Una carta sin remitente en el sobre

Aquí radica mi preocupación, no porque difiera de las necesidades del sector, que se ha construido con la voluntad de aquellos que hacen todo lo que pueden para que sobreviva; sino porque muchas veces una pequeña pero poderosa parte del gremio obtiene la distribución del per cápita para sus ‘amigues’, segregando el mercado y pugnando por el prestigio dentro del mismo círculo.

Me preocupa que mi ingenuidad en algunos temas o quizá el estrato económico del que soy no me permitan validar esta preocupación. Me preocupa que las discusiones en torno a la economía naranja y la redistribución de recursos y garantías públicas para la cultura y el arte, siga escondiendo lo clasista del gremio artístico y la desazón del artista independiente de clase media-baja y baja. Es bien sabido cómo el capital cultural esconde esnobismo y comportamientos que permiten mostrar qué tan ilustrado se es. Pero ¿qué pasa con aquellos que esperan ver el arte fuera de su comportamiento elitista? Partamos de quien escribe este texto; no soy una crítica de arte. No he estado en New York aprendiendo y haciendo contactos que me permitan ser parte de la esfera social del gremio, no he estado en suficientes fiestas del distrito creativo de las artes, portando excelsos ropajes -porque ante todo, tienes que verte con estilo en esos lugares, observar y parecer realmente interesante o al menos tratar de ser interesante- para alimentar cierto nepotismo característico de la esfera local artística. Tampoco salí de una universidad reconocida, que permitiera, a lo mejor, darle más valor a mi voz o ingenio. Soy una de esas muchachitas que se endeudó con el Icetex para estudiar artes en una institución universitaria y obtener una certificación como profesional. Una muchachita a la que le dijeron que no podría estudiar si no accedía a sus préstamos, (porque ni ánimos dieron para que estudiara en una pública, ya que simplemente no se concebía la idea de estudiar en una universidad en mi familia). Asistí a un preparatorio de una universidad pública para iniciar, de manera ingenua, el camino hacia las artes y desde el inicio me topé con una curiosa percepción, que recordaba a mi infancia a la hora de seleccionar bandos o equipos para jugar banderitas; una tensión identitaria entre ser del pueblo o por el contrario ser gomela, ser de un lado o ser del otro.

 “Ser o no ser” esa es la cuestión, pues para hablar de arte, antes, se debe entender la estratificación a la que se ve sometida (lo que pocas veces se menciona, a menos que sea para tratar de justificar una beca o estimulo con proyección social). Esta curiosa percepción de identidad, la construcción de un canon o estereotipo del “ser artista” fue adquiriendo matices con el pasar del tiempo. Observaba, los manierismos para ser cool, ser intelectual, ser interesante. Veía los gestos vacíos de tan diversos personajes en estos lugares bohemios y en momentos pude reflexionar sobre el porqué de dichos comportamientos. La industrialización cultural, no es una cuestión simplista.

El rol del arte en una sociedad continúa sin cambiar su status quo, en función del poder; no obstante, la educación artística en la clase media y baja, gracias a la industrialización de la cultura, trae consigo una especie de insignia liminal, si quieres ser artista debes saber  jugar el juego, pues el artista vive del éter y de contactos. La jerarquización laboral también existe y tal libertad creativa siempre estará limitada por los recursos económicos que dispongas. Pues en todo caso, el arte no se concibe del todo como un trabajo serio.

Si usted querido lector aún sigue en esta lectura, déjeme decirle que pese al inicio mamerto que puede representar el texto, no pretendo justificar la autocompadecencia a la que pueden apelar el artista,  las instituciones o gremios independientes, quienes viven de la mercantilización de su trabajo y quienes se ven afectados por el paro económico de la crisis actual. De hecho, busco que pueda analizarse más profundamente quiénes son los más afectados por estas crisis y si es posible en todo caso hablar de una sororidad en las artes, teniendo en cuenta el elitismo del que depende. Pues, es irónico ver como un sector tan culto, ilustrado, bohemio e irreverente como el sector de las artes plásticas y visuales no tenga una representación concreta. ¿Esto se deberá a la heterogeneidad y diversidad de voces que lo integran? Tal vez.  De pronto sea demasiado inapropiado, pero me lanzo a pensar que es más porque el constructo del gremio artístico se sostiene más de los intereses de unos pocos afortunados, que saben construir redes de trabajo o parches que dependen de su relación de uso para validarse mutuamente. Y claro, la validación muchas veces tiene que ver con la capacidad de endeudamiento que estos puedan asumir y, algunas otras con mínima representación, meritocráticas.

