Yo vi volar entre las nubes al hombre que controla los aguaceros

A don Jorge Elías Gonzales, quien esta semana ha soportado una tormenta política de cuenta de los medios, acusado despectivamente de chamán de aguaceros, lo conocí en 1996 en el Festival de Teatro de Bogotá. Tal como había sucedido en festivales anteriores, ese año también fue contratado por Fanny Mickey para que controlara la lluvia durante la Semana santa para propiciar la afluencia de público a los espectáculos teatrales.

Don Jorge Elías González pendulando.- Foto tomada del periódico El Heraldo. 

A don Jorge Elías Gonzales, quien durante una larga semana soportó una tormenta política de cuenta de los medios, acusado despectivamente de “chamán de aguaceros”, lo conocí en 1996 en el Festival de Teatro de Bogotá. Tal como había sucedido en festivales anteriores, ese año también fue contratado por Fanny Mickey para controlar la lluvia durante la Semana santa y propiciar así la afluencia de público a los espectáculos teatrales que habría en toda la ciudad y particularmente en Corferias.

Enrique Vargas con su grupo Taller de Investigación de la imagen dramática de la Universidad Nacional, fue invitado a estrenar la obra Oráculos, un laberinto que contenía un viaje iniciático hacia el interior del tarot. Nosotros éramos los más necesitados de verano ya que presentaríamos un gran espectáculo surrealista pero nuestra carpa experimental era de circo pobre. Las nubes negras de abril estaban cargadas sobre la ciudad y amenazaban no solo con mojar el asfalto y los pastales sino con inundarlo todo.

Don Jorge, un campesino cultivador, no chaman, dejó su cafetal y su vereda en el Tolima y se vino en flota Bolivariano a Bogotá para instalar en un rincón de la Feria su reciclada parafernalia de magia y radiestesia: unas botellas vacías de aguardiente, dos de champaña, un tenedor, una cuchara y un corcho, dos puntillas grandes, una vela, una plomada, cuatro piedras, unas monedas, una esfera, una argolla de cobre y un resorte.

Usando un mapa mental, armó con todo un modesto mandala, y parado en el centro se entregó a su responsable tarea de vigilar cada día las nubes y a marcar el territorio con los movimientos de un curioso péndulo fabricado por él mismo. Ocasionalmente, Fanny pasaba, lo saludaba efusivamente con su voz ronca y, mirando en dúo el cielo ennegrecido, agradecía con abrazo y sonrisa su presencia en el recinto de la Feria Exposición donde se desarrollaban múltiples espectáculos populares.

Durante los 4 primeros días las nubes cargadas se posaron sobre la capital como bolsas de basura llenas de agua, que se estremecían con los truenos y brillaban como vejigas de plata cuando las atravesaban los relámpagos. Cuando esto sucedía, el hombre extendía la palma de la mano para calcular goteras, olía el aire y cambiaba de dirección el mango de la cuchara, hacia balancear el tenedor sobre el corcho puesto en la botella de champaña, redireccionaba las piedras, hacia un triángulo con las monedas, colocaba la esfera dentro de la argolla, pendulaba en los cuatro puntos cardinales y soplaba al cielo para espantar las nubes.

Entonces, las aguas abandonaban por un breve tiempo el cielo del centro de la ciudad y de la Feria y flotaban lentas hacia occidente desgajándose sobre el barrio Kenedy, Fontibón y Patio bonito hasta llegar a Funza.

Yo, que trabajaba bajo la carpa como el Eremita del tarot, observaba su batalla diaria para detener las aguas y sus ruegos al dios del viento para que las llevara lejos. Su rostro, curtido por el sol tolimense no expresaba desazón ni rabia con los visitantes que miraban su “espectáculo” con desconfianza y sorna, y muy serio hacía su magia con fervor, lentitud y una paciencia de monje zen. La tropilla del oráculo estaba complacida con su trabajo y lo apoyábamos con tintico y lo acompañábamos a hacer fuerza y a tirar ruegos a santa Bárbara bendita.

Así, songo sorongo, don Jorge controló las aguas día y noche hasta el viernes, cuando, antes del mediodía, el cielo, que ya parecía tinta china, se vino abajo durante dos horas e inundó la ciudad, haciendo naufragar su mandala y flotar la escenografía de nuestro tarot.

Mientras afanados rescatábamos dibujos, trajes, escenografías, telas, espejos, cojines, libros, sahumerios, talismanes, una espada, el piano y los equipos de sonido, pude ver al viejo salvando su corcho y el tenedor y reacomodando entre el charco sus piedras. Y el cielo le colaboró: un sol de mandarina cayó en la tarde coloreando de cobre las aguas estancadas, se elevó radiante durante el fin de semana, y brilló hasta el momento de la clausura.

Al año siguiente, Oráculos fue invitado a los festivales de teatro de Dinamarca, Eslovenia e Italia. A nuestro lado también viajó don Jorge Elías, con el susto del avión en el estómago y el péndulo guardado en su mochila campesina. Era la primera vez que se metía de cuerpo entero entre las nubes, mismas que siempre había conjurado desde abajo. Estaba contratado para controlar con corcho y tenedor y péndulo los aguaceros del norte de la tierra.

 

Dioscórides- Enero 19 de 2012.