que las muestras internacionales de arte pasarán a la historia o serán acontecimientos muy raros y propios tan solo de países ricos. Exponer se ha vuelto muy expuesto.
editorial@eltiempo.com.co
Marca Registrada: artistas famosos y artistas importantes
Es razonable y encomiable redescribir trabajos artísticos del pasado para ampliar su comprensión y establecer sus aportes a la articulación de una tradición artística. No lo es, solicitarle a un artista un proyecto de creación, con solidez formal y conceptual, para evaluar cuáles van a ser sus aportes al arte nacional. Aunque esto ni Dios puede saberlo, nuestras instituciones creen que sí es posible.
Los investigadores de Marca Registrada, proyecto curatorial retrospectivo de los 40 salones nacionales de artistas, trataron de evaluar el aporte del Estado a la transformación de las prácticas artísticas en Colombia y establecer en qué medida estas últimas obligaron a transformar las políticas institucionales. La hipótesis que plantea Beatriz González apunta a mostrar que el Salón se adaptó a las transformaciones introducidas por los artistas, no tanto que las políticas institucionales hayan vigorizado o hayan abierto caminos al arte colombiano. Si este juicio se corrobora, debemos preguntarnos si debemos seguir comprometidos con una modalidad de Salón Nacional que se comprende y explica como Marca Registrada, como la institución que determina con sus directivas lo que debemos entender por arte.
Los derechos que otorga una Marca Registrada a sus dueños generan prohibiciones, usos no autorizados. ¿No es excluyente el concepto? ¿Así hemos manejado la comprensión del arte colombiano? ¿Tenía razón Marta Traba cuando afirmaba, hace cuarenta años a propósito de una retrospectiva similar, que del pasado artístico colombiano, el anterior a Obregón y Bo
tero, había poco que respetar y conservar? ¿Ha perdido legitimidad esta pregunta o este es el momento para reformular esta inquietud? ¿La democratización de las prácticas artísticas que introduce el arte contemporáneo, no nos conduce a tener que bajar el telón ante el arte moderno, y rechazar todo intento de registrar una marca con características e intereses modernos? ¿Cómo debe ser el Salón Nacional en esta coyuntura estético-política? La investigación curatorial para Marca Registrada debe ser aprovechada para dialogar sobre las perspectivas que tiene el arte colombiano en la actualidad y sobre las maneras de integrar las prácticas artísticas a los procesos democráticos que regulan la vida de los colombianos y colombianas. ¿Qué mecanismos, que no sean consejos no representativos ni de la comunicad artística en general ni de la sociedad, ha establecido el Ministerio de Cultura para escuchar a sus artistas, a sus teóricos y académicos, a sus ciudadanos y ciudadanas en general?
Las democracias se evalúan por las garantías a la libertad del pensamiento creativo y por el apoyo institucional y social que reciban todos sus artistas, nunca por las estadísticas de los que ejercen su derecho al voto. La investigación Marca Registrada aporta algunos granos de arena a esta discusión, pero no todos, no puede hacerlo, este no era su propósito. Faltan los granos de arena de la sociedad en general. Pocos dudan en Colombia de la relación consustancial entre artes plásticas y Salón Nacional, entre prácticas artísticas y estímulos institucionales, pero no sucede lo mismo cuando tratamos de establecer una relación entre arte y democracia. Muchos dudan que la metáfora Marca Registrada ayude a mostrar un vínculo entre ellos, más bien confunde: ¿es eso lo que se busca? ¿En verdad todas las colombianas y colombianos somos los dueños de esa marca registrada, como sugiere la retrospectiva en el Museo Nacional?
¿Puede una selección cuidadosa –cerrada por la orientación que dieron las preguntas de investigación– de trabajos artísticos mostrarnos en qué consistieron estas transformaciones en Colombia, así sólo sea plásticamente? ¿Los años sesentas se pueden comprender sin los trabajos de Manuel Hernández y Carlos Granada? ¿Su controversia con Marta Traba no enriquece la comprensión de esta época, como lo hacen los trabajos de Débora Arango, Carlos Correa y Pedro Nel Gómez cuando reconstruimos los años cuarentas? ¿Estéticamente, en los sesentas hubo más conflicto que transformación, en sentido de mejoramiento no de deterioro? ¿Los conflictos en Colombia no conducen a ninguna transformación? ¿En esto consiste la irrealidad de ese tiempo mítico del que hablaba Traba y que estructura nuestra manera de pensar?
