¡Qué mejor colofón para el 41 Salón Nacional de Artistas que la Operación perfumadita de Marta Minujin! Un evento que cambió y recortó su recorrido tres veces, pasando de ser una marcha apoteósica a una desordenada comparsa de algunos estudiantes, unos que otros miembros de la comunidad artística local, uno que otro transeúnte desprevenido, ni siquiera digna de una feria de pueblo. Finaliza con más pena que gloria un mega evento que parece como siempre reflejar en sus intestinos lo que pasa en este país. Porque el Salón Nacional de Artistas es más que un termómetro del arte nacional; es la metáfora viva de Colombia.
14 sedes, más de 300 artistas entre nacionales e internacionales, público a borbotones. Las cifras son bastante alentadoras. Sin embargo, ¿lo cuantitativo es cualitativo? Sería bueno mirar en detalle las cifras y si corresponden a los mínimos criterios de calidad para tan pomposo evento.
El 41 Salón Nacional de Artistas se articuló con base en las 17 curadurías regionales, de las cuales, según los documentos de Comité curatorial, emanaron 3 ejes de reflexión, a partir de los cuales se invitaron a diferentes artistas del país y del extranjero. En primer lugar, sería bueno revisar qué sentido tiene hacer una convocatoria nacional de curadurías regionales en un país que se precia de formar artistas y que no forma curadores, ni críticos, ni dealers, ni galeristas, ni periodistas culturales, ni nada que se parezca, por lo menos en la dimensión y con el énfasis que se requiere. Por tradición, la mayor parte de los “curadores” nacionales son personas que han asumido desde el más parroquial empirismo la labor de curadores y se han forjado en estas labores a golpe de martillo y cincel. Ahora bien, si esta es la convocatoria nacional y si en regiones apartadas difícilmente encontramos “artistas”, imagino que con mayor dificultad encontraremos “curadores”.
Muy seguramente conscientes de la deficiencia del medio, nuestro magno Ministerio de Cultura programó sendos talleres de fin de semana para formar a los “curadores” participantes del 41 SNA. ¿Será que se pueden formar curadores en 5 o 10 fines de semana? Lo dudo mucho. Los resultados así parecen demostrarlo. En términos generales, las tan mentadas curadurías regionales se asemejan más a gabinetes de curiosidades de siglos pasados que a propuestas serias y articuladas con planteamientos serios e investigaciones sustentadas. Es así como producciones culturales de comunidades indígenas o marginadas (que no por ello son menos interesantes) se ven acompañadas de producciones artísticas “contemporáneas” en lo que vallecaucanamente podemos catalogar como “sancochos curatoriales”. Para completar el adefesio, muchas de las obras carecen de los mínimos valores para ser consideradas “buenas”, ya que tienen problemas técnicos en su ejecución y montaje: inflables desinflados, plotters caídos, piezas artesanales museificadas sin un sentido mas que un esteticismo de señora de abolengo, etc. Pero el problema no es de los “curadores regionales” (se podría acuñar un término similar al de pintor de domingo: curador de fin de semana) ni de los organizadores regionales. El problema radica en una convocatoria ministerial miope y fantasiosa que cree que en este hermoso país los curadores salen debajo de las piedras o que ser curador es escribir bonito y saber clavar puntillas en las paredes y que los cuadros no queden torcidos. De otro lado, ¿qué pasa con los artistas? ¿El Salón Nacional de qué es? ¿De artistas o de curadores? Todo parece indicar que le debemos cambiar su razón social.
Otro aspecto a tratar sería ¿por qué hablar de “curadurías regionales”? ¿Acaso el modelo curatorial sólo es posible por regiones? ¿No sería más interesante plantearlo por problemáticas artísticas? La cuestión es que nos enfrentamos a un curioso híbrido creado a partir de las discusiones de finales de los 90 sobre el Salón Nacional. El híbrido tiene dos progenitores, de un lado nuestro apreciado Salón y del otro el fracasado Proyecto Pentágono (que terminó siendo un triangulito). Qué curioso, cuando se quiso implementar el modelo curadurías este fracasó y sin embargo, sobre este fracaso construyeron este Salón “ni chicha ni limoná”… Qué curioso, Javier Gil estaba seleccionado entre los curadores del fracasado Proyecto Pentágono… Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro. ¡Lleva una memoria en tu corazón! (campaña de JBA).
