Una excusa para no decir nada

El Salón Universitario ASAB* es un espacio de exposición y proyección de prácticas artísticas de estudiantes de arte de diferentes centros universitarios en Bogotá. Las palabras “exposición” y “proyección” suenan siempre con mayúsculas para un artista, pero al parecer en el contexto académico y asociadas con la palabra universitario, se tornan minúsculas, perdiendo importancia y condicionando la producción o el tipo de obras que ahí se muestran.

Antes de continuar quisiera hacer una advertencia: el problema de los textos de catálogo de exposiciones por convocatoria —como éste— es que no se concentran en revisar cada una de las obras de manera individual, sino que por el contrario, se encargan de analizar lo que sucedió en la exposición como un todo, a manera de diagnóstico. Este gesto con frecuencia arrastra el texto a los peligros de la generalización, borrando diferencias y haciendo que paguen justos por pecadores. Sin embargo, en defensa de la generalización, habría que decir que es necesaria hasta cierto punto: un diagnóstico surge de la identificación de varios síntomas, síntomas que le dan nombre a la enfermedad; y reconocer la enfermedad puede ser el principio para encontrar la cura.

Y habiéndome excusado, prosigo.

La condición de estudiante de arte es bastante paradójica. Tal vez aún permanece la duda sobre la posibilidad de aprender y/o enseñar arte. Por un lado, para el estudiante maduro el profesor más que un guía parece un estorbo, un castrador; pero por otro, la condición de estudiante es la excusa perfecta para todo lo que es resuelto con inmadurez. La noción de pertenecer a la academia —ese mundillo de conceptos imprácticos—, de ser estudiante y no profesional, posterga la toma de decisiones reales respecto a la propia producción artística. Con “reales” me refiero a que pareciera (y repito: a riesgo de generalizar) que el estudiante de arte o no sabe, o no puede, o no quiere hacer obras de arte sino tareas. Y es aquí dónde me pregunto si acaso será el título de Salón Universitario el que condiciona la producción o distrae las intenciones de los noveles artistas. Sí: artistas, pues aunque sean estudiantes, no se puede hablar de obras de arte estudiantiles, esa categoría no existe. Existen obras de arte y existen artistas, que el artista aún sea estudiante es una característica del artista y no de la obra, por tanto no debería ser relevante para su crítica, mucho menos cuando se pone en entredicho la necesidad de estudiar para hacer arte.

El VI Salón Universitario ASAB expone simplemente —por defecto— la imposibilidad de los estudiantes de usar, habitar y convertir en experiencia ese salón. Tal vez se trate de un salón que está condicionado por un término, un término que denomina la postergación de la experiencia. Habría que preguntarse entonces, ¿hasta cuándo se posterga?, ¿hasta que se deje de ser estudiante?, ¿hasta que los artistas se gradúen?, ¿hasta que empiecen a exponer en otros espacios más reales? Pero ¿cómo invitarlos a otros espacios si nadie conoce las obras “reales” de los estudiantes?

Yo pensaría que el espacio de un salón universitario debería servir para liberar un comportamiento de su inscripción genética, es decir que debería servir para mostrar lo que no es un ejercicio de clase. Una exposición es un espacio de emancipación para poner ideas en juego, evitando reproducir las mismas actividades de las que uno se quiere liberar, las tareas. Hay que vaciar las intenciones de un uso y un fin, hay que abrirlas y disponerlas a nuevos usos. La noción de uso es tal vez la característica más famosa del arte, pues de todos es sabido que las obras de arte no sirven para nada. ¿Por qué pensar que una tarea sirve como obra para una exposición, si sólo hasta que uno produce sin un uso determinado es que aparece la obra en su total autonomía?

Nunca se está más libre que cuando se es estudiante, y sin embargo, en los espacios universitarios de exposición los artistas caen en la realización de maquetas y réplicas de sus propias ideas. Yo me pregunto: ¿por qué esa separación entre la universidad y la vida, como si por fuera de la academia hubiera un mundo más real esperándonos? En su ensayo Elogio a la Profanación, Giorgio Agamben sugiere que la tarea política de la generación que viene es, o debería ser, la profanación de lo improfanable. Y para esto es preciso recordar que profanar no significa simplemente abolir y eliminar las separaciones entre la esfera de lo sagrado y la esfera de lo natural, sino aprender a darles un nuevo uso y a jugar con ellas. Se trata de “distraer una intención,” volver la experiencia de exponer un medio, el medio a través del cual uno muestra lo que de verdad hace, sin excusas, sin postergaciones.