Obregón nos presenta una imagen con la que comienza la década de los años sesentas, pero es Beatriz González y Santiago Cárdenas quienes la caracterizan. González muestra en 1965, con Los suicidas del Sisga, la estructura mental de los colombianos y colombianas. Cárdenas participa en el 19 Salón Nacional con Algo de Comer. Las dos propuestas hacen parte de los ochenta trabajos paradigmáticos de la historia del arte colombiano, recopilados por Marca Registrada, y nos permiten ver qué pasaba en el arte, cómo se transformaba el Salón y qué ocurría con la crítica. El trabajo de Cárdenas muestra no sólo unas cualidades estéticas, señala el destino de Colombia: consumir, comer, devorarse a sí misma. Como toda señal, la indicación es ambigua, pero, por ello mismo representa el anticipo de una época, quizá mucho más que Violencia, de Obregón, la cual constata y piensa un estado de cosas. González identifica una estructura mental que no es un caso aislado; Cárdenas profiere una premonición. Más que mostrar lo que pasaba en el arte, finalizando la década, Algo de Comer nos pone en camino hacia otra época. En este momento, el arte todavía no muestra o reflexiona sobre su pasado de manera consciente, esa labor la realizaban los críticos o historiadores de arte; la creencia era que un trabajo artístico se vuelve relevante para una comunidad cuando muestra la actualidad, lo que es el presente de una sociedad; esta intuición es complementada con la idea siguiente: cuando el artista anticipa lo que va a venir, su trabajo cobra visos de genialidad. Como afirmó Cárdenas en su visita guiada en Marca Registrada, Botero es el artista más famoso de Colombia, no el más importante. Violentando la distinción de Cárdenas, podríamos afirmar que Marca Registrada muestra artistas famosos y artistas importantes. Famosos son casi todos, pocos son los importantes. El manejo hábil de los medios masivos de comunicación determina la fama, el que un proyecto artístico abra puertas y ventanas para airear el pensamiento artístico de una época lo hace importante; el artista importante genera alternativas nuevas de ser. En opinión de Cárdenas, Alfonso Quijano es un artista colombiano importante. Muchos de los seguidores de Marta Traba vieron con claridad su presente y se volvieron famosos, pero no alcanzaron a visualizar lo que ella sí alcanzó a presagiar; Colombia tiene pocos artistas importantes.
Diotima de Mantinea realizó una perfomance fugaz en esta ágora, hace algunas semanas. Nos dejó la imagen de la Alacena, la de abarrotes, no la de zapatos viejos del grupo El Sindicato. El montaje de Marca Registrada evoca la imagen de Alacena de abarrotes, también en el sentido de abarrotado. Inclusive, no se olvidó la práctica popular de empapelar con papel periódico la superficie de los entrepaños, cada vez que se le hace aseo a este tipo de recipientes. Se trató como producto lo que es una comprensión poética de mundo. Parafraseando la poética de Maria Teresa Hincapié, las cosas de los Salones seguirán estando solas. Faltó una escalera para completar la imagen de Alacena que suscita el montaje de Marca Registrada.
No es cierto que las prácticas artísticas hayan modificado el Salón Nacional. Aún se persiste en abarrotar espacios sin mayor reflexión. La galería Al Cuadrado ha mostrado que se pueden hacer otro tipo de miradas reflexivas a este respecto. El muestrario historicista de Marca Registrada, poco imaginativo y nada atractivo para las generaciones recientes, contrasta con algunos montajes que se han realizado este año, Juan Fernando Herrán y Miguel Huertas son buenos ejemplos. Huertas pensó el ámbito de la galería Santa fe en relación con su trabajo y nos propuso relacionarnos temporalmente con los trabajos artísticos, no se limit&o
acute; a colgar sus «cuadros» en unas paredes, sin tiempo para respirar. Contamos con demasiado tiempo en Ámbitos, ello le puede resultar perturbador a muchos espectadores. Otro tanto acontece en Campo Santo de Herrán.
Pocas preguntas puede alguien plantearse en el ambiente apabullante en que se parapetó Marca Registrada: ¿está a la defensiva? No debe estarlo, no debería. La sala alterna del Museo Nacional parece que hace parte de la marca que los investigadores se proponen registrar. ¿No podíamos explorar otros ámbitos y ejecutar una puesta en historia menos academicista? Este tipo de pedagogía resulta pesada para las modalidades de comprensión e interpretación contemporáneas. La carencia de espacios adecuados, que potencien los trabajos artísticos y enriquezcan la experiencia de los espectadores, es un indicador del poco interés que tiene Colombia por el arte y de que falta mucho por hacer. Con seguridad, el museo de arte de la Universidad Nacional hubiera hecho que el Salón Nacional ganara más adeptos a su causa y hubiera logrado mostrarle a sus detractores que es una estructura vital para el arte colombiano.