Difícil labor la del Comité curatorial. De un lado recibir a su cuidado el curioso híbrido en que han convertido al Salón Nacional de Artistas de Colombia y por otro lado proponer algo medianamente interesante para complacer, satisfacer y alimentar a la burocracia artística nacional e internacional. Si sus reflexiones se basaron en este panorama dantesco ¿qué se podría esperar a nivel de reflexión seria y crítica como propuesta curatorial? Del sombrero de un mago parecen sacados los Ejes curatoriales: Imagen en cuestión, Presentación y representación y Participación y poética. ¿Acaso no son estos lugares comunes de las reflexiones básicas del arte? ¡Salida olímpica y de saltimbanqui! Ya imagino a los miembros de dicho Comité haciendo genuflexiones y ejercicios de calistenia antes de cada reunión, y ya entrados en el ring, haciendo malabares en la cuerda floja y dando saltos mortales con caídas en las pestañas. Lo cierto es que como ejes curatoriales los escogidos dejan muchas dudas. ¿Acaso no son cuestiones de la imagen la presentación y representación o la participación y la poética? ¿Acaso cuando hablamos de participación en las artes no hablamos de representación, presentación e imagen? ¿No es lo poético una característica substancial de la actividad artística? Si esto es así ¿Qué determina que una obra o un invitado estén en un eje y no en otro? ¿Para qué hacer énfasis sobre lo que debe estar determinado de antemano? ¿Será que justificar lo justificado no es una manera de ponerse en la barrera antes de que salga el toro? ¿No será que el toro es una ovejita disfrazada? La verdad, al visitar las diferentes sedes y las diferentes salas las propuestas curatoriales se vuelven difusas y confusas. Pero bueno, qué se puede esperar ante una convocatoria desfasada y unas propuestas curatoriales regionales tan deficientes ¡que entre el diablo y escoja!
Si algo vale la pena destacar es que se rescató la figura de los artistas invitados, ausentes en versiones anteriores del Salón. Es indiscutible que muchos de los invitados nacionales y extranjeros aportan significativamente al evento, pero hay qué decir que no todos. Muchas de las obras de los artistas nacionales ya habían sido vistas y revisadas en diferentes contextos. ¿Por qué volverlas a presentar? ¿Qué portaron en este contexto del 41 SNA Astudillo, Franco, Alcántara Herrán, Caro, sólo por citar algunos? Además, muchas de las obras de los artistas internacionales han sido vistas muchas veces en eventos internacionales (Jaar, Camnitzer, Minerva Cuevas, la lista es larga). Otras se ven perfectamente en Youtube (Andrea Fraser, Francis Alÿs). ¿Qué aporte hace la desprolija sensiblería de Linda Matalon? ¿Qué aportó la bucólica acción de Rosenfeld? ¿Y la Operación perfumadita? ¿Y el Coming soon de Judi Werthein? ¿Y qué decir de Marcelo Cidade y Jamac como representantes del arte brasilero actual? ¿Y las fotos de la arquitectura narco del Luis Molina-Pantin? Además, se invitaron jóvenes “artistas” como Raquel Harf, Giovanni Vargas (con dos espacios), Ana Millán, Nicolás Gómez, Nicolás París que poco o nada tienen qué hacer bateando con las grandes ligas. ¿Por qué se dejaron por fuera a artistas de larga trayectoria, algunos ganadores de versiones anteriores del Salón?
Para que no digan que todo es malo, un breve recuento de cosas que a mi entender valen la pena: Danilo Dueñas con una estupenda instalación, el remake del Yumbo de Alicia Barney, la instalación de Elías Heim, el trabajo de Liliana Angulo, la video instalación de José Alejandro Restrepo, el homenaje a María Teresa Hincapié, los tableros de Santiago Cárdenas convertidos en una instalación impenetrable, la instalación de Juan Fernando Herrán sobre el proceso 8.000, la obra impecable y silenciosa de Pablo Van Wong, las fotos de Gabriel Valansi y el señalamiento a la “estética urbana” de Popular de lujo (faltará alguno que otro que se me escapa antes del cierre). Capítulo aparte, mención y Premio (si lo hubiera) merece la impecable, contundente, acertada y grata instalación de Rosemberg Sandoval titulada Emberá-Chamí y que estuvo en el Museo de La Merced.
“Menos es más” (¿recuerdan?). Y ¿no será que muchos menos, con menos presupuesto, con mayor rigor, sin tanta ostentación y tanto despilfarro se ha podido hacer más? Si, porque lo que encontramos en este 41 SNA que termina es una ostentación y un despilfarro dignos de aquellas fiestas de los capos de los carteles de la droga de antaño. Este 41 SNA es una fiesta excesiva que además no fue tan divertida. Eso sí, muy variada y variopinta. ¡¡¡Había pa todos!!! Es aquí donde se unen los extremos, que final pueden ser lo mismo. En época de “seguridades democráticas”, las cifras del 41 SNA se parecen a los informes del “Santos de la guerra” en donde se genera una “percepción de tranquilidad”. O mejor aún, este 41 SNA es un “falso positivo” que nos genera un ambiente de cordialidad y santa paz. Del otro lado podemos comprobar como la narco cultura nos ha penetrado hasta el tuétano y cómo volvemos festín y bacanal nuestras sacrosantas fiestas patronales. De todos modos, igual no va a pasar nada. No pasó con las discusiones del final de los 90 y menos va a pasar ahora. A menos que, como comunidad artística tomemos una postura decidida y clara sobre las autoridades de determinan las artes del país.
Jonás Ballenero Arponero