Así como un juguete se puede volver inquietante y perturbador cuando el juego termina, una tarea en el contexto de una exposición se vuelve infame. Algunos de los trabajos expuestos en el VI Salón Universitario ponen en juego ideas interesantes, pero no las llevan a sus últimas consecuencias. Son primeros intentos, tímidos, en los que la pintura o el dibujo no se repite hasta lograr un buen resultado, haciendo evidente que el joven artista no tuvo mucho de dónde escoger. Lo que había en la sala de la ASAB no son obras, son la promesa de que se podría hacer algo mejor de contar con más tiempo: bocetos inacabados en los que la fecha de entrega pesa más que el mismo título, ejercicios en los que prima el tedio de las tareas sobre la emoción de una buena idea, maquetas donde el formato está a escala —determinada más por las dimensiones del transporte público que por las necesidades específicas de cada obra—.

En una exposición el espectador ya no es el profesor para el cual se hizo la tarea. Aquello que en el contexto del taller funciona como estímulo, deja de funcionar en el Salón Universitario para el público. Esa clara transacción de la clase (obra a cambio de nota) deja de servir en el contexto de una exposición. Las ideas, las obras, deben estar frente a la soledad del espectador, revelando esa otra soledad, la del artista. Aquí, en cambio, las obras se resguardan tras la dinámica pedagógica dentro de la que surgieron. Exhibidas, estas obras no dicen nada. Los ejercicios de los estudiantes se muestran como lugar inexpresado de la expresión, y es la exposición de esta mudez lo que me resultó atractivo. Así como el rostro de una mujer que se siente mirada se vuelve inexpresivo, el rostro impasible de las tareas de los estudiantes bloquean la relación entre la vivencia y la esfera expresiva, haciendo evidente que estos trabajos ya no expresan nada. ¿Acaso por temor a las opiniones del público?, ¿temor a quedar en evidencia?, pero si el artista siempre subestima al público, ¿entonces por qué preocuparse por complacerlo?

Puede ser que a través de los Salones Universitarios o las muestras estudiantiles ya no sea posible expresar nada, pero hay que aprender a profanarlos, hay que distraer su intención para poder comunicar la de uno, la propia, no la maqueta, ni su réplica, sino la obra. Que no sean los medios expositivos, o los rótulos los que condicionen o intimiden on su obsoleta grandilocuencia. Tal vez haya que secuestrar los medios para decir lo que uno quiere decir, de pronto ni siquiera es necesario secuestrarlos. Los medios están dispuestos a mostrar lo que uno quiere mostrar, lo que uno genuinamente produce, sobre todo si el terreno en cuestión es la segura y protectora academia. Tan sólo hay que entrar en el difícil juego de la honestidad, y eso que la honestidad es sobre todo una cualidad sobrevalorada.

Mariangela Méndez
Jurado de selección y premiación del VI Salón Universitario ASAB.**
Profesora Asistente, Departamento de Arte, Facultad de Artes y Humanidades, Universidad de los Andes.

* A lo largo del texto hablo del Salón ASAB, y con esto no me refiero exclusivamente a las obras que literalmente estuvieron en exposición, sino a todo el conjunto de ausencias que por defecto también lo conforman; la ausencia en el número de inscritos, las ausencias en los trabajos que no fueron seleccionados y claro, las ausencias de los trabajos que en efecto estuvieron expuestos. Pero como siempre son esos valientes que se aventuran y participan, los que terminan sacrificados, que sirva también este texto para verlos como mártires o acaso como héroes.

** La selección y premiación de obras para el VI Salón Universitario ASAB, estuvo a cargo de los Jurados Mario Opazo, Guillermo Santos y Mariangela Méndez. Este texto expresa mis opiniones solamente y aunque el tono no parece el apropiado para un catálogo de exposición, considero que en este contexto académico, el llamado de atención puede tomar visos pedagógicos. Es más, aprovecho para hacer extensivo este llamado a todos los estudiantes de los programas de arte, cuya experiencia se ve postergada en espera de algo mejor.

texto publicado originalmente en González (Gonzo)
Publicación semanal que circula en el Departamento de Arte de la Universidad de los Andes.

puede descargar González en este enlace >
http://esferapublica.org/gonzalez80.pdf

2 comentarios

Lo es conveniente darle tanta importancia a la subestimacióndel público, y quitársela a la falta de honestidad de los nuevos artistas. Como anota bien el artículo, necesitamos honestidad en la creación.