Una serie de posibles recuerdos

Esta es una muestra sobre lo que pudo ser y no fue. Una mirada a la idea del museo a través de un interés por los modos de operación del tiempo. La maleabilidad del tiempo, su manera de quedarse naturalmente petrificado y su manera de rehusarse a ser detenido…

Arte en la Quinta
Cinco exposiciones en la Casa Museo Quinta de Bolívar
Cuarta exposición

Una serie de posibles recuerdos
Felipe Arturo / Alberto Baraya / Juan Haag
Manuel Kalmanovitz & Carolina Sanín / Liliana Vélez / Icaro Zorbar

Curaduría: Natalia Valencia

 

Inauguración

Miércoles 19 de octubre, 5 p.m.

19 de octubre al 13 de noviembre, 2011

Calle 20 No. 2 – 91 este

Teléfonos: 336 6419 – 336 6410

http://arteenlaquinta.uniandes.edu.co

http://www.quintadebolivar.gov.co/

 

Esta es una muestra sobre lo que pudo ser y no fue. Una mirada a  la idea del museo a través de un interés por los modos de operación del tiempo. La maleabilidad del tiempo, su manera de quedarse naturalmente petrificado y su manera de rehusarse a ser detenido.

La exposición señala las simultaneidades temporales (intencionales o accidentales) que existen en el museo y asume su espacio como el encuentro imprevisible entre un discurso histórico específico y los efectos naturales que el tiempo produce sobre todos los objetos. Al concentrarse en los ambientes discursivos de la casa, que dan lugar a ciertos “fantasmas museográficos”, se subraya la tensión inherente al presente del espacio y la ineficacia de la memoria sugerida por ciertos dispositivos del museo. Al hacer énfasis en las líneas de tiempo que coexisten en la puesta en escena de un imaginario de época, las piezas de la exposición revelan los intersticios del azar y la imprevisibilidad que potencializan su teatralización; diversos tipos de ficciones concentradas en tiempos alterados.

Alberto Baraya traslada pájaros taxidermizados del Museo de La Salle a la Quinta, implantando una jerarquía animal muerta-en-vida sobre la dirección discursiva del recorrido sugerido al visitante. De esta manera explora las connotaciones de la contemplación de paisajes controlados; el paisaje de los pájaros disecados como instrumento científico y el paisaje ideal del territorio Bolivariano. La glorificación de Bolívar, cual taxidermia y el museo como el vehículo póstumo de esa intención.

Felipe Arturo crea una estructura blanda como negativo de la mesa fastuosa del Libertador, un espacio portátil de exhibición, museografía informal que se presta para la proyección de datos opacos de la historia.

La dosis de dramatismo inducida por las tormentas sonoras de Icaro Zorbar en la atmósfera del salón de música lleva a un extremo la incongruencia del pianista invisible del recinto, tornando su ausencia en una pesadilla irrisoria.

Liliana Vélez indaga en la vida cotidiana de Manuelita Sáenz durante su estancia intermitente en la Quinta de Bolívar. Los chismes históricos sobre sus costumbres devienen así en remembranzas imaginarias.

Manuel Kalmanovitz y Carolina Sanín proyectan un complejo habitacional en el terreno de la Quinta, visitado hipotéticamente por figuras prominentes de la cultura local, proponiendo una solución al problema de la invisibilidad del museo en el imaginario capitalino.

Juan Haag escribe a manera de testamento, un acta personal del bicentenario, con su valoración de los diversos objetos de la casa, sacando a la luz los archivos del museo y sus contradicciones en la reconstrucción de imágenes de época.

“Procederé ahora a considerar el Pasado como una acumulación de sensa, objetos de percepción, y no como esa disolución del Tiempo implicada en ciertas metáforas inmemoriales que expresan la transición. El “paso del tiempo” es sólo una ficción de la mente, que se presta al juego de las analogías espaciales. Sólo se ve en el espacio retrovisor, en las formas y las sombras, los alerces y los pinos, que se alejan en montones confusos. El perpetuo desastre del tiempo que se va, de los deslizamientos de tierras, de esas carreteras de montaña en las que siempre hay piedras que caen y hombres que trabajan. ”

 

—Vladimir Nabokov, Ada o el ardor, 1969