Hace poco tuve una charla muy amena y esclarecedora con un profesor de artes en la que opinamos, discutimos diferencias críticas y uno que otro punto en común sobre nuestra institución (la Tadeo), se trató de un diálogo cordial que terminó sin incidente alguno. Al otro día en la mañana, el mismo profesor llama a mi casa muy preocupado porque una fuente le contó que la charla que tuvimos el día anterior había sido grabada. Él temía que el registro se hiciera público o fuera manipulado con oscuros intereses.
(Señor profesor, no se preocupe, porque no hice tal grabación y, en esa medida, ésta sólo existe en la cabeza de su informante y (en el ambiente paranoico que se ha generado en la Tadeo)
La situación es muy diciente: “te cuento pero si me preguntan no sé nada.” En el programa de artes de la Tadeo hay miedo y paranoia, su comunidad artística (salvo casos muy particulares), no es capaz de tomar una posición crítica frente a la dirección del Programa y esto es comprensible cuando de cuidar el puesto o graduarse se trata. No es mi intención aquí recriminar al cobarde o al ingenuo y premiar al que habla y denuncia. Más bien, se trata de preguntarse: ¿qué hace posible tal zozobra? ¿Por qué no se permite la crítica hacia la misma institución? ¿Por qué no hay confianza entre las partes?
El caso de Manuel Santana es un síntoma silenciado. Tras 10 años de ser coordinador académico de la (entonces aún) Facultad de Bellas Artes, de un momento a otro su figura, al igual que su cargo, literalmente desaparecieron, su oficina fue desocupada y en el lugar que ocupó su ausencia sólo quedó pesar e incertidumbre. Nadie dijo nada, no hubo pronunciamientos, los estudiantes quedamos perplejos pues Manuel era una figura fuerte y respetada (por docentes y estudiantes) dentro y fuera de la (otrora) Facultad. Lo único que quedó fue ese rumor de pasillo que repetía…. “Manuel no renunció, lo echaron.” Al ver sus testimonios (1) se evidencian manejos despóticos que se traducen en un retiro injustificado. La verdad es que a Manuel lo echaron por ejercer oposición, por incentivar y ejercer la crítica institucional, por buscar un espacio de discusión y confianza acorde a las necesidades del programa y sus estudiantes. Manuel, después de tantos años de servicio consagrados a la Facultad salió por la puerta trasera, al igual que otros ya cansados de la situación o que se atrevieron a hablar de frente.
Lograr un espacio de discusión implica una plataforma equitativa, un interés común, poner en evidencia un enunciado para ser reflexionado por las partes. Cuando hay incompatibilidad de saberes, prepotencia o simple apatía, la discusión no se logra y en su lugar sólo se sitúan pronunciamientos atrofiados que recaen en incomprensión y silencio, generando agotamiento y molestia. Desafortunadamente, en sistemas autocráticos, cuando quien ejerce el poder no logra diferenciarse de la institución en nombre de la cual gobierna, todo debate termina por situarse en la esfera personal y una especie de anatema con el sello de “persona no grata” recae en la figura que se le opone, o que, más bien, se opone a los modos de su ejercicio, y entonces, para evitar el agotamiento del gobernante, sólo queda la supresión de quien se resiste a su seducción.
La verdad es una, estudiamos en una universidad privada y las cosas pasan así. No existen espacios para la discusión ni la crítica institucional. Estudiar en un sistema supuestamente acreditado no es garantía de nada. “Si uno no está conforme con la universidad es libre de abandonarla” (2). En la universidad privada todo está establecido, los opositores son “personas no gratas” o “hipócritas” y tienen que irse. Aquí los altos cargos se definen por el número de acciones en manos de determinados núcleos familiares antes que por méritos, por lo tanto no hay una legislación clara, las decisiones son improvisadas y responden al momento y la conveniencia, afectando la estructura curricular y la calidad académica.
En la universidad privada la educación es sólo un simulacro amorfo, pues el negocio es otro, el superdecano (muy capaz pero ya jubilado), no se entera de lo que pasa abajo, o de pronto ni le interesa. Los docentes de planta no tienen voz propia, son manipulados a conveniencia, pregonando el bienestar académico a los nuevos estudiantes que ven sólo lo que se les muestra. Evidentemente, el dinero prevalece sobre la educación y hasta la arquitectura de sus instalaciones reproduce las formas de esa vocación de poder: sólo aquí el lujoso penthouse del vicerrector se construye sobre la biblioteca (ver Fig. 1, Imagen adjunta).
Fig. 1, Imagen adjunta
Por todo lo anterior, profesores de artes: si quieren mantener su puesto, limítense a dictar sus clases, a mantener cómodo al estudiante promoviendo el buen nombre de la universidad y de sus directivas, a cuidarse de sus comentarios y a desvirtuar a cualquier “persona no grata.” Sigan el consejo sabio de la directora de programa, antigua decana, y…”no se pateen la lonchera.”
Edwin Sánchez
Representante académico 2007 (No avalado)
Programa de Bellas Artes UJTL
(1). http://enpuntodequiebre.blogspot.com/
(2). Grabación no autorizada #5, “Charlas con Sylvia Escobar”, 5-10-2007, casette N-3, Lado A, 45:14 min.