Con todo, debemos creer que la Marca Registrada en que se convirtió el Salón Nacional de Artistas es una propiedad de todos los colombianos y colombianas, por tanto, debemos defenderlo, transformarlo, sin desconocer o ignorar su historia; reconocerlo es destacar todos sus esfuerzos por seguir siendo significativo para las colombianas y colombianos, no es ignorar desaciertos como el acabado de mencionar.
Jorge Peñuela
Bien o mal ¡Pero que se hable!
Son tantas y tan evidentes las cosas que decir cuando se habla de los salones nacionales, pero la mayoría han sido dichas en repetidísimas ocasiones.
Claro es que se cuestiona todo el tiempo el hecho de que se catalogue como el evento nacional del arte cuando la mayoría de las veces se cree, no permite divisar (como ventana que se respete) lo que sucede realmente afuera, en las academias, en los talleres, en la práctica del arte.
Pero sucede que a pesar de que existan eventos meritorios, que son paralelos e intentan rechazar influencias institucionales, el Salón se sigue escribiendo con mayúscula simplemente porque todos los artistas que no pueden con su enemigo, se unen a él y de una u otra manera, con amigos y enemigos, el Salón sigue en pie porque cada versión, por más desaciertos que tenga, da de que hablar.
Por ejemplo, ¿porque parece tan complicado que aparezca una muestra como la que se presenta en el Museo Nacional y más aún que esta se llame MARCA REGISTRADA? Acaso ¿no es lógico que las obras que conforman un exposición, la cual revisa la historia del arte colombiano dentro del desarrollo de los Salones Nacionales, están más que legitimadas y REGISTRADAS dentro del contexto? Porque por más institucional y excluyente que parezca, la historia del arte colombiano se enseña con láminas de algunos de los cuadros que están expuestos en la muestra y aunque son muchos los artistas IMPORTANTES que faltan, está claramente enfocada a revisar los Salones Nacionales no ha hacer una pretenciosa historia completa, tomo a tomo, del arte colombiano.
¿El asunto entonces es, que en años anteriores se discute porque el Salón no reconoce ni valora los aportes de trayectorias artísticas consolidadas, y ahora la cuestión se minimiza a lo excluyente que resulta una muestra como Marca Registrada?
La versión anterior se realizó en tres espacios: el Museo de Arte Moderno, la galería Santa fe y el Museo de la Universidad Nacional, ¿y en este Salón se cuestiona que se exponga en el Museo Nacional?
Evidentemente, si la intención era regresar al inicio de la museografía en Colombia con el Primer Salón, se mostró lo precario de una exposición donde existen muchas obras y poco espacio, pero eso no significa que si hubiera tenido lugar en un espacio más pertinente como el Museo de la Universidad Nacional “hubiera logrado mostrarle a sus detractores que es una estructura vital para el arte colombiano” (1). No, simplemente porque serían las mismas obras que están expuestas, bajo el mismo esquema curatorial, pero a 1.40mts una al lado de la otra.
Incluso, el Salón sí ha sido modificado por las prácticas artísticas ejemplo de ello son los cambios en la clasificación de las obras que en el 63 era por afinidad temática, luego en el 66 por técnicas, en el 73 luego de tantos debates, la fotografía se convirtió en una categoría participante, en el 90 se clasifican las obras según tendencias artísticas o en el 96 cuando el 36 Salón de Arte Colombiano agrupa los Salones Regionales.
El Salón ha sido demasiado flexible a peticiones institucionales, es cierto, quizá es demasiado institucional, pero ¿acaso no debe el arte permitirse un poco de esto? Aún cuando se habla de arte, éste sigue siendo un sistema y como cualquier otro se mueve dentro de esferas económicas, sociales y culturales que deben estar en equilibrio, finalmente por más crítica que se le haga, eventos como éste seguirán funcionando como incentivos apetecibles para la creación artística, y aunque no logren completar una visión global de lo que realmente ocurre con el arte, si permitirán que quienes quieran acceder a una mínima y cuestionable parte de ello, tengan la oportunidad de hacerlo.
Ivonne Viviana Villamil
(1) Marca Registrada: artistas famosos y artistas importantes, publicado en esfera pública el 23 de noviembre de 2006.