En este orden de ideas, ¿qué sucede con los cambios y diálogos que se desarrollan alrededor de la esfera artística local y nacional? La coyuntura actual que gira en torno al COVID 19, muestra las falencias del sistema económico que da pie a lo social y cultural. Entonces, podemos ver las ‘innovadoras’ estrategias en las que con urgencia los distintos sectores económicos piden ayuda y auxilio para mitigar el impacto económico por la crisis. Es de este modo, que el gremio artístico busca concientizar al gobierno, una vez más, de la importancia de las artes y sobre todo, pedir una garantía de políticas públicas que protejan el patrimonio cultural y la actividad artística.

Aquí radica mi preocupación, no porque difiera de las necesidades del sector, que se ha construido con la voluntad de aquellos que hacen todo lo que pueden para que sobreviva; sino porque muchas veces una pequeña pero poderosa parte del gremio obtiene la distribución del per cápita para sus ‘amigues’, segregando el mercado y pugnando por el prestigio dentro del mismo círculo. Entiendo la conjetura apresurada que puede ser, pero ¿cómo es posible que la precarización laboral esté tan normalizada en el sector, que a quien busque mejores condiciones laborales en su trabajo, le digan que carece de importancia y califican de “persona de la cual se puede prescindir” o más tajantemente como indispensable, porque de por sí, debe dar las gracias por trabajar en tal institución ya que goza de prestigio? Así mismo, cómo es que algunos espacios que se autodenominan “independientes” y tienen una mediana trayectoria en el sector puedan ser tan pedantes pero irónicamente autocompadecientes para justificar su trato con las personas que no pertenezcan a su círculo social o estrato, bloqueando las voces que difieran de sus maneras de actuar y/o censurándolos en sus parches. Otros, construyen actividades con mano de obra voluntaria, apelando a este mecanismo en pro de una utilitarista y ambigua filantropía sin reconocer el esfuerzo de quien se ofrece, dejándolos, generalmente, en el olvido una vez consumada su relación de uso, alimentando una rueda de precariedad con mucha más fuerza, porque aunque buena parte de ésta, surja por la falta de garantías sociales o políticas públicas en el sector de las artes, muchas veces atiende a la necesidad de estratificación o clasismo, y sin embargo, allí estamos todos unidos, firmando cartas para el asistencialismo político, buscando obtener ayudas económicas.

Esta situación me hace dudar de sus intenciones sociales y pensar, por ejemplo, que el gremio pretende hacerse a cuantas voces estén disponibles, más que representar esta pluralidad de voces, que muchas veces, no pueden ser escuchadas porque desconocen de medios que les presten atención, se han rendido y aceptado el clasismo de la escena artística, o porque simplemente ya no encuentran otra forma de seguir subsistiendo y así ofrecen su trabajo al tan conocido título “Ad honorem” del cual, aparentemente, gozamos todos en esta profesión porque nadar contra la corriente por demasiado tiempo puede llegar a ser una de las tantas piedras sobre el ataúd de nuestro sector cultural que ya anda en silla de ruedas.

Lo que me lleva a preguntar ¿para quiénes se piden realmente los apoyos? ¿Quiénes firman las cartas que representan a un gremio que definitivamente no tiene claro quiénes son artistas? Porque no hay definición unánime de lo que es un artista. Un gremio con independientes para tratar de formalizar una actividad al margen de una institución, con variedad de ‘independientes’. En dónde tampoco hay un censo claro, de aquellos que pueden acobijar sus actividades económicas en el sector artístico y si eso los convierte en artistas o meramente en productores. En dónde la descentralización parece ser un discurso políticamente correcto porque en praxis parece verse centralizado siempre, empaquetado en códigos sociales, que actualizan su versión en cada generación de artistas, los mismos parches, un único ente de control, el domino en galerías e instituciones, relaciones de uso y desuso que graciosamente se justifican en un aporte social y colectivo.

Artistas Independientes                                  Artistas Independientes

Y con todo esto, ¿Cuál es el rol del arte en una sociedad como la nuestra? Será acaso, ¿hacer jugo de naranja y mercantilizar? o ¿retoricar la labor artística para jugar al prestigio de tan solo algunos? Y ¿para la sociedad que hay? Aunque estas preguntas fútiles no hacen más que recordarme una parte del libro El Arte y su Sombra de Mario Perniola:

En efecto, a diferencia del pasado, se ha ido estableciendo un acuerdo entre la institución y el artista mediático transgresor en perjuicio del tercer término del «juego del arte contemporáneo», el público; es decir, mientras en el pasado la institución compartía el punto de vista del público y condenaba las operaciones transgresoras de la vanguardia, hoy, en cambio, la institución cree más conveniente sustentar y favorecer al artista transgresor porque del escándalo recaba un beneficio, en términos de publicidad y de resonancia mediática, que es mucho mayor del que podría obtener de la adhesión a los gustos tradicionales del público. De este modo, ha nacido un arte de vanguardia en contacto directo con las instituciones que ha logrado alcanzar, algunas veces, cuotas de mercado más altas que el que se sustenta en las galerías privadas y en el coleccionismo; ¡el comitente privilegiado por el nuevo artista transgresor ya no es el marchante o el coleccionista clarividente (como en el paradigma moderno), sino la propia institución! La ruptura entre innovación artística y público se ha acrecentado enormemente hasta llegar a convertirse en una verdadera y auténtica disensión irresoluble; el público podría compararse al espectador de una partida de ajedrez que ignora completamente las reglas del juego: ve dos personas que mueven, alternativamente, estatuillas colocadas sobre una cuadrícula. Sin embargo, al mismo tiempo, la aceptación por parte de la institución anula el efecto transgresor de la innovación artística y transforma todo el sistema del arte en un juego para iniciados del que —como observa justamente Nathalie Heinich—, ¡están ausentes aquellos que aún podrían inquietarse!

En conclusión, me preocupa esa ausencia de quienes aún podrían inquietarse, quienes podrían proponer cambios y perspectivas inusuales pero se resignan al no futuro. Necesitamos incentivar la creación, productividad y el reconocimiento remunerado de quienes tratan de construir un país de forma diferente, a las lógicas convencionales que se han desarrollado y fuera de las cuatro paredes blancas del lujo y la gala.

Pero bueno, esta es solo la reflexión de una joven de 25 años, que le interesa poder comprender la profundidad del campo de su título profesional -que le permite ser profesionalmente desempleada-. Así que lo planteado aquí no son posturas definitivas, aunque definitivamente si espero que pueda aportar a un diálogo que repiense las estructuras sociales y su funcionamiento, revise sus modus operandi, antes de exigir el estado social de derecho, que esperamos todos como sociedad. Cayendo en la ambivalencia del discurso para representar ingenuamente las necesidades de todos -o al menos ante los medios- pero individualmente, quizás, cada uno busca representar sus propios intereses, que en general, le permitan subsistir, sobrevivir o sobrellevar la escena del arte y la añoranza de poder vivir de ello. Pues artista o no, es el sueño de todos.  

Monica Herrera Cendales

2 comentarios

Bravo, texto muy interesante y juste. Una crítica sin embargo, la falta de conexión entre lo que sucede en el arte y lo que pasa en el resto de la sociedad : como podría el arte ser la única actividad no elitista de una sociedad elitista ?

Interesante la posición ,pero quiero aportar al artículo que faltó una parte de como desde hace más de 40 años artistas con estudio y empíricos han estado en la escena de las artes dentro de cada localidad y nunca aprobaron sus trabajos dentro de las famosas élites solo afuera de nuestro país lograron hacerlo.Y ni hablar del plagio de muchas de esas obras que ha utilizados las élites para posicionarse y cobrar .Ahh y falta hablar del famoso arte contemporáneo que se proyecta en unas galerías que deben colocar la explicación con plastilina para poder entender ese arte .