Continuación

En la última década del siglo XX en Colombia, irrumpe una generación de jóvenes talentos que ponen contra la pared los viejos conceptos que hasta ese momento manejaba el mainstream del arte local, desafiando a todo el establishment burgués y parroquiano que posaba de una falsa modestia intelectual.

La estética relacional que años más tarde Nicolas Bourriaud implementaría en la escena internacional del arte, ya era evidente en la producción de estos dos jóvenes artistas, quienes a partir de la introducción de la comida y la bebida en sus obras – respetando una línea rigurosa de investigación que parte de los planteamientos conceptuales de la alta modernidad tardía, bastante discutidos en la academia colombiana,  como en el caso de Boucher con Pepsi y Coca Cola– se adelantan a los apetitosos  banquetes reflexivos sobre la vida y la muerte que más adelante plantearía Rirkrit Tiravanija, ó la fusión interdisciplinar de dibujo, pintura y escultura en los planteamientos de Lucas “Opina” a partir de su propio cuerpo (léase impetuoso ego), lo que genera esa interesante conexión sobre el rol social del artista (artista, crítico, curador, diseñador, opinador, etc), llevando finalmente el arte colombiano a su anhelada incrustación en los nichos de las corrientes actuales al problematizar la administración de la euroexcentricidad dominante, empujándola hacia nuevos dominios imperialistas. El país cultural respira tranquilo: hemos alcanzado el umbral de la contemporaneidad.

GP