Si algo te sorprende de esta edición de Documenta es su calidad como exposición de obras de arte, que contrasta con la insuficiente calidad en este punto de la edición 11 – dirigida por Okwi Enzwor – y la mediocridad de la edición 12, la de Roger Bruegel. Esta mejoría de la calidad podría atribuirse en exclusiva al hecho de que Carolyn Christov-Bakargiev, la curadora, exhiba una trayectoria profesional caracterizada por el diseño de exposiciones y la dirección de centros de arte contemporáneo, que contrasta con la de sus dos antecesores en el cargo, ambos notables profesores universitarios que contaban sin embargo con una limitada experiencia en la curaduría de muestras de arte importantes cuando asumieron el encargo de Documenta. La Documenta, por muy importante que sea el programa de actividades de todo tipo que invariablemente la acompaña, es una gran exposición de arte, ese es su origen histórico, su núcleo, su razón de ser y quienes desde hace tanto tiempo somos sus visitantes asiduos agradecemos mucho que quién se hace cargo de diseñarla y realizarla nos ofrezca una experiencia artística de primer orden. Que es lo ha hecho Carolyn Christov-Bakargiev en esta ocasión. Pero esta calidad expositiva también puede explicarla su estratégica decisión curatorial de enfrentar el problema de la corporeidad de la obra de arte en la época de su aparentemente irreversible desmaterialización. En esta Documenta hay pocos vídeos y todavía menos fotografía y este cambio con respecto a ediciones anteriores – y a las tendencias dominantes en los últimos años en las bienales y mega exposiciones de muestras de arte contemporáneo – creo que responde al deseo de su curadora de replantear el problema de la obra de arte en cuanto ¨ materialidad corpórea¨ que se resiste a su absorción y/o disolución en la imagen digital o en el haz de relaciones e interacciones que es capaz de generar. Ya sea in situ, ya sea en red. Esta preocupación se transparenta en la declaración de intenciones que es su ensayo The dance was very frenetic, lively, ratting…, incluido en la publicación programática de Documenta The Book of books, que, aunque apunta en distintas direcciones al final se centra en aclarar el estatuto objetual de la obra de arte. Para lograrlo ella acude a Maurice Merlau-Ponty y al estado ¨ viscoso ¨ en el que comparece el objeto ante nuestra sensibilidad antes de convertirse en el ¨claro y distinto ¨ objeto cartesiano. Pero también al concepto de cuasi –objeto acuñado por Michel Serres y, sobre todo, al de objeto transicional, que en la elaboración del mismo por el psicoanalista Donald W. Winnicott resulta ser un objeto indisociable de ese estado igualmente transicional en el que bebé todavía se siente parte indistinta de su madre pero comienza a intuir o sentir que en realidad es irremediablemente distinto de ella. Y que ambos, en cuanto madre e hijo pertenecen a un mundo que es también irremediablemente objetivo. Carolyn Christov-Bakargiev concluye su estimulante argumentación comparando la relación con la red de los internautas contumaces en la que nos hemos convertido con la que los bebes mantienen con su madre cuando todavía se confunden con ella. Y proponiendo la obra de arte como el singular objeto transicional que indica la salida definitiva de ese insólito vientre materno, que ofrece ademas la posibilidad de jugar con esa anticipación.
Carlos Jiménez