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La Escuela de Garaje, es un proyecto de tres etapas que parte de la alteración de la hipótesis principal del proyecto Salones Regionales. Como este plan de estímulo es centralista, el equipo curatorial decidió modificar la noción de “región” que lo circunscribe.

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Primer Banquete, charla por skype con Carlos Fernandez-Pello, realizado por La Escuela de Garaje. MAC, Bogotá, 20014. Fotografía: laagencia

Clásicos los comentarios en retrospectiva de docentes universitarios que, tras jubilarse (tenure obliga), descalifican todo proceso de formación en artes. Por el contrario, son más extraños los análisis en tiempo real de procesos de reproducción de canon. En el caso local, se destacan las entrevistas que Humberto Junca ha venido realizando a un amplio número de maestros, docentes y profesores del campo artístico en el periódico arteria, o la ya añeja Génesis del Taller Experimental en la Universidad Nacional: una cruzada por el arte contemporáneo en Colombia (Suárez, I. D. C. T., Bogotá, 2007), que examinaba la evolución del proceso de profesionalización de la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de Colombia durante la década de 1990, mientras sus promotores adelantaban una miniguerra ideológica, según recalca un título algo belicoso. Además, los procesos de acreditación de los programas universitarios jamás se publican y cuando se habla de ellos, sucede –de hecho, sucedía -, más por torpeza administrativa, que por transparencia institucional. Otro asunto es la tensión larvada entre academias y licenciaturas en artes, de la que sus protagonistas hablan sólo bajo los efectos de la envidia, la ira o el alcohol (o todos al tiempo).

Se ha cerrado tanto este campo que las mínimas observaciones históricas propuestas a nivel curatorial sólo enaltecen individualidades tipo “(apellido del artista homenajeado) y más allá” o Escuelas del pasado. De ahí que resulten rarísimas las indagaciones que crucen investigación curatorial con estudio de procesos de formación. Como la que Laagencia (Mariana Murcia, Mónica Zamudio, Sebastián Cruz, Diego García, Santiago Piñol) ha diseñado para comprender las expectativas de formación de un ciudadano interesado en las artes visuales, los objetivos que estimulan a esos proyectos, la procedencia de sus docentes, las categorías sociales que ponen en juego esos escenarios, la economía política que inspira a quienes están tras la creación de una academia, las metodologías producidas para difundir el conocimiento que allí se desarrolle, los estilos en que se institucionaliza la experimentación y las desgraciadas maneras de medir resultados en esos entornos.

La Escuela de Garaje, es un proyecto de tres etapas que parte de la alteración de la hipótesis principal del proyecto Salones Regionales. Como este plan de estímulo es centralista, el equipo curatorial decidió modificar la noción de “región” que lo circunscribe. Más que concentrarse en los departamentos de Cundinamarca y Boyacá –aplicaron por la Región Centro-, apelaron a la geopolítica del gremio artístico local: población flotante que bien puede arraigar en una universidad, al año siguiente medra en una maestría en el exterior, después regresa, busca trabajo, no consigue, busca de nuevo, se desaparece, vuelve: no cualquier tipo de profesionales. Además, unos que todo el timepo están aplicando a millones de convocatorias. De ahí que ahora mismo las personas de Laagencia estén viajando por el país reuniendo experiencias. Para, usando sus términos, organizar “una escuela sin un programa pedagógico, gratuita y abierta al público, cuya estructura está abierta a que los participantes y el público se involucren hasta el punto que ellos decidan para permitir formas de compromiso productivo que puedan llegar a subvertir los roles tradicionales entre institución/curador/artista/público, entre profesor/estudiante.”

Luego viene la curaduría de prácticas y procesos. En La Fábrica de Conocimiento, un espacio que describen como “plataforma y lugar pensado para la intensidad, abierto al público en todo momento, cuya programación sea permeable a sugerencias y eventos tales como presentaciones de proyectos, conferencias, conciertos, lanzamientos de publicaciones, clases, exposiciones”, contemplarán el cumplimiento de dos etapas. Una abierta, tipo el cliente-siempre-tiene-la-razón, donde quien quiera se inscribe a los programas que pueda o propone uno o va las veces que desee. Y otra, más cercana al modelo seminario alemán, donde un grupo particularizado de agentes recibirá algo similar a una beca, con el compromiso de asistir a todas las reuniones que se coordinen.

Al mismo tiempo, recopilarán, sistematizarán y lanzarán los resultados de la indagación preliminar para que funcionen como material de consulta e integren algunos de los componentes de La Fábrica: grupo de estudio (discusión), banquetes (consumo y teorización), workshops (talleres puntuales), comunicaciones transatlánticas (skype) y visitas guiadas (recorrido por experiencias anejas). Por supuesto, para cumplir estas ambiciones, la plataforma web –ahora mismo en construcción, calma fans– resultará fundamental. En este sentido y a diferencia de proyectos anteriores de la misma región (Cooperativa, Edades, Oreja Roja, Preámbulo), ese modelo de circulación servirá como más que un repositorio: permitirá observar cómo avanza la idea. Por el momento, la página de Facebook del grupo cumple con esa tarea.

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Instalación de Adrián Gaitán para el Prom de la Escuela de Garaje, sede temporal de la Hayden Gallery, Bogotá, 2014. Fotografía: laagencia.

Es importante volver sobre aquello de las críticas en diferido. Este texto comenzó fastidiado con las evaluaciones suspicaces pospuestas hasta el momento oportuno. Pero hay un problema relacionado con actuar en simultáneo a los fenómenos. Los especialistas suelen llamarle improvisación. Agrede la investigación, dicen. Y eso, en ciencias exactas, es deseable evitar. En artes, no. De hecho, asumir en esta área un asunto sin experiencia previa puede resultar altamente beneficioso. Para el caso de la Escuela de Garaje hay varios elementos que apuntan en esta vía: sus integrantes son artistas, no tienen maestría, no han dictado clase. El objetivo que se plantean no deja de insistir en que harán eso, una investigación. Y así funciona, ¿no? Es decir, tal como se enseña aquí, la investigación en artes es básicamente manierista: se aprende a copiar métodos. Y un investigador redundante es tan nocivo como un profesor vago.

Inscripciones abiertas

 

–Guillermo Vanegas