La serie representa en cierto modo la relativización de la mirada y del objeto. En ella se pueden establecer diferentes acercamientos a un objeto, a una idea, a una investigación. El orden espacio/temporal de la obra se extiende, fragmentandose, pero sin perder definitivamente un ritmo y unas relaciones de sentido. La serialidad implica también la noción de proceso, de paso en el tiempo de un estado a otro, de una superficie a otra como una especie de metáfora de la lógica del pensamiento al cual corresponde.
Dentro de ese grupo de artistas que dejaron Europa para instalarse en los Estados Unidos a raíz de la segunda guerra mundial se encuentra al pintor y pedagogo Josef Albers, quien desarrolló su s investigaciones en los terrenos de la abstracción.
La posición racional y científica de Albers se refleja en un trabajo centrado en los aspectos físicos y psicológicos de la percepción, en las relaciones entre forma, luz y color. Sus primeras investigaciones en la Bauhaus tienen que ver con series de escalas tonales que más tarde toman forma en monumentales obras teóricas como La interacción del color, así como lo que se considera la culminación de su trabajo: El homenaje al cuadrado, serie en la que a partir de esa forma esencial de la geometría y de la abstracción que es el cuadrado, explora la inestabilidad de la forma y del color.
En esta investigación se aprecia claramente -de un modo que podríamos considerar como puramente demostrativo- no sólo que la percepción del color es relativa al contexto en el que está inscrito, sino que además su grado de objetividad es relativo al observador. El cuadrado, casi siempre de la misma dimensión y proporción, cambia según la el tipo de interacción que se establezca entre el color de su superficie y el color de la superficie que le rodea. De la misma manera que un experimento científico nos revela un átomo complejo e inestable, El homenaje al cuadrado nos abre en su serialidad, a lo relativo e incierto de una forma que se conocía precisamente por lo contrario.