Cuando Aldo Rossi el gran arquitecto italiano argumentó que el lema de Louis Sullivan “la forma sigue a la función”, carecía de vigencia ya que un edificio del siglo XVIII que había sido un palacio al dejar de serlo había perdido su función y su forma significado. Sullivan fundamentó los principios de la arquitectura moderna bajo las premisas impuestas por el desarrollo tecnológico y tenía razón: si la forma de un avión no responde a un diseño pertinente se viene a tierra.
El edificio en altura corresponde a la tipología de una sociedad industrial bajo el capitalismo. Así nace el concepto norteamericano del rascacielos. De este mismo modo el siglo XV creó tipologías pertinentes a esa sociedad, el palacete, el hospital, la villa. ¿Qué sucede cuando esos espacios se vacían de sus antiguos contenidos? ¿Cuánto dinero se necesita para sostener diariamente un palacete republicano bajo los actuales costos del impuesto predial? Los ultraconservaduristas congelan esos edificios y los declaran “Patrimonio cultural”. Pero Viollet Le Duc el verdadero fundamentador de este concepto en Francia nunca fue un conservacionista a ultranza. Alberti a comienzos del Renacimiento odiaba tanto el fanatismo religioso del medioevo que solo conservó-como cita- una parte del frontis de la iglesia gótica de Rímini. Adolf Loos en pleno centro histórico de Viena derribó una fea edificación y construyó un soberbio edificio respetando, eso sí, la escala del lugar y eludiendo caer en lo que más detestaba: el historicismo.
“Construir en lo construido” es un lúcido texto de Francisco de Gracia donde ilustra con claridad el proceso que debe seguirse para renovar un barrio antiguo, un antiguo edificio, concediéndoles nuevas funciones, nuevos significados. Los ejemplos de viejas iglesias convertidas en centros comerciales que dieron vida a sectores degradados se multiplican en Inglaterra sin que esto suponga una agresión a la historia en nombre del capitalismo. ¿Dar vida o congelar un edificio, un barrio, contar con una arquitectura y un espacio renovados o imponer a la brava un “monumento” que es siempre la presencia de un poder económico y social? ¿Qué haríamos en Medellín con el edificio del antiguo seminario si no lo hubiera rescatado su nueva función?
Digo esto porque me llama la atención la rasgada de vestiduras de Antonio Caballero ante el hecho de que la Curia bogotana haya dado licencias para convertir el antiguo edificio del seminario en un edificio de oficinas y se vayan a construir dos torres adyacentes con un proyecto urbanístico que renueva el sector. El valor de este edificio desde el punto de vista estético no pasa de ser un remake de cierta arquitectura francesa de comienzos del siglo XIX en la tipología de Durand y que si es una marca urbana reconocida no es pues, repito, un monumento intocable que impide el derecho a la creatividad de un arquitecto actual. Curioso que un crítico de vanguardia, un comentarista de izquierda caiga en posiciones tan reaccionarias como ésta, donde lo único que le faltaría seria reivindicar la capa castiza como un patrimonio cultural de la inteligencia bogotana.
Darío Ruiz Gómez