For sale condensa, en su concisión lapidaria, el mercantilismo de nuestra sociedad: siempre en venta, de rebajas, For sale. Por eso no parece muy inteligente ocuparse de algo tan tópico que se ha convertido en nuestra segunda naturaleza. O en la primera. Tania Bruguera no lo cree así y ha elegido esta expresión como título de un cuestionamiento del estatuto mercantil de la obra de arte capaz de poner en escena esas «sutilezas teológicas» de la mercancía, mencionadas por Marx.
El proyecto parte de la puesta en venta en esta exposición de performances y no de las clásicas obras de arte que como la pintura, el dibujo, la escultura o las fotografías tienen cuerpo y figura definidos y existen con independencia del artista que las realizó. Y digo performances -y no vídeos o fotografías que documentan performances- porque lo que está vendiendo es el derecho a que ella reproduzca la performance vendida, cuando y donde se lo pida quien compra ese derecho, admitiendo de paso que sólo puede ejercerlo durante un cierto número de veces o por un determinado número de años, fijados en el contrato de compraventa. Esto si que es el capitalismo del acceso, elogiado por Jeremy Riffkins en un célebre apólogo. Esto si que es consumar el proyecto de liquidación de la objetualidad de la obra de arte o de su sedicente fetichismo, inaugurado por Marcel Duchamp con su urinario. ¿Liquidación o licuefacción? ¿O licuefacción por liquidación? No importa. Gracias a la estrategia, queda sepultada la apuesta ingenua de quienes en el siglo pasado creían que los happening o las performances impedirían la mercantilización del arte por cuanto, siendo por definición efímeras, carecían de la materialidad corpórea que permitía a las obras de arte ser compradas, vendidas, guardadas o falsificadas. La acción artística ya puede ser repetida y no sólo copiada o reproducida por medios analógicos o digitales.
En realidad, la única innovación introducida en el performance por Tania Bruguera es la del múltiple, tan antigua y tan frecuente, en el grabado o en la escultura. Pero estas objeciones no valen para la oferta clave de esta exposición, que consiste en ofrecerle al comprador no la repetición a voluntad de una performance ya hecha sino la de una performance que la artista todavía no ha hecho y que ni siquiera sabe cómo ni cuándo va a hacer. Quien compra esta oferta se adentra decididamente en esas «sutilezas teológicas» de la mercancía ya mencionadas, por cuanto esta «pieza» lleva aún más lejos el programa de desmaterialización de la obra de arte, situándola en un futuro sin fecha definida y sin más sustancia que su sola potencia. El arte se convierte en una posibilidad de cumplimiento incierto y azaroso. Y en la mercancía virtual por excelencia.
Carlos Jiménez
> Publicado originalmente en El País. Enviado a esferapública por Raimond Cháves.