Una petición al arte ¡Basta de literalidad!

Quise empezar este texto con una petición al artista colombiano: Que no hable -más- del narcotráfico. Quise empezar así y todavía quiero, sin embargo, soy consciente de que pedirle al artista que abandone un tema, un fenómeno, que ha permeado la realidad colombiana durante casi 50 años, que se ha normalizado y nos ha entregado joyitas nacionales e internacionales como El Patrón del Mal o Narcos, es una petición ambiciosa y aparentemente imposible de acatar. Así que, renunciando a mi capricho, debo hacer una segunda petición en tono de resignación: que no se pierda la sutileza en el arte, por favor.

Más sutileza y menos lugares comunes en el arte colombiano y, por qué no, en el Premio Luis Caballero.  

Quise empezar este texto con una petición al artista colombiano: Que no hable -más- del narcotráfico. Quise empezar así y todavía quiero, sin embargo, soy consciente de que pedirle al artista que abandone un tema, un fenómeno, que ha permeado la realidad colombiana durante casi 50 años, que se ha normalizado y nos ha entregado joyitas nacionales e internacionales como El Patrón del Mal o Narcos, es una petición ambiciosa y aparentemente imposible de acatar. Así que, renunciando a mi capricho, debo hacer una segunda petición en tono de resignación: que no se pierda la sutileza en el arte, por favor.

Sé que muchos estarán de acuerdo con que es un deber del artista señalar las problemáticas sociales -que lo aquejan a él o a otros o a muchos o a todo un país- y ser incluso insistente en ellas para que no pasen desapercibidas. Sé también que muchos artistas que han trabajado en torno al narcotráfico y los temas que de él se derivan, se escudarán bajo esta premisa; un arma de doble filo. Por ello, lo que pido no es abandonar el tema, sino que al tratarlo se haga de maneras inexploradas y ojalá no tan literales, donde se presente la problemática desde ángulos que un ciudadano no-víctima directa del tráfico de estupefacientes ignora, desde donde se haga evidente la pluralidad de situaciones que derivan de un factor común y vigente para todo el país y no sólo se enaltezcan las palabras coca, perico, poper o mariguana -así mal escrito- aun cuando estas resultan ya recalcitrantes para el espectador de arte en Colombia, cansado ya de tanto narcolenguaje.

Santos Cabezas, una de las obras candidatas este año al IX Premio Luis Caballero, presentada por Leonardo Herrera aborda el Narcotráfico. Lo hace de ambas formas, desde la literalidad, pero también desde la periferia, donde aparecen rincones inexplorados que invitan al espectador a tener una mirada detenida y a entender el problema de las drogas desde la humanidad y su fragilidad. Una primera sala en penumbra logra atraer la atención. Primero, una ilustración que inaugura el tema de la vulnerabilidad humana ante la ambición que ofrece el negocio de la droga en el país. Luego, un vídeo de una captura a una carga casi improvisada de lo que parece ser coca refuerza el concepto humanista, aunque empieza a adentrarse en la redundancia, en lo ya explorado, sin embargo, parece necesario para darle contundencia a las demás piezas. Finalmente, un montón de tablas empotradas que invitan a acercarse y escuchar el canto del que podría ser Santos Cabezas, concluyen el argumento, plantan la duda al espectador de que algo ocurre, de que no son sólo mulas o lleveytraiga de los Narcos, que hay motivos -personales- detrás que los mueven a iniciarse en ese mundo que muchos otros colombianos ignoramos. Le regresa el alma a los que solemos catalogar, por pura ignorancia, como desalmados.

Esa primera sala se acercó, exploró con la sutileza que aquí reclamo, el tema del narcotráfico sin tener que mencionar siquiera el término. Una sala contundente. Al salir, me dijeron que había una segunda sala que estaría disponible en 15 minutos, sin problema y porque el artista había plantado en mi la duda, decidí esperar. La segunda sala, ahora iluminada, presentaba una serie de frases que ahondaban en el tema de la humanidad, que acercaban al espectador a los que podrían ser los pensamientos de Santos Cabezas, de estos protagonistas y víctimas por voluntad del narcotráfico. La sutileza continuaba, el argumento se reforzaba. En frente de las íntimas frases, había una mesa, con una serie de objetos dispuestos sobre ella que rompían abruptamente con el resto de la obra: un celular con una conversación donde se negociaba mariguana y poper, un billete de mil desgastado al lado de una cruz en imitación oro, un palo de madera con la palabra coca tallada en él. La literalidad del problema toda dispuesta sobre la mesa.

Aunque esa mesa con la que para mí finalizó la obra, presentaba en explícito el problema y las razones que conllevan a la persona a adentrarse en el mundo de la droga, opacaba a la vez las demás piezas porque apelaba a un lugar común donde deciden quedarse aquellos que dicen explorar el problema del narcotráfico en Colombia, es decir, en lo que para el periodista Omar Rincón sería el narcolenguaje, la narcoestética y la narcocultura. En vez de señalar y traer a consideración algún suceso antes desconocido de este fenómeno, la pieza era una redundancia de algo que todos sabemos y que, tal vez de tanto saberlo, decidimos ignorar.

No digo, por supuesto, que no sea válido, ni que le sume, ni que le reste al trabajo de Herrera en conjunto. Lo cierto es que, en Colombia, vivimos demasiadas realidades paralelas como para insistir en resaltar aquello que todos reconocemos antes que apelar a través de los sentidos a situaciones y experiencias que, si no fuera por la obra de arte, no tendríamos acceso. El reclamo de sutileza, de búsqueda, de obsesión por contar lo no contado, se dirige a que es la herramienta más valiosa que tiene el artista, en un país donde nos hacemos los de la vista gorda más por elección que por obligación, para señalar y recordarle a su audiencia lo que muchas personas atraviesan y eligen experimentar, no para juzgarlos sino para intentar comprender sus elecciones desde aquello que todo hemos experimentado: el deseo, la escasez, la ambición o cualquier otro sentimiento inherente al ser humano.

Más allá de lo literal, cada fenómeno puede ser narrado a partir de formas aún inexploradas y es allí donde reside todavía el valor de la obra de arte: de darse a la tarea de encontrar esas formas y mostrarlas sin la necesidad de abordarlo explícitamente, para eso están ya los medios de comunicación y las instituciones oficiales en Colombia. El artista puede darse el lujo de enredar y arriesgarse a que no se entienda nada o que, de ese enredo de experiencias, se comprenda algo de cada una y el público se vaya a casa con una idea de la pluralidad de situaciones que ocurren en el país más allá de lo que hemos normalizado.

 

Lina Useche

 

Fotografías del instagram de @salaasab

 

2 comentarios

No he visto la obra de Leonardo Herrera, a la que se refiere el texto, que por lo demás y hablando en general de la obra de LH, cuando la veo casi siempre me conmueve, pero si quiero resaltar que es muy bueno encontrar una voz critica como la de Lina Useche (a quien no conozco, pero felicito por dar asi su punto de vista sobre la obra de LH en el Premio Luis Caballero).

La instalación en su conjunto era literal en su redundancia y en la falta de cohesión entre las piezas. Lo sentí como una acumulación desmedida y descuidada de diferentes maneras de hablar sobre un mismo